La publicación de estos apuntes sobre Historia Argentina, no tienen otra pretensión que prestar ayuda, tanto a estudiantes como a profesores de la materia en cuestión.

Muchos de ellos, simplemente son los apuntes confeccionados por el suscripto, para servir como ayuda memoria en las respectivas clases de los distintos temas que expusiera durante mi práctica en el Profesorado. Me daría por muy satisfecho si sirvieran a otras personas para ese objetivo.

Al finalizar cada apunte, o en el transcurso del mismo texto se puede encontrar la bibliografía correspondiente a los diferentes aspectos mencionados.

Al margen de ello invitaremos a personas que compartan esta metodología, a sumarse con nuevos apuntes de Historia Argentina.




Profesor Roberto Antonio Lizarazu

roberto.lizarazu@hotmail.com



sábado, 22 de noviembre de 2014

Manuel José de Labardén



SIRIPO. UN TRÁGICO AMOR


Por: Roberto Antonio Lizarazu

Desde siempre se supo que el amor tiene oscilaciones extremas, que es ilógico e irracional; y que su devenir puede derivar en la gloria más excelsa –según opinión del exquisito poeta romántico mexicano, Manuel María Flores: Es tocar los dinteles de la gloria- o en una tragedia griega. Platón dedicó varios de sus diálogos  al tema; y que otros autores, posteriormente, le pusieron letra.

En el caso abreviado de hoy no pretendemos meternos con los autores clásicos, Dios nos libre de esas alturas, sino comentar la tragedia que inmortalizara Ruy Díaz de Guzmán en su obra La Argentina,  respecto a las vicisitudes del jefe timbú Siripo, a Lucía Miranda, y a su esposo el capitán Sebastián Hurtado. Esta sería la parte histórica, o por lo menos la más aproximada que conocemos, de la historia de los hechos.

La parte teatral de estos sucesos, ya es otra cosa,  se lo debemos al primer dramaturgo argentino, nuestro Manuel José de Labardén, que escribe en 1786 la tragedia en versos, SIRIPO.  Nacido en Buenos Aires en 1754 y fallecido en la Colonia del Sacramento en 1809. (1)

Por otra parte este argumento, que hechó profundas raíces en la mitología guaraní,  dio pié para la realización, además de la obra de Labardén, de dos operas. La primera de ella del compositor Felipe Boero con libreto de Luis Bayón Herrera, y que fuera presentada el 8 de junio de 1937 en el Teatro Colón. Y la segunda es una obra lírica de Gilardo Gilardi  (25.05.1889-16.01.1963) con libreto de José Oliva Nogueira,  denominada La Leyenda del Urutaú.   El argumento de esta Leyenda del Urutaú, la de Oliva Nogueira, difiere sustancialmente   de la conocida  de manera tradicional, y que se atribuye originaria de raíces guaraníticas paraguayas. Es otra leyenda completamente diferente.

Síntesis del argumento de la obra teatral de Labardén,

Reiteramos, que este argumento de Labardén  está basado en la Historia Argentina del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, de Ruy Díaz de Guzmán, editado en   1612. En su Libro I,  Capítulo VII, De la muerte del capitán don Nuño de Lara, y su gente, y lo demás sucedido. Pero de ninguna manera, ni contando con la mejor buena voluntad, puede considerase una crónica histórica.

Acto 1

Trata de uno de los primitivos dramas del Río de la Plata, y revive la época del Siglo XVI. La acción se desarrolla a orillas del Río Paraná, en el exterior del fuerte Sancti Spíritu, fundado por Gaboto c. 1500. Los españoles que han quedado de guarnición al mando de Nuño de Lara ven transcurrir los días monótonos y sin alternativas de ningún género, pues los indios timbúes se presentan mansos y obedientes a todas les exigencias de los conquistadores.

Pero el odio al invasor germina en el seno de la tribu, azuzada por Siripo, hermano  del cacique Marangoré. Este en cambio se muestra irresoluto y dispuesto a claudicar, porque se halla perdidamente enamorado de Lucía Miranda, esposa de Sebastián Hurtado, a quien ha acompañado en la aventura y temeraria expedición. Siripo consigue decidir a Marangoré y resuelve atacar a los españoles por sorpresa, con la condición de apoderarse de Lucía sin causarle daño alguno.

Nuño de Lara, jefe del destacamento español, resuelve enviar, bajo el mando de Hurtado, una parte de sus tropas a bordo de un velero, para remontar el Paraná y conseguir víveres, que ya no se puede requerir a los timbúes, y ésta es la oportunidad que elige Siripo para penetrar en el fuerte con mentidas muestras de amistad y exterminar durante la noche a los españoles. Entre el fragor de la lucha y el incendio que provocan los timbúes, Marangoré muere y Siripo se apodera de Lucía, reclamando el exterminio de los conquistadores para vengar la muerte de su hermano.

Acto 2

En el campamento de Siripo a orilla del Paraná, Siripo ha heredado de su hermano Mangoré, el cacicazgo, y así mismo, aumenta la pasión avasalladora por la mujer blanca, que fue la causa de la perdición del cacique timbú. Lucía y su padre, don Diego de Miranda, cautivos de Siripo, esperan todavía la liberación con la llegada de Hurtado y los españoles. Entretando, Yara, la india favorita de Siripo  ve con terror aproximarse el día de su repudio, (2) pues Lucía finge no ser indiferente a los requerimientos del cacique, y opone el reparo de la religión que los separa, para ganar tiempo.

Llega Hurtado, ocultando su nombre, como emisario de Nuño de Lara; viene a proponer la paz a cambio del sometimiento de la tribu, o la guerra y la venganza en caso contrario. Con gran asombro, Hurtado encuentra a Siripo dispuesto a someterse y hasta a abrazar la religión cristiana si los españoles perdonan a los timbúes su traición. Cuando Siripo le revela que el amor por Lucía, a quien Hurtado cría muerta en la destrucción del fuerte, es la causa de ese cambio tan inverosímil. Hurtado se niega a creerlo, pero luego, ante la seguridad de Siripo, se indigna y duda de su mujer. Quiere verla e interrogarla a solas. Aparece Lucía y todo se aclara en un tiernísimo diálogo que interrumpe Hurtado quien  se dispone a partir de inmediato para cumplir con su deber de emisario y volver luego a rescatar a Lucía por la fuerza; pero ya es tarde.              

