La publicación de estos apuntes sobre Historia Argentina, no tienen otra pretensión que prestar ayuda, tanto a estudiantes como a profesores de la materia en cuestión.

Muchos de ellos, simplemente son los apuntes confeccionados por el suscripto, para servir como ayuda memoria en las respectivas clases de los distintos temas que expusiera durante mi práctica en el Profesorado. Me daría por muy satisfecho si sirvieran a otras personas para ese objetivo.

Al finalizar cada apunte, o en el transcurso del mismo texto se puede encontrar la bibliografía correspondiente a los diferentes aspectos mencionados.

Al margen de ello invitaremos a personas que compartan esta metodología, a sumarse con nuevos apuntes de Historia Argentina.




Profesor Roberto Antonio Lizarazu

roberto.lizarazu@hotmail.com



lunes, 30 de septiembre de 2013

El Padre Furlong en la biblioteca del Colegio del Salvador


EL PADRE GUILLERMO FURLONG S.J.


Por: Roberto Antonio Lizarazu

Segunda Parte

Continúa escribiendo el Padre Guillermo Furlong S.J. su comentario referido a la obra “Una Historia de los Argentinos, con Luces y Sombras” de los doctores Carlos Alberto Floria y César A. García Belsunce.

Apartado 2. De muchísima menor trascendencia es la segunda nota que atribuyen los señores Floria y García Belsunce a la vida misionera, pero vamos a referirnos a la misma, por cuanto algunos autores la han llevado hasta lo coprófilo, (1) y es el aserto de que el régimen de vida de estos pueblos era muy peculiar y organizado hasta el detalle dentro de un concepto comunitario, siendo así que, en toda verdad, era un régimen tan libre como el que puede hallarse hoy día en cualquier comunidad bien ordenada. Ni por asomo tenía parentesco con la vida monacal ni con la militar. Para Lugones y para los lugonistas, en alas de ficciones poéticas, unas veces y de manifestaciones nada limpias, otras veces, todo estaba reglamentado, de suerte que todo se hacía a toque de campana, aun los actos más íntimos de la vida privada. Por eso, según ellos, la vida misionera era sin comparación más reglamentada que la vida monástica. Cada reducción era un gran convento o monasterio, pero con una disciplina sin comparación más detallada que en un noviciado franciscano.
Sería difícil hallar en los novelones más fantasiosos un cuentito más disparatado.

Con la aurora, es verdad, se tocaba para Misa, y aunque era, en los días que no eran de precepto, absolutamente libre para las personas mayores el asistir o no a ella, era el aviso para que todos se dispusieran para emprender el nuevo día, y, pasada una hora, u hora y media, , sólo los niños iban a Misa y después a las aulas, mientras los artesanos marchaban a sus talleres y los que debían ocuparse en la agricultura a sus propios campos o a los de la comunidad, según los días y según las faenas del año, y todo se hacía con la cachaza característica de los indios, y en las horas de trabajo nada había de apuros, antes les placía el conversar los unos con los otros, “a la manera de las mujeres”, en frase de Cardiel.  A las tres o cuatro horas, sonaba la campana para almorzar y descansar, y recién a las tres o cuatro de la tarde, según las épocas, regresaban al trabajo hasta ponerse el sol. Cenaban y pasaban largo rato en conversación o en tocar la guitarra u otros instrumentos, a que eran muy aficionados, y sabiendo que al día siguiente habían de levantarse temprano, se acostaban también temprano.

La libertad de acción personal y colectiva para las personas mayores era tan absoluta como puede ser y es,  hoy día, en todos los países civilizados y cultos de Europa y de América. Lo que no había era lo opuesto a la libertad y que es la ruina de la misma: el libertinaje. Cuando éste asomaba, y asomó en más de una ocasión, era inmediatamente estrangulado. Así se explica la felicidad personal y colectiva que predominó siempre en aquellos pueblos y que fue la nota más sobresaliente de los mismos. Sabían esos indígenas, enseñados por sus maestros, lo que hoy tantos ignoran: que la libertad no precede al deber, sino que es consecuencia del deber  (2) o, en otras palabras, la libertad no está en hacer lo que uno quiere, sino en hacer lo que uno debe.





(1) Es una burla de las exageraciones que Lugones escribiera utilizando como ejemplo a las misiones, en su panfleto de propaganda del socialismo titulado El Imperio Jesuítico, por supuesto en la época socialista de Lugones. Lo de coprófilo se refiere a la regulación, de algunas de las acciones fisiológicas de los que vivían en las reducciones, según la interpretación  de Lugones.


(2) Este criterioso argumento del Padre Furlong es de una actualidad notable. 

viernes, 27 de septiembre de 2013

JUAN MARÍA RUGENDAS (1802-1858)

Desembarco en Buenos Aires, 1845

Casucha de Las Cuevas,  1838

El malón

El rapto de la cautiva, 1845

Estanciero de Mendoza, 1838

Llegada del presidente Prieto a La Pampilla, 1835

Punta de Las Vacas, 1838

Soldado de Montevideo, 1846

JUAN MARÍA RUGENDAS (1802-1858) - SU PASO POR MENDOZA Y EL RIO DE LA PLATA.


Por: Sonia Erica del Valle Pocovi

Pintor de origen alemán que si bien se contacta con círculos de exiliados y enemigos políticos del régimen rosista, no deja de ser un “documentalista” de las tradiciones populares y costumbres regionales de sudamérica, en tiempos de la Confederación Argentina, reflejadas en sus litografías, dibujos y pinturas. Pertenece y es uno de los iniciadores del estilo romántico en América. Su obra cobra valor plástico en sí, más allá de un fin científico.

Hacia 1830 el artista emprende un viaje desde Alemania hacia Sudamérica: primero pasa por Haití y luego de su destierro de México, pasa a Chile y desde allí a Perú, Bolivia, Mendoza y San Luis en 1838.
De su regreso por Chile, hacia 1845, el artista llega a Buenos Aires alternando en un período de casi un año con Montevideo, con próximo destino hacia Río de Janeiro. He aquí algunas de sus obras.


jueves, 26 de septiembre de 2013

PADRE GUILLERMO FURLONG


Por: Roberto Antonio Lizarazu

Primera Parte (B)

Continúa escribiendo el Padre Guillermo Furlong: Para el abambaé, escribe acertadamente Popescu, (1) valiéndose de lo que escribió el padre José Cardiel, que tantos años vivió entre los guaranies, “a cada jefe de familia se le asignaba un lote de magnitud suficiente para segurar el sustento de su familia”. La distribución de los lotes se efectuaban por cacicazgos. “Para esto cada cacique tiene un terruño señalado, del cual toma cada vasallo cuanto ha menester”. Dado que eran imprevisores y solían cultivar, cuando eran dejados a su libre iniciativa, sólo un pequeño pedazo de tierra, algunos curas hacían medir con un cordel lo que les parecía suficiente para el sustento anual de su casa. Trabajar el lote asignado, y recoger sus frutos no era empero una cosa que el indio hiciese de buena gana. Aún peor era acostumbrarse a guardar su cosecha y consumirla progresivamente. “Si Dios les dio buena cosecha, no saben guardarla en su casa. La desperdician sin mirar a lo futuro. Por eso agrega Cardiel, dejando en casa lo necesario para dos o tres meses, se los obliga a que traigan lo demás en sus sacos, a los graneros comunes; y cuando se les va acabando lo de sus casas, se les va dando lo de los graneros”.
“La dirección en el abambaé tendía a ofrecer al indio un mínimum de actividad –hasta cubrir su sustento- un minumum de previsibilidad asegurando el consumo hasta la otra cosecha-, y un minimum de racionalidad, hasta aprender a valorar, a la usanza española, los productos de sus campos. Pero una vez alcanzado el mínimum establecido, la dirección era sustituido por la libertad.

