La publicación de estos apuntes sobre Historia Argentina, no tienen otra pretensión que prestar ayuda, tanto a estudiantes como a profesores de la materia en cuestión.

Muchos de ellos, simplemente son los apuntes confeccionados por el suscripto, para servir como ayuda memoria en las respectivas clases de los distintos temas que expusiera durante mi práctica en el Profesorado. Me daría por muy satisfecho si sirvieran a otras personas para ese objetivo.

Al finalizar cada apunte, o en el transcurso del mismo texto se puede encontrar la bibliografía correspondiente a los diferentes aspectos mencionados.

Al margen de ello invitaremos a personas que compartan esta metodología, a sumarse con nuevos apuntes de Historia Argentina.




Profesor Roberto Antonio Lizarazu

roberto.lizarazu@hotmail.com



sábado, 23 de noviembre de 2013




CUANDO LOS FERROVIARIOS DERROTARON UN MALÓN



Por: Roberto Antonio Lizarazu

Para el ingeniero Juan Abel Angélico

Este suceso podría servir como guión para una película dirigida por John Ford, pero integra esas extrañas vicisitudes que nos regalan las crónicas históricas de nuestro país. Ocurrió al sudeste del Chaco, en La Sabana, a pocos kilómetros del Paraná y de Empedrado.

Para 1885, siguiendo la tendencia de la expansión de líneas ferroviarias, el gobierno de la Provincia de Santa Fe y capitales privados, proyectan un ramal con una traza que una desde Rosario y Santa Fe  con el sur chaqueño. Los motivos del proyecto son evidentes, la integración del noreste santafesino  y el sur del, en ese momento, Territorio Nacional del Chaco,  con las ciudades más importantes de la provincia de Santa Fe. Por supuesto se debe incluir en esa motivación como factor fundamental,  la carga de durmientes de La Forestal hasta la salida marítima de los puertos santafesinos, que garantizaban la exportación de durmientes y de todo tipo de  madera, a los mercados ávidos de este fundamental y básico elemento de la construcción ferroviaria.  Este emprendimiento da como resultado  el denominado Ferrocarril Santa Fe, que en 1947 con la nacionalización, integra  el Ferrocarril General Belgrano. Entre otras razones  geopolíticas,  porque su trocha era de 1 metro.

Para mediados del año 1899 la construcción de vías había superado el límite interprovincial  de Santa Fe y el Chaco y llegado hasta La Sabana, en ese momento punta de riel. Debido a esa circunstancia, el campamento de Vía y Obra, estaba al mando del capataz Don Jacobo Luis  Lutringer (1) quien dirigía una cuadrilla de una veintena de hombres y un muy bien provisto almacén de comestibles con su infaltable armería compuesta de flamantes Winchester y revólveres de alto calibre. (2)

Antes de continuar es preciso ubicar a todos los actores del drama. Primero los habitantes de La Sabana, que son quienes reciben el ataque principal. Los componentes del campamento de Vía y Obras cuyo capataz era Lutringer, que era  personal ferroviario. El personal de La Forestal que trabajaba desmontando a medida que avanzaban las vías y que tenían su propio campamento. Un destacamento militar y policial que dependía del gobierno santafecino, que también tenía su campamento propio porque se trasladaba a medida que progresaba la traza de vías y finalmente los indios tobas del cacique  Marenco que ejecutan el malón.

Debo reconocer que sobre este incidente, en la actualidad, existen dos versiones casi opuestas. Solamente comentaré la que considero la verídica, la que estudié y leí desde siempre en diversos autores liberales o revisionistas; pero conozco   la versión progresista o indigenista de los mismos hechos,  que por supuesto,  justifican el malón, y lo mechan con soldados desertores que ayudaron a los indígenas en lugar de defender a los pobladores y a los ferroviarios. Hay para todos los gustos. El relato modifica a la crónica y a la historia. Cada lector puede elegir la versión que le parezca adecuada. Esta nueva revisión de este tipo de hechos que involucra a personas de pueblos originarios, comenzó en la década de 1980 y goza de muy buena salud y prensa favorable.

Pero debemos regresar  a nuestro malón. El domingo 26 de junio de 1899, se festejaba en La Sabana la festividad de San Juan, pero el problema provendría de sus cercanías. En el paraje denominado La Cueva en el Km. 425 de la línea férrea se hallaba una toldería de indios Tobas que tenían por cacique a un indio llamado José Marenco, quien tenía por costumbre alcoholizar a su gente para incitarlos a cometer toda clase de desmanes. Al amanecer de ese domingo y cuando los habitantes de La Sabana se encontraban aún entregados al reposo, dos empleados de La Forestal que trabajaban en la zona apellidados Villalba y Agüero, avistaron los movimientos de la indiada en pie de guerra, y se dirigieron presurosos a dar la voz de alarma a la indefensa población.  Tras ellos irrumpió el malón dirigido por un cristiano renegado de nombre Juan Saavedra, quien ebrio como sus huestes, venían armados con lanzas, hachas, boleadoras y algunas armas cortas. Acompañaron su ataque con los toques de un clarín, que algunos autores consultados deducen que seguramente fue sustraído a alguna banda de músicos. (3)

El desconcierto en La Sabana fue total y nadie atinaba a organizar una defensa, sino tan solo a encerrarse en las precarias viviendas, donde serían pronto presa de la muerte y el pillaje. (4) La reacción provino del campamento donde se encontraba Lutringer y sus obreros ferroviarios. Todos se armaron con los Winchester y cada uno llevaba dos revolver en la cintura.

El plan defensivo de Lutringer fue sencillo y de una eficiencia notable. Dividió  en dos a sus veinte operarios.  Dos de ellos  quedaron cuidando el campamento con su almacén y su armería, donde habían dejado las armas que los dieciocho restantes no alcanzaron a llevar. A los dieciocho restantes los separó en dos columnas de nueve que entraron en La Sabana por el norte y por el este. Se menciona en el libro de la CEPAL  que: “La certera puntería de los ferroviarios fue produciendo una baja tras otra entre los salvajes, que no esperaban una resistencia de esa envergadura. Con la consecuencia de que varios vecinos, que tenían armas de fuego, se sumaron a las filas ferroviarias produciéndose un combate encarnizado, hasta que un toque de clarín mandado ejecutar por el renegado Juan Saavedra, advirtió a los indios que debían huir de La Sabana.  A Lutringer aún le quedó un resto de munición para organizar la persecución, cosa que resultó infructuosa, pues los ferroviarios actuaban a pie, en tanto que los salvajes iban montados”.

