La publicación de estos apuntes sobre Historia Argentina, no tienen otra pretensión que prestar ayuda, tanto a estudiantes como a profesores de la materia en cuestión.

Muchos de ellos, simplemente son los apuntes confeccionados por el suscripto, para servir como ayuda memoria en las respectivas clases de los distintos temas que expusiera durante mi práctica en el Profesorado. Me daría por muy satisfecho si sirvieran a otras personas para ese objetivo.

Al finalizar cada apunte, o en el transcurso del mismo texto se puede encontrar la bibliografía correspondiente a los diferentes aspectos mencionados.

Al margen de ello invitaremos a personas que compartan esta metodología, a sumarse con nuevos apuntes de Historia Argentina.




Profesor Roberto Antonio Lizarazu

roberto.lizarazu@hotmail.com



lunes, 14 de abril de 2014



PEDRO CHAMIJO, DE DELINCUENTE ANDALUZ A INCA DEL TUCUMÁN


Por: Roberto Antonio Lizarazu

Cuadro de situación

El sorprendente caso del andaluz Pedro Chamijo que llega a convertirse en Inca Hualpa, solamente podría haberse dado en las inusuales circunstancias políticas, geográficas y sociales que presentaba la gobernación del Tucumán de mediados del siglo 17. Estamos hablando de un territorio de 700.000 kilómetros cuadrados de extensión, conformado por las actuales provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero y parte de Córdoba y Chaco.

Nos precisa el doctor Lizondo Borda que: De acuerdo a los censos de la época, había 700 españoles contando solamente los individuos de sexo masculino. De éstos, 350 a 400 eran habitantes o vecinos, llamados también encomenderos o feudatarios, gente establecida en las distintas ciudades y poseedora de grandes latifundios poblados por aborígenes, que les había sido otorgados en reconocimiento a sus méritos como conquistadores de nuevas tierras para la corona o como defensores de éstas, una vez conquistadas. Los restantes eran moradores, o gente de paso por la gobernación, tales como funcionarios o comerciantes.

Si al número de habitantes varones se agrega el de sus familiares, resulta que la población estable de sangre española, y muchas veces mestiza, alcanzaba a unas dos mil o dos mil quinientas almas. El número resulta irrisorio si se considera que ese grupo trató de imponer, y finalmente impuso, un nuevo sistema de vida en tierra extraña, irradiando desde sus ciudades y estancias, diminutos trasplantes europeos en la inmensidad de esa gobernación.  Se calcula que los habitantes originarios del sector oscilarían entre 40 y 50 mil almas. Los grupos más numerosos y definidos eran: Los pulares, los calchaquíes y los diaguitas.

El escenario donde se representa esta charada –cronicón lo denomina acertadamente Roberto Payró-, es el que describimos, el de la gobernación del Tucumán del siglo 17, que dependía administrativamente al Virreinato del Perú.    El primer actor es Pedro Chamijo un granadino nacido en Arahal en 1602 y fallece ejecutado el 3 de enero de 1667 en Lima. De cuna humilde  morisca o mudéjar, de tez morena y pelo negro, logró aprender a leer y escribir junto a los jesuitas en Cádiz  y embarcó a la Tierra Nueva escapando a la rigurosa ley hispánica del momento por algunas raterías menores. (1)

La actuación de Chamijo ocurre entre 1620 que desembarca en Pisco, Perú;  y 1667 que es ejecutado en Lima. Los autores no se ponen de acuerdo con precisión en como llega Chamijo a radicarse en el Virreinato del Perú. Presentan varias posibilidades. Pero la versión más documentada es que a los 18 años desembarcó en Pisco en 1620, atraído por la promesa de riqueza fácil y con un conveniente cambio de nombre da comienzo a sus fabulosas aspiraciones. Previamente en Chunchos (2) contrajo un oportuno matrimonio con Ana Bonilla, quien era hija de padre zambo y madre indígena que le facilitó el ingreso social y étnico  al sector de su interés. Su suegra era dueña  de un extenso latifundio que él manejaba como propio.    

