LA GUERRA ARGENTINO-CHILENA CONTRA LA CONFEDERACIÓN
PERUANO-BOLIVIANA
Por:
Roberto Antonio Lizarazu
Como
esta es una guerra que no se enseña, y si se la menciona, se lo hace de manera
deliberadamente confusa y sesgada, me imagino la expresión de asombro de más de
un lector, al leer que Argentina y Chile fueron aliadas en una guerra contra
Perú y Bolivia. ¿Pero cómo, no era que Chile siempre fue nuestro potencial
enemigo y Perú y Bolivia nuestros aliados incondicionales? La historia nos
enseña que no. En algunos manuales a esta guerra, con “declaración de guerra”,
de ambas partes incluida, se la denomina “conflicto”
con el objeto de minimizar los hechos. Habría que explicarles a los deudos de
los miles de muertos en la misma, que no se preocupen, murieron en una guerra,
que solo fue un conflicto.
Cuadro de situación en 1835-1836. Rosas como gobernador de la Provincia de Buenos
Aires, ejerce la representación de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina.
El objetivo primordial de su política interior era concretar la unificación de
las provincias del norte a la
Confederación, que fluctuaban con sus políticas secesionistas
como ya había ocurrido con políticos afines al unitarismo en Salta, Jujuy y
Catamarca.
Por
otra parte, El presidente de Bolivia, el Mariscal Santa Cruz, tenía sus propias
aspiraciones expansionistas y emular al mismo San Martín y a Bolívar, por medio
de un “Gran Plan de Santa Cruz” que llevaría a cabo
lo que los primeros no pudieron. La unificación de toda América del Sur, por supuesto
bajo su mariscalato. Andrés Santa Cruz, Mariscal de Zepita, había nacido en La Paz, Bolivia, el 5 de
diciembre de 1792 y fallece exiliado en Versalles el 25 de septiembre de 1865.
Sus comienzos en la milicia boliviana fueron durante la Guerra de la Independencia. Por
supuesto enrolándose en las filas realistas. Santa Cruz fue Presidente de Perú
en 1827, Presidente de Bolivia desde 1829 a 1839; y Supremo Protector de la Confederación Peruano
Boliviana desde 1836 a
1839.
Como
no podía ocurrir de otra manera, Francia e Inglaterra meten sus narices y sus
uñas en el conflicto. Obtienen concesiones comerciales beneficiosas para su
comercio y apoyan al Mariscal contra la Confederación. Todo
un clásico de nuestra historia latinoamericana.
Pero
volvamos al conflicto. Ya en el mensaje que en 1834 Santa Cruz da en pleno
Congreso Boliviano en carácter de presidente, manifiesta lo siguiente: “La República Argentina,
dividida en tantas fracciones soberanas e independientes
cuantas son las provincias que la componen, presenta en su estado actual
dificultades insuperables para formar pactos expresos, por falta de un centro
de autoridad con quien estipular lo conveniente a nuestros recíprocos
intereses. El gobierno de la
Provincia de Buenos Aires no puede garantizar la observancia
de compromiso alguno que toque a los otros, con quienes estamos en contacto más
inmediato. Finaliza su discurso con un agravio a las autoridades de
la Confederación
disfrazado de halago a su pueblo. “Por
lo demás, mantenemos relaciones amigables con aquel pueblo, tan heroico como
desgraciado.”
Estas
provocativas declaraciones, negando la capacidad al gobierno de Buenos Aires de
contar con la aptitud de manejar las relaciones exteriores de la Confederación, con
el agregado de declarar que Bolivia mantenía mejores relaciones con varias
provincias que con Buenos Aires, constituían un abierto desafío personal a
Rosas. Éste comprendió de inmediato el nuevo flanco que se avecinaba. Era
esencial cuidar la frontera boliviana, y una de las razones de enviar al
general Quiroga para establecer normas de paz entre las provincias del norte
fue consecuencia de la importancia que dio a las manifiestas aspiraciones
expansionistas bolivianas. Esta tarea fue continuada más tarde por el general
Alejandro Heredia.