Siripo sabe que Hurtado es el marido de Lucía,  y comprende que ha sido engañado. Ordena a Lambaré que alcance al fugitivo. Lucía, en un arranque de indomable fiereza, apostrofa al cacique, desafiándole a que la hiera en pleno pecho, pues allí encontrará con seguridad a su esposo, a quien no dejó de amar un solo instante. Siripo ciego de ira, va a herirla con su lanza, pero se detiene; su amor por la mujer blanca es más poderoso que su indignación y su dolor.

Acto 3

En un claro en el monte, Lambaré, el hermano Yara,  ha muerto en la lucha sostenida con Hurtado y los suyos. Se encienden hogueras en el bosque, alrededor de las cuales danzas rituales de los timbúes, alejan al muerto los malos espíritus. Yara intenta atraer, con sus apasionados recuerdos, al cacique, cada vez más triste y enamorado de la mujer blanca. Hurtado  prisionero del cacique, será víctima de la venganza que Siripo prepara para castigar a Lucía, quien al ver el peligro que corre su esposo, promete nuevamente amar al salvaje, y no ver más a Hurtado, quien a su vez elegirá nueva mujer entre las más bellas de la tribu.                 

Hurtado comprende el terrible sacrificio de Lucía y queda anonadado cuando Siripo parte llevando a su esposa desvanecida, ante la desesperación de Yara y el asombro de los timbúes, que ven en tal actitud un presagio de grandes males para la tribu. Pero Cayumarí,  el timbú fiel a los españoles, desde el momento en que Lucía curó piadosamente sus heridas, vela atento. Cayumarí  hará que Lucía pueda escapar y llegar con Hurtado, por un oculto sendero hasta el barco español que vigila las costas del río.

Escena final

Cuando ya suponía Hurtado que habían terminado tantas desventuras, la despechada Yara (2)  los descubre, y acuden los timbúes acribillando a flechazos la infeliz pareja. Siripo  al ver caer a Lucía, no puede contenerse y sollozando exclama “Matadme a mi también, Matadme a mi con ella”. Cae el telón. 

Observaciones                            


(1) Manuel José de Labardén o Lavardén como lo rebautizaron en 1947 los cuidadosos puristas de nuestro idioma.       

En relación a   las imprecisiones de los nombres y apellidos de nuestros notables, es todo un tema clásico que ya hemos visto en numerosos Apuntes. Pero el de Labardén o Lavardén, alcanzó niveles de preocupación de estado. Hasta 1940 era Labardén y punto. Los teatros que se erigieron en varios sitios de nuestro país, los institutos educativos, las calles en Buenos Aires (Parque Patricios) y de otras ciudades de nuestro país,  incluso la manera que el propio autor rubricara su apellido,  era Labardén.     

Ramón Castillo asumió la presidencia argentina en 1942 y fue derrocado por Pedro Pablo Ramírez el 4 de junio de 1943. Con Castillo ya asomaba la punta de ese elemento de corrección, de cuidado, de control de nuestro idioma. Al pretender controlar el idioma, alcanzaba los medios escritos, educativos, literarios, radiales, teatrales; y dentro de la palabra radial, las letras de lo que se cantaba.  Por supuesto lo que más se cantaba en ese momento eran tangos y canciones criollas. Mencionaremos  solamente dos paradigmáticos ejemplos de letras modificadas.

El clásico Mano a Mano  de Esteban Celedonio Flores.  
Rechiflao en mi tristeza/ Hoy te evoco y veo que has sido/ en mi pobre vida paria/ solo una buena mujer.
Reemplazado por:
Te recuerdo en mi tristeza / y al final veo que has sido / en mi existencia azarosa / más que una buena mujer.

El tango De barro, de Piana y Manzi,     
Este tango fue editado por la Editorial Julio Korn el 9 de abril de 1943 y la portada registraba la obligatoria frase de Aprobación de Radiocomunicaciones para su libre difusión. Sin embargo finalmente no pudo ser emitido por radio porque en sus versos se incluía la palabra pucho. La cual los censores de turno interpretaban como un vocablo del bajo fondo. Pero hasta para ser censor hay que ser letrado. La palabra pucho es quechua y significa nada más que eso: El resto de un cigarro.
Muchos más debieron modificar sus letras para adaptarse a la  Censura Radial.  Además de los ejemplos mencionados cayeron Cambalache, Mala Junta, Boedo, Los Mareados y otros.

Pero una de las retrógradas facetas más peligrosas del golpe militar de 1943, que pretendía resguardar nuestra pureza idiomática y enderezar las desviaciones filológicas lunfardistas y de mal gusto; y ni que decir de las malas palabras, fue una suerte de denominada Censura radial, al pretender modificar o corregir los apellidos de las personas, las que por diferentes motivos o costumbre habían adoptado.   Por supuesto sobre esta Censura Radial, los gobernantes que eran autocráticos pro fascistas pero no tontos,  no dejaron ni una coma escrita; y menos firmado algo  respecto de esta censura.                   

Pero se hace muy difícil mantener criterio propio cuando el sostenimiento de las academias son efectuadas por el gobierno de turno y para 1945 las más importantes de las academias ya habían sufrido ese estatal cambio de estado.

Hasta que la mismísima Academia Argentina de Letras intervino en esta polémica, que hasta ese momento no lo era, en consonancia con la tara de purismo idiomático que el gobierno nacional impusiera prohibiendo entre otras cosas, el uso de palabras de uso común, en letras de canciones y varios tangos malhablados,  hasta que el apellido de nuestro primer dramaturgo cayera en el tumulto, dejando por escrito y firmado el dislate en cuestión. Había que cambiar  el plebeyo Labardén, por el distinguido y monárquico Lavardén.  Siempre se atribuyó que la familia Labardén eran descendientes de la casa francesa del Marqués de Lavardín, con i latina.                         

