Ricardo E. Sagarzazu |
COMIENZO
DE LA INMIGRACION EN
MONTE CASEROS
Por:
Roberto Antonio Lizarazu
En
razón de la importancia que tiene para el conocimiento de la conformación de la
sociedad montecasereña, reproduciremos
el texto del discurso pronunciado por Ricardo E. Sagarzazu el 10 de octubre de
1957 ante el Rotary Club de Monte Caseros conmemorando el 464 aniversario del
Día de la Raza.
(1)
Una
de las contribuciones más destacadas de esta alocución es que Sagarzazu enumera
decenas de apellidos de inmigrantes que conformaron las familias que residieron
en Monte Caseros en las décadas siguientes y muchas de ellas hasta la
actualidad.
Especialmente
nombra las personas de las
colectividades italianas, españolas y vascas, que son las más numerosas y que
originariamente dieron mayor impulso al incipiente poblado.
En
1870 que es cuando Sagarzazu comienza a detallar su exposición, Monte Caseros
es nada más que eso, un incipiente poblado, de menos de tres lustros de
antigüedad desde la refundación
decretada por Pujol; y con una población urbana en ese momento menor a las dos mil almas.
“Comparte esta noche la mesa rotaria tres
invitados cuya presencia nos honra: el Intendente Municipal Don Marcial
Ezcurra, el Agente Consular Honorario de España, Don José Sánchez y Don Juan
Roteta. En nombre de Rotary, les doy
cordial bienvenida, deseándoles un grato momento como grata nos es su visita
cuando vamos a recordar la gesta del Descubrimiento.
Rememoramos hoy en Rotary la más grande
hazaña de la hispanidad cuyo aniversario van a celebrar el Viejo y Nuevo
Continente, dentro de dos días.
A 464 años de aquel alumbramiento, lejos de
agotar el tema, hay sobre él cada vez más que decir. Colón, Fernando, Isabel,
pero aún más arriba España. España que hizo posible todo eso. España múltiple
hendiendo sus raíces en Grecia y en Cartago, en Fenicia y en Roma; España
celtíbera, eúskara, gótica, árabe. Ella estuvo en todas partes: en África, en
las dos Sicilias, en el Caribe; en Filipinas y Florida; en California, las
Carolinas, Tahuantisuyu, las Marianas y en el Plata.
Y acaso unos de los hechos que menos nos
conmueven sea el que más de cerca nos concierne: España estuvo y está también
aquí, en este suelo que hoy ocupan nuestra ciudad, su ejido y sus campos. Algo
de eso quiero decir como homenaje a la
Raza.
El primero comprende los siglos XVII y XVIII
y se caracteriza por la presencia del conquistador y del jesuita. Pero el
conquistador , ya en esa época casi nunca es peninsular, sino criollo, y el
jesuita, mensajero de alguna tradición hispánica, es con frecuencia italiano o
alemán y trabaja elemento humano guaranítico. La falta de españoles nativos en
esta región, determinó más diferenciada de la peninsular que, por ejemplo,la
que se desarrolló en Méjico, Lima, Chuquisaca, Córdoba o Salta. Sin embargo, la
perspectiva cultural de España estuvo presente. Lo estuvo en los primeros
navegantes del río que empezaron a recorrerlo, en estas latitudes, hacia 1618.
También en la influencia de la
Compañía de Jesús, en paulatino pero constante aumento entre
los años 1624 y 1767, cuando fue expulsada por orden de Carlos III. La
expedición del Maestre de Campo Don Francisco Piedrabuena contra los indios
yaros y charrúas que aún vivían en esta zona, llevada a cabo en noviembre de
1715, tiene todas las características de las antiguas expediciones españolas;
la prolija crónica que de ella hace el P. Policarpo Duffó nos permite conocer,
además, interesantes aspectos de estos lugares hace casi dos siglos y medio. La
apertura en 1740 del camino de Yapeyú a Paraná fue también obra de inspiración hispánica;
viniendo del norte el camino entraba al territorio que hoy ocupa el
Departamento de Monte Caseros por el Paso de las Piedras, en dirección sudoeste
para continuar al sur exactamente por donde ahora corre la Ruta 14 que hasta hace pocos
años era denominada “camino real” (camino del rey) por la gente de campo. Hacia
1750, ya desalojados los charrúas, el jesuita comenzó a fundar estancias, aquí;
hizo el doblamiento con elementos guaraníes traídos de Yapeyú; junto con el
guaraní comenzó a hablarse el español y a predicarse la fe católica,
fundamentales elementos de la cultura peninsular. En junio de 1768 los
pobladores del lugar, ya en proceso de mestización, vieron posprimera vez a una
alta jerarquía española: era el gobernador de Buenos Aires, Don Francisco de
Paula Bucarelli y Ursúa quew venía a consumar la expulsión de los jesuitas; la
expedición de Bucarelli contaba con unos 1500 hombres que se trasladaron en 184
carretas; el cortejo era imponente y los vecinos del Timboy se reunieron en su
rivera para tributar homenaje a quien los visitaba en representación del Rey.