Existe
una carta de Rosas a Heredia de fecha 30 de mayo de 1835, que por razones de
espacio no transcribiré. En cambio resumiré la misma al máximo para explicar la
situación creada en el norte por las pretensiones bolivianas. Rosas previene a
Heredia en el sentido de los ataques llevados a cabo en Tucumán, Salta y
Catamarca por parte de unitarios que habían salido de Bolivia con el apoyo de
Santa Cruz. Uno de estos enfrentamientos fue el de Javier López, quien es
derrotado por tropas de Quiroga en el combate de Monte Grande. Los prisioneros
capturados confesaron que habían actuado de acuerdo con un plan trazado por el
gobierno boliviano, con la intervención del general Rudesindo Alvarado y con la
promesa de apoyo del gobernador de Salta Fernández Cornejo.
¿Por qué entra Chile en el conflicto aliada de la Confederación?
Con
motivo del alzamiento de Rivera en la Banda Oriental, luego del combate de Carpintería,
Oribe encuentra papeles reservados de Rivera e informa a Rosas sobre los
mismos. En ellos se descubre la existencia de relaciones secretas entre Santa
Cruz, Rivera, los unitarios argentinos y liberales chilenos, quienes apoyados
por Inglaterra y Francia tienen por objetivo la caída de los gobiernos
federales de la
Confederación y el chileno. Al frente de toda esta nueva nación
quedaría Santa Cruz. Por otra parte el gobierno chileno obtiene información
coincidente por otro medio. La goleta boliviana “Yanacocha” (en ese momento
Bolivia tiene salida marítima) que se dirigía de Valparaíso a Arequipa, es
requisada por navíos chilenos y se encuentra numerosa correspondencia de
liberales chilenos dirigida a Santa Cruz donde se registra material coincidente
con los planes de Santa Cruz que tenía Rivera en su poder. Sorprendentemente
también se encuentra correspondencia de nuestro Juan Galo de Lavalle,
poniéndose a las órdenes del Mariscal boliviano. En honor a la verdad la
correspondencia atribuida a Lavalle no lleva firma alguna, pero la mayoría de
los autores son coincidentes en que él es el autor de las mismas, por la
caligrafía y el estilo de redacción utilizado. (1)
Ataque simultáneo de los complotados en la Banda Oriental y el
norte chileno.
La
simultaneidad del ataque del general Freyre sobre Chile y el alzamiento de
Rivera en la Banda
Oriental, no fue ninguna coincidencia. Ambos hechos tuvieron
lugar en la primera quincena de julio de 1836, y tenían por objetivos derrotar
gobiernos de ideología federal, que flanqueaban por el este y el oeste a la
federal Confederación Argentina.
Comienzo de las hostilidades. En febrero de 1837,
oficialmente Rosas rompe relaciones con la Confederación Peruano
Boliviana y en mayo de ese año, de común acuerdo con Chile, se declaró la
guerra. Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán, fue designado comandante en
jefe de las tropas de la Confederación Argentina y Diego Portales
Palenzuelos, que era Ministro de Guerra y Marina del presidente chileno José
Joaquín Prieto, se puso a cargo de las tropas chilenas.
En
relación a las tropas argentinas se había organizado como un ejército de
operaciones, constituido en su mayor parte por milicianos jujeños, avanzó hacia
el norte a mediados de Junio.
Se
debe tener en cuenta que la provincia de Tarija cuya indefinición de sus
límites era una piedra en el zapato de las autoridades nacionales y sobre todo
de las provinciales jujeñas desde 1820, estaba aún sin definir.
Las
tropas de la
Confederación Peruano Boliviana, no ofrecieron nunca un
combate definitivo y se limitaban a ofrecer encuentros parciales y luego
reagruparse. Es verdad que estos enfrentamientos parciales les redituaron muy
buen resultado ya que casi siempre, por diferentes circunstancias, como el
apoyo de la población por ejemplo, les fueron favorables. Felipe Herrera le
explica a Rosas lo complejo que le resultaba esta metodología de lucha y los
inconvenientes que encontraba. El 21 de octubre escribía lo siguiente: “El gobierno de Bolivia ha trabajado sigilosa e infructuosamente
durante tres años, halagando la idea ilusoria de que algunas Provincias
Argentinas se agregasen voluntariamente a sus Estados, cansados de las
disensiones civiles que las han agitado; sin advertir que el noble orgullo de
los verdaderos Argentinos los haría elegir en cualquier circunstancia la
muerte, antes de humillarse al Tirano más ambicioso que ha podido ver el suelo
americano.