Nadie prohibía al indio trabajar más que el minimum establecido, ni cultivar mayor pedazo de tierra, mayor número de variedades agrícolas o industriales, que las recomendadas por el Cura, tampoco se le impedía vender el sobrante de su cosecha, cuando y a quien deseaba. En tal caso, la libertad de elegir su lugar de trabajo, de decidir independientemente sobre sus planes de producción, de elegir su consumo o intercambiar sus bienes, no era ni abolida, ni prohibida, ni frenada, no controlada; por el contrario era fomentada”. Son asertos de Popescu.

Lugones y otros, igualmente en ayunas de las realidades misioneras, no han dudado en considerar el sistema económico de las reducciones como un anticipo comunista, pero no han tenido en cuenta que una economía dirigida es perfectamente compatible con un régimen de propiedad individual y privada, y en las reducciones de guaranies hubo la primera , desde sus mismos orígenes, y también, desde el principio hubo la segunda. Jamás,  en forma alguna, el “común” monopolizó a las propiedades individuales, familiares y cacicales, pues las hubo de estas tres categorías, y jamás monopolizó las fuentes y medios de producción, ni los frutos de ésta.

No han faltado quienes han aseverado que fue sólo en los últimos tiempos, ya que se estaba en el “siglo de las luces”, que los Jesuítas mitigaron ese su comunismo, siendo así que ya entre 1615 y 1622, mientras fue provincial el padre Pedro de Oñate, ordenó éste que se pagara a los indios todo servicio o trabajo realizado por ellos, como se hacía con los españoles, conchavados para alguna faena, y advertía que eso era de justicia. Años más adelante, en 1647, escribía el general de los jesuitas, Vicente Caraffa, al entonces provincial del Paraguay, Francisco Lupercio de Zurbano, con fecha 3 de noviembre de ese año, y le manifestaba que le habían escrito que, “cuando están los indios en peligro de muerte, algunos (¿padres o indios?) les aconsejan que dejen su hacienda a la Cofradía, y que dirán las Misas, y luego andan solicitando de los padres que uno diga cuatro, otro seis, etc. No permito esto por ningún cabo”.

Como en tiempo de Felipe V (1700-1724) llegara a oídos de este monarca la acusación de que existía una especie de comunismo en las reducciones, dispuso Su Majestad una investigación y para ella debían examinarse todos los autos y demás documentos que, desde un siglo atrás, se habían cursado, pertenecientes al estado y progreso de esas misiones y manejo de los pueblos, que en ellas existían. Tras ocho años de indagaciones, consultas y debates, ese Rey dictó una Real Célula, que Azara, sin duda conoció, pero que, como no favorecía sus ideas preconcebidas, prescindió de ella. Véanse algunas cláusulas de este documento.

“El cuarto punto se reduce a si los indios, en sus bienes, tienen particular dominio, o si éste, o la administración de ellos, corre a cargo de los Padres.”

“Sobre cuyo asunto consta por los informes, conferencias y demás documentos de este expediente, que, por la incapacidad o desidia de estos indios, para la administración y manejo de las haciendas, se señala a cada uno una porción de tierra para labrar, a fin de que con la cosecha pueda mantener su familia, y que el resto de la sementera de comunidad, de granos, raíces, comestibles y algodón, se administra y maneja por los indios, dirigidos por los Curas de cada pueblo: como también la yerba y el ganado: y que de todo este importe se hacen tres partes, la una para pagar el tributo a mi Real Erario, de que sale el sínodo de los Curas; la otra para el adorno y manutención de las iglesias; y la tercera para el sustento y vestido de las viudas, huérfanos, enfermos e impedidos; y finalmente para socorrer a todo necesitado; pues de la porción de tierra aplicada a cada uno para su sementera, apenas hay quien tenga bastante para el año.”


(1) Se trata de Oreste Popescu. Economista e historiador de la economía. Católico Rumano que vivió en nuestro país siendo catedrático de la Universidad Católica Argentina y Director de “Revista Económica”, durante varios años. 

lunes, 23 de septiembre de 2013



EL PADRE GUILLERMO FURLONG  S. J.

Por: Roberto Antonio Lizarazu

Parte Primera (A)

Es muy probable que este trabajo histórico -que transcribiremos- redactado por el Reverendo Padre Guillermo Furlong Cardiff S. J.;  haya sido el último que realizara.  Está confirmado que fue el último que publicara en vida en la Fundación Nuestra Historia, a la que él perteneciera. Publicado en el Número 13, Año VII, Buenos Aires, mayo de 1974, en Nuestra Historia, Revista de Historia de Occidente, que en ese momento dirigiera el Profesor Jorge María Ramallo.

El Padre Furlong nace el 21 de junio de 1889 en Arroyo Seco, provincia de Santa Fe y fallece en Buenos Aires el 20 de mayo de 1974, pocos días después que presentara esta colaboración a la Fundación Nuestra Historia.

No es el objeto de este comentario biografiar al Padre Furlong ni enumerar sus numerosas obras ni trabajos publicados. Simplemente dar a conocer esta colaboración, que si efectivamente no fuese la última, como oportunamente se mencionaba en la Fundación que nombramos, constituye uno de sus últimos aportes historiográficos, dado el orden cronológico de su impresión.

Este trabajo el Padre Furlong lo divide en tres ítem. Aprovechando esa circunstancia y por razones de diagramación en su publicación, nosotros también lo presentaremos en tres partes. A la primera de esas partes la trascribiremos en dos presentaciones, en (A) y (B). Pero la división no es nuestra, así lo redacta el propio autor. 
Para simplificar su reproducción no usaremos comillas. A partir de ahora todo el texto corresponde al Padre Furlong:

Una Historia de los Argentinos, con luces y sombras.

Tenemos felizmente muchos libros de historia argentina que se dejan leer, y son en efecto muchísimas las personas que placenteramente leen los tales libros. Tal la Historia de la República Argentina de Vicente Fidel López, aun que ya bastante anticuada; tal la Historia de la Nación Argentina de Vicente D. Sierra, tan al día como que está en curso de publicación. Pero nos atrevemos a decir que son pocos, son poquísimos los libros de historia patria que sin degenerar en lo novelesco, se hacen leer. Estando como están en las antípodas de la novela, tienen no obstante el atractivo de la novela. Es lo que hace siglos escribió Horacio: “Mostróse genial quien supo unir lo dulce a lo útil” ¿Será tan difícil la conjunción del auténtico historiador con el auténtico literato?