En lo más encarnizado del combate, un poblador de apellido Quiroz, pudo escapar al cerco de los atacantes y de un galope fue en demanda de auxilio hasta el campamento militar/policial, donde a unos seis kilómetros de La Sabana, estaban acampados los batallones 8 y 11 de esta fuerza santafesina. Cuando llegaron estas tropas, los indios ya se habían retirado dejando en La Sabana el trágico saldo de once víctimas fatales entre los pobladores de La Sabana, en su mayoría niños. Por su parte los autores del malón tuvieron numerosos muertos y heridos, pero esa cifra nunca se detalló.

Don Jacobo Lutringer mereció reconocimientos de varios sitios. Del Ferrocarril Santa Fe, un pergamino y un ascenso. De la Presidencia de La nación, “en reconocimiento a la heroica acción por la que La Sabana, la naciente localidad chaqueña, se salvó de la destrucción y la muerte”  firmó un pergamino el General Julio Argentino Roca que ejercía su segundo mandato (12.10.1898 al 12.10.1904). El gobierno del Territorio Nacional del Chaco, en la persona de su gobernador, el general Enrique Miguel Luzuriaga, quien presidiera ese territorio nacional por cuatro períodos consecutivos, desde el 18.08.1891 hasta el 28.01.1905, le otorgó a Lutringer un pergamino de agradecimiento por “salvar la vida y los bienes de los habitantes de La Sabana”.




Observaciones

(1) Es llamativo observar como Don Jacobo Luis Lutringer durante décadas,  en diversas menciones de este incidente, aparece mencionado como Luis J. Lutringer, desapareciendo su nombre Jacobo del texto. Nuestro antisemitismo autóctono no podía tolerar que una persona con un nombre judío pudiese tener una acción llamativamente heroica.

(2) Para 1899, el personal responsable de la construcción de todos los ramales ferroviarios estaban provistos, sobre todo los campamentos de Vía y Obra, que se encontraban aislados del resto del personal, de flamantes Winchester 44-40 (modelo 1873, calibre 10,8 x 33) y de revólveres Smith & Wesson y Colt de diversos calibres.

En realidad los míticos revólveres Smith & Wesson eran en su mayoría españoles, de la fábrica Orbea Hermanos, de Eibar, País Vasco. Orbea obtiene por un lustro entre 1878/1883 la licencia de Smith & Wesson (Springfield, Massachusetts, E.U.)  para fabricarlos en España. Los más requeridos eran los de seis tiros, calibre 44, y fueron muy solicitados por las empresas ferroviarias inglesas y francesas que en ese momento se instalaban en varios continentes.

(3) José Marenco podría ser ebrio, pero no era zonzo. Organizó el malón y facilitó el aguardiente para su indiada, pero lo mandó a  Juan Saavedra al frente de la acción. El se guardó para el malón siguiente. Lo que se dice todo un estratega del combate.

(4) Se conservan algunas fotografías de los cadáveres, de mutilados y de varios niños y niñas gravemente afectadas. Así también de indios muertos y de algunos tomados prisioneros. Considero que no corresponde publicarlas en este blog por razones obvias.



Bibliografía General

Historia de la Conquista del Chaco. Orlando Mario Punzi. Editorial Vinciguerra. 1977.
Orlando Mario Punzi, es un consagrado autor literario e historiador.  Coronel,  Ingeniero Militar; y casualmente hijo de ferroviario. Su padre era Jefe de Estación cuando en un incidente delictivo fue muerto trágicamente.

Historia del  Transporte Ferroviario en América Latina y la integración Económica Regional, Naciones Unidas, CEPAL, Comisión Económica para América Latina, Nueva York, mayo de 1965. 348 páginas.

Academia Nacional de la Historia. Historia de la Nación Argentina. Volumen X, Historia de las Provincias, límites interprovinciales y Territorios Nacionales.
En la misma obra, ver Tomo 22, página 227 y siguientes. Capítulo XVII, Historia del Chaco y de sus Pueblos, Ernesto J. Maeder,  Los gobiernos de Donovan y de Luzuriaga.



miércoles, 13 de noviembre de 2013

William Parish Robertson
                                                                                                      


EL COMBATE DE SAN LORENZO POR WILLIAM PARISH ROBERTSON



Por: Roberto Antonio Lizarazu

En ocasión de publicarse en este mismo blog, el breve apunte titulado El bayo de Pablo Rodrigañez, en fecha 4 de abril de 2012, mencionamos que la noche previa al combate de San Lorenzo, circunstancialmente se encontraron San martín con William Parish Robertson, quien es el autor de Letters on Paraguay, donde da su versión del encuentro y donde a la mañana siguiente es testigo presencial del combate. William es hermano de John, que aparece por estas pampas con las invasiones inglesas  y primo de Woodbine Parish, quien fuera embajador británico en Buenos aires por los años 1825 a 1832 (1).

Por lo que tengo entendido, William Parish Robertson jamás llegó a conocer la traducción al castellano de su libro “Letters on Paraguay”.  Si bien es verdad que desde fines del siglo 19, varios de nuestros historiados de mayor renombre, manejaron traducciones parciales correspondientes a las partes que les hacía falta comentar, y también es probable que contasen con la traducción completa de la obra de Parish Robertson, realizadas de manera doméstica. Hasta fines del siglo pasado se podían conseguir en las “librerías de viejo”  diferentes ediciones fraccionadas de dudosa legalidad de esta obra. Comparando entre ellas se notan numerosas diferencias en la traducción. Tanto de interpretación como de la simple traducción del texto originariamente publicado. Resultando algunas de esas diferencias en la traducción como intencionadamente sospechosas en vez de  auténticas. “Letters on Paraguay”  merece ser leído con detenimiento y atención, dejando al margen nuestras propias posiciones ideológicas, que jamás sirvieron de nada para el entendimiento de los sucesos pasados. (2)

Este trabajo  de ninguna manera  es mérito del suscripto. Solamente me ocupo de dar a conocer el trabajo realizado por Robertson en escribirlo, del doctor José Luis Busaniche en recopilarlo y del Instituto Nacional Sanmartiniano, en publicarlo en Concurso Nacional 2008, Relatos Contemporáneos, Texto Nº 043.

Recopila el doctor Busaniche: Sabido es que San Martín se incorporó al ejército de la revolución con el grado de teniente coronel y formó el cuerpo de granaderos a caballo, con el que intervino en la revolución del 8 de octubre de 1812, derrocando al primer triunvirato. Nombrado coronel, en diciembre de 1812, fue encargado de vigilar las costas del Río Paraná, asoladas por una escuadrilla española procedente de Montevideo. El 3 de febrero de 1813, inició San Martín sus empresas guerreras con el combate de San Lorenzo. Testigo de ese episodio fue Guillermo Parish Robertson, comerciante inglés, poco antes llegado al país y que se encaminaba al Paraguay por Santa Fe, en un destartalado carruaje. Robertson relata su encuentro con San Martín, a quien ya conocía, y describe el combate de San Lorenzo en su libro "Letters on Paraguay".