21 años más tarde, exactamente el 15 de octubre de 1789 visitaba estos lugares
un geógrafo vasco, Don Andrés de Oyarbide,
Piloto de la Real Armada
de España que regresaba de las misiones. Oyarbide se detuvo en las cachueras,
hizo noche en las barrancas de la costa y al día siguiente, reabastecido con
comestibles procedentes de la
Estancia del Mocoretá, donde estuvo cuatro días: este Piloto
hizo las primeras marcaciones geográficas en lo que hoy es nuestro
departamento.
Con posterioridad a estos años, las
invasiones portuguesas, la anarquía de los indios misioneros, privados de los
centros civilizadores jesuíticos, las guerras de independencia y las contiendas
civiles fueron factores que impidieron el contacto con España. Por momentos lo
indígena parecía prevalecer, pero el español había dejado una lengua y una fe y
ellas subsistieron a pesar de las deformaciones que ambas debieron
necesariamente sufrir.
Con la Organización
Nacional en 1853 y la fundación de Monte Caseros, dos años
después, comienza el segundo período de influencia española. España se hacía
otra vez presente, ahora con el inmigrante. La Madre Patria había cambiado:
superada la época del absolutismo, orientada por Borbones en lugar de Austrias,
esta vez no envió guerreros ni conquistadores sino hombres de trabajo; vascos
de los caseríos, gente de los puertos andaluces y levantinos, castellanos
empobrecidos y catalanes ansiosos de tentar suerte en el comercio. Todos venían
pobres. España era pobre. Y sin embargo este fue el aporte más grande que la Madre Patria enviara a estas
tierras.
Uno de los primeros españoles que se radicó
en el pueblo fue su primer párroco, un vasco, el Padre Jerónimo Ibargallartu,
que llegó en abril de 1859. Casi enseguida afincó Don Miguel Fernández
Rodríguez, que llegó a ser fuerte comerciante pocos años más tarde; era hombre
de méritos y poseía una clara inteligencia; sus hijos Leopoldo y Miguel
tuvieron destacada actuación en Montevideo y Buenos Aires. Vivió también antes
de 1870 Don Luís Miguel Caballero, gibralteño, hacendado de mucha figuración en
su época.
En la década del 70 comenzó la radicación de
vascos, elemento que en Monte Caseros, junto con el italiano, tuvo decisiva
influencia en la evolución de este pueblo. Entre los que primero llegaron se
cuenta mi abuelo, Manuel Sagaseta; vino al país en barco a vela ocho años
después de la caída de Rosas; estuvo corto tiempo en Salto y allí formó un
equipo de alambradotes que tendió los primeros alambrados en el noroeste
uruguayo; así llegó hasta Santa Rosa, cruzando a Monte Caseros para alambrar
los campos del fundador del pueblo, Doctor Juan Pujol; no se fue más. En 1875
era gerente de la casa Solari e hijos; luego tuvo panadería y más tarde hotel.
Entre los vascos de la década del 70 recuerdo
a José Fermín Aguirre Atormin, Pedro Iparraguirre, José Chopitea, Pedro y
Santiago Ordenabía, que tuvieron fábrica de ladrillos, Miguel Gogorza, uno de
los primeros agricultores, Carmelo Iraburu, Manuel Arancegui, Martín Saralegui,
Pedro Mutuberría, Bernardo Goyeneche, Juan Larrea.
En la década del 80 se radicaron, entre
otros, Tomás Muniozguren, Martín Argoitia, agricultores, José Martirena; Pedro
Oxarán, que tuvo una carpintería, los hermanos Erro, hacendados. Y años más
tarde aparecen Agustín Ameztoy y Joaquín Arteaga, agricultores. Homobono
Astarloa, viticultor, Eladio Zugarrondo, comerciante; Adrián Berasategui,
panadero; los hermanos Berecoechea, hacendados de estación Naranjito; Joaquín
Ezcurdia, hacendado al igual que Luís Garmendia; Esteban Martirena; Pedro Oria
que estableció una línea de diligencias a Curuzú Cuatiá y que más tarde fue
propietario de un hotel; Juan María Oria, que llegó a ser uno de los
comerciantes más fuertes del sur de la provincia, formando una familia que por
muchos años estimuló en toda forma el progreso local; Rufino Roteta, uno de los
fundadores de la Panadería Española ,
institución que por más de medio siglo centralizó la mayor parte de la
actividad comercial de la plaza; Ramón y Manuel Ubiría; Pedro Ugartemendía, los
Ibarguren, Martín Marticorena, hotelero; Joaquín Alzugaray, comerciante; Juan
Echeverri y José Miguel Irastorza, estancieros; Lucas Arteaga; los Inchauspe y
Martín Ormazábal.
A fines de siglo la numerosa colectividad
vasca recibió en su seno, por algún tiempo, a Don Carmelo Uriarte que estuvo
aquí de paso para buscar a su amigo y paisano el ingeniero Enrique de Ibarreña,
perdido en la selva tropical.
