Sello Postal, Los Jesuitas, Rvdo. Guillermo Furlong |
EL PADRE GUILLERMO FURLONG S.J.
Por: Roberto Antonio
Lizarazu
Tercera Parte
Con este apartado se completa
el comentario que el Padre Guillermo Furlong S.J. escribiera en relación a la
obra “Historia de los Argentinos” cuya autoría corresponde a los doctores Carlos
Alberto Floria y César A. García Belsunce, y fuera publicado por la Fundación Nuestra
Historia, en el Nº 13 de “Nuestra
Historia, Revista de Historia de Occidente”, Buenos Aires, diciembre de 1974.
Paginas 54 a
59.
3.
También nos dicen los autores de esta notable “Historia de los Argentinos” que,
abandonados los pueblos por los jesuitas, a raíz de la expulsión de éstos, “los
indios se desbandaron, abandonando la vida de los poblados”, lo que equivale a
decir que volvieron a las selvas, como se expresa Lugones, y antes de él, se
había expresado Juan María Gutiérrez, quien fue el primer gran mistificador de
todo lo tocante a las reducciones de guaraníes. Pero el hecho cierto,
ciertísimo, es que no se sabe, ni de un solo indio de los “poblados” o
reducciones de guaraníes que regresara a las selvas, aunque el nuevo régimen,
entonces implantado, les habría podido impulsar a ello, ya que no pocos de los
nuevos curas, o no sabían el idioma de los guaraníes, o desconocían la
psicología de los mismos, y como el gobierno temporal estaba ahora a cargo de
civiles, y la mayoría de éstos fueron bien poco honrados en la administración
de los bienes de los indios, éstos se veían en un lamentable abandono.
El
no gastar era la norma de los más de esos administradores y no exageró Menéndez
y Pelayo cuando escribió que, en su gran mayoría, habían sido ellos una gavilla
de viles aprovechadores. Por otra parte, solían estar siempre en dimes y
diretes con los curas no sin escándalo de los indios. No obstante estas tristes
realidades, y otras no pocas, había aún, en enero de 1803, en los 30 pueblos
una población de 63.942 almas, y esa población no decreció hasta que, en los años 1816-1818, fueron esos pueblos
asaltados unas veces por los paraguayos, otras por los portugueses y otras
veces, hasta por los hombres de Artigas, y esos pueblos no fueron tan solo
asaltados, pero sus moradores hasta fueron acuchillados sin compasión y
masivamente. Pero ni entonces los sobrevivientes regresaron a las selvas, sino
que buscaron dónde poder subsistir en conformidad con lo que habían conocido,
aprendido y amado en sus queridas reducciones. No pocos, es verdad, pasaron a
Corrientes, Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires y a otras ciudades, pero para vivir
en paz y sosiego y ejercer sus habilidades como artesanos y aun como artistas.
Ni faltó un gobernante de Misiones que trató de que esas ciudades obligaran a
los dichos indios a que regresaran a sus pueblos nativos pero el cabildo de
Buenos Aires se opuso, ya que, gracias a ellos, tenía esta ciudad excelentes y
abundantes artífices y hasta artistas.
Recuérdese
que en época de la revolución tal era aún la vitalidad de los pueblos
supervivientes que, a un llamado de Belgrano, 900 indios misioneros se juntaron
a la expedición del Paraguay, y quiso San Martín que se invitara a esos
indígenas a formar parte de sus granaderos y al efecto 261 de ellos de “talla y
robustez”, como quería San Martín, bajaron a Buenos Aires. Aún más: la Asamblea del año XIII,
por decreto del 13-XII-1813, dispuso que los diez pueblos en territorio todavía
argentino “nombren un diputado que concurra a representarlos en esta Asamblea
General”.
Por
lo que respecta a los pueblos que quedaron en territorio argentino, usurpado
años después por el Brasil, sabemos que en 1825, cuando monseñor Mastei,
después Papa con el nombre de Pio IX, se hallaba en Montevideo, en viaje de
regreso a Europa, se enteró de cómo se acababa de fundar en la Banda Oriental , la población de
Durazno y escribió así en una misiva, del 18 de febrero de ese año: “hay un
pueblo de estos indios que habían sido educados por los Jesuítas y
posteriormente, destruídos por los portugueses; ahora que éstos son dueños de la Provincia donde aquellos
están, tratan de unirlos en población.
Una
de esas poblaciones ha sido establecida en la Provincia Oriental
de Montevideo y es admirable como esos indios conservan todas las costumbres
religiosas aprendidas de los Jesuitas. Todo el pueblo forma una reducción con
su Iglesia y un capellán, que es un Padre Franciscano. La Reducción tiene sus
ranchos que pertenecen a varias familias. Cada pueblo tiene su capilla, la que
mañana y tarde es frecuentada por todas las familias para las oraciones.
Durante la Misa
hay música, con cantos e instrumentos; todo como se hacía en tiempo de los
jesuitas. Cuando no han podido un capellán, entonces el cacique dice una Misa
seca, (1) con
canto. Es pues permanente el bien que
hicieron los jesuitas”.
En
la larga conversación que, en la casa de Mr. Mac Kay, tuvimos con Mr. Toynbee
cuando, años atrás, estuvo él en Buenos Aires, una de las muchas preguntas que
nos hizo fue ésta: “¿Cómo se explica que los historiadores ingleses, en su
mayoría protestantes, han sido siempre grandes admiradores de las reducciones
jesuíticas, mientras que los argentinos, que supongo en su mayoría católicos se
han despachado tan desfavorablemente al referirse a esa prodigiosa obra de los
jesuitas?”.
Tal
vez se deba, le respondimos, al hecho de que a principios de este siglo, hubo
un inglés, y aunque protestante y socialista trabajó en el archivo de Simancas,
y recorrió los pueblos misioneros y escribió y publicó, sin filias y son
fobias, pero con ciencia y sinceridad uno de los mejores libros que hasta hoy
existen sobre el tema, el titulado “A Vanished Arcadia”, (2) aparecido en 1901, y a los pocos años, un
gran poeta argentino, en la época en que la clerofobia, así en él como en otros
rebalsaba incontenible, y sin valerse de otra fuente de inspiración que el
indigesto panfleto del paraguayo Blas Garay, escribió y publicó en 1905 un
disparatado librejo con el título de “El Imperio Jesuítico”. El mismo Lugones
en las postrimerías de su vida estaba avergonzado de esa publicación y, más de
una vez, nos dijo cómo, “impulsado por pasiones propias y ajenas, sin ciencia y
sin conciencia” había escrito ese volumen, hoy tan desprestigiado.
Guillermo
Furlong S.J.
(1) Se trata de la “missa
sicca”, que es celebrada sin sacerdote ordenado.
(2) A Vanished Arcadia ,
Being Some Account of the jesuits in Paraguay , 1607 a 1767. Es
la notable obra de Robert Bontine Cunningham Graham. Nacido en Londres el 24 de
mayo de 1852 y fallecido en Buenos Aires, el 20 de marzo de 1936.
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