Por la tarde del quinto día llegamos a la posta de San Lorenzo, distante como dos leguas del convento del mismo nombre, construido sobre las riveras del Paraná, que allí son  prodigiosamente altas y empinadas. Allí nos informaron haberse recibido órdenes de no permitir a los pasajeros seguir desde aquel punto, no solamente porque era inseguro a causa de la proximidad del enemigo, sino porque los caballos habían sido requisados y puestos a disposición del Gobierno y listos para, al primer aviso, ser internados o usados en servicio activo. Yo había temido encontrar tal interrupción durante todo el camino porque sabía que los marinos en considerable número estaban en alguna parte del río; y cuando recordaba mi delincuencia en burlar su bloqueo, ansiaba caer en manos de cualquiera menos en las suyas. Todo lo que pude convenir con el maestro de posta fue que si los marinos desembarcaban en la costa, yo tendría dos caballos para mí y mi sirviente, y estaría en libertad de internarme con su familia, a un sitio conocido por él, donde el enemigo no podría seguirnos. En ese rumbo, sin embargo, me aseguró que el peligro proveniente de los indios era tan grande como el de ser aprisionado por los marinos; así es que Scylla y Caribdis (3) estaban lindamente ante mis ojos. Había visto ya bastante de Sud América, para acoquinarme ante peligrosas perspectivas.

"Antes de desvestirme, hice mi ajuste de cuentas con el maestro de posta y, cuando quedó arreglado, me retiré al carruaje, transformado en habitación para pasar la noche, y pronto me dormí." No habían corrido muchas horas cuando desperté de mi profundo sueño a causa del tropel de caballos, ruido de sables y rudas voces de mando a inmediaciones de la posta. Vi confusamente en las tinieblas de la noche los tostados rostros de dos arrogantes soldados en cada ventanilla del coche. No dudé estar en manos de los marinos.

¿Quién está ahí?, dijo autoritariamente uno de ellos.  "Un viajero", contesté, no queriendo señalarme inmediatamente como víctima, confesando que era inglés. "Apúrese", dijo la misma voz  y salga". En ese momento se acercó a la ventanilla una persona cuyas facciones no podía distinguir en lo obscuro, pero cuya voz estaba seguro de conocer, cuando dijo a los hombres: "No sean groseros; no es enemigo, sino, según el maestro de posta me informa, un caballero inglés en viaje al Paraguay".

Los hombres se retiraron y el oficial se aproximó más a la ventanilla. Confusamente, como pude entonces discernir sus finas y prominentes facciones, combinando sus rasgos con el metal de voz, dije: Seguramente usted es el coronel San Martín,  y, si es así, aquí está su amigo mister Robertson.

El reconocimiento fue instantáneo, mutuo y cordial; y él se regocijó con franca risa cuando le manifesté el miedo que había tenido, confundiendo sus tropas con un cuerpo de marinos. El coronel entonces me informó que el Gobierno tenía noticias seguras de que los marinos españoles intentarían desembarcar esa misma mañana, para saquear el país circunvecino y especialmente el convento de San Lorenzo. Agregó que para impedirlo había sido destacado con ciento cincuenta Granaderos a caballo de su Regimiento; que había venido (andando principalmente de noche para no ser observado) en tres noches desde Buenos Aires. Dijo estar seguro de que los marinos no conocían su proximidad y que dentro de pocas horas esperaba entrar en contacto con ellos.

“Son doble en número", añadió el valiente coronel, "pero por eso no creo que tengan la mejor parte de la jornada".- "Estoy seguro que no", dije; y descendiendo sin dilación empecé con mi sirviente a buscar a tientas, vino con que refrescar a mis muy bien venidos huéspedes. San Martín había ordenado que se apagaran todas las luces de la posta, para evitar que los marinos pudiesen observar y conocer así la vecindad del enemigo. Sin embargo, nos manejamos muy bien para beber nuestro vino en la oscuridad y fue literalmente la copa del estribo; porque todos los hombres de la pequeña columna estaban parados al lado de sus caballos ya ensillados, y listos para avanzar, a la voz de mando, al esperado campo del combate. No tuve dificultad de persuadir al general que me permitiera acompañarlo hasta el convento.       

"Recuerde solamente", dijo, "que no es su deber ni oficio pelear. Le daré un buen caballo y si usted ve que la jornada se decide contra nosotros, aléjese lo más ligero posible. Usted sabe que los marineros no son de a caballo". A este consejo prometí sujetarme y, aceptando su delicada oferta de un caballo excelente y estimando debidamente su consideración hacia mí, cabalgué al costado de San Martín cuando marchaba al frente de sus hombres, en obscura y silenciosa falange. Justo antes de despuntar la aurora, por una tranquera en el lado del fondo de la construcción, llegamos al convento de San Lorenzo, que quedó interpuesto entre el Paraná y las tropas de Buenos Aires y ocultos todos los movimientos a las miradas del enemigo. Los tres lados del convento visibles desde el río, parecían desiertos; con las ventanas cerradas y todo en el estado en que los frailes atemorizados se supondría lo habían abandonado en su fuga precipitada, pocos días antes. Era en el cuarto lado y por el portón de entrada al patio y claustros que se hicieron los preparativos para la obra de muerte. Por este portón, San Martín silenciosamente hizo desfilar sus hombres, y una vez que hizo entrar los dos escuadrones en el cuadrado, me recordaron, cuando las primeras luces de la mañana apenas se proyectaban en los claustros sombríos que los protegían, la banda de griegos encerrados en el interior del caballo de madera tan fatal para los destinos de Troya. El portón se cerró para que ningún transeúnte importuno pudiese ver lo que adentro se preparaba. El coronel San Martín, acompañado por dos o tres oficiales y por mí, ascendió al campanario del convento y con ayuda de un anteojo de noche y por una ventana trasera trató de darse cuenta de la fuerza y movimientos del enemigo. Cada momento transcurrido, daba prueba más clara de su intención de desembarcar; y tan pronto como aclaró el día percibimos el afanoso embarcar de sus hombres en los botes de siete barcos que componían su escuadrilla. Pudimos contar claramente alrededor de trescientos veinte marinos y marineros desembarcando al pie de la barranca y preparándose a subir la larga y tortuosa senda, única comunicación entre el convento y el río. Era evidente, por el descuido con que el enemigo ascendía el camino, que estaba desprevenido de los preparativos hechos para recibirlo, pero San Martín y sus oficiales descendieron de la torrecilla, y después de preparar todo para el choque, tomaron sus respectivos puestos en el patio de abajo. Los hombres fueron sacados del cuadrángulo, enteramente inapercibidos, cada escuadrón detrás de una de las alas del edificio. San Martín volvió a subir al campanario y, deteniéndose apenas un momento, volvió a bajar corriendo, luego de decirme "Ahora, en dos minutos más estaremos sobre ellos, sable en mano".