A partir de su matrimonio,  ya existen mayores precisiones documentadas de sus andanzas y adopta el nombre de Pedro Bohorquez, tomado de un sacerdote español ya fallecido en ese momento.

Otro actor que considero  gravitante es la sociedad misma, que  heredera de los conquistadores y colonizadores, se encontraba abocada a la adquisición de rápidas riquezas con poco trabajo,  que permitieran regresar al viejo continente con el mítico sueño del regreso triunfal. El siglo 17 se caracterizó por esta aspiración y una de las maneras más factibles de llevarlo a cabo, fue participar en el hallazgo  de la fabulosa Ciudad de los Césares, que como veremos más adelante presentó múltiples variantes en denominaciones y ubicaciones. Esto explicaría la aceptación casi generalizada que lograría Chamijo en sus diferentes maniobras y sin la cual hubiese sido imposible sus proyectos y acciones. Autoridades virreinales y judiciales, religiosos, financistas, caciques y otros, se prestaron para esta tragicomedia que finaliza de la peor manera: Con nuestro primer actor en la picota.

En este mismo sentido, contó con la aprobación, y ayuda económica de un numeroso grupo de sacerdotes jesuitas. Bohorquez usó dos argumentos muy convincentes: Primero que bajo sus órdenes los indígenas se convertirían al cristianismo masivamente y luego los dividendos que eso representaría. Estos sacerdotes en algunas ocasiones actuaban en oposición a sus respectivas autoridades y otras con su beneplácito. Los que me conocen saben lo penoso que me resulta escribir estas referencias.

Hasta principios del siglo pasado, la mayor responsabilidad de los sucesos se le atribuía, además del reo,  al gobernador del Tucumán don Alfonso de Mercado y Villacorta. A quien se le responsabilizaba, de por lo menos, ser inoperante, cómplice y algunos autores sugieren que fue  financista de Chamijo. Ahora con nuevas interpretaciones sobre el particular, las responsabilidades son compartidas por más actores que permanecieron sin aclarar por diferentes razones.


Sus malogradas aventuras como explorador


Pero antes de su período de líder de las revueltas calchaquíes, por 1639, Chamijo estaba ocupado por encontrar la Ciudad de los Césares, y cuando el marqués de Mancera, Pedro de Toledo y Leiva,  es nombrado Virrey del Perú, consigue autorización para hacer una expedición a las fuentes del río Marañón, donde se aseguraba que estaba ubicado el país legendario llamado Gran Paitití. La expedición termina de muy mala manera y los que la financiaron perdieron sus inversiones.

En 1647 el Conde de Salvatierra, García Sarmiento de Sotomayor y Luna asume el cargo de Virrey del Perú.  Sorprendentemente Chamijo repite la solicitud hecha al virrey anterior. Sotomayor y Luna acepta que haga una nueva expedición a las fuentes del Marañón, la que termina como era previsible, con el mayor de los fracasos y con nuevas deudas a los financistas que invirtieron en la misma.

De este tipo de expediciones, en el siglo 17, se pueden contabilizar, además de las de Chamijo, un par de decenas de intentos frustrados.  Las Crónicas de Lizarazu, de 1635, se refieren, entre otras cosas,  a varias de ellas. (3) 

En 1650 por denuncias de algunos que habían invertido en él,  y como resultado de estos fracasos y de todas las deudas impagas de importes realmente altos,  Chamijo es apresado y deportado al fuerte-presidio de Valdivia en el sur chileno. Huye de Chile en 1656 y entra por Mendoza para seguir camino hacia el Tucumán. A fines de ese año ya se encuentra en Pomán  y en diciembre en San Miguel del Tucumán. Para marzo de 1657 entra en los valles calchaquíes y se instala en la región de Tolombón, actualmente provincia de Salta.   
Luego de estos intentos expedicionarios, de su prisión y de su fuga, recién viene el período de inca libertario.