Similar dislate hubiese sido si la Academia Nacional de la Historia hubiese pretendido la modificación del apellido de Juan Manuel de Rosas por el de Juan Manuel de Rozas, que era el apellido de su familia, o el de Leandro N. Alem por el de Leandro N. Alen, por similar motivo. Los ejemplos podrían ser decenas.

Por medio de un Acuerdo acerca del idioma, que se registra en el volumen 1 de Actas de 1947, dictaminó que: Como se ha generalizado en el público el error de designar al poeta Manuel de Lavardén, precursor de las letras argentinas, con el nombre de Manuel José de Labardén, error que se ostenta, además, en las calles que llevan este nombre en la ciudad de Buenos Aires. Por todo ello, se declara que el verdadero nombre del mencionado poeta es el de Manuel de Lavardén, y se resuelve dirigir una nota al señor intendente municipal de Buenos Aires para su oportuna corrección. (Páginas 57 y 58 del acta mencionada)

Como es de rigor, cuando el estado pretende regir hasta los giros idiomáticos y precisar cuales son las buenas y las malas palabras, o como se deben escribir  los apellidos de las personas, todo dura un suspiro. En el país nada se modificó. Si hay que reconocer que en la ciudad de Buenos Aires, se cumplimentó la censura de 1947 y oficialmente, la calle en Parque Patricios se denomina  Lavardén, siendo la misma calle límite del Barrio con su nombre con v corta. Lo irónico es que ese mismo gobierno, de la misma ciudad dirige desde 1913, el Instituto Nacional de Arte Manuel José de Labardén, con b larga. Si alguien entiende del tema, ruego tenga la amabilidad de explicarme.

(2) Los guaraníes no tenían Divorcio, pero sí el expeditivo Repudio. Una de las  acepciones más comunes de Yara en tupí-guaraní es: Señora de la casa.



Bibliografía general

Historia Argentina del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, de Ruy Díaz de Guzmán, editado en   1612. En su Libro I,  Capítulo VII, De la muerte del capitán don Nuño de Lara, y su gente, y lo demás sucedido.  Se registra en la Colección Pedro de Angelis. Obras y Documentos Relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata. Tomo I. Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, agosto 1969.

Guillermo Furlong. Historia Social y Cultural del Río de la Plata. Tomo El Transplante Social. TEA, Buenos Aires, 1969.

Sitio Oficial Teatro Colón. Bases de datos de todas las óperas representadas en el Teatro Colón de Buenos Aires, desde 1908.

Boletín del Instituto histórico de la ciudad de Buenos Aires. Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Nº 7 Buenos Aires, 1980.



jueves, 13 de noviembre de 2014


LA GUERRA ARGENTINO-CHILENA CONTRA LA CONFEDERACIÓN PERUANO-BOLIVIANA

Por: Roberto Antonio Lizarazu

Como esta es una guerra que no se enseña, y si se la menciona, se lo hace de manera deliberadamente confusa y sesgada, me imagino la expresión de asombro de más de un lector, al leer que Argentina y Chile fueron aliadas en una guerra contra Perú y Bolivia. ¿Pero cómo, no era que Chile siempre fue nuestro potencial enemigo y Perú y Bolivia nuestros aliados incondicionales? La historia nos enseña que no. En algunos manuales a esta guerra, con “declaración de guerra”, de ambas partes incluida, se la denomina “conflicto” con el objeto de minimizar los hechos. Habría que explicarles a los deudos de los miles de muertos en la misma, que no se preocupen, murieron en una guerra, que solo fue un conflicto.

Cuadro de situación en 1835-1836. Rosas como gobernador de la Provincia de Buenos Aires, ejerce la representación de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina. El objetivo primordial de su política interior era concretar la unificación de las provincias del norte a la Confederación, que fluctuaban con sus políticas secesionistas como ya había ocurrido con políticos afines al unitarismo en Salta, Jujuy y Catamarca.

Por otra parte, El presidente de Bolivia, el Mariscal Santa Cruz, tenía sus propias aspiraciones expansionistas y emular al mismo San Martín y a Bolívar, por medio de un “Gran Plan de Santa Cruz” que llevaría a cabo lo que los primeros no pudieron. La unificación de toda América del Sur, por supuesto bajo su mariscalato. Andrés Santa Cruz, Mariscal de Zepita, había nacido en La Paz, Bolivia, el 5 de diciembre de 1792 y fallece exiliado en Versalles el 25 de septiembre de 1865. Sus comienzos en la milicia boliviana fueron durante la Guerra de la Independencia. Por supuesto enrolándose en las filas realistas. Santa Cruz fue Presidente de Perú en 1827, Presidente de Bolivia desde 1829 a 1839; y Supremo Protector de la Confederación Peruano Boliviana desde 1836 a 1839.

Como no podía ocurrir de otra manera, Francia e Inglaterra meten sus narices y sus uñas en el conflicto. Obtienen concesiones comerciales beneficiosas para su comercio y apoyan al Mariscal contra la Confederación. Todo un clásico de nuestra historia latinoamericana.
Pero volvamos al conflicto. Ya en el mensaje que en 1834 Santa Cruz da en pleno Congreso Boliviano en carácter de presidente, manifiesta lo siguiente: La República Argentina, dividida en tantas fracciones soberanas e independientes cuantas son las provincias que la componen, presenta en su estado actual dificultades insuperables para formar pactos expresos, por falta de un centro de autoridad con quien estipular lo conveniente a nuestros recíprocos intereses. El gobierno de la Provincia de Buenos Aires no puede garantizar la observancia de compromiso alguno que toque a los otros, con quienes estamos en contacto más inmediato. Finaliza su discurso con un agravio a las autoridades de la Confederación disfrazado de halago a su pueblo. “Por lo demás, mantenemos relaciones amigables con aquel pueblo, tan heroico como desgraciado.”