Es a la verdad una empresa difícil componer un libro de historia que, a la vez sea seria y alegre, sea científica y sea amena, sea tal que contente al historiador y tal que contente al literato, y sobre todo que sea de tal índole que toda persona culta, con un mínimun de cultura, se vea obligada a leerlo. Dificilísima labor, pero no imposible, y los profesores universitarios Carlos Alberto Floria y César A. García Belsunce se han animado a componer una “Historia de los Argentinos” de esa naturaleza y aunque parezca paradójico, diríamos que se han atrevido a ello porque “profesionalmente”, ni son literatos ni son historiadores. Catedráticos de una gran cultura general, contaban con lo más necesario: esa gran cultura.

Con arte eximio y con habilidad extraordinaria han sabido reducir a mil páginas de letra mediana, los hechos todos de cuatro y medio siglos, ya que el panorama abarca desde la hazañosa época de Pedro de Mendoza hasta la cómica y trágica que estamos viviendo. (1) “Sea breve” parecería la consigna que en todo momento acompañó a los autores, y la síntesis predomina, sin detrimento de la plenitud del hecho, con sus causas y sus consecuencias. El epíteto y la frase gráfica hacen un gran papel: Rousseau era un “genio confuso”; San Martín era una “personalidad atrayente, pero compleja”; la impopularidad de Rivadavia era “irredimible”, cuando Alvear fue depuesto, la revolución estaba en “estado agónico”. Otras veces nos ofrecen una información plena en pocas palabras, como cuando se refieren a la legislación de Indias y nos dicen que el Monarca español estaba “autolimitado” ya que había leyes que los americanos debían obedecer pero no cumplir, si aquí o allí las circunstancias no eran favorables, puesto que toda ley española era para el bien común; y como cuando con respecto a la cultura colonial de los siglos 16 y 17, se contentan con decirnos que los americanos “vivían las mismas inquietudes de la Península, aunque no se llegó al plano creativo”.

Con gran acierto sostienen estos autores que la revolución argentina nada tuvo que ver con la francesa y lejos de ser hija de aquella, ni fue parienta de la misma, sino que fue hija de la doctrina jurídica española, basada, no en el Contrato Social, sino en el Pacto Político del españolísimo Suárez. No niegan que Miranda fue un precursor, pero señalan dos que le precedieron: el argentino Godoy (2) y el peruano Vizcardo. Si novedosos son los autores en estos y en otros muchos puntos, lamentamos se refieran aún a la “presidencia nacional” de Rivadavia, siendo así que no hubo tal presidencia, ya es inconcebible una presidencia sin Constitución, como es ininteligible una silla sin patas, y tan nada era lo nacional de esa presidencia que la autoridad de la misma no pasó del Arroyo del Medio, si es que llegó hasta ese punto. Extraño es que dos catedráticos de derecho y tal vez de Derecho Constitucional, repitan esa conseja, con todo lo que entraña de circense.

Pero una publicación tan fuera de lo común y que está llamada a tener una grande aceptación, tiene sus sombras, y con todo respeto a los distinguidos autores, vamos a señalar algunas, para que las eliminen en la próxima edición. Es que estar bien informados en todos y cada uno de tantos temas, como comprende la historia argentina, supera ya la fuerza de un hombre y de varios hombres, por más que tengan carismas envidiables. Del Manual de Historia Argentina del Dr. Levene dijo, con alguna verdad, Diego Luis Molinari, que lo escribió su autor en los días de su juventud y pasó lo restante de su vida enmendando lo que entonces escribió.

Con relación a las reducciones o pueblos guaraníes, los doctores Floria y García Belsunce rechazan de entrada el erradísimo título que puso Leopoldo Lugones a su libro, sobre ese tema: “El Imperio Jesuítico”, pero desgraciadamente aceptan no pocas afirmaciones de Lugones, con ser ellas sin comparación más disparatadas que dicho título. Así nos informan que:

1.- A cada familia se le asignaba además de la casa, una porción de tierras para cultivar, pero la producción no le pertenecía al trabajador, sino a la comunidad. También era de propiedad común el ganado, las maderas de los bosques y los instrumentos de trabajo.

Muy de lamentar es que profesores universitarios de tanta prestancia hayan dejado de anotar lo que por lo general consignan hasta los textos escolares: lo que fue el abambaé y el tupambaé, esto es, el campo que era de propiedad de cada indio, y que tenía que cultivar para sí y para los suyos, y el campo cultivado por turnos, por todos los indios, y cuyos productos eran para la comunidad. En manera alguna estaba privado el indio de tener su campo, el de su propiedad, al que cultivaba a su gusto, y cosechaba para sí, y para los suyos los frutos de sus afanes, pero en previsión de lo que pudiera acaecer, dada la falta de previsión por parte del indio, y, a fin de contar con recursos para los gastos generales, instituyeron los misioneros el tupambaé, esto es, “la propiedad de Dios” o “hacienda de Dios”, que era destinada a sostener el culto, el cotiguazú o casa de las viudas, el hospital, las escuelas, los talleres, etc. etc.

El indio, a lo menos en los primeros tiempos, odiaba el trabajo y despreciaba al que trabajaba, y el primer triunfo de los misioneros estuvo en hacerles comprender lo noble del trabajo, lo que obtuvieron sin dificultad, y el segundo el hacerles trabajar, lo que no fue igualmente fácil. Sin embargo, el hecho de que el trabajo, en uno u otro grado, pero siempre llevadero y nada odioso, llegó a ser general, ya que sólo los ancianos y los niños, los enfermos e impedidos por justas causas, estaban exceptuados.

(1) Esto data de 1974. Cualquier similitud con la tragicómica actualidad, es simplemente una constante coincidencia.

(2) Se trata de Fray Juan José Godoy. Nacido el 13 de julio de 1728 en Mendoza y fallecido en 1787 en Cádiz, España. Fraile jesuita y activo precursor de la independencia Americana. Debido a la Pragmática Sanción de 1767, Fray Godoy, comienza una serie de novelescas vicisitudes por América y por Europa dignas de ser narradas por Alejandro Dumas. Su biografía y su obra, merecen la atención de varios cronistas e historiadores chilenos, siendo en nuestro medio absolutamente ignorado. En la Historia de La Nación Argentina, de la Academia Nacional de la Historia, en veintitrés tomos,  no se lo menciona, no existe. Indudablemente no es políticamente correcto para la historiografía liberal.