Entre los españoles de otras regiones
ibéricas tengo referencias de Don Benito Fuentes, primer escribano público que
hubo en el pueblo; de Manuel, Ceferino y Luís Pérez, comerciantes; Nicasio
Méndez, Eugenio Labín, comerciante; Domingo Alonso, que tuvo manufactura de
tabacos; Ángel Vidal; Eduardo Baeza, que instaló el primer cine; Antonio
Meléndez, comerciante; Pedro Vives Mañé, comerciante; José Paz Orense; José
Pallares, viticultor; el Padre Juan Vázquez y Amado, cura párroco.
En 1891 se fundó la Sociedad Española
de Socorros Mútuos, prestigiosa institución que en pocos años alcanzó notable
desarrollo. El 8 de mayo de 1892 la
Sociedad celebra el primer aniversario de la institución con
un banquete en el local de la Sociedad
Italiana. A los brindis, Don Fortunato Marcerazo, secretario
de la Sociedad Italiana ,
propuso que ambas instituciones invitaran a la población a levantar un
monumento a Cristóbal Colón; faltaban cinco meses para la fecha del IV
Centenario del Descubrimiento. Españoles e italianos aprobaron entusiastamente
la idea y enseguida comenzaron a trabajar por la realización del proyecto; se
movilizó toda la población; para el mes de julio estaba en pleno funcionamiento
la Comisión Central
presidida por el Doctor Leopoldo Fernández Rodríguez y sus seis subcomités,
organizados por nacionalidades: el argentino que presidía Don Ismael Ramírez;
el español, presidido por Don Ramón Morán; el italiano por Don Pedro Michetti;
el belga-franco-suizo, por Don Alfredo Mestais; el anglo-sueco-alemán, por Don
Daniel Ross y el uruguayo por Don Francisco Caballero. El 3 de agosto de 1892
se puso la piedra fundamental y el 12 de octubre se inauguró simbólicamente el
monumento; se había concluido el basamento pero la estatua no llegó para
aquella fecha, por lo que fue substituida por un busto de yeso; el basamento es
obra de constructores italianos: Juan Bautista Gilardoni, Cipriano Téppani y
los hermanos Gabardi; la estatua fue hecha por el escultor José Raffo, en
Buenos Aires.
El 9 de abril de 1899 la Asociación Española
inauguró la Plaza Española.
Se hicieron festejos y actos de distinta índole, entre otros un banquete en el
Hotel de Oria. A partir de entonces, las romerías españolas de Monte Caseros
tuvieron resonancia en la región; se hacían manifestaciones callejeras, bailes
populares, comidas en la Plaza Española
y la cena en lo de Oria. La influencia de la colectividad hispana estaba en su
apogeo, en nuestro medio, en los últimos años del siglo pasado y primeros del
actual.
El 9 de julio de 1900 se inauguró la calle
España. Nuevo motivo de fiesta. Y fiesta a la española: intensa y extensa; hubo
nuevamente bailes, romerías y alardes. Y como siempre, junto a ellos, los
italianos prestando su concurso y aportando su latino entusiasmo.
Sería interminable la nómina de los españoles
que, a fin de siglo, constituyeron factores primordiales en la vida local. A
todos los ya nombrados hay que agregar por lo menos, a Don Servando Ortega,
periodista de larga actuación entre nosotros; al Dr. Núñez, al Padre Paz
Fernández, a los hermanos Comas, comerciantes y agricultores, a Juan Ormazábal,
Domingo Amorós, Carlos Rovira, José Antonio Jáuregui, Dr. Manuel Yacosa,
fundador del Club Social y Gerente del Banco de la Provincia. A Tomás Cabot, José
Urrutia, Esteban Camino, los hermanos Mendiburu, Niceto de San Miguel de Oñate,
Felipe Fagoaga y, muy especialmente, a aquel exquisito, educador que fue Don
Isidro Jubany; era maestro nato y por 25 años dedicó sua afanes a la enseñanza;
lo hizo con vocación de apóstol y notable perfección; su vida misma fue
enseñanza, lección y ejemplo. Monte Caseros debe todavía su homenaje a este
distinguido maestro español.
Entrado el siglo XX los hombres de España
continuaron siendo factor ponderable en el medio local. Mucho les debe el
comercio, la industria, la sociabilidad, el agro. No voy a nombrarlos. Son contemporáneos
nuestros.
Ya sin Virreyes, ni oidores, ni capitanes
generales, la evocación de estos hombres de trabajo que protagonizaron una
segunda conquista, mayor que la primera, es el homenaje que hoy rendimos a
España en la mesa Rotaria.”
(1)
Ricardo E. Sagarzazu. La
Fundación de Monte Caseros y otros estudios. Colección las 4
estaciones. Ovejero Martín Editores, Impreso en Acquatint, Bv. Segui 828,
Rosario. Agosto de 1998.