A pesar de esta conducta, abiertamente hostil del Presidente de
Bolivia, no se ha hecho hasta ahora por ninguna de las Provincias de esta
República, la más leve represalia, guardándose todas las consideraciones que se
merece un Gobierno amigo.”
Esto
no se trataba de exageraciones de Felipe Herrera. A fines de 1836 el caudillo
boliviano Marciano Vázquez reunió una considerable fuerza muy bien armada e
instruida militarmente y atacó Mojo, Talina y Tupiza y tomó directamente el
territorio jujeño de la
Puna. Luego el general británico al servicio de Bolivia,
Francisco Burdett O’Connor atacó y tomó Orán, despojando de sus tierras a los
pobladores argentinos para ponerlas en manos de ciudadanos bolivianos. En
septiembre de 1836 una fuerza boliviana destacada en persecución del coronel
Arraya, de las tropas de Heredia, quien huía para refugiarse en territorio
argentino violó la frontera una vez más, llegando hasta cercanías de Jujuy.
Las
tropas chilenas al mando del General Manuel Bulnes Prieto (futuro presidente
chileno) tuvieron mejores posibilidades y demostrando un alto grado de
profesionalidad, el 20 de enero de 1839, al presentarles el mismo Santa Cruz un
frente de batalla para enfrentarlos, en la Batalla de Yungay, sufrió una categórica derrota
que finalmente sería el determinante para el pedido del restablecimiento de la
paz. Luego de este pedido de paz por parte de Santa Cruz, los mismos bolivianos
produjeron un levantamiento armado que finalizó con el mariscalato y con la
confederación con Perú, derrocándolo del gobierno y obligando al exilio de
Santa Cruz a Francia. No fue un exilio muy sufrido, pasó sus últimos
veinticinco años alternándose entre París, El Havre y Versalles, donde fallece
en 1865.
Como
ya mencionamos que después de la
Batalla de Yungay, Bolivia pide la paz, irónicamente la
mediación diplomática para ese logro, estuvo a cargo de Inglaterra y Francia.
Las mismas naciones que alentaban a Santa Cruz a segregar provincias argentinas
y combatir a la
Confederación, ahora eran los responsables de las tratativas
de paz. En ocasiones es arduo poder seguir la línea de los hechos históricos
sin perderse en el intento.
Detalle del Combate de Yungay que
determina el final de la guerra
Como
todo enfrentamiento armado que se precie, sobre todo cuando varias naciones
participan de él, tiene distintos partes
oficiales. Este caso no escapa a esa
característica, y como de las cuatro naciones participantes Chile es la de mayor gravitación, termina
siendo el parte oficial chileno el que genéricamente se utiliza para
explicar la batalla (para otros autores combate) de Yungay. (2)
Este resumen está tomado de uno de los partes chilenos, del
redactado por el Estado Mayor del General Bulnes Prieto. Después del combate de
Puente Buín, el General Manuel Bulnes Prieto prosiguió su retirada durante la
noche y, a mediodía del 7, llegaba al campamento de San Miguel delante de
Caraz. Se reunió allí al grueso del Ejército y se realizaron enseguida los reconocimientos
de la posición enemiga, que también hacía lo mismo y los trabajos de
fortificación consiguientes. Mientras tanto, los guerrilleros acechaban por
todos lados, dificultando el aprovisionamiento de las tropas. Se pensaba que el
Mariscal Andrés de Santa Cruz Calahumana no atacaría, sencillamente porque no
necesitaba hacerlo. También se estaba consciente que era imposible
mantenerse en San Miguel por muchos días y que la retirada o él reembarco,
constituirían un desastre mayor. Los chilenos entonces se mostraron resueltos a
pasar al ataque. Gamarra y los demás jefes peruanos, aun cuando reconocían la
imposibilidad de mantenerse a la defensiva, se manifestaron más reservados.
Al día siguiente, Santa Cruz, ya al tanto de las resoluciones
anteriores, ocupaba una posición en la zona de Yungay-río Ancash. Este río
corre de este a oeste, al norte de la población de Yungay. A pesar de que su
caudal no es considerable, constituye un obstáculo importante debido a la
pendiente abrupta de sus riberas, especialmente la del costado sur. Al N.E. se
yergue el cerro Punyán. Una estribación suya hacia el S.W. forma un montículo
casi aislado, sumamente escarpado y conocido como cerro Pan de Azúcar. El
terreno desciende, en general, hacia el N.W.