Por otra parte, y agravando su condición de incorrecto, se debe mencionar que Fray Juan José Godoy fue tío del gobernador mendocino Tomás Godoy Cruz, amigo y colaborador de San Martín en su empresa libertadora.

viernes, 20 de septiembre de 2013

HISTÓRICA HAZAÑA DEL CORRENTINO EUDORO BARRIOS

GEOPOLÍTICA: Teoría de la conformación de Autopista Hídrica Paraná – Paraguay y su conexión con: La Cuenca del Amazonas – La Cuenca del Orinoco – La Cuenca del Negro. Su estudio de factibilidad para que toda Sudamérica quede unida por la navegación con el medio más barato y eficiente que se dispone. Hace 60 años un Correntino demuestra esta factibilidad sin recursos y menos tecnología. He aquí una historia.

Licenciado Jorge Nelson Poma.

HISTORICA HAZAÑA - 15.000 Kms  en bote por Sudamérica                                                                                  (Eudoro Barrios, primero en unir en bote a remo desde  Tigre por el  Paraná, Paraguay, Amazonas y Orinoco hasta la isla de Trinidad y Tobago)

 Por los Profesores: GRISELDA R. MAIDANA. y JOSÉ A. MOREYRA de Esquina Corrientes 2013.

INTRODUCCIÓN

Existen personas que llevan en su interior el espíritu de aventuras. Eudoro Barrios nacido en Esquina Provincia de Corrientes, Argentina, también lo tuvo. Definido por su origen  y marcado a fuego por las explicaciones de una maestra en el nivel primario que le habló y señaló  el recorrido  de los ríos de América del Sur, en un mapa,  comenzó a soñar desde chico con esos cursos.
Hablamos de sueños pero estos no pueden estar descolgados de la realidad,  para estas hazañas tiene que existir también temperamento, una gran persuasión, afecto al deporte, desinterés monetario y unas ganas inmensas de conocerlo todo. De echarlos  a andar, pero con certezas plenas.  Los sueños se cumplen cuando hay una proyección hacia el futuro, temple descomunal para concretarlo y la seguridad plena que se está preparado para soportar todo lo que se presenta en ese rumbo desconocido. 
Seguramente otra persona, de cualquier lugar pueda lograrlo, pero no es casualidad que las grandes empresas sean encaradas por correntinos, la lista si la realizamos, puede resultar extensa y harto agobiadora, pero se ha visto en las gestas libertarias, en el deporte, en la última guerra, lo vemos en los isleños de vida curtida y solitaria, en sus formas de afrontar las distintas tormentas, las del Paraná, Corrientes, o las de la vida.
Ignoramos si Barrios tenía conocimiento de la importancia de la unidad latinoamericana, de haberlo sabido, seguramente conocía las ideas, las buenas intenciones, los escritos de Miranda. Lo plasmado por José de San Martín, Bolívar, Sucre aunque esa primera independencia se haya frustrado. Su fallecimiento en 1992 no le permitió conocer lo que vendría poco tiempo después, la derrota del ALCA, el despertar de la conciencia de los pueblos bajo la conducción de líderes actuales que fraguaron el nacimiento del ALBA. Desconocemos si tenía conocimientos acabados de historia o de política, independientemente que así sea, o no, esto no fue óbice para navegar en bote desde el Tigre hasta Trinidad Tobago durante un año y siete meses. Una proeza única en su tipo, nadie lo intentó y constituye todo un hito de unidad, revalorado  pues fue contra la corriente, navegando, pero  en contra. Hoy vemos como grandes hazañas, que sin dudas también lo son, recorridos en lanchas desde Misiones a Buenos Aires en lancha y lo hacen con el acompañamiento de los medios, patrocinadores, y Barrios hizo todo lo contrario, solo, sin apoyos más que el aliento de los que lo veían pasar o lo albergaban, sin grandes difusiones por la época misma, corría el año 1953 y el reconocimiento a nivel nacional llegó muchos años después al ser entrevistado para el diario argentino Clarín.[i]  

EPÍTOME DE SU VIDA

Eudoro barrios nació en la ciudad de Esquina, provincia de Corrientes el 22 de marzo de 1920.  Parte de su niñez y de su adolescencia  transcurrió en el campo de su abuelo Francisco Barrios llamado “Bonanza” en las Cuchillas (lomas) del Departamento de Esquina. Su madre Claudelina y sus hermanos mayores Alcides e Hipólito fueron luego a trabajar a Rosario.
Viajó luego él  a esa ciudad y estudió como Técnico de Radio, y luego viajó a Buenos Aires, aunque nunca se dedicó a ese oficio, sino que priorizó la labor como operario metalúrgico ya que decía, “en la primera Presidencia de Perón sobraba trabajo”.
Trabajó un tiempo en Plaza Huincul, Neuquén para ahorrar lo suficiente para hacer su viaje de aventuras. Luego se casó en 1970 con Julia Godoy, “Coca”, y tuvo dos hijos, Carlos y Silvia. Lamentablemente enviudó en 1990 pero pocos años después su hija le dio una gran alegría cuando nace Yamila, su nieta, y tiene la suerte de llegar a cumplir su sueño de bailar el Vals con ella en su cumpleaños de 15 a la edad de 89 años. En sus últimos años fue un jubilado que pasa sus días rodeado de familiares y amigos que le brindan un cariño sincero. Falleció el jueves 26 de julio de 2012 a los 92 años.

SU AVENTURA

Cuando tenía 33 años, Eudoro que vivía en Villa Bosch, partido de 3 de Febrero inició una travesía en bote desde la Cuenca Del Plata, San Isidro y fijó como meta navegar por los ríos Paraná, Amazonas, el Orinoco y algo de mar  Caribe hasta Llegar a Trinidad Tobago. Parte de su capital lo hizo trabajando en Plaza Huincul, Neuquén en YPF y primeramente fue a trabajar a Rosario Santa fe, donde también concibió en su mente la idea de ir a visitar a su madre hasta orillas del Arroyo Barrancas, en Libertador Dpto. de Esquina navegando por el Paraná en una balsa. El espíritu aventurero ya lo acompañaba. Antes del  viaje que pudo concretar tuvo un intento fallido llegando solamente hasta Asunción.
No tuvo nunca apoyo de instituciones, gobierno o entidades privadas. Hubo intentos anteriores al de él de realizar este recorrido pero todos fracasaron, y se diferencia de los otros intentos pues este fue hecho de manera individual y los que fracasaron eran grupales. Pero lo más importante es el hecho de conseguir concretar esto pero de manera amateur, también  estaba disminuido físicamente ya que uno de sus pulmones funcionaba al cincuenta por ciento porque estuvo enfermo de tuberculosis y logró reponerse.
Tiene debidamente documentado su viaje ya que en cada puesto de Prefectura de cada puerto de cada país que pasaba hacía certificar su paso, además de los recortes de diarios locales que comentaban su hazaña, fotos de los lugares por donde pasaba y recuerdos como hachas, arcos, flecha y otras cosas que le regalaban las autoridades y los nativos.
Tardó un año y medio en llegar a Trinidad, eso fue a fines de 1953 y al volver también fue entrevistado por muchos diarios y revistas como “El Grafico”, “La Razón”, entre otras. Tuvo anécdotas interesantes como comer carne de mono y otras comidas raras, huir de indios hostiles, sufrir malaria hasta casi morir, estar intoxicado por tomar aguas contaminadas al final de su viaje, explorar zonas poco conocidas en esa época, casi perder su bote en el río, entre otras peripecias.