Fue un momento de intensa ansiedad para mí. San Martín había ordenado que se apagaran todas las luces de la posta, para evitar que los marinos pudiesen observar y conocer así la vecindad del enemigo. Sin embargo, nos manejamos muy bien para beber nuestro vino en la oscuridad y fue literalmente la copa del estribo; porque todos los hombres de la pequeña columna estaban parados al lado de sus caballos ya ensillados, y listos para avanzar, a la voz de mando, al esperado campo del combate. No tuve dificultad de persuadir al general que me permitiera acompañarlo hasta el convento. "Recuerde solamente", dijo, "que no es su deber ni oficio pelear. Le daré un buen caballo y si usted ve que la jornada se decide contra nosotros, aléjese lo más ligero posible. Usted sabe que los marineros no son de a caballo". A este consejo prometí sujetarme y, aceptando su delicada oferta de un caballo excelente y estimando debidamente su consideración hacia mí, cabalgué al costado de San Martín cuando marchaba al frente de sus hombres, en obscura y silenciosa falange. Justo antes de despuntar la aurora, por una tranquera en el lado del fondo de la construcción, llegamos al convento de San Lorenzo, que quedó interpuesto entre el Paraná y las tropas de Buenos Aires y ocultos todos los movimientos a las miradas del enemigo. Los tres lados del convento visibles desde el río, parecían desiertos; con las ventanas cerradas y todo en el estado en que los frailes atemorizados se supondría lo habían abandonado en su fuga precipitada, pocos días antes. Era en el cuarto lado y por el portón de entrada al patio y claustros que se hicieron los preparativos para la obra de muerte. Por este portón, San Martín silenciosamente hizo desfilar sus hombres, y una vez que hizo entrar los dos escuadrones en el cuadrado, me recordaron, cuando las primeras luces de la mañana apenas se proyectaban en los claustros sombríos que los protegían, la banda de griegos encerrados en el interior del caballo de madera tan fatal para los destinos de Troya. El portón se cerró para que ningún transeúnte importuno pudiese ver lo que adentro se preparaba. El coronel San Martín, acompañado por dos o tres oficiales y por mí, ascendió al campanario del convento y con ayuda de un anteojo de noche y por una ventana trasera trató de darse cuenta de la fuerza y movimientos del enemigo. Cada momento transcurrido, daba prueba más clara de su intención de desembarcar; y tan pronto como aclaró el día percibimos el afanoso embarcar de sus hombres en los botes de siete barcos que componían su escuadrilla. Pudimos contar claramente alrededor de trescientos veinte marinos y marineros desembarcando al pie de la barranca y preparándose a subir la larga y tortuosa senda, única comunicación entre el convento y el río. Era evidente, por el descuido con que el enemigo ascendía el camino, que estaba desprevenido de los preparativos hechos para recibirlo, pero San Martín y sus oficiales descendieron de la torrecilla, y después de preparar todo para el choque, tomaron sus respectivos puestos en el patio de abajo. Los hombres fueron sacados del cuadrángulo, enteramente inapercibidos, cada escuadrón detrás de una de las alas del edificio. San Martín volvió a subir al campanario y, deteniéndose apenas un momento, volvió a bajar corriendo, luego de decirme: “Ahora, en dos minutos más estaremos sobre ellos, sable en mano".       

Fue un momento de intensa ansiedad para mí. San Martín había ordenado a sus hombres no disparar un solo tiro. El enemigo aparecía a mis pies seguramente a no más de cien yardas. Su bandera flameaba alegremente, sus tambores y pitos tocaban marcha redoblada, cuando en un instante y a toda brida los dos escuadrones desembocaron por atrás del convento y flanqueando al enemigo por las dos alas, comenzaron con sus lucientes sables la matanza, que fue instantánea y espantosa. Las tropas de San Martín recibieron una descarga solamente, pero desatinada, del enemigo; porque, cerca de él, como estaba la caballería, sólo cinco hombres cayeron en la embestida contra los marinos. Todo lo demás fue derrota, estrago y espanto entre aquel desdichado cuerpo. La persecución, la matanza, el triunfo, siguieron al asalto de las tropas de Buenos Aires. La suerte de la batalla, aun para un ojo inexperto como el mío, no estuvo indecisa tres minutos. La carga de los dos escuadrones, instantáneamente rompió las filas enemigas y desde aquel momento los fulgurantes sables hicieron su obra de muerte tan rápidamente que en un cuarto de hora el terreno estaba cubierto de muertos y heridos. Un grupito de españoles había huido hasta el borde de la barranca; y allí, viéndose perseguidos por una docena de granaderos de San Martín, se precipitaron barranca abajo y fueron aplastados en la caída. Fue en vano que el oficial a cargo de la partida les pidiera se rindiesen para salvarse. Su pánico les había privado completamente de la razón, y en vez de rendirse como prisioneros de guerra, dieron el horrible salto que los llevó al otro mundo y dio sus cadáveres, aquel día, como alimento a las aves de rapiña. De todos los que desembarcaron, volvieron a sus barcos apenas cincuenta. Los demás fueron muertos o heridos, mientras San Martín solamente perdió en el encuentro, ocho de sus hombres. La excitación nerviosa proveniente de la dolorosa novedad del espectáculo, pronto se convirtió en mi sentimiento predominante; y quedé contentísimo de abandonar el todavía humeante campo de la acción. Supliqué a San Martín, en consecuencia, que aceptase mi vino y provisiones en obsequio a los heridos de ambas partes, y dándole un cordial adiós, abandoné el teatro de la lucha, con pena por la matanza, pero con admiración por su sangre fría e intrepidez. Esta batalla (si batalla puede llamarse) fue, en sus consecuencias, de gran provecho para todos los que tenían relaciones con el Paraguay, pues los marinos se alejaron del río Paraná y jamás pudieron penetrar después en son de hostilidades." G. P. Robertson


OBSERVACIONES

(1) Los hermanos William y John Robertson son primos del embajador británico Woodbine Parish, quien es uno de los firmantes el 2 de febrero de 1825 del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre Gran Bretaña y las Provincias Unidas del Río de la Plata.  Por las Provincias Unidas el firmante fue Manuel José García, en su carácter de Ministro Secretario en los Departamentos de Gobierno, Hacienda y Relaciones Exteriores del Ejecutivo Nacional, ejercido por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, el general Juan Gregorio de Las Heras. Woodbine Parish es el autor de Buenos Aires y las Provincias del Río de la Plata, editado en Londres en 1839.

