Manuel José de Labardén |
SIRIPO. UN TRÁGICO AMOR
Por: Roberto Antonio
Lizarazu
Desde siempre se supo que el amor
tiene oscilaciones extremas, que es ilógico e irracional; y que su devenir
puede derivar en la gloria más excelsa –según opinión del exquisito poeta
romántico mexicano, Manuel María Flores: Es
tocar los dinteles de la gloria- o en una tragedia griega. Platón dedicó
varios de sus diálogos al tema; y que
otros autores, posteriormente, le pusieron letra.
En el caso abreviado de hoy no
pretendemos meternos con los autores clásicos, Dios nos libre de esas alturas,
sino comentar la tragedia que inmortalizara Ruy Díaz de Guzmán en su obra La Argentina , respecto a las vicisitudes del jefe timbú Siripo, a Lucía Miranda, y
a su esposo el capitán Sebastián Hurtado.
Esta sería la parte histórica, o por lo
menos la más aproximada que conocemos, de la historia de los hechos.
La parte teatral de estos
sucesos, ya es otra cosa, se lo debemos
al primer dramaturgo argentino, nuestro Manuel José de Labardén, que escribe en 1786 la
tragedia en versos, SIRIPO. Nacido en Buenos Aires en 1754 y fallecido en
la Colonia
del Sacramento en 1809. (1)
Por otra parte este argumento, que hechó
profundas raíces en la mitología guaraní,
dio pié para la realización, además de la obra de Labardén, de dos
operas. La primera de ella del compositor Felipe Boero con libreto de Luis
Bayón Herrera, y que fuera presentada el 8 de junio de 1937 en el Teatro Colón.
Y la segunda es una obra lírica de Gilardo Gilardi (25.05.1889-16.01.1963) con libreto de José
Oliva Nogueira, denominada La
Leyenda del Urutaú.
El argumento de esta Leyenda del Urutaú, la de Oliva Nogueira, difiere sustancialmente de la conocida de manera tradicional, y que se atribuye
originaria de raíces guaraníticas paraguayas. Es otra leyenda completamente
diferente.
Síntesis del argumento de la
obra teatral de Labardén,
Reiteramos, que este argumento
de Labardén está basado en la Historia Argentina del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de
la Plata , de
Ruy Díaz de Guzmán, editado en 1612. En
su Libro I, Capítulo VII, De la muerte
del capitán don Nuño de Lara, y su gente, y lo demás sucedido. Pero de
ninguna manera, ni contando con la mejor buena voluntad, puede considerase una
crónica histórica.
Acto
1
Trata de uno de los primitivos
dramas del Río de la Plata ,
y revive la época del Siglo XVI. La acción se desarrolla a orillas del Río
Paraná, en el exterior del fuerte Sancti
Spíritu, fundado por Gaboto c.
1500. Los españoles que han quedado de guarnición al mando de Nuño de Lara ven transcurrir los días
monótonos y sin alternativas de ningún género, pues los indios timbúes se
presentan mansos y obedientes a todas les exigencias de los conquistadores.
Pero el odio al invasor germina
en el seno de la tribu, azuzada por Siripo,
hermano del cacique Marangoré. Este en cambio se muestra irresoluto y dispuesto a
claudicar, porque se halla perdidamente enamorado de Lucía Miranda, esposa de Sebastián
Hurtado, a quien ha acompañado en la aventura y temeraria expedición. Siripo consigue decidir a Marangoré y resuelve atacar a los
españoles por sorpresa, con la condición de apoderarse de Lucía sin causarle daño alguno.
Nuño
de Lara, jefe del destacamento español, resuelve
enviar, bajo el mando de Hurtado, una
parte de sus tropas a bordo de un velero, para remontar el Paraná y conseguir
víveres, que ya no se puede requerir a los timbúes, y ésta es la oportunidad que
elige Siripo para penetrar en el
fuerte con mentidas muestras de amistad y exterminar durante la noche a los
españoles. Entre el fragor de la lucha y el incendio que provocan los timbúes, Marangoré muere y Siripo se apodera de Lucía,
reclamando el exterminio de los conquistadores para vengar la muerte de su
hermano.
Acto
2
En el campamento de Siripo a orilla del Paraná, Siripo ha heredado de su hermano Mangoré, el cacicazgo, y así mismo,
aumenta la pasión avasalladora por la mujer blanca, que fue la causa de la
perdición del cacique timbú. Lucía y
su padre, don Diego de Miranda, cautivos
de Siripo, esperan todavía la
liberación con la llegada de Hurtado y
los españoles. Entretando, Yara, la
india favorita de Siripo ve con terror aproximarse el día de su
repudio, (2) pues Lucía finge no ser indiferente a los requerimientos del
cacique, y opone el reparo de la religión que los separa, para ganar tiempo.