Estas provocativas declaraciones, negando la capacidad al gobierno de Buenos Aires de contar con la aptitud de manejar las relaciones exteriores de la Confederación, con el agregado de declarar que Bolivia mantenía mejores relaciones con varias provincias que con Buenos Aires, constituían un abierto desafío personal a Rosas. Éste comprendió de inmediato el nuevo flanco que se avecinaba. Era esencial cuidar la frontera boliviana, y una de las razones de enviar al general Quiroga para establecer normas de paz entre las provincias del norte fue consecuencia de la importancia que dio a las manifiestas aspiraciones expansionistas bolivianas. Esta tarea fue continuada más tarde por el general Alejandro Heredia.

Existe una carta de Rosas a Heredia de fecha 30 de mayo de 1835, que por razones de espacio no transcribiré. En cambio resumiré la misma al máximo para explicar la situación creada en el norte por las pretensiones bolivianas. Rosas previene a Heredia en el sentido de los ataques llevados a cabo en Tucumán, Salta y Catamarca por parte de unitarios que habían salido de Bolivia con el apoyo de Santa Cruz. Uno de estos enfrentamientos fue el de Javier López, quien es derrotado por tropas de Quiroga en el combate de Monte Grande. Los prisioneros capturados confesaron que habían actuado de acuerdo con un plan trazado por el gobierno boliviano, con la intervención del general Rudesindo Alvarado y con la promesa de apoyo del gobernador de Salta Fernández Cornejo.

¿Por qué entra Chile en el conflicto aliada de la Confederación?
Con motivo del alzamiento de Rivera en la Banda Oriental, luego del combate de Carpintería, Oribe encuentra papeles reservados de Rivera e informa a Rosas sobre los mismos. En ellos se descubre la existencia de relaciones secretas entre Santa Cruz, Rivera, los unitarios argentinos y liberales chilenos, quienes apoyados por Inglaterra y Francia tienen por objetivo la caída de los gobiernos federales de la Confederación y el chileno. Al frente de toda esta nueva nación quedaría Santa Cruz. Por otra parte el gobierno chileno obtiene información coincidente por otro medio. La goleta boliviana “Yanacocha” (en ese momento Bolivia tiene salida marítima) que se dirigía de Valparaíso a Arequipa, es requisada por navíos chilenos y se encuentra numerosa correspondencia de liberales chilenos dirigida a Santa Cruz donde se registra material coincidente con los planes de Santa Cruz que tenía Rivera en su poder. Sorprendentemente también se encuentra correspondencia de nuestro Juan Galo de Lavalle, poniéndose a las órdenes del Mariscal boliviano. En honor a la verdad la correspondencia atribuida a Lavalle no lleva firma alguna, pero la mayoría de los autores son coincidentes en que él es el autor de las mismas, por la caligrafía y el estilo de redacción utilizado. (1)

Ataque simultáneo de los complotados en la Banda Oriental y el norte chileno.
La simultaneidad del ataque del general Freyre sobre Chile y el alzamiento de Rivera en la Banda Oriental, no fue ninguna coincidencia. Ambos hechos tuvieron lugar en la primera quincena de julio de 1836, y tenían por objetivos derrotar gobiernos de ideología federal, que flanqueaban por el este y el oeste a la federal Confederación Argentina.

Comienzo de las hostilidades. En febrero de 1837, oficialmente Rosas rompe relaciones con la Confederación Peruano Boliviana y en mayo de ese año, de común acuerdo con Chile, se declaró la guerra. Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán, fue designado comandante en jefe de las tropas de la Confederación Argentina y Diego Portales Palenzuelos, que era Ministro de Guerra y Marina del presidente chileno José Joaquín Prieto, se puso a cargo de las tropas chilenas.

En relación a las tropas argentinas se había organizado como un ejército de operaciones, constituido en su mayor parte por milicianos jujeños, avanzó hacia el norte a mediados de Junio.

Se debe tener en cuenta que la provincia de Tarija cuya indefinición de sus límites era una piedra en el zapato de las autoridades nacionales y sobre todo de las provinciales jujeñas desde 1820, estaba aún sin definir.

Las tropas de la Confederación Peruano Boliviana, no ofrecieron nunca un combate definitivo y se limitaban a ofrecer encuentros parciales y luego reagruparse. Es verdad que estos enfrentamientos parciales les redituaron muy buen resultado ya que casi siempre, por diferentes circunstancias, como el apoyo de la población por ejemplo, les fueron favorables. Felipe Herrera le explica a Rosas lo complejo que le resultaba esta metodología de lucha y los inconvenientes que encontraba. El 21 de octubre escribía lo siguiente: “El gobierno de Bolivia ha trabajado sigilosa e infructuosamente durante tres años, halagando la idea ilusoria de que algunas Provincias Argentinas se agregasen voluntariamente a sus Estados, cansados de las disensiones civiles que las han agitado; sin advertir que el noble orgullo de los verdaderos Argentinos los haría elegir en cualquier circunstancia la muerte, antes de humillarse al Tirano más ambicioso que ha podido ver el suelo americano.

A pesar de esta conducta, abiertamente hostil del Presidente de Bolivia, no se ha hecho hasta ahora por ninguna de las Provincias de esta República, la más leve represalia, guardándose todas las consideraciones que se merece un Gobierno amigo.”

Esto no se trataba de exageraciones de Felipe Herrera. A fines de 1836 el caudillo boliviano Marciano Vázquez reunió una considerable fuerza muy bien armada e instruida militarmente y atacó Mojo, Talina y Tupiza y tomó directamente el territorio jujeño de la Puna. Luego el general británico al servicio de Bolivia, Francisco Burdett O’Connor atacó y tomó Orán, despojando de sus tierras a los pobladores argentinos para ponerlas en manos de ciudadanos bolivianos. En septiembre de 1836 una fuerza boliviana destacada en persecución del coronel Arraya, de las tropas de Heredia, quien huía para refugiarse en territorio argentino violó la frontera una vez más, llegando hasta cercanías de Jujuy.