Sus aventuras libertarias

Roberto Payró lo define como: Un mentiroso compulsivo. Pedro Chamijo convenció a gobernadores y al virrey de su habilidad para encontrar los fabulosos tesoros que todo español esperaba hallar. Y su desvarío encontró en la desesperación de los indios y en la de los gobernantes de la corona terreno abonado para lanzarse a un precipicio de luchas y contradicciones. Dicen que sus orígenes eran muy humildes, que pudo haber sido morisco, o mudéjar, que estudió en los jesuitas de Cádiz y que fue en esa ciudad donde se sintió atraído por el ajetreo del comercio con las Indias. Probablemente embarcó allí mismo para pasarse años vagando por trabajos sin importancia por el virreinato del Perú. Pedro aprendió quichua con la soltura de un nativo, estudió el glorioso pasado local y prometió a los Calchaquis la llegada de un gran rey Sol con el que derrotar al ejército español.

Simultáneamente a las gestiones de Chamijo ante variadas autoridades coloniales, en las montañas, diferentes grupos indígenas, los pulares,  los calchaquíes y los diaguitas, hervían de indignación por los impuestos a los que los sometían los conquistadores. Chamijo los convenció  que por sus venas corría sangre de Manco Capac y Mama Ocllo y los calchaquíes, que ya se encontraban embarcados en su tercera gran guerra, (4)  más por necesidad de encontrar aliados que por otra cosa, aceptaron las pretensiones del intruso que había sufrido una notable metamorfosis:   Se vestía como ellos, hablaba como ellos -la lengua kakán-,  se casó con una mujer indígena y su aspecto físico tenía todas las características necesarias que realmente parecía salido de un grabado de Manco Capac.     
Como resultado,  el granadino, que también era conocido como Pedro Bohórquez, entre los españoles, como ya mencionamos apellido usurpado a un sacerdote y  que deja adivinar un pasado tumultuoso, se convirtió en el mayor soberano de los indígenas. Chamijo, o Bohórquez, o Inca Hualpa, aglutinó a las tribus de la región y contó con  un importante ejército a su servicio.         

En Choyas  le rindieron vasallaje los jefes de todas las etnias y lo aceptaron como Titaquín, Hijo del Sol. El granadino remontó sus orígenes al mismísimo Atahualpa. Habrá calculado que para mentir hay que hacerlo a lo grande. Desplegó su labia de charlatán y terminó siendo aceptado como su particular generalísimo. En el pequeño pueblo de Tolombón construyó una fortaleza con cañones de madera y se sumergió en el disparate de representar a un señor todopoderoso.

En esta presentación en Choyas, Inca Hualpa al pretender ser el descendiente directo de Atahualpa, a sus pies debieron arrodillarse caciques y curacas de los Diaguitas, los Escalonis, los Quilmes, los Acalianes y otros muchos pueblos unidos por el odio al invasor español. Inca Hualpa subió entonces a la categoría de Hijo del Sol, Titaquín, para los iniciados, el heredero del trono del antiguo reino del Perú. Como buen Inca, hablaba el más fluido quechua y su tez morena y su pelo negro no dejaban adivinar su verdadero origen ni su  verdadero nombre.  En esta oportunidad  nombró como su lugarteniente al cacique Pedro Pinguanta, quien lo acompañó en parte de su campaña.         

Hay que reconocer que no todos los Calchaquies se creyeron el cuento pero lo mismo se producen varios ataques y saqueos a poblados, destacamentos, haciendas y robos varios que pretenden afianzar la posición de fuerza de Chamijo y sus aliados.       

Por los documentos confiables  que han llegado hasta el presente, se puede sostener que nunca los diaguitas-calchaquies le creyeron ser descendiente de los incas, por más que fuera de tez morena y se pareciera a ellos. Los diaguitas no aceptaban como soberano a un inca, pero en las circunstancias sí admitieron el liderazgo de alguien que quizás podría librarlos del dominio español. De ellos obtuvo noticias de los yacimientos locales, asegurándoles que si se los revelaban utilizaría todas las fuerzas a su disposición para expulsar a los colonizadores. Se podría afirmar que ambas partes se usaron mutuamente mientras las circunstancias lo permitían. Después veremos que se traicionaron entre sí.

