La publicación de estos apuntes sobre Historia Argentina, no tienen otra pretensión que prestar ayuda, tanto a estudiantes como a profesores de la materia en cuestión.

Muchos de ellos, simplemente son los apuntes confeccionados por el suscripto, para servir como ayuda memoria en las respectivas clases de los distintos temas que expusiera durante mi práctica en el Profesorado. Me daría por muy satisfecho si sirvieran a otras personas para ese objetivo.

Al finalizar cada apunte, o en el transcurso del mismo texto se puede encontrar la bibliografía correspondiente a los diferentes aspectos mencionados.

Al margen de ello invitaremos a personas que compartan esta metodología, a sumarse con nuevos apuntes de Historia Argentina.




Profesor Roberto Antonio Lizarazu

roberto.lizarazu@hotmail.com



martes, 8 de octubre de 2013

Sello Postal, Los Jesuitas, Rvdo. Guillermo Furlong


EL PADRE GUILLERMO FURLONG S.J.


Por: Roberto Antonio Lizarazu

Tercera Parte

Con este apartado se completa el comentario que el Padre Guillermo Furlong S.J. escribiera en relación a la obra “Historia de los Argentinos” cuya autoría corresponde a los doctores Carlos Alberto Floria y César A. García Belsunce, y fuera publicado por la Fundación Nuestra Historia,  en el Nº 13 de “Nuestra Historia, Revista de Historia de Occidente”, Buenos Aires, diciembre de 1974. Paginas 54 a 59.

3. También nos dicen los autores de esta notable “Historia de los Argentinos” que, abandonados los pueblos por los jesuitas, a raíz de la expulsión de éstos, “los indios se desbandaron, abandonando la vida de los poblados”, lo que equivale a decir que volvieron a las selvas, como se expresa Lugones, y antes de él, se había expresado Juan María Gutiérrez, quien fue el primer gran mistificador de todo lo tocante a las reducciones de guaraníes. Pero el hecho cierto, ciertísimo, es que no se sabe, ni de un solo indio de los “poblados” o reducciones de guaraníes que regresara a las selvas, aunque el nuevo régimen, entonces implantado, les habría podido impulsar a ello, ya que no pocos de los nuevos curas, o no sabían el idioma de los guaraníes, o desconocían la psicología de los mismos, y como el gobierno temporal estaba ahora a cargo de civiles, y la mayoría de éstos fueron bien poco honrados en la administración de los bienes de los indios, éstos se veían en un lamentable abandono.

El no gastar era la norma de los más de esos administradores y no exageró Menéndez y Pelayo cuando escribió que, en su gran mayoría, habían sido ellos una gavilla de viles aprovechadores. Por otra parte, solían estar siempre en dimes y diretes con los curas no sin escándalo de los indios. No obstante estas tristes realidades, y otras no pocas, había aún, en enero de 1803, en los 30 pueblos una población de 63.942 almas, y esa población no decreció hasta que,  en los años 1816-1818, fueron esos pueblos asaltados unas veces por los paraguayos, otras por los portugueses y otras veces, hasta por los hombres de Artigas, y esos pueblos no fueron tan solo asaltados, pero sus moradores hasta fueron acuchillados sin compasión y masivamente. Pero ni entonces los sobrevivientes regresaron a las selvas, sino que buscaron dónde poder subsistir en conformidad con lo que habían conocido, aprendido y amado en sus queridas reducciones. No pocos, es verdad, pasaron a Corrientes, Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires y a otras ciudades, pero para vivir en paz y sosiego y ejercer sus habilidades como artesanos y aun como artistas. Ni faltó un gobernante de Misiones que trató de que esas ciudades obligaran a los dichos indios a que regresaran a sus pueblos nativos pero el cabildo de Buenos Aires se opuso, ya que, gracias a ellos, tenía esta ciudad excelentes y abundantes artífices y hasta artistas.

Recuérdese que en época de la revolución tal era aún la vitalidad de los pueblos supervivientes que, a un llamado de Belgrano, 900 indios misioneros se juntaron a la expedición del Paraguay, y quiso San Martín que se invitara a esos indígenas a formar parte de sus granaderos y al efecto 261 de ellos de “talla y robustez”, como quería San Martín, bajaron a Buenos Aires. Aún más: la Asamblea del año XIII, por decreto del 13-XII-1813, dispuso que los diez pueblos en territorio todavía argentino “nombren un diputado que concurra a representarlos en esta Asamblea General”.

Por lo que respecta a los pueblos que quedaron en territorio argentino, usurpado años después por el Brasil, sabemos que en 1825, cuando monseñor Mastei, después Papa con el nombre de Pio IX, se hallaba en Montevideo, en viaje de regreso a Europa, se enteró de cómo se acababa de fundar en la Banda Oriental, la población de Durazno y escribió así en una misiva, del 18 de febrero de ese año: “hay un pueblo de estos indios que habían sido educados por los Jesuítas y posteriormente, destruídos por los portugueses; ahora que éstos son dueños de la Provincia donde aquellos están, tratan de unirlos en población.

Una de esas poblaciones ha sido establecida en la Provincia Oriental de Montevideo y es admirable como esos indios conservan todas las costumbres religiosas aprendidas de los Jesuitas. Todo el pueblo forma una reducción con su Iglesia y un capellán, que es un Padre Franciscano. La Reducción tiene sus ranchos que pertenecen a varias familias. Cada pueblo tiene su capilla, la que mañana y tarde es frecuentada por todas las familias para las oraciones. Durante la Misa hay música, con cantos e instrumentos; todo como se hacía en tiempo de los jesuitas. Cuando no han podido un capellán, entonces el cacique dice una Misa seca, (1) con canto.  Es pues permanente el bien que hicieron los jesuitas”.

En la larga conversación que, en la casa de Mr. Mac Kay, tuvimos con Mr. Toynbee cuando, años atrás, estuvo él en Buenos Aires, una de las muchas preguntas que nos hizo fue ésta: “¿Cómo se explica que los historiadores ingleses, en su mayoría protestantes, han sido siempre grandes admiradores de las reducciones jesuíticas, mientras que los argentinos, que supongo en su mayoría católicos se han despachado tan desfavorablemente al referirse a esa prodigiosa obra de los jesuitas?”. 

Tal vez se deba, le respondimos, al hecho de que a principios de este siglo, hubo un inglés, y aunque protestante y socialista trabajó en el archivo de Simancas, y recorrió los pueblos misioneros y escribió y publicó, sin filias y son fobias, pero con ciencia y sinceridad uno de los mejores libros que hasta hoy existen sobre el tema, el titulado “A Vanished Arcadia”, (2) aparecido en 1901, y a los pocos años, un gran poeta argentino, en la época en que la clerofobia, así en él como en otros rebalsaba incontenible, y sin valerse de otra fuente de inspiración que el indigesto panfleto del paraguayo Blas Garay, escribió y publicó en 1905 un disparatado librejo con el título de “El Imperio Jesuítico”. El mismo Lugones en las postrimerías de su vida estaba avergonzado de esa publicación y, más de una vez, nos dijo cómo, “impulsado por pasiones propias y ajenas, sin ciencia y sin conciencia” había escrito ese volumen, hoy tan desprestigiado.

Guillermo Furlong S.J.



(1) Se trata de la “missa sicca”, que es celebrada sin sacerdote ordenado.

(2) A Vanished Arcadia, Being Some Account of the jesuits in Paraguay, 1607 a 1767. Es la notable obra de Robert Bontine Cunningham Graham. Nacido en Londres el 24 de mayo de 1852 y fallecido en Buenos Aires, el 20 de marzo de 1936.


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