Las tropas chilenas al mando del General Manuel Bulnes Prieto (futuro presidente chileno) tuvieron mejores posibilidades y demostrando un alto grado de profesionalidad, el 20 de enero de 1839, al presentarles el mismo Santa Cruz un frente de batalla para enfrentarlos, en la Batalla de Yungay, sufrió una categórica derrota que finalmente sería el determinante para el pedido del restablecimiento de la paz. Luego de este pedido de paz por parte de Santa Cruz, los mismos bolivianos produjeron un levantamiento armado que finalizó con el mariscalato y con la confederación con Perú, derrocándolo del gobierno y obligando al exilio de Santa Cruz a Francia. No fue un exilio muy sufrido, pasó sus últimos veinticinco años alternándose entre París, El Havre y Versalles, donde fallece en 1865.

Como ya mencionamos que después de la Batalla de Yungay, Bolivia pide la paz, irónicamente la mediación diplomática para ese logro, estuvo a cargo de Inglaterra y Francia. Las mismas naciones que alentaban a Santa Cruz a segregar provincias argentinas y combatir a la Confederación, ahora eran los responsables de las tratativas de paz. En ocasiones es arduo poder seguir la línea de los hechos históricos sin perderse en el intento.

Detalle del Combate de Yungay que determina el final de la guerra
Como todo enfrentamiento armado que se precie, sobre todo cuando varias naciones participan de él, tiene distintos partes oficiales. Este caso no escapa a esa característica, y como de las cuatro naciones participantes  Chile es la de mayor gravitación, termina siendo el parte oficial  chileno el que genéricamente se utiliza para explicar la batalla (para otros autores combate) de Yungay. (2)

Este resumen está tomado de uno de los partes chilenos, del redactado por el Estado Mayor del General Bulnes Prieto. Después del combate de Puente Buín, el General Manuel Bulnes Prieto prosiguió su retirada durante la noche y, a mediodía del 7, llegaba al campamento de San Miguel delante de Caraz. Se reunió allí al grueso del Ejército y se realizaron enseguida los reconocimientos de la posición enemiga, que también hacía lo mismo y los trabajos de fortificación consiguientes. Mientras tanto, los guerrilleros acechaban por todos lados, dificultando el aprovisionamiento de las tropas. Se pensaba que el Mariscal Andrés de Santa Cruz Calahumana no atacaría, sencillamente porque no necesitaba hacerlo. También se estaba consciente que era imposible mantenerse en San Miguel por muchos días y que la retirada o él reembarco, constituirían un desastre mayor. Los chilenos entonces se mostraron resueltos a pasar al ataque. Gamarra y los demás jefes peruanos, aun cuando reconocían la imposibilidad de mantenerse a la defensiva, se manifestaron más reservados.

Al día siguiente, Santa Cruz, ya al tanto de las resoluciones anteriores, ocupaba una posición en la zona de Yungay-río Ancash. Este río corre de este a oeste, al norte de la población de Yungay. A pesar de que su caudal no es considerable, constituye un obstáculo importante debido a la pendiente abrupta de sus riberas, especialmente la del costado sur. Al N.E. se yergue el cerro Punyán. Una estribación suya hacia el S.W. forma un montículo casi aislado, sumamente escarpado y conocido como cerro Pan de Azúcar. El terreno desciende, en general, hacia el N.W.

El día 16, una gruesa columna confederada se aproximó hasta unas tres cuartos de legua: se trataba de un reconocimiento dirigido personalmente por el Mariscal Santa Cruz. El enfrentamiento era inminente. En la mañana del 20 de enero, el Ejército Protectoral – 6.100 hombres – ocupaba la posición elegida. El general Anselmo Quiroz, con 5 compañías (600) se emplazaron en el cerro Pan de Azúcar (3 de ellas, en la pequeña plazoleta de la cumbre y las 2 restantes en las lomas vecinas de Punyán). La línea principal corría paralela al Ancash y estaba protegida por una barranca de 15 metros de altura que bordea su ribera sur y por la muralla de piedra y barro que había ordenado construir Santa Cruz. Formaba el ala derecha la división boliviana del general Ramón Herrera, apoyando su flanco derecho en los cerros de Ancash, con 2 batallones en primera línea y 2 en segunda línea. El ala izquierda estaba constituida por la división del general Tristán Mora, con dos y medio batallones en primera línea y uno en segunda. Su extrema izquierda tocaba en el río Santa, entonces invadeable. La caballería (600 jinetes) fue ubicada a la espalda de la infantería, en la planicie situada entre la ribera sur del Ancash y el pueblo de Yungay. Santa Cruz se ubicó atrás, en una loma que le permitía abarcar el desarrollo de la batalla y dirigirla.

A las cinco de la mañana del citado día, salió el Ejército Restaurador en dirección al Ancash.


Bulnes ordenó al comandante Pablo Silva, del batallón Aconcagua, que despejara las alturas y las laderas del Punyán. Las dos compañías que las ocupaban se replegaron sobre el Pan de Azúcar luego de un breve tiroteo. A su vez, Bulnes envió a una columna de 400 hombres, bajo el mando del coronel Jerónimo Valenzuela, en dirección al citado Pan de Azúcar. Los soldados emprendieron la dificilísima ascensión del cerro, con ayuda de su fusil, sorteando las piedras que rodaban desde lo alto y las descargas de fusilería de los bolivianos. Fuertemente diezmados, los soldados chilenos lograron llegar a la cima del Pan de Azúcar. En sus filas había marchado la cantinera Candelaria Pérez, que ese día se batió como el más intrépido de los soldados del Ejército Restaurador. Las compañías adversarias que defendían su posición, perecieron todas y con ellas, el general Quiroz que las mandaba, y sus oficiales.