Los intentos de evangelización llevados reiteradamente a cabo por misioneros jesuitas habían resultado infructuosos, puesto que los diaguitas (calchaquíes) se mostraban reticentes a técnicas empleadas con éxito con otros grupos de la zona que sí eran más asequibles en materia dogmática.

Entre los escasos resultados de estos se contaba un vago rumor de que los calchaquíes les habrían comentado que  conocían la ubicación de prodigiosos yacimientos de metales preciosos, vacantes desde el desmoronamiento del Imperio incaico. Muy poco logro para tanto esfuerzo.

Ocurridos los hechos de Choyas, inmediatamente la noticia llega a Lima. El Virrey y en Lima ya se tenían noticias del falso Inca y las más altas instancias exigieron al gobernador de la provincia que mandara la cabeza fresca del traidor que osaba levantarse contra la Corona. Mientras su fama llegaba a todos los rincones, Chamijo se enredaba en una espiral de rituales que trataban de convencer al pueblo, o más bien a sí mismo, de la veracidad de sus ancestros. Al mismo tiempo, se desparramaba en orgías y grandes comilonas, señoreado como estaba de la zona. Empujado por las circunstancias, Bohórquez se puso al frente de sus milicias y plantó cara a los españoles pero sus pocos conocimientos del arte de la guerra, y su poco seso en general, dieron con sus huesos en retirada, y los indígenas, diezmados a pesar de su superioridad numérica, sintieron deseos de eliminarlo más que de utilizarlo.

Volviendo a Payró,  ahora en su obra Chamijo, (Ver Bibliografía General) el proyecto del cuentero tenía como máxima aspiración, nada más ni nada menos, que  conocer la ubicación de los tesoros escondidos y que aún se suponían en poder de los incas. Ya mencionamos que  Payró lo describe en El falso Inca, como un mentiroso compulsivo y en su libro Chamijo no ahorra adjetivos para calificarlo: Avaro,  por la avaricia y pertinaz traidor. Chamijo jugó con fuego y se quemó al poner al corriente de sus planes al gobernador español en un ataque de culpabilidad por alzarse contra sus paisanos. Los jefes de las tribus tampoco se quedaban atrás y jugaron con el granadino a su antojo, preparando la revuelta a sus espaldas. Chamijo fue incapaz de percibir la magnitud que adquiría su mentira,  la que terminaría haciendo rodar  su cabeza, continuó representando el papel de rey inca mientras la región se alistaba para la guerra.

Reitero que todo este proceso merece un análisis más severo en relación a los motivos, no ya de Chamijo, que es evidente y manifiesto, sino de la numerosa y calificada aceptación que obtiene de las más altas autoridades virreinales, judiciales, religiosas, muchas de ellas jesuitas; y apoyos financieros para intentar sus fabulosas empresas. Por supuesto todas frustradas.

Otro actor destacado de la trama, fue el Conde de Chinchón, Luís Gerónimo de Cabrera y Pacheco, Virrey del Perú desde 1629 hasta 1639. Cabrera y Pacheco lo recibe a Chamijo, quien venía recomendado por, nada más ni nada menos, que el Alcalde de Corte y Presidente de la Sala del Crimen, don Dionisio Pérez Manrique, quien le había facilitado cartas de recomendación para el Virrey. (5)  

Casi la única oposición a las fábulas de Bohórquez, provino del obispo del Tucumán, fray Melchor de Maldonado y Saavedra, quien no creyó  la historia. Sin embargo, Bohórquez pudo mantener la situación durante más de dos años, mientras asentaba un gobierno fuerte y militarizando en los valles contra los españoles. De este modo llegó a establecer la capital de su reino en Tolombón (6)  pequeña localidad estratégicamente ubicada a la cual hizo fortificar, e incluso hizo dotar de una artillería defensiva compuesta por cañones hechos con madera dura (que solo soportaban 2 ó 3 tiros). La técnica de construir cañones de cuero y madera la había adquirido de un carcelero en Chile.   