UN AÑO Y SIETE MESES EN BOTE

El 1° de mayo de 1952 salió  nuevamente del Puerto de San Isidro en el “Guaraní”, bote de 4 metros de eslora (largo), 1,20 de manga (ancho) y 0,40 de puntal (alto), remontando el San Antonio, Canal Honda, y Paraná de las Palmas, para seguir luego por el Baradero hasta San Pedro. Desde allí continuó por el Paraná, llegando a Rosario después de diez días de navegación. A los cinco días de su arribo siguió su rumbo  por el Paraná. Al llegar al norte de San Martín, en la provincia de Santa Fe, lo sorprendió la primera tormenta del viaje; pese a sus esfuerzos, el viento y la lluvia no le permitieron avanzar, optando entonces por tirar el bote a la costa, pasando todo ese día bajo el encerado de la lona. Hasta este punto siempre navegó por la margen izquierda, luego por la derecha hasta Diamante porque por ese lado está la barranca de ese lado y hay pueblos del lado de Entre Ríos. Durante esta primera parte del viaje, durmió muchas veces en chozas isleñas, otras en el bote amarrado a la costa.
En la ciudad de Paraná, Entre Ríos, hace visar el rol (hacer firmar el Libro de Actas) y un mes más tarde, después de soportar varias tormentas que retrasan su viaje, arriba a la ciudad de Esquina, Provincia de Corrientes, en la que pasa una semana en compañía de familiares que allí habitan.
De la costa Correntina cruzó el Paraná en Paso de la Patria, arribando a la isla Cerrito en la desembocadura del río Paraguay, donde comenzó a remontarlo en dirección a la boca del Río Bermejo; ese trayecto lo realizó venciendo grandes dificultades, debido a la fuerte correntada en contra, que le exigió el máximo de su vigor para poder avanzar. En Puerto Bermejo, la corriente es tal, que los moradores en varias oportunidades han tenido que reconstruir sus viviendas, en razón a que el terreno socavado por las aguas, produce frecuentes derrumbes.

ARRIBO AL PARAGUAY
Pasando la desembocadura del Bermejo ya la corriente disminuye, permitiéndole avanzar más regularmente; llegó así a Asunción capital del Paraguay. En esta ciudad permaneció alojado 15 días en el astillero de un argentino: Francisco Bernaza, dedicado a la reparación de dos tablas del forro del bote que se habían aflojado, debido a las tormentas que lo sorprendieron en el trayecto. Después de despedirse de los amigos del lugar, continuó rumbo hacia Bahía Negra, siempre en territorio Paraguayo, donde la incredulidad de los lugareños, relacionada con su raid, da lugar a pintorescas anécdotas.
Al llegar a Puerto Murtinho, toca por primera vez suelo Brasileño, continuando hasta Puerto Coimbra, donde se aprecian las ruinas de fortalezas de la época colonial. Siempre por el río Paraguay, arribó a Puerto Esperanza, donde se había construido un puente ferroviario para la línea que une San Pablo (Brasil) con Santa Cruz de las Sierras (Bolivia).
A fines de septiembre llegó a Corumbá, puerto comercial de mucho movimiento; por él salen todos los productos primarios del Matto Grosso. En esta ciudad, una noche estando  durmiendo como tantas en su bote, fue embestido por una chata tripulada por macateros[ii] ocasionándole la rotura de la borda; teniendo que trabajar febrilmente para impedir el hundimiento del bote. Ante tal situación, al día siguiente se presentó ante la Capitanía para solicitar la indemnización correspondiente, a la que no dieron curso, teniendo en consecuencia que abonar íntegramente el importe de los arreglos. Un mes más tarde continuó su  viaje, siempre por el Paraguay.
A partir de la laguna Gaiba, comienza una zona pantanosa, totalmente despoblada, donde las plagas de mosquitos hacen imposible la vida. Esta región está habitada por gran cantidad de carpinchos, siendo también comunes los yacarés. Antes de llegar a San Luis de Cáceres, puerto pintoresco similar al barrio de la Boca en Buenos Aires por sus casas pintadas de varios colores, desemboca el río Jaurus característico por su fuerte correntada, perteneciente a la Cuenca del Plata. Remontó  150 kilómetros llegando a Puerto Esperideao, donde el comercio se reduce a la compra-venta, especialmente de pieles y otros productos de la selva, luego de esta población el río deja de ser navegable.

A  TRAVÉS DE SELVAS Y RÍOS

Por el atraso producido en Puerto Corumbá, llegó en la época de lluvias, que duran de diciembre a febrero. En estos meses la selva se convierte en un inmenso lago del que emergen árboles enormes, entrecruzados por enredaderas y lianas que son albergue de alimañas, víboras, escorpiones, mosquitos, arañas, etc.; los indios en esos meses se retiran a regiones más altas. Hasta principios de marzo, en que las aguas empiezan a bajar, permaneció en Puerto Esperideao, donde debe hacer su primer transporte por tierra hasta Ponte Lacerda ya en la cuenca del Amazonas, pues el Jaurus es el último de los afluentes del Plata. Recién allí comienzan las dificultades del viaje.
Sale de Esperideao, en marzo de 1953, llevando el bote en un carro tirado por bueyes, por una picada abierta en la selva, hasta Ponte Lacerda. En dos oportunidades pierde por poco los animales de tiro, asustados al olfatear los tigres que abundan en la zona. El viaje por tierra duró 12 días, y muchas tuvieron que abrirse camino en la espesura a fuerza de machete, durante este transporte acompañado de nativos, corren el peligro constante de ser atacados por indios que habitan las selvas.[iii]
El transporte por tierra fue entonces conveniente prolongarlo hasta Villa Bella, pues anteriormente el río es casi desconocido y poco navegable; Barrios desistió de esa facilidad, ya que habría perdido un mes más esperando a que se secaran los pantanos producidos por la reciente estación de lluvias, pues el terreno es muy bajo. En esa alternativa, decidió no perder más tiempo y arriesgarse por Ponte Lacerda, que se encuentra en la margen del río Guaporé, ya en la Cuenca del Amazonas. Frente a este poblado el río tiene unos 20 metros de ancho, y está cegado por camalotes y troncos de árboles caídos. La única manera de avanzar es sobre los camalotes, que tienen una resistencia superior al peso de una persona.
Más adelante el río se estrecha, debiendo abrirse paso a fuerza de machete, con gran pérdida de tiempo e ingentes sacrificios. Otro peligro más concurre a dificultar su marcha, los caimanes. Su alimento en esta parte se reduce a patos silvestres, y animales de la selva. El viaje por el río desde Ponte Lacerda hasta Villa Bella, le llevó 10 días. De noche tomó muchas precauciones, ya que los caimanes en la oscuridad se vuelven sumamente peligrosos. Mientras atraviesa los pantanales disminuye el peligro de los indios, ya que éstos habitan las tierras altas. En Villa Bella, permanece un par de días que aprovecha para hacer visar el rol y conocer el lugar. Siempre por el Guaporé siguió hasta el río Cabixis, este viaje resultó harto peligroso, ya que es una zona totalmente abandonada por la civilización, donde sólo se encuentran indios Nambicuaras, que rehuyen todo trato con el blanco, y viven refugiados en la selva de los Parecis. Para evitar los posibles ataques de estos salvajes, remó siempre por la margen izquierda. En esta zona existen grandes cauchales naturales.
Ya en el bajo Guaporé, se ven chozas habitadas por los hombres que se dedican a la explotación de gomas vegetales. A esta altura del viaje se encuentran tanto en la margen boliviana como brasileña pequeños poblados, también se ven las ruinas del Fuerte del Príncipe de Beira –restos de la época colonial- esto poco antes de la confluencia del Mamoré y Guaporé. En esta zona semipoblada, se encuentran algunas reducciones catequizadoras, que tienen la tarea de civilizar a los indios.
Un mes utilizó en unir Villa Bella con Guajará Miní. Región totalmente infectada por la fiebre amarilla y por el mosquito anófeles, causante del paludismo. En este punto debe efectuar un nuevo transporte terrestre del bote, esta vez en tren, hasta Puerto Bello, sobre un recorrido de 364 Km., paralelos al río.[iv] En el viaje  apreció desde el tren la mayoría de los saltos que le impidieran continuar la navegación, ya que algunos llegan a tener 6 metros de altura. Dos días le llevó este viaje, ya que de noche no se marcha en la selva. Hasta Puerto Bello llegan barcos procedentes de Manaos y Belén, que convierten a este lugar en ciudad comercial de gran importancia, esto fue un reencuentro con la civilización para Eudoro Barrios.