Santa Cruz ordenó que el batallón N°4 cruzase el Ancash y atacase a las fuerzas chilenas por la espalda. Advertido de esta maniobra, Bulnes dispuso que le saliera al encuentro el Colchagua. El comandante Urriola guió a su gente al abrigo de unos matorrales, recibió al batallón enemigo con una descarga colectiva y eliminó la tercera parte de sus efectivos. El N°4 armó la bayoneta y cargó con tal ímpetu sobre el Colchagua que fue necesario reforzar a este último con 5 compañías del Portales. El batallón boliviano se vio obligado a retroceder y a lanzarse sobre las aguas del Ancash, mezclado con sus perseguidores hasta la ribera opuesta.

Envueltas por todos lados, las fuerzas chilenas debieron replegarse y repasar el río con grandes pérdidas. Capturado el Pan de Azúcar, el General en Jefe dispuso un ataque frontal a la posición. Los batallones Carampangue, Colchagua, Portales, Aconcagua, Valdivia, Cazadores del Perú y medio batallón Huaylas se precipitaron al cauce profundo del Ancash. Los atacantes, ya disminuidos en la difícil ascensión de la barranca del río, eran el blanco de las descargas de los fusiles enemigos apostados detrás de las tapias. 

Los chilenos habrían sufrido un descalabro mayúsculo, a nos ser por la notable actuación de la artillería propia. Efectivamente, mientras los disparos adversarios pasaban por alto, los 5 cañones del coronel Marcos Maturana del Campo – emplazados en la altura del Puyán – demolían la pirca que servía de abrigo a la infantería enemiga. El otro cañón estaba en la extrema derecha, a las órdenes del general Castilla. A pesar de ello, las fuerzas adversarias no cesaron sus ataques, hasta que el batallón Portales, que llevaba más de 4 horas de extenuante lucha, empezó a ceder. Las demás fuerzas chilenas también sentían el agotamiento y se lanzaban al Ancash en medio de una confusión indescriptible. Pero justo en aquel momento, emergió la figura del general Manuel Bulnes, quien conservaba toda su presencia de ánimo y contaba con la caballería y con dos y medio batallones de infantería en la reserva. Junto a Bulnes, apareció el coronel Don Fernando Baquedano, que se destacó por su bravura y coraje en el campo de batalla. Ya hacia las cuatro de la tarde, la victoria chilena era total.

Observaciones

(1) En relación a esta correspondencia atribuida a Lavalle, el 17 de agosto de 1837, el mismo Santa Cruz, en ocasión de responder la declaración de guerra de la Confederación, intenta aclarar el tema y explica: “El general Lavalle -es preciso repetirlo- pudo escribir la carta de que tanto uso han querido hacer los dos gobiernos de Chile y de Buenos Aires, pero el jefe del gobierno de Bolivia no ha dirigido jamás carta alguna, ni comunicación escrita de ninguna clase al general Lavalle, ni a ninguno de los hombres que figuran en el partido unitario.” Un párrafo más adelante vuelve sobre el tema “Por último, cuanto a suponer en el gobierno de Bolivia el deseo que jamás ha abrigado de favorecer a los unitarios, no necesitaba asestar sus golpes a la larga distancia en que se halla colocado de Montevideo, teniendo en su poder tantos individuos de aquel partido, hallándose tan cerca de los focos de la revolución argentina y recibiendo continuas invitaciones -que siempre ha desechado- de las provincias argentinas próximas a sus límites, no ya pidiendo socorros para hacer la guerra, sino demandando su incorporación a una república que por tantos años ha estado gozando de las dulzuras de la paz.” Que razón tiene el refrán popular cuando dice: No aclares que oscurece. El principal argumento de los autores que sostienen que la correspondencia es de Lavalle, es precisamente esta aclaración de Santa Cruz donde afirma lo contrario.

(2) El suscripto conoce cuatro partes oficiales diferentes sobre este hecho. Además de seis crónicas de testigos presenciales que participaron del combate. Seguramente existe más documentación al respecto que escapa a su actualización. En este mismo sentido de  divergentes opiniones sobre el tema, es verdad que no se editan libros con las mismas, pero en Internet se puede encontrar, por ejemplo, que esta guerra fue un enfrentamiento entre peruanos-bolivianos contra chilenos-peruanos. Dando a entender que Perú dividió sus fuerzas entre la alianza con Bolivia y otra alianza con Chile y la Argentina no participó. Para que se entienda: En esta batalla, Perú facilitó tropas para ambos lados y la Confederación Argentina para ninguno.

Esta última interpretación, no deja de tener valederos argumentos, porque en ningún documento se registra la participación de tropas oficiales de la Confederación Argentina. Algunos autores sostienen que actuaron cuerpos armados vestidos de paisanos, pero no se registra oficialmente el nombre de ningún jefe ni oficial argentino participando de la misma. Todo muy extraño, porque se supone que una declaración de guerra efectuada por dos naciones cuando se participa en la batalla que sería definitoria y ese dato se conocía previamente a la misma, ambas naciones deberían haber aunado esfuerzos para su victoria.


Bibliografía General

Roberto O. Fraboschi. Rosas y las relaciones exteriores con Francia e Inglaterra. En Historia de la Nación Argentina, de la Academia Nacional de la Historia, Volumen VII (2ª. Parte), Buenos Aires, 1950.

Manuel Gálvez. Vida de don Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, 1972.

Adolfo Saldías. Historia de la Confederación Argentina. Buenos Aires, 1945.

Fuentes Documentales y Bibliográficas para el estudio de la Historia de Chile. Auspiciado por el Gobierno de Chile, Consejo Nacional del libro y la lectura y por la Universidad de Chile.