(2) Fueron constante las interpretaciones capciosas de diversos autores  rivadavianos y academicistas, que derivaron de este casual  encuentro entre San Martín y un súbdito inglés. Molesta tanto los “errores” de traducción del relato de Robertson, porque sirven a los propósitos de estos personajes que interpretan cualquier encuentro de San Martín con un súbdito británico, como la demostración palpable de la tutoría de la Lautaro sobre las acciones de nuestro máximo prócer en toda su campaña libertadora. Son innumerables los británicos a los que se les atribuye funciones  de contralor y tutoría de la logia mencionada.

(3) Scylla y Caribidis es la versión inglesa del latin Escila y Caribdis, que son dos monstruos marinos   de la  mitología griega, que situados en orillas opuestas de un estrecho canal de agua, y ubicados cerca de ambas orillas, los marinos intentando evitar a Caribdis pasarían muy cerca de Escila y viceversa. Posteriormente, la tradición identificó a este lugar con el Estrecho de Mesina, entre Italia y Sicilia.  El que pasa, siempre está cerca de alguna de las orillas. Desde la Odisea hasta la historia contemporánea, esta disyuntiva aparece reiteradamente. Una de las últimas corresponde a  la Invasión Aliada por el Sur de Italia, precisamente por Mesina.


martes, 5 de noviembre de 2013


LA RECONQUISTA DE BUENOS AIRES, GERMEN DE LA EMANCIPACIÓN ARGENTINA


Por: Profesora Marta Hebe Loureiro


La Reconquista de Buenos Aires, fue sin lugar a dudas, la puerta de acceso al devenir de la Historia Argentina, el punto de inflexión que marcó el final de la subordinación a la Corona española y el comienzo del deseo de libertad que se efectivizó el 9 de julio de 1816, diez años después.           

La Reconquista fue también el acontecimiento que terminó por demostrar, no sólo el fracaso de la administración española, sino también la derrota británica por el control de esta rica región, que no resignaron hasta 1833, fecha en la que se apoderaron de nuestras Islas Malvinas dependientes de la Gobernación de Buenos Aires, y unos años después el bloqueo anglo- francés en 1845, que provocó, con la Vuelta de Obligado, una reacción social en contra de ese acto de invasión extranjera.             

La victoria en Trafalgar en 1805 sobre la escuadra franco-española dejó claro quién era  el dueño de los mares, y es por ello que Gran Bretaña recurrió a atacar en los puntos más débiles de sus enemigos: las colonias españolas en América.

 La invasión británica en 1806 articuló los acontecimientos internacionales con los  movimientos indigenistas y criollos que precedieron a los de 1810. Confiados en el apoyo que esperaban encontrar, debido a los planes que Miranda había presentado ante la corona británica tendientes a la independencia de estas tierras, los británicos cometieron un grave error: subestimaron la alianza que ambos grupos llevaron a cabo para repeler esta invasión, al decir de Manuel Belgrano “el amo viejo o ninguno”, y
que muchos jefes militares y políticos que actuaron durante las Invasiones Inglesas terminaron como protagonistas de la política rioplatense de los años subsiguientes entre ellos Cornelio Saavedra, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Juan Martín de Pueyrredón Martín de Álzaga y Santiago de Liniers entre otros.

 Sin duda, la Reconquista de Buenos Aires en 1806 fue el campo de pruebas de nuestra libertad, de una nación que tomó por sí misma el manejo de su propio destino, el amanecer de nuestra nacionalidad.                                                                       
  
El Río de la Plata durante 1806 y 1807 tuvo que hacer frente a dos incursiones británicas. La aplicación del Reglamento de Libre Comercio de 1778 no eliminó el carácter monopólico del sistema comercial español, el que privaba a los comerciantes ingleses de un importante mercado para sus productos.

Las Invasiones Inglesas no fueron inesperadas, desde hacía una década la Corona española se preparó para eventuales incursiones en sus colonias americanas. (1)             

No es casualidad que los virreyes que se sucedieron en el Río de la Plata fueran militares y de probada experiencia política en América, pues hubo que asegurar el orden interno e internacional del nuevo virreinato iniciado con Cevallos, y así fortalecer en una figura todo el poder; la excepción a ello fue Sobremonte que rompió esa unidad, cuando las circunstancias políticas de su gobierno lo llevaron a perder el poder militar, quedando limitado al poder civil o potestad y éste aún con limitaciones. (2)

 En el plano internacional, a raíz del bloqueo económico impuesto a los productos ingleses en los puertos europeos por parte de Napoleón, el gobierno inglés encontró oportuno lanzar un ataque combinado sobre las colonias que se encontraban bajo la órbita enemiga, de ese modo golpear, no en el centro de su poder, sino en los puntos débiles, de  manera que sin obtener una victoria decisiva, se mejorase gradualmente la situación estratégica general, obteniendo pequeños triunfos y pequeños territorios que hiciesen costoso al enemigo la prosecución de la guerra y ventajosa la posición británica para las discusiones de paz, recurrir a golpear los pies, de tal modo que se viese imposibilitado de caminar. (3) 

El gobierno inglés encontró oportuno lanzar un ataque sobre la colonia de El Cabo, en Sudáfrica, posesión holandesa bajo la influencia napoleónica; su fácil captura hizo pensar que con los medios militares disponibles en aquellas regiones, se podría repetir la operación en el Río de la Plata. Supusieron una colonia mal defendida, enemistada con su gobierno y favorable a la aceptación del invasor que los liberaría del dominio español. Fue indudable la influencia de Francisco de Miranda, el héroe venezolano, quien para obtener el apoyo a sus planes independentistas, sembrara la idea sobre la conveniencia de la importancia de una invasión británica en el Río de la Plata, sin darse cuenta que de esta manera sembró el germen de la emancipación argentina y americana. (4)

Miranda desde 1803 convenció a sir Home Popham de los beneficios de dicha empresa, pero, el gobierno inglés no consideró oportuno atacar las posesiones españolas por temor
a fortalecer la alianza hispano-francesa. Popham  nunca se pronunció sobre los propósitos de la expedición: buscó provocar una sublevación americana,  constituir un punto de apoyo territorial británico,  ambas cosas o  una simple conquista. (5)

Por información de espías, supo lo inconveniente de un ataque sobre Montevideo, por estar fortificado aquel puerto, y sí la conveniencia de desembarcar directamente sobre Buenos Aires,  ciudad desguarnecida y capital política y económica del virreinato  por donde la plata peruana aventuraba la travesía atlántica. (6)