YA EN EL AMAZONAS

Por su caudal de agua, el Amazonas es el río más grande del mundo. Nace en el Perú, y tras recorrer 5.800 kilómetros vuelca sus aguas en el Océano Atlántico. Su cuenca abarca 6.500.000 kilómetros cuadrados, aproximadamente el doble de la República Argentina. Debido a lo corrientoso del río en la época en que Barrios llega a él, emplea una semana en remontar el trayecto entre la boca del Madeira y la Ciudad de Manaos. Barrios después de pasar 15 días en Manaos, siguió remontando el bajo Río Negro,  es poco torrentoso, pero a partir de Santa Isabel comienzan los saltos y los rápidos. Los pobladores de la zona hablan el dialecto tupí. En esta parte de piedras hay que arrastrar el bote con rodillos de tronco o sino abrir camino entre la selva inundada para salvar los saltos. Frente a la Sierra Yacamí (grulla) Barrios estuvo por lo menos 10 días enfermo, tirado en el fondo del bote, presa de las fiebres, amarrado a una isla en el medio del río.
En el alto río Negro, Barrios estuvo cerca de perder su bote. Para poder remontar el río muy torrentoso se agarró de las ramas de los árboles que caían al río y así poco a poco lo fue remontando, pero una de las ramas a las que se había aferrado se quebró y provocó su caída al agua. “El bote se  iba, pero la corriente ayudó porque lo llevó contra unas ramas y unos de los remos que estaba adherido al bote se enganchó con una rama. Nadó unos metros y lo alcanzó. Si se iba estaba perdido”. Aquella embarcación era ante todo su casa, en la que tenía todo lo necesario para sobrevivir y defenderse de los peligros. Si quedaba en medio de la selva en esas condiciones era un gran problema.[v] Con todo, siguió adelante, aun debiendo atravesar el obstáculo que representaba la escasez de dinero,  sobre todo a la hora de probar bocado.[vi]
Más adelante, siempre por el Negro, se llega hasta Cucuy, punto internacional donde se tocan las fronteras de Brasil, Colombia y Venezuela. Frente a San Gabriel, transportó el bote más de 500 metros por tierra pues en este lugar hay varios saltos y rápidos, imposibles de sortear. El río Negro en su confluencia con el Casiquiare, cambia el nombre por el de Guainia. El Casiquiare es un río que une las cuencas del Amazonas y del Orinoco, pero presenta una serie de rápidos y además prolonga el trayecto por las vueltas y curvas. Entonces siguió por el Guainia y luego por el Pimichi. Este río está separado del Temí, perteneciente a la cuenca del Orinoco, por una lonja de tierra de unos 20 kilómetros de ancho. Hizo Barrios este transporte por tierra, en una carreta improvisada, con ruedas cortadas de la circunferencia de los árboles, ayudado por cuatro indios mansos, los “Curripacos”, y llegó así hasta el nacimiento del Temí, ya en la cuenca del tercer gran río de América: el Orinoco, y última parte de su viaje.
El río Temí desemboca en el Atabapo y éste en el Orinoco. En la desembocadura del Atabapo se encuentra el poblado de San Fernando de Atabapo, por donde sale gran cantidad de chicle natural.
Continuando por el Orinoco, al llegar a Samariapo, debió hacer un nuevo transporte por tierra, esta vez de 70 kilómetros, pues el río por los salto se hace prácticamente innavegable, las principales caídas son Caretía, Maipure, Ature, etc. Por tierra llega hasta Puerto Ayacucho, capital del territorio venezolano del Amazonas, este viaje fue hecho en un camión fletado especialmente por el Gobernador, quien a su llegada le tributó un cordial recibimiento en el Palacio de la Gobernación.
A varios días de navegación de Puerto Ayacucho comienzan los llanos venezolanos, donde se encuentran grandes estancias sobre todo a partir de la Boca del Arauca.