Llega Hurtado, ocultando su nombre, como emisario de Nuño de Lara; viene a
proponer la paz a cambio del sometimiento de la tribu, o la guerra y la
venganza en caso contrario. Con gran asombro, Hurtado encuentra a Siripo
dispuesto a someterse y hasta a abrazar la religión cristiana si los españoles
perdonan a los timbúes su traición. Cuando Siripo
le revela que el amor por Lucía, a
quien Hurtado cría muerta en la
destrucción del fuerte, es la causa de ese cambio tan inverosímil. Hurtado se niega a creerlo, pero luego,
ante la seguridad de Siripo, se
indigna y duda de su mujer. Quiere verla e interrogarla a solas. Aparece Lucía y todo se aclara en un tiernísimo
diálogo que interrumpe Hurtado quien se
dispone a partir de inmediato para cumplir con su deber de emisario y volver
luego a rescatar a Lucía por la
fuerza; pero ya es tarde.
Siripo
sabe que Hurtado es el marido de Lucía, y comprende que ha sido engañado. Ordena a Lambaré que alcance al fugitivo. Lucía, en un arranque de indomable
fiereza, apostrofa al cacique, desafiándole a que la hiera en pleno pecho, pues
allí encontrará con seguridad a su esposo, a quien no dejó de amar un solo
instante. Siripo ciego de ira, va a
herirla con su lanza, pero se detiene; su amor por la mujer blanca es más
poderoso que su indignación y su dolor.
Acto
3
En un claro en el monte, Lambaré, el hermano Yara,
ha muerto en la lucha sostenida con Hurtado
y los suyos. Se encienden hogueras en el bosque, alrededor de las cuales danzas
rituales de los timbúes, alejan al muerto los malos espíritus. Yara intenta atraer, con sus apasionados
recuerdos, al cacique, cada vez más triste y enamorado de la mujer blanca. Hurtado prisionero del cacique, será víctima de la venganza
que Siripo prepara para castigar a Lucía, quien al ver el peligro que corre
su esposo, promete nuevamente amar al salvaje, y no ver más a Hurtado, quien a su vez elegirá nueva
mujer entre las más bellas de la tribu.
Hurtado
comprende el terrible sacrificio de Lucía
y queda anonadado cuando Siripo parte
llevando a su esposa desvanecida, ante la desesperación de Yara y el asombro de los timbúes, que ven en tal actitud un
presagio de grandes males para la tribu. Pero Cayumarí, el timbú fiel a
los españoles, desde el momento en que Lucía
curó piadosamente sus heridas, vela atento. Cayumarí hará que Lucía pueda escapar y llegar con Hurtado, por un oculto sendero hasta el
barco español que vigila las costas del río.
Escena
final
Cuando ya suponía Hurtado que habían terminado tantas
desventuras, la despechada Yara (2) los
descubre, y acuden los timbúes acribillando a flechazos la infeliz pareja. Siripo al ver caer a Lucía, no puede contenerse y
sollozando exclama “Matadme a mi también,
Matadme a mi con ella”. Cae el telón.
Observaciones
Observaciones
(1) Manuel José de Labardén o Lavardén como lo rebautizaron
en 1947 los cuidadosos puristas de nuestro idioma.
En relación a las imprecisiones de los nombres y apellidos
de nuestros notables, es todo un tema clásico que ya hemos visto en numerosos
Apuntes. Pero el de Labardén o Lavardén, alcanzó niveles de
preocupación de estado. Hasta 1940 era Labardén
y punto. Los teatros que se erigieron en varios sitios de nuestro país, los
institutos educativos, las calles en Buenos Aires (Parque Patricios) y de otras
ciudades de nuestro país, incluso la
manera que el propio autor rubricara su apellido, era Labardén.
Ramón Castillo asumió la presidencia argentina en 1942 y fue derrocado por Pedro Pablo Ramírez el 4 de junio de 1943. Con Castillo ya asomaba la punta de ese elemento de corrección, de cuidado, de control de nuestro idioma. Al pretender controlar el idioma, alcanzaba los medios escritos, educativos, literarios, radiales, teatrales; y dentro de la palabra radial, las letras de lo que se cantaba. Por supuesto lo que más se cantaba en ese momento eran tangos y canciones criollas. Mencionaremos solamente dos paradigmáticos ejemplos de letras modificadas.
El clásico Mano a
Mano de Esteban Celedonio Flores.
Rechiflao
en mi tristeza/ Hoy te evoco y veo que has sido/ en mi pobre vida paria/ solo
una buena mujer.
Reemplazado por:
Te
recuerdo en mi tristeza / y al final veo que has sido / en mi existencia
azarosa / más que una buena mujer.