El día 16, una gruesa columna confederada se aproximó hasta unas
tres cuartos de legua: se trataba de un reconocimiento dirigido personalmente
por el Mariscal Santa Cruz. El enfrentamiento era inminente. En la mañana del
20 de enero, el Ejército Protectoral – 6.100 hombres – ocupaba la posición
elegida. El general Anselmo Quiroz, con 5 compañías (600) se emplazaron en el
cerro Pan de Azúcar (3 de ellas, en la pequeña plazoleta de la cumbre y las 2
restantes en las lomas vecinas de Punyán). La línea principal corría paralela
al Ancash y estaba protegida por una barranca de 15 metros de altura que
bordea su ribera sur y por la muralla de piedra y barro que había ordenado
construir Santa Cruz. Formaba el ala derecha la división boliviana del general
Ramón Herrera, apoyando su flanco derecho en los cerros de Ancash, con 2
batallones en primera línea y 2 en segunda línea. El ala izquierda estaba
constituida por la división del general Tristán Mora, con dos y medio
batallones en primera línea y uno en segunda. Su extrema izquierda tocaba en el
río Santa, entonces invadeable. La caballería (600 jinetes) fue ubicada a la
espalda de la infantería, en la planicie situada entre la ribera sur del Ancash
y el pueblo de Yungay. Santa Cruz se ubicó atrás, en una loma que le permitía
abarcar el desarrollo de la batalla y dirigirla.
A las cinco de la mañana del citado día, salió el Ejército
Restaurador en dirección al Ancash.
Bulnes ordenó al comandante Pablo Silva, del batallón Aconcagua, que despejara
las alturas y las laderas del Punyán. Las dos compañías que las ocupaban se
replegaron sobre el Pan de Azúcar luego de un breve tiroteo. A su vez, Bulnes
envió a una columna de 400 hombres, bajo el mando del coronel Jerónimo
Valenzuela, en dirección al citado Pan de Azúcar. Los soldados emprendieron la
dificilísima ascensión del cerro, con ayuda de su fusil, sorteando las piedras
que rodaban desde lo alto y las descargas de fusilería de los bolivianos.
Fuertemente diezmados, los soldados chilenos lograron llegar a la cima del Pan
de Azúcar. En sus filas había marchado la cantinera Candelaria Pérez, que ese
día se batió como el más intrépido de los soldados del Ejército Restaurador.
Las compañías adversarias que defendían su posición, perecieron todas y con
ellas, el general Quiroz que las mandaba, y sus oficiales.
Santa Cruz ordenó que el batallón N°4 cruzase el Ancash y atacase
a las fuerzas chilenas por la espalda. Advertido de esta maniobra, Bulnes
dispuso que le saliera al encuentro el Colchagua. El comandante Urriola guió a
su gente al abrigo de unos matorrales, recibió al batallón enemigo con una
descarga colectiva y eliminó la tercera parte de sus efectivos. El N°4 armó la
bayoneta y cargó con tal ímpetu sobre el Colchagua que fue necesario reforzar a
este último con 5 compañías del Portales. El batallón boliviano se vio obligado
a retroceder y a lanzarse sobre las aguas del Ancash, mezclado con sus
perseguidores hasta la ribera opuesta.
Envueltas por todos lados, las fuerzas chilenas debieron
replegarse y repasar el río con grandes pérdidas. Capturado el Pan de Azúcar,
el General en Jefe dispuso un ataque frontal a la posición. Los batallones
Carampangue, Colchagua, Portales, Aconcagua, Valdivia, Cazadores del Perú y
medio batallón Huaylas se precipitaron al cauce profundo del Ancash. Los
atacantes, ya disminuidos en la difícil ascensión de la barranca del río, eran
el blanco de las descargas de los fusiles enemigos apostados detrás de las
tapias.
Los chilenos habrían sufrido un descalabro mayúsculo, a nos ser por la
notable actuación de la artillería propia. Efectivamente, mientras los disparos
adversarios pasaban por alto, los 5 cañones del coronel Marcos Maturana del
Campo – emplazados en la altura del Puyán – demolían la pirca que servía de
abrigo a la infantería enemiga. El otro cañón estaba en la extrema derecha, a
las órdenes del general Castilla. A pesar de ello, las fuerzas adversarias no
cesaron sus ataques, hasta que el batallón Portales, que llevaba más de 4 horas
de extenuante lucha, empezó a ceder. Las demás fuerzas chilenas también sentían
el agotamiento y se lanzaban al Ancash en medio de una confusión indescriptible.