Además de los saqueos a poblaciones y estancias, los combates fueron cuatro, y quedan minimizados ante tanto preparativo y tantas expectativas creadas.  El  del Fuerte de San Bernardo, cerca de Salta, donde un par de centenar de indígenas son rechazados. En San Miguel de Tucumán, en  Andalgalá y en Payogasta, poblado donde Francisco Arias es atacado por doscientos indios.

Trasladado a Lima, Bohórquez fue encarcelado y se le mantuvo preso  durante años como compensación por sus delaciones. Delato a autoridades a sus financistas, a los jesuitas, a los indígenas y a su propio hijo.   Pero, enterada del asunto la regenta María de Austria, tutora de un Carlos III aún niño, ordenó la pena capital al traidor doble. Pedro Chamijo fue ejecutado públicamente (7)   mediante garrote vil, posteriormente ahorcado y más tarde su cabeza separada del tronco y expuesta como advertencia en la Plaza Mayor de Lima o Plaza de Armas; y luego trasladada al   puente del limeño barrio de San Lorenzo. Por supuesto todo esto último con fines pedagógicos.

Observaciones

(1) Arahal es una localidad de la provincia de Granada, que a su vez integra la región de Andalucía. Hoy se denomina Comunidad Autónoma de Andalucía.

(2) En Chunchos, sorprendentemente, había vivido hacia 1615 Diego Ramírez, otro aventurero español, pero esta vez castellano, que había hecho lo mismo que unas décadas más tarde hiciera Chamijo. Hacerse pasar por hijo del Inca. Ramírez tuvo más suerte que Chamijo, solamente terminó en galera.

(3) Juan de Lizarazu (1594-1644). Fue Presidente entre 1635 y 1642, de la Audiencia y Cancillería Real de La Plata de los Charcas y posteriormente Presidente y Capitán General de la real Audiencia de Quito entre 1642 y 1645. Juan de Lizarazu es el autor de Las Crónicas de Lizarazu, fechada en 1635. En ellas,   se detallan   distintas campañas  por el intento de encontrar el Gran Paitití.
El que escribe nunca pudo contar con el texto completo de estas Crónicas por obvias carencias de numerario, pero de manera parcial, gracias a investigaciones del antropólogo xenobés Yuri Leveratto,  se pueden conocer importantes partes de la crónica mencionada.

(4) Las denominadas Guerras Calchaquies, que en opinión del suscripto deberían denominarse Guerras Diaguitas-Calchaquíes, consistieron en grandes movimientos de rebelión ocurridos, el primero entre 1630 a 1635 y el segundo ocupa poco más de una  década,  entre 1656 y 1667. Algunos autores a este segundo levantamiento lo dividen en dos períodos, que conforman las tres guerras que usualmente se estudian. La participación de Chamijo tiene influencia en el segundo de ellos, entre 1656 y 1659.

(5 ) Chamijo que para ese momento debería encontrarse prófugo de la justicia española, tiene cartas de presentación del Presidente de la Sala del Crimen, de la Audiencia de Charcas para entrevistarse con el Virrey del Perú.  

(6) Tolombón es una localidad situada en los valles calchaquíes,  en el sur de la actual provincia de Salta, a pocos kilómetros de la frontera interprovincial  de Catamarca y de Tucumán.

(7) Algunos autores señalan que el garrote vil fue aplicado en secreto.


Virreyes que gobernaron el Virreinato del Perú durante el período de actuación de nuestro personaje.

Gerónimo Fernández de Cabrera (1628-1639)

Pedro de Toledo y Leiva (1639-1648)

García Sarmiento de Sotomayor y Luna (1648-1655)

Luis Enrique de Guzmán (1655-1661)

Diego Benavídez y de la Cueva (1661-1666)


Presidentes de la Audiencia y Cancillería Real de La Plata de los Charcas, Las Audiencias son el  poder judicial de los Virreinatos.
Martín de Egües (1