Carlos Contreras y Marcos Cueto. Historia del Perú Contemporáneo. Desde las luchas por la independencia hasta el presente. Editado por Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, abril 2000-


miércoles, 12 de noviembre de 2014


EN 1820 ARGENTINA Y CHILE COMPETÍAN PARA SER MONARQUÍAS

Por: Roberto Antonio Lizarazu

Sabemos que la institucionalidad de nuestro período independiente comienza el 25 de mayo de 1810. La Independencia Argentina de todo sometimiento extranjero,  se declara en Tucumán el 9 de julio de 1816. La batalla de Chacabuco es del 12.02.1817. La batalla de Maipú es del 05.04.1818.     A pesar de todo ello, sorprendentemente, a partir de 1820 y en plena guerra de la independencia, durante por lo menos un lustro, ambos países se encuentran en gestiones en busca de reyes, príncipes, marqueses y/o condes que se hagan cargo  de nuestros desahuciados gobiernos.  En varias oportunidades mencionamos,  en diferentes comentarios en este blog,  las ideas monárquicas de varios de nuestros próceres. Hoy le toca el turno al menos imaginable de nuestros dirigentes de la primera hora de nuestra conformación nacional. Al Padre de las Luces: a Rivadavia.

Por supuesto estas referencias nunca se mencionan y menos se estudian. ¿A quien se le puede ocurrir que Rivadavia se encuentre comprometido en un proyecto monárquico en estas pampas? Precisamente él, que prácticamente es mencionado como el creador de la República Argentina, buscando algún integrante de cualquier casa monárquica, que se haga cargo de nuestro incipiente país. Hay que reconocer sin embargo, que no era el único con esas aspiraciones, simultáneamente los chilenos estaban tras el mismo objetivo y competían con nosotros por lo mismo: Un príncipe por el amor de Dios.

Sabemos que de hecho Rivadavia detenta el gobierno en dos oportunidades. La primera cuando en 1820 caen el Directorio y el Congreso; y Rivadavia fue convocado por el nuevo gobernador Martín Rodríguez, que lo nombró en el cargo de Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de la Provincia de Buenos Aires. Ocupó su puesto en julio de 1821 hasta mayo de 1824 cuando Juan Gregorio de Las Heras es elegido nuevo Gobernador. Rivadavia en este período es el que hace y deshace los manejos gubernamentales.

La segunda oportunidad que gobierna Rivadavia fue como Presidente de la Nación Argentina, desde el 7 de febrero de 1826 hasta el 9 de agosto de 1827.

Pero estas gestiones promonárquicas que comentaremos, ocurren cuando Rivadavia es Ministro de Martín Rodríguez.

Sabemos que Rivadavia viaja a Europa para tratar de conchabar  algún príncipe desocupado que se atreviese a reinar sobre nuestra incipiente nación. Tras Rivadavia viaja  de apoyo el  Presbítero José Valentín Gómez e inmediatamente tras Gómez viaja Antonio José de Irisarri y una comitiva, con el mismo objetivo de lograr un príncipe, pero para Chile.  Todos se encuentran en Londres haciendo turno para ser recibidos y en carta  del 8 de julio de 1822, Rivadavia  lo pone al tanto al Pbro. Gómez que: “Irisarri le había dado cuenta de sus gestiones para ser recibido por miembros del gabinete inglés, a quienes debía entregar un oficio de O’Higgins y una nota suya, y que si bien se le había prometido que sería llamado en seguida, habían pasado veinte días sin que se lo hubiese citado”.

“En él (En Irisarri) domina la convicción de los grandes riesgos que corre nuestra patria; él parece animado de las mejores intenciones y de los principios que pueden estimarse como los más sólidos en nuestra tan grande como complicada causa; él me ha abierto su opinión de que el único medio que cree capaz de consolidar la Independencia de la América del Sur, es el establecimiento de una Monarquía bajo una protección exterior fuerte y eficaz; me ha asegurado que ésta es la opinión no sólo de los jefes de Chile y Buenos Aires, sino de la parte principal del pueblo y en particular de la última capital (Buenos Aires) él ha ido tan adelante, que me ha manifestado que, para establecer una Monarquía y sostenerla, era preciso formarla de los tres estados comprensivos de lo que componía los virreinatos de Buenos Aires y del Perú y de la Capitanía General de Chile.”

Conviene aclarar algunos detalles, para entender la trama que ocupaba a los gestores promonárquicos que se encontraban en Londres esperando ser recibidos para que les den el visto bueno. En realidad los candidatos a monarcas había que acordarlos con Francia y el apoyo, el sostenimiento y el comercio  de esa monarquía había que conseguirlo de Inglaterra.

Por eso ambas delegaciones, la argentina y la chilena se encontraban divididas. Veamos: Rivadavia estaba en Inglaterra esperando ser recibido por algún ministro y el Pbro. Gómez en Francia arreglando los detalles de los candidatos. Los chilenos hacían otro tanto, Irisarri en Londres y Rivas en Paris. Para Buenos Aires, los candidatos eran varios pero los de mayores posibilidades eran el Príncipe De Luca, heredero del reino de Etruria (Tirrenia).  El Infante don Francisco de Paula candidato de una parte de los borbones españoles y franceses y el duque de Orleáns que era el candidato del Rey de Francia Luís XVIII. Honestamente la terna era de cuarta.

Previamente a todo esto, el Pbro. Gómez se había entrevistado con Jean-José marqués de Dessolles en dos oportunidades, que era Primer Ministro de Francia (1818-1820) y habían acordado que un príncipe de la casa de España, el príncipe de Luca, o el infante don Francisco de Paula, podrían ser los indicados para fundar en Buenos Aires una monarquía. Tanto Rivadavia como Gómez suponían que de esas entrevistas los chilenos no estaban enterados y consideraban que corrían con ventaja en ese aspecto.

Según suponía Rivadavia, Irisarri había partido a Europa ignorando la misión de Gómez ante Dessolles ni de la propuesta de éste de coronar al príncipe de Luca. Por eso cuando le escribe a Gómez que se encontraba en Francia le informa: “Sobre este punto es necesario que Vm. Me exprese su juicio. Yo preveo que si el envío del Sr. Rivas a Paris para entrevistarse con usted se verifica, y si el señor Irisarri se muestra en adelante consecuente, será preciso no sólo instruirlo de todo, sino decidirlo a que pase a ésa, concierte con Vm., vean ambos al Ministro (Dessolles) con el cual pueden adelantar algo el Negocio, y darle al menos mayor formalidad.”