Pero justo en aquel momento, emergió la figura del general Manuel Bulnes, quien
conservaba toda su presencia de ánimo y contaba con la caballería y con dos y
medio batallones de infantería en la reserva. Junto a Bulnes, apareció el
coronel Don Fernando Baquedano, que se destacó por su bravura y coraje en el
campo de batalla. Ya hacia las cuatro de la tarde, la victoria chilena era
total.
Observaciones
(1) En relación a esta correspondencia atribuida a
Lavalle, el 17 de agosto de 1837, el mismo Santa Cruz, en ocasión de responder
la declaración de guerra de la
Confederación, intenta aclarar el tema y explica: “El general Lavalle -es preciso repetirlo- pudo escribir la carta de
que tanto uso han querido hacer los dos gobiernos de Chile y de Buenos Aires,
pero el jefe del gobierno de Bolivia no ha dirigido jamás carta alguna, ni
comunicación escrita de ninguna clase al general Lavalle, ni a ninguno de los
hombres que figuran en el partido unitario.” Un párrafo más
adelante vuelve sobre el tema “Por
último, cuanto a suponer en el gobierno de Bolivia el deseo que jamás ha
abrigado de favorecer a los unitarios, no necesitaba asestar sus golpes a la
larga distancia en que se halla colocado de Montevideo, teniendo en su poder
tantos individuos de aquel partido, hallándose tan cerca de los focos de la
revolución argentina y recibiendo continuas invitaciones -que siempre ha
desechado- de las provincias argentinas próximas a sus límites, no ya pidiendo
socorros para hacer la guerra, sino demandando su incorporación a una república
que por tantos años ha estado gozando de las dulzuras de la paz.”
Que razón tiene el refrán popular cuando dice: No aclares que oscurece. El principal argumento de
los autores que sostienen que la correspondencia es de Lavalle, es precisamente
esta aclaración de Santa Cruz donde afirma lo contrario.
(2)
El suscripto conoce cuatro partes
oficiales diferentes sobre este hecho. Además de seis crónicas de testigos
presenciales que participaron del combate. Seguramente existe más documentación
al respecto que escapa a su actualización. En este mismo sentido de divergentes opiniones sobre el tema, es
verdad que no se editan libros con las mismas, pero en Internet se puede
encontrar, por ejemplo, que esta guerra fue un enfrentamiento entre
peruanos-bolivianos contra chilenos-peruanos. Dando a entender que Perú dividió
sus fuerzas entre la alianza con Bolivia y otra alianza con Chile y la Argentina no participó. Para
que se entienda: En esta batalla, Perú facilitó tropas para ambos lados y la Confederación
Argentina para ninguno.
Esta última interpretación, no deja de tener
valederos argumentos, porque en ningún documento se registra la participación
de tropas oficiales de la
Confederación Argentina. Algunos autores
sostienen que actuaron cuerpos armados vestidos de paisanos, pero no se
registra oficialmente el nombre de ningún jefe ni oficial argentino
participando de la misma. Todo muy extraño, porque se supone que una
declaración de guerra efectuada por dos naciones cuando se participa en la
batalla que sería definitoria y ese dato se conocía previamente a la misma,
ambas naciones deberían haber aunado esfuerzos para su victoria.
Bibliografía General
Roberto
O. Fraboschi. Rosas y las relaciones
exteriores con Francia e Inglaterra.
En Historia de la
Nación Argentina, de la Academia Nacional
de la Historia,
Volumen VII (2ª. Parte), Buenos Aires, 1950.
Manuel
Gálvez. Vida de don Juan Manuel de Rosas,
Buenos Aires, 1972.
Adolfo
Saldías. Historia de la Confederación Argentina. Buenos Aires, 1945.
Fuentes Documentales y
Bibliográficas para el estudio de la Historia de Chile.
Auspiciado por el Gobierno de Chile, Consejo Nacional del libro y la lectura y
por la Universidad
de Chile.
Carlos
Contreras y Marcos Cueto. Historia del
Perú Contemporáneo. Desde las luchas por la independencia hasta el
presente. Editado por Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, abril
2000-