Confiaron en que obtendrían el apoyo de la población, y fue en este  punto en el que los ingleses se equivocaron, pues la base del plan consistió en suponer que la división entre los  criollos y españoles era tan marcada que los primeros recibirían a los invasores como libertadores y constituirían el apoyo político de la ocupación. Esa base fue un gran error  y fue la fuente del fracaso británico. Existió entre ambos bandos una rivalidad y desafecto que se expresó en el desplazamiento que los criollos tenían de la función pública. Dicha rivalidad no llegaba al odio ni adquirió formas de aspiraciones políticas concretas y generalizadas, excepto para una pequeña minoría entre los que se encontraban Rodríguez Peña, Castelli, Pueyrredón, Arroyo y otros. (7)

Es verdad que el virreinato no conoció movimientos políticos en sus primeros años como  los de los comuneros de Antequera en el Paraguay en 1728,  y posteriormente en Corrientes, durante las guerras guaraníticas. Estos movimientos fueron precedidos por la acción de hombres reconocidos como precursores de la emancipación como Francisco de Mendiola en México, Gual en Venezuela, y Antonio Nariño en Colombia, los que revelaron una agitación simultánea que movía los espíritus de ciertos americanos que presentían mejor que la mayoría de sus paisanos el destino de sus respectivas patrias; así se reveló el sentido de unidad que para los precursores tuvo el gesto emancipador, no reducido a los intereses locales sino que llevó el signo de América. (8)

                                                             
El 8 de junio los incursores  estaban frente al Cabo de Santa María, en la costa de la Banda oriental; el virrey Sobremonte seguro  que la amenaza se dirigía a Montevideo, envió su escasa tropa veterana; pero cuando apareció en el río la pequeña flota incursora no fue seguida por un ataque contra el puerto fortificado de Montevideo, comenzó a dudar de que ése fuese finalmente su destino; juzgó imposible que el objetivo fuera Buenos Aires, creyó que los ingleses dañarían la navegación en la boca del Río de la Plata. El desembarco de las tropas de Beresford en Quilmes lo desengañó obligándolo a   Improvisar una resistencia a cargo de los blandengues- veteranos en la lucha de fronteras- y milicianos urbanos. Estas tropas fueron improvisadas e ineficaces. La línea de defensa sobre el Riachuelo se quebró y Beresford entró en Buenos Aires.

Encuentran allí una recepción inesperadamente favorable, mientras que el virrey se marcho con lo más importante de los caudales, y desde el 27 de julio está en Luján, en vana espera de refuerzos formados por la campaña. Pero las corporaciones urbanas se apresuraron a prestar adhesión al nuevo orden, persuadieron al virrey de que entregue los caudales regios  al conquistador, salvando así las fortunas privadas de las que Beresford amenazó recurrir como fuente alternativa de botín. (9) Manuel Belgrano, dejó su testimonio de tal indignante espectáculo, hasta entonces fortaleza de la lealtad a España. (10)

La aparente unanimidad de las adhesiones terminó  por debilitar a los ocupantes y descartar por peligrosa cualquier tentativa de buscar apoyo político de ciertos sectores descontentos con el régimen español. Al conquistar Buenos Aires por propia iniciativa, ignoraba por entero la actitud de su gobierno con esta conquista, pero la acción de los ingleses fue la de mantener a todos los magistrados y funcionarios en sus cargos, y confirmó a los esclavos en el deber de obedecer a sus amos y que no estaba en la intención de las autoridades británicas tender a su emancipación. A pesar de todo, el 4 de agosto implementaron el libre comercio, con muy bajas tasas aduaneras, sentando así las bases de un nuevo pacto colonial. (11)

Sumado a esto, los británicos ofrecieron como garantía de la bondad del nuevo monarca a quien debían obedecer, la seguridad del libre culto católico. Ambas bondades no fueron del todo las esperadas, pues la prometida libertad religiosa no pudo competir con el ánimo de una población católica identificada con la Iglesia y el Estado, del que fue éste su protector y custodio; en cuanto a la libertad de comercio, el libre comercio solo fue la participación dentro de la estructura mercantil inglesa, igualmente proteccionista que la española, aunque más amplia y elástica, oponiéndose a los intereses mercantilistas del grupo comercial monopolista integrado por españoles y aunque menos directamente a las ideas de quienes querían comerciar libremente con todo el mundo, como los comerciantes criollos y los ganaderos exportadores. (12)

A diferencia de Floria y Belzunce, existieron tres espíritus ante la llegada de los invasores, por un lado los que preferían continuar con el viejo amo;  los que se acercaron a los ingleses o colaboracionista, entre los que se contaron Francisco Antonio Cabello y Mesa, el antiguo editor del Telégrafo Mercantil, Manuel Collantes recaudador del ramo de pulperías y un escándalo mayúsculo produjo la noticia de que dos poderosos comerciantes Martín Simón de Sarratea y su cuñado León de Altolaguirre se esmeraron por dar una recepción a Beresford y demás jefes invasores. (13)

Finalmente, estuvieron los grupos más avanzados en ideas políticas y que esperaron de los ingleses ayuda para independizarse, conforme a las ilusorias promesas de Miranda. Juan José Castelli, se entrevistó con Beresford, sin obtener  otra promesa que la de pedir instrucciones a Londres. Pueyrredón, a su vez se entrevistó con Popham, y quedó convencido de la improvisación de los independentistas. Fue entonces allí, días después de la invasión que seprodujo una alianza entre todos los sectores de la población-criollos, peninsulares, comerciantes, productores clérigos y militares- dispuestos a expulsar al invasor inglés. (14)

Los adversarios dentro de Buenos Aires, considerando que el virrey se encontraba en Córdoba , decisión que el tomó  de acuerdo a las conclusiones de la Junta de Guerra, que  el 2 de abril d 1805 le recomendó abandonar Buenos Aires, en el caso de un ataque no resistible y concentrar sus refuerzos de todo el Virreinato más al norte, aislando al invasor del puerto, para luego volver sobre él con fuerzas superiores, medida que cumplió apresuradamente, sin pensar las consecuencias políticas de tal actitud (15), en la ciudad se organizaron grupos de resistencia: Juan Martín de Pueyrredón y Manuel Arroyo y Pinedo, los armaban en la campaña, mientras que un emigrado francés, Santiago de LIniers, capitán de navío acantonado en la Ensenada, prefirió marcharse a la Banda Oriental, y utilizar sus recursos en una reconquista en regla. (16)            