CIUDAD BOLÍVAR EN VENEZUELA

Dos semanas después de salir de Puerto Ayacucho, llegó a Ciudad Bolívar, capital del Estado del mismo nombre. La ciudad, con 40.000 habitantes en la época, cuenta con mucho movimiento comercial, en contraste con Puerto Soledad en la otra orilla. Aunque dio por concluida su misión en esa ciudad quiso cruzar en bote por el Mar Caribe hasta la isla de Trinidad y Tobago sumando más riesgos y dificultades a su aventura.
En Ciudad Bolívar lo recibió el Gobernador del estado, ofreciéndole transporte para él y para el bote hasta Puerto España en la isla de Trinidad y Tobago en barcos de la Flota Venezolana de Navegación. Dado el fin deportivo que inspiró a Eudoro Barrios, éste se negó al ofrecimiento, continuando el viaje en el “Guaraní” hasta la desembocadura del Orinoco.[vii]
Después de atravesar el Golfo de Parias, ya en alta mar llegó a Puerto España, en la isla de Trinidad y Tobago, en el Mar Caribe, luego de 5 días de navegación marítima. Debido al esfuerzo agotador, al llegar a Puerto España tuvo que internarse en el hospital más de un mes, hasta estar un poco más repuesto del cansancio y enfermo del estómago porque los últimos tiempos comía cualquier cosa porque se quedó sin dinero y por el agua contaminada que tomó de un arroyo cercano a una bahía donde cargaban brea y el agua tenía un sabor amargo y no podía tomar otra agua del mar por donde venía porque hubiera sido mucho peor.
Trinidad es una isla muy poblada, pero apenas hay un 20 % de blancos. Recibe barcos de todas las nacionalidades, con lo que tiene un movimiento portuario realmente intenso. Trinidad, que es una posesión inglesa, cuenta con población negra, de descendencia africana, amarillos, y pocos europeos, el comercio de bares y almacenes está en manos de los chinos y las tiendas pertenecen en su mayor parte a hindúes.
A fines de 1953 luego de un año y siete meses de navegación Eudoro Barrios llegó al término de su viaje. Embarcado en dos vapores, el segundo desde el Puerto de Santos en Brasil llamado “Alberto Dodero” de la Flota Mercante Argentina, regresó a Buenos Aires acompañado por su inseparable amigo de aventuras, el “Guaraní”, pequeño bote de remos que le sirvió de hogar por casi dos años.

TERCER VIAJE FRUSTRADO, BUENOS AIRES NUEVA YORK

En algún momento Eudoro Barrios contempló la posibilidad de unir Buenos Aires con Nueva York por un recorrido similar hasta Venezuela y luego siguiendo por las costas de los países centroamericanos por el Mar Caribe. Pero la falta de apoyo económico dejó trunca su ilusión. “Nadie quiso ayudarme con esa aventura” dijo. Cuando finalizó su primera travesía, muy destacada por la prensa argentina y sudamericana, Barrios vendió el “Guaraní”, por lo que hubiera tenido que conseguir otro bote para navegar hasta la Gran Manzana. “Ese viaje aún no lo hizo nadie”, dijo entre suspiros. Y remató: “Lo mejor sería arrancar en Nueva York y finalizar en Buenos Aires, así uno ya está en su ciudad”.[viii] 




[i] Tomamos conocimiento de esto luego de leer un artículo en la página web de Actualidad Esquina cuyo director es el Prof. Eduardo Schweizer. Luego, tuvimos contacto con su hija Silvia quien amablemente nos relató todos los pormenores de la travesía de su padre y alcanzó fotos y documentos junto a recortes de diarios de distintos países. Y lo curioso de todo esto es que los sueños de este hombre no acababan con esta empresa concretada, quería unir Buenos Aires con Nueva York y no lo ayudaron. Esto demuestra que tenía claro lo que quería, era conocedor que este viaje no lo había realizado nadie, y quería ser el primero. La suerte esquiva en este caso, la indiferencia y otros factores determinaron que no pueda hacerlo.
[ii] Comerciantes que venden y compran cualquier cosa, especialmente pieles y fariñas caseras.
[iii] Nota significativa es que en Ponte Lacerda, los salvajes queman las canoas de los civilizados o las echan a la corriente.
[iv] Ese tren construido 50 años antes, es el famoso ferrocarril de la muerte del Brasil porque durante su construcción murieron muchos obreros por enfermedades y atacados por los indios.
[v] “Llevaba ropa, un mosquitero, un toldo y una hamaca paraguaya alta, para evitar que lo mordieran los caimanes”.
[vi] “Llegó a poblaciones indígenas que lo alimentaron y obsequiaron fariña, único alimento que se podía conservar . . . En Brasil alcanzó a comer asado de mono o anta, otra cosa no había, . . . También los guisados de pato o pescado . . . y se  alimentaba de frutas y palmitos”.
[vii] Casi al salir de Venezuela como se había instaurado en aquel tiempo un gobierno de tono dictatorial (la Presidencia de Marcos Pérez Jiménez) y cerca de la costa un policía fronterizo lo apuntó con su arma al confundirlo con un contrabandista de Trinidad y Tobago por lo distinto de su bote a los de la zona. Luego de aclarado el incidente lo invitó a almorzar a una casa que había ahí cerca.
[viii] BIBLIOGRAFÍA: Manuscrito escrito para homenajearlo en sus 90 años y entregar a amigos y familiares - Reportaje a su hija en www.actualidadesquina.com.ar - Charla de los autores con la hija de Eudoro Barrios - Documentos firmados en distintos puntos de América que certifican su presencia - Diario El Nacional de Caracas, Venezuela, Noviembre de 1953 - Constancias de  Prefecturas de Manaos Brazil y Ciudad Bolívar, Venezuela - Diarios No Mundo de Manaos, Brazil, 1955 - A Tribuna de Santos, Brazil, 1954 - El Luchador de Ciudad Bolívar, Venezuela, 1953 -  Trinidad Guardian de Trinidad Tobago, 1953 - La Razón, de Argentina, Diciembre de 1953 - Clarín de Argentina, 1992 - Revista El Gráfico, 1953 - Revista Neptunio de Bs As, 1953 - Revista Yurú Peté, 1953 - Fotos aportadas por los descendientes.

jueves, 19 de septiembre de 2013

EL REGRESO DEL REGIMIENTO DE GRANADEROS A BUENOS AIRES



EL REGRESO DEL REGIMIENTO DE GRANADEROS A BUENOS AIRES

Por: Rogelio Alaniz
 
El 19 de febrero de 1826 los vecinos de la ciudad de Buenos Aires contemplaron con algo de asombro y un cierto toque de indiferencia a una caravana de carretas precedida por hombres de a caballo, que ingresaba a la ciudad de Buenos Aires. No era una tropa de reseros, no eran gauchos venidos desde alguna estancia, no eran comerciantes o proveedores de la pulpería. Había en ellos, a pesar de las ropas gastadas y polvorientas, a pesar de las barbas crecidas y el visible deterioro físico de algunos, una gallardía, una dignidad íntima, una cierta altivez en la mirada que provocaba inquietud y desconcierto.

Pronto un rumor empezó a circular entre los vendedores ambulantes, los troperos de la plaza, algunos parroquianos de los bares de la zona, las chinas que marchaban con los atados de ropa para lavar en la costa. Esos hombres de mirada hosca, mal entrazados, eran, nada más y nada menos, los granaderos de San Martín que regresaban a su ciudad luego de catorce años de ausencia.

En efecto eran los restos de mil hombres del flamante cuerpo de granaderos que marcharon en su momento a Mendoza para incorporarse al Ejército de los Andes. Desde ese momento el regimiento estuvo en todas y no faltó a ninguna. Peleó en Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Bolivia. Ganaron y perdieron batallas, pelearon bajo los rayos del sol y en medio de tormentas y borrascas; no dieron ni pidieron cuartel. Mataron y murieron sin otra causa que la de la patria. De sus filas salieron generales, oficiales y soldados valientes. Bolívar, Sucre y Santander ponderaron su disciplina, su coraje, ese orgullo íntimo que exhibían por ser granaderos. San Martín, tan ajeno a los elogios fáciles, dijo de ellos: “De lo que mis granaderos son capaces de hacer, sólo yo lo sé; habrá quien los iguale, quien los supere, no”. Don José sabía de lo que hablaba.