El
tango De barro, de
Piana y Manzi,
Este tango fue editado por la Editorial Julio
Korn el 9 de abril de 1943 y la portada registraba la obligatoria frase de Aprobación de Radiocomunicaciones para su libre difusión. Sin embargo
finalmente no pudo ser emitido por radio porque en sus versos se incluía la
palabra pucho. La cual los censores de
turno interpretaban como un vocablo del bajo fondo. Pero hasta para ser censor
hay que ser letrado. La palabra pucho
es quechua y significa nada más que eso: El resto de un cigarro.
Muchos
más debieron modificar sus letras para adaptarse a la Censura Radial. Además
de los ejemplos mencionados cayeron Cambalache,
Mala Junta, Boedo, Los Mareados y otros.
Pero una de las retrógradas facetas más peligrosas del
golpe militar de 1943, que pretendía resguardar nuestra pureza idiomática y
enderezar las desviaciones filológicas lunfardistas y de mal gusto; y ni que decir
de las malas palabras, fue una suerte de denominada Censura radial, al pretender modificar o corregir los apellidos de
las personas, las que por diferentes motivos o costumbre habían adoptado. Por
supuesto sobre esta Censura Radial, los gobernantes que eran autocráticos pro fascistas
pero no tontos, no dejaron ni una coma
escrita; y menos firmado algo respecto de
esta censura.
Pero se hace muy difícil mantener criterio propio cuando
el sostenimiento de las academias son efectuadas por el gobierno de turno y
para 1945 las más importantes de las academias ya habían sufrido ese estatal
cambio de estado.
Hasta que la mismísima Academia Argentina de Letras
intervino en esta polémica, que hasta ese momento no lo era, en consonancia con
la tara de purismo idiomático que el gobierno nacional impusiera prohibiendo
entre otras cosas, el uso de palabras de uso común, en letras de canciones y
varios tangos malhablados, hasta que el
apellido de nuestro primer dramaturgo cayera en el tumulto, dejando por escrito
y firmado el dislate en cuestión. Había que cambiar el plebeyo Labardén, por el distinguido y
monárquico Lavardén. Siempre se atribuyó
que la familia Labardén eran descendientes de la casa francesa del Marqués de
Lavardín, con i latina.
Similar dislate hubiese sido si la Academia Nacional
de la Historia
hubiese pretendido la modificación del apellido de Juan Manuel de Rosas por el
de Juan Manuel de Rozas, que era el apellido de su familia, o el de Leandro N.
Alem por el de Leandro N. Alen, por similar motivo. Los ejemplos podrían ser
decenas.
Por medio de un Acuerdo
acerca del idioma, que se registra en el volumen 1 de Actas
de 1947, dictaminó que: Como se ha
generalizado en el público el error de designar al poeta Manuel de Lavardén,
precursor de las letras argentinas, con el nombre de Manuel José de Labardén,
error que se ostenta, además, en las calles que llevan este nombre en la ciudad
de Buenos Aires. Por todo ello, se declara que el verdadero nombre del
mencionado poeta es el de Manuel de Lavardén, y se resuelve dirigir una nota al
señor intendente municipal de Buenos Aires para su oportuna corrección. (Páginas
57 y 58 del acta mencionada)
Como
es de rigor, cuando el estado pretende regir hasta los giros idiomáticos y
precisar cuales son las buenas y las malas palabras, o como se deben
escribir los apellidos de las personas, todo
dura un suspiro. En el país nada se modificó. Si hay que reconocer que en la
ciudad de Buenos Aires, se cumplimentó la censura de 1947 y oficialmente, la
calle en Parque Patricios se denomina
Lavardén, siendo la misma calle límite del Barrio con su nombre con v
corta. Lo irónico es que ese mismo gobierno, de la misma ciudad dirige desde
1913, el Instituto Nacional de Arte Manuel José de Labardén, con b larga. Si
alguien entiende del tema, ruego tenga la amabilidad de explicarme.
(2) Los guaraníes no tenían Divorcio, pero sí
el expeditivo Repudio. Una de las
acepciones más comunes de Yara
en tupí-guaraní es: Señora de la casa.
Bibliografía general
Historia
Argentina del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río
de la Plata , de
Ruy Díaz de Guzmán, editado en 1612. En
su Libro I, Capítulo VII, De la muerte
del capitán don Nuño de Lara, y su gente, y lo demás sucedido. Se registra en la Colección Pedro
de Angelis. Obras y Documentos Relativos
a la Historia Antigua
y Moderna de las Provincias del Río
de la Plata. Tomo I. Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, agosto 1969.
Guillermo
Furlong. Historia Social y Cultural del Río de la Plata. Tomo El Transplante
Social. TEA, Buenos Aires, 1969.
Sitio Oficial Teatro Colón. Bases de datos de todas las óperas
representadas en el Teatro Colón de Buenos Aires, desde 1908.
Boletín
del Instituto histórico de la ciudad de Buenos Aires.
Municipalidad de la Ciudad
de Buenos Aires. Nº 7 Buenos Aires, 1980.