Pasó Liniers a La Colonia y el 18 de julio estaba en Montevideo, donde persuadió al gobernador militar español que le confiase la tropa veterana allí enviada por el virrey. Con esos quinientos cincuenta soldados y cuatrocientos milicianos volvió a embarcarse  en La Colonia. (17). Dos días antes Pueyrredón en la chacra de Perdriel, con un efectivo de mil hombres, tal vez por indisciplina que allí reinaba y por informes de algunos espías al servicio de Beresford, no pudieron mantener el secreto y los planes de la existencia de aquel campamento llegó a oídos de los ingleses. Así fue que el 1 de agosto, sorpresivamente los británicos, con un batallón de infantería reforzado con caballería abortó todo el plan. Lo cierto es que Liniers, enterado del combate de Perdriel, embarcó desde el puerto de Colonia de Sacramento aquella extraña expedición comandada por un francés al servicio de la corona de España para liberar al virreinato del Río de la Plata del yugo inglés. (18). Confiados en la oscuridad de la noche, alcanzaron la playa cercana a la desembocadura del río de las Conchas,  treinta kilómetros al norte de Buenos Aires. Fue un desembarco sorpresivo, rápido, copiado casi de la doctrina inglesa que al mediodía puso mil hombres de tierra más trescientos de mar en aquella” cabeza de playa”, según la terminología actual, en una operación anfibia que solamente pudo repetirse luego en la reconquista de las Malvinas en 1982. (19)                                     
Liniers ocupó el pueblo de las Conchas (actual San Fernando) sin inconvenientes y sumó voluntarios al Ejército Reconquistador. El 8 permaneció en San Isidro por un fuerte temporal que anegó los caminos a Buenos Aires. El 9 alcanzó Colegiales y el 10, marchó sobre los lodazales y llegó a los corrales de Miserere, al oeste de la ciudad sin combatir, moviéndose con seguridad gracias a los datos proporcionados por los ciudadanos.

Convencido de la victoria final, Liniers y su Ejército Reconquistador que incrementó sus efectivos, intimó  ese día a Beresford, del que obtuvo una respuesta negativa, llevó a que iniciara la marcha de la vanguardia del ejército.(20). El 11 de agosto, con las primeras luces, avanzó sobre el fuerte de Buenos Aires que fue interceptado por una fracción inglesa de doscientos hombres y que fue rápidamente dispersada, el Ejército Reconquistador organizó sus fuerzas en el Retiro. Pueyrredón fue citado por Beresford con la esperanza de que tal vez aceptara condiciones que Liniers ya había rechazado.

 Mientras se desarrollaba aquella reunión, Liniers pasaba revista a su Ejército en el Retiro. De pronto,  observó sobre la costa una nave con bandera inglesa aproximándose. Liniers va a un cañón, apunta, dispara y el mástil central de la nave en cuyo extremo flamea la bandera inglesa cae sobre la cubierta partido en dos. Ya no hay dudas, la victoria sonríe a la causa de la Reconquista, aunque en el fondo, aquel llamado de Beresford a Pueyrredón fue también un disparo que dio en el blanco. A partir de allí nunca la amistad entre Liniers y Pueyrredón volvió a ser la misma.
Por fin llegó el 12 de agosto, martes, día de Santa Clara virgen,  Día de la Reconquista de Buenos Aires  y nacimiento de la República Argentina, que amaneció con neblina y muy frío. (21) 

El ataque estaba previsto para las doce del mediodía iniciado desde el Retiro, en dos columnas. Una por la calle de La Merced, hoy Reconquista, al mando de Liniers, la otra por la calle de la Catedral, hoy San Martín. Una vanguardia constituida por la caballería de Pueyrredón y un número de catalanes, al mando de Sentenach, protegió el movimiento. (22)  

El doce se luchó en las calles mientras desde las azoteas se arrojaron a los ocupantes piedras y tizones ardientes. Las fuerzas de Liniers arrollaron a los inglese hasta el fuerte, donde Beresford izó la señal de capitulación.

Los efectos de la Reconquista de Buenos Aires se hicieron sentir inmediatamente. El 14 de agosto se convocó a un cabildo abierto con el fin de asegurar la victoria obtenida,

cabildo que adoptó formas revolucionarias, pues el pueblo invadió el recinto y exigió se delegara el mando en Liniers. Para salvar las formas legales se designó una comisión que entrevistó al virrey, que bajaba hacia Buenos Aires, primera víctima de aquella nueva potencia, y quien preparó demasiado parsimoniosamente la reconquista de su capital, (23) la que obtuvo que éste delegó en Liniers el mando de armas y en el regente de la Audiencia el despacho urgente de los asuntos de Gobierno y Hacienda. La comisión recomendó al virrey no entrar en Buenos Aires.

Si bien con este procedimiento la legalidad se había salvado, la realidad política era muy otra: por primera vez la población  había impuesto su voluntad al virrey, no sin resistencia de parte de éste. De hecho, puede decirse que la convulsión revolucionaria que culminó en 1810, comenzó con el Cabildo del 14 de Agosto de 1806. (24)

Mientras estos cambios operaban en Buenos Aires, Londres se vio sacudido sucesivamente por la noticia del éxito de la expedición no autorizada, y el impacto de su fracaso final. El gobierno whig, que reemplazó al equipo tory de Pitt, que fue menos afecto a que éste a las ideas independentistas de América y proclive en cambio a la de la conquista, la que se vio súbitamente reforzada por la fácil ocupación de Buenos Aire, y por las presiones de los comerciantes ingleses que vieron en Sudamérica un excelente mercado. Inmediatamente se enviaron a Buenos Aires grandes cantidades de mercaderías y  tropas de refuerzos con la idea de otra expedición para atacar la costa chilena.
     
La noticia de la capitulación de Beresford no tronchó estas esperanzas y provocó los esfuerzos militares para una nueva invasión en el Río de La Plata. (25)   Mientras tanto, los que lograron apartar al rey de su cargo, tomaron a su cargo la organización de la defensa de Buenos Aires ante un posible ataque: el Cabildo quien aumentó sus aspiraciones de exceder el ámbito municipal y Liniers a quien el Cabildo contribuyó a dotar de poder militar. Ambos presidieron la militarización de la ciudad, sobre la base de milicias obligatorias para todos los vecinos de 16 a 50 años con ejercicios cotidianos. (26)
                                                                
La militarización  fue recibida con sentimientos divididos; si bien no faltaron los sentimientos antipatrióticos que se resistían a integrase a la milicia y burlarse del entusiasmo de los reclutas, en la ciudad se despreciaba  tradicionalmente la profesión militar, y en cambio más honorable y lucrativa fue siempre la carrera mercantil. El mismo Belgrano guardó para nosotros una imagen sarcástica de esta sorprendente metamorfosis. En efecto, la militarización creó una nueva elite urbana: los comandantes y jefes de los cuerpos milicianos. El Cabildo –con el Consulado y la catedral- fue la institución que agrupó a figuras provenientes de los sectores locales que a diferencia de aquellos cuerpos, jugaron una gravitación política creciente, creando una nueva elite que la dotará de consecuencias duraderas e institucionalizará los vínculos entre la nueva elite y las masa urbanas así organizadas. (27)

Fue total la derrota de las armas invasoras, que sufrieron 157 bajas, 1600 fusiles perdidos, 8 cañones, y el trofeo más preciado, todas sus banderas. El pueblo de Buenos Aires  que luchó para conseguir la liberación de la ciudad, plasmó en un verso lo sucedido al famoso 71 de Highlanders.                             