Pero regresemos al lunes 19 de febrero de 1826. Hacía calor en Buenos Aires, y cerca del mediodía no era mucha la gente que se paseaba por la zona de la Recova y la Plaza Mayor. A los rigores de la temperatura, se sumaban los avatares de la política. Bernardino de Rivadavia acababa de asumir la presidencia, un mandato otorgado por un Congreso que ya empezaba a ser impugnado por buenas y malas razones. Desde hacía unos meses, Brasil nos había declarado la guerra y, para escándalo de los ganaderos federales, el Congreso había iniciado el debate para capitalizar la ciudad de Buenos Aires.

No, no eran buenos aires los que soplaban en el Río de la Plata en esa calurosa mañana. Los vientos de la guerra soplaban amenazantes. La guerra contra Brasil, pero también las guerras civiles. Ni el gobierno ni los opositores tenían ganas de recibir visitas inoportunas, visitas que recordaran tiempos viejos y al nombre de San Martín; un nombre incómodo para una ciudad que no le perdonaba no haber movilizado a las tropas en Chile para defender a Buenos Aires del ataque de las montoneras federales de López y Ramírez.

La caravana llegó hasta la Plaza Mayor, los hombres ataron los fletes en los palenques y se protegieron de los rayos del sol bajo la sombra de la Recova. Nadie salió a recibirlos; no hubo ni ceremonias oficiales ni privadas. Nadie los esperaba y nadie parecía tener muchas ganas de hablar con ellos. Ellos tampoco se quejaron o levantaron la voz. Estaban acostumbrados a las ingratitudes.

Repuestos del viaje, el “trompa” Miguel Chepoya hace sonar su trompeta -la misma que vibró en San Lorenzo- frente a la Pirámide de Mayo. Algunos vecinos miran con desconcierto y algo de temor a estos “rotosos” que se comportan de un modo algo extravagante. ¿A quién se le ocurre hacer sonar una corneta ridícula un lunes a la siesta? Es verdad, ¿a quién se le puede ocurrir semejante cosa en el Buenos Aires de 1826? Después, en rigurosa formación, marchan hacia el Parque de Retiro donde dejan sus arreos. Sólo algunos curiosos los acompañan. Ni formación especial ni comitivas oficiales. Una semana después, la Gaceta Mercantil les dedica algunos renglones. Nada más. Tampoco ellos piden más. El único orgullo que se permiten estos hombres es ser soldados de San Martín y pertenecer al regimiento que para el Libertador era, como se decía entonces, la niña de sus ojos.

La mayoría de ellos no conoce los entremeses de la política criolla. Seguramente no sabe quién es Rivadavia o Rosas; les basta con saber que conocieron a San Martín y que fueron sus soldados. Motivos tenían para estar orgullosos. Su destino militar en los últimos años estuvo unido a las guerras de la independencia. No faltaron a ninguna cita. Combatieron en Vilcapugio, Ayohuma, Sipe Sipe; desfilaron orgullosos por las calles de Montevideo; estuvieron en San Lorenzo, Chacabuco, Maipú y Cancha Rayada. Después se lucieron en Río Bamba. Pichincha, Junín y Ayacucho. El balance es elocuente: ciento diez batallas en las costillas.

Luego iniciaron el regreso a Buenos Aires. El 10 de julio de 1825 llegaron a Valparaíso bajo las órdenes del coronel Félix Bogado. Nada les resultó fácil. Ni en Valparaíso ni en Santiago los esperaban. Les habían prometido pagarles los sueldos atrasados y no lo hicieron; les habían prometido trasladarlos con las comodidades del caso, y tampoco lo hicieron. El coronel Bogado discutió con políticos chilenos y diplomáticos argentinos. El reclamo era más que modesto: caballos y carretas para regresar a Buenos Aires. Recién en Mendoza, un señor llamado Toribio Barrionuevo, sacó de sus bolsillos unos pesos para financiar el regreso.

El 13 de enero de 1826 salieron de Mendoza en una caravana de veintitrés carretas. Antes de partir, Bogado ordenó un recuento de armas y pertenencias: 86 sables, 55 lanzas, 84 morriones y 102 monturas. Setenta y ocho hombres son los que llegaron a Buenos Aires. De ellos, siete estuvieron desde el principio. Importa recordar los nombres de estos muchachos: Félix Bogado, Paulino Rojas, Francisco Olmos, Segundo Patricio Gómez, Dámaso Rosales, Francisco Vargas y Miguel Chepoya.
 
Dos meses después, Rivadavia se acuerda de ellos y los designa escolta presidencial. Pero las desconfianzas y recelos persisten. Finalmente se corta por lo sano y los disuelven.
Veamos el destino de estos sobrevivientes: Félix Bogado, paraguayo y lanchero, se inició como soldado raso en San Lorenzo y concluyó su carrera militar con el grado de coronel. Cada ascenso lo logró en el campo de batalla. San Martín lo hizo teniente coronel y Bolívar, coronel. Murió en mayo de 1829 en San Nicolás. Estaba pobre y tuberculoso. Hoy un pueblo y numerosas calles lo recuerdan, pero en su momento nadie se acordó de él.

El “trompa” Miguel Chepoya, iniciado en San Lorenzo, se dio el lujo de hacer sonar su trompeta en Ituzaingó. Es la última vez que lo hizo. Murió en su ley. Peleando contra un enemigo extranjero.

José Paulino Rojas era cordobés. También estuvo en todas y en todas fue respetado por su coraje. Ninguna de esas virtudes alcanzaron para salvarle la vida. Rojas, enredado en las guerras civiles, murió fusilado en 1835.

De los otros, es decir de Vargas, Rosales, Olmos y Gómez no dispongo de datos. Es probable que mucho no haya. Por lo general, las grandes biografías no se escriben con las peripecias de estos hombres, cuyo exclusivo patrimonio son las cicatrices ganadas en los campos de batalla. Después, mucho después, llegarán los reconocimientos y los honores.    
 
Bartolomé Mitre dirá del Regimiento de Granaderos: “Concurrió a todas las grandes batallas de la independencia. Dio a América diecinueve generales y más de doscientos jefes y oficiales en el transcurso de la Revolución. Y después de entregar su sangre y sembrar sus huesos desde el Plata hasta Pichincha, se paró sobre su esqueleto y los soldados regresaron a sus hogares trayendo su viejo estandarte bajo el mando de uno de sus últimos soldados ascendidos en el espacio de trece años de campaña”. Buenas y bellas palabras, para hombres que aquel lunes de febrero de 1826 ni siquiera recibieron el saludo de los perros que entonces vagaban libres y salvajes por las calles de Buenos Aires.