El Congreso de las Provincias Unidas y la candidatura del príncipe de Luca.

No debemos olvidar que para ese momento teníamos un Congreso que estaba nuevamente en  funciones. El Congreso de Tucumán que al tiempo se trasladó a Buenos Aires, y por otra parte,  la gobernación de Martín Rodríguez había finalizado. El nuevo Gobernador de Buenos Aires era Juan Gregorio de Las Heras (2 de abril de 1824 hasta el 7 de febrero de 1826)

A pesar de ello Rivadavia y su comitiva continuaban en funciones en Inglaterra. Generalmente se critica al Congreso, quien oportunamente había aprobado el envío a Europa de un comisionado destinado a recibir a un príncipe de primera categoría para gobernarnos y finalmente el ejecutivo había caído tanto en sus pretensiones que se avino a admitir otro de inferior orden. En mi opinión el Congreso estuvo a la altura de las circunstancias y demostró en la emergencia una notable prudencia y lejos de aceptar el candidato propuesto por el ministro Dessoulles, acordó que tal candidatura fuera anulada por quien podía hacerlo: por Gran Bretaña. Como nuestro ejecutivo no podía o no quería anularlo, el Congreso le pasó la pelota a Gran Bretaña.

Una elemental prudencia aconsejaba no rechazar ni aceptar  la propuesta francesa. Éramos nosotros los temerosos de una alianza entre España, Portugal y Brasil, que para ese momento corríamos serio riesgo de que nos limpiaran del mapa; y fuimos nosotros a pedirles ayuda y candidatos para gobernarnos. Los hechos y el tiempo le dieron la razón al Congreso. Para cuando la noticia de lo acordado por el Congreso llegó a Paris, Dessolles había dejado de ser Ministro de Luís XVIII; las gestiones que había realizado ante España habían fracasado y la candidatura del príncipe de Luca había fenecido antes de concretarse en algo formal.

El Congreso se abocó al asunto en sesión secreta del 27 de octubre de 1824. El 30 se reanudó la sesión secreta, que se suspendió ante la noticia de que Santa Fe había declarado la guerra a Buenos Aires. El 3 de noviembre se comenzó nuevamente a considerar la cuestión, y según se registra en el acta correspondiente: “Se presentó a su consideración, por una parte, la incompatibilidad que envuelve la propuesta con la forma de la Constitución política del estado que estaba sancionada y publicada, aceptada por los pueblos sin contradicción y que el Congreso y ellos (los diputados) han jurado solemnemente observar y sostener; y por otra parte la falta de facultades para variarla, no siendo bajo las formas que ella misma establece para consultar mejor a su estabilidad y permanencia”.

Por su carácter federal La Ley Fundamental aprobada por el Congreso el 23 de enero de 1825, tenía el carácter de Ley constituyente y en su articulado no preveía príncipes ni entenados. En ese momento La Ley Fundamental proyecto presentado por el diputado correntino Francisco Acosta era nuestra Constitución Nacional y Federal; y el Congreso la hizo respetar. El texto citado demuestra que se comenzó poniéndole a la candidatura una tacha constitucional insalvable, suficiente para invalidarla. A pesar de ello se resolvió tratarla teniendo en cuenta que la “expresada propuesta no salía de la esfera de un simple proyecto de negociación.”

No quiero terminar este resumido comentario sin mencionar, primero al padre de la criatura de la La Ley Fundamental que fue  el instrumento institucional que impidió uno de los tantos disparatados proyectos rivadavianos. Me refiero al diputado por Corrientes, Don José Francisco Acosta y Soto, n. en Corrientes el 29.09.1783 y f. en Buenos Aires el 16.10.1837, que se opuso enérgicamente a cualquier  modificación de nuestra constitución vigente en ese momento.  También quiero destacar la posición de otro diputado, el representante por Charcas Jaime de Zudáñez, (1) quien directamente expresó que el no podía contrariar la voluntad expresa de su Provincia de conservar un gobierno republicano, por lo que directamente se oponía siquiera a tratar la propuesta. Gracias al diputado correntino Acosta y Soto y al diputado por Charcas Zudáñez, evitaron el ridículo que hubiese representado traer un gobernante monárquico europeo en plena guerra de la independencia contra la monarquía española.

Observaciones

(1) No se debe olvidar la destacadísima actuación que tiene el diputado por Charcas Jaime de Zudáñez en el Congreso de Tucumán de 1816. Este mismo Congreso es el que se traslada a Buenos Aires.
 El suscripto siempre se queja de lo poco que se reconocen las acciones de nuestros predecesores y reclama el reconocimiento de la modernidad de las personas que hicieron nuestra patria.
En el caso del diputado por Charcas Don Jaime de Zudáñez, Bolivia actuó de manera diferente. Una Provincia Boliviana lleva el nombre de Jaime de Zudáñez. La Provincia de Jaime Zudáñez  se encuentra en el Departamento de Chuquisaca y tiene como capital a la ciudad de Villa Zudáñez.

Argentina por ejemplo se encuentra dividida en provincias y las mismas en Partidos (como Buenos Aires)  o en Departamentos (como Corrientes). Bolivia se divide administrativamente en Departamentos y los Departamentos en Provincias.

Fuente documental. Toda la correspondencia y documentación mencionada, fue dada a conocer por investigaciones realizadas por Ricardo Piccirilli y publicadas en su obra “Rivadavia y su tiempo”. Ediciones Peuser, Tres Tomos, Buenos Aires, 1960.  Es conveniente mencionar que el doctor Piccirilli es el exaltador más importante de Rivadavia.  En la obra mencionada utiliza una hermenéutica rigurosamente liberal y se apoya en la interpretación de Mitre. Está exento de cualquier suspicacia de oposición política u ideológica contra Rivadavia.