Como correspondió a un hombre de honor y militar de palabra el 24 de agosto de 1806, en medio de una solemne función, a la que concurrieron la Real Audiencia y el Cabildo, luego de una tripla salva de artillería, Santiago de Liniers entregó al prior de Santo Domingo las 4 banderas que tomó a los ingleses bajo el patrocinio de Nuestra Señora del Rosario, para que las colocasen en las 4 ochavas del altar mayor. También se envió a Córdoba otras 2 insignias como ofrenda a la misma advocación de Nuestra Señora.Una gran alegría reinó en Buenos Aires y en todo el virreinato, pero vencidos y no escarmentados, los ingleses atacarían de nuevo. (28) 

CONCLUSIÓN

Si se considera la alianza que se efectivizó entre todos los sectores opuestos a la invasión, el destino de los invasores estaba sellado, pues la población no escatimó esfuerzos por recuperar la capital virreinal, empleando para ello todos los medios disponibles, pues aquéllos reunían dos cualidades que los hacía despreciables: para los católicos hijos de Buenos Aires: eran invasores y eran herejes.

Así nació con la defensa de Buenos Aires cuerpos militares, escuadrones de húsares, patricios, como también batallones y escuadrones que se organizaron por afinidades regionales: catalanes, vizcaínos, gallegos, etc. y los criollos, los de patricios, arribeños, correntinos, etc. esta organización, típica manifestación de regionalismo que animó a españoles y americanos, resultó definitivamente nefasta para los afanes centralizadores de la Corona, pues los cuerpos criollos constituyeron un poder militar nativo, que pronto terminó por rivalizar con sus colegas peninsulares, y lo más importante fue que después de 1807 de los diversos regimientos que se formaron, sólo se mantuvieron los compuestos por criollos., de manera que se volvió atractiva y prestigios la carrera militar para estos grupos .Algunos de esos jefes militares fueron los que participaron en la política del Río de la Plata en los años siguientes (Cornelio Saavedra, Santiago de Liniers, Martín de Álzaga).

El Cabildo no dejó de ver el peligro que ese cambio significaba y buscó contrarrestarlo creando un cuerpo miliciano que costearía y mantendría su obediencia- el de Artilleros de la Unión- cuya gravitación fue muy escasa. (29)

A partir de esta división se dio otra consecuencia de la militarización, en la que sin duda los criollos jugaban como una minoría en los sectores altos, su influencia crecía en cuanto que en ese momento comenzó a revertirse en su favor el predominio de los americanos en el conjunto de la población urbana; habían sido marginados por la estructura social que existió desde tiempo atrás, formaron lo que esa nueva élite creada por la militarización tenía específicamente de nuevo.

Por lo tanto, todo ello anticiparía las futuras tormentas de los años subsiguientes, pero la colaboración entre el Cabildo, la milicia y su plebiscitado, duraría dos años más, y sólo cesó bajo la disolución del orden español en las Indias. Dicha colaboración se puso de manifiesto en la eliminación definitiva del virrey, tras de su resonante segundo fracaso. (30)

La semilla de la Independencia ya estaba echada,  la heroicidad de los ciudadanos demostró la capacidad y el valor de los criollos para defender su libertad, un nuevo sentimiento se abrió paso, el de la emancipación. En el Cabildo del 14 de agosto de 1806 ,se cumplió la voluntad popular, en teoría el virrey tuvo  el poder, pero en los hechos, Liniers fue la verdadera autoridad.

La Invasiones Inglesas constituyeron el episodio fundamental, destinado a gravitar en la Historia Argentina, el germen de nuestra emancipación.




OBSERVACIONES

1. Halperín Donghi, T. Historia Argentina de la Revolución a la Confederación Rosista. México, Paidós .1998 pág.24
2.  Floria, C-Belzunce, C.G. “Historia de los Argentinos” Vol. I. Bs. As. Larrousse.1992.  pág.230.
3.  Ibidem. Pág. 235.
4. Floria-Belzunce Op.Cit. Pág. 235
5. Ibidem. pág.237                                                   
6. Halperín Donghi Op.Cit. pág.24                      
7. Floria,C  -Belzunce,C. Op.Cit. pág. 237.
8. Ibidem Pág232-233,                                                              
9. Halperin Donghi Op.Cit. pág. 25
10. Belgrano, Manuel “Escritos Económicos” Buenos Aires, 1954. pág. 52.
11.Halperin Donghi Op.Cit. pág.26                                                           
12. Ferns,H.S.” Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX.” Bs.As., Solar Hachette 1966.pág.60-61
13. Episodios militares de Nuestra Historia”. Bs. As. 2006. fasc. I pág, 32.
14. Floria,C_Belzunce, Op. Cit. 239                                                                       15. Floria,C_Belzunce,C Op. Cit. Pág 239.
16. Halperin Donghi, T. Op. Cit. Pág 27.
17. Ibidem. Pág.27
18. Grl. Maffey, Alberto, “Crónicas de las grandes Batallas del Ejército Argentino” Bs. As.
Círculo Militar, 2000.pág.48.
19. Ibidem. Pág. 50.
20. Ibidem Pág. 51
21. Ibidem Pág. 52 
22. Ibidem Pág.53
23. Floria, C. Belzunce, C. Op. Cit Pág.240.                                                               
24. Ibidem. Pág. 240.
25. Ibidem. Pág. 241
26. Halperin Donghi Op. Cit. Pág.29
27. Ibidem Pág.30
28. Episodios Militares de Nuestra Historia. Op. Cit Pág. 62
29.  Halperín Donghi Op .Cit.  pág.30
30. Ibidem pág, 30



BIBLIOGRAFÍA GENERAL

Carlos Floria –César G. Belzunce- “Historia de los argentinos volumen 1” Buenos Aires, Larrouse, 1992 

Tulio Halperin Donghi ”Historia Argentina de la Revolución a la Confederación Rosista” México, Paidos, 1998

Grl. Alberto Maffey “Crónica de las Grandes Batallas del Ejército Argentino” Buenos Aires, Círculo Militar 2000

“Episodios Militares de Nuestra Historia.1806 Reconquista de Buenos Aires”. Buenos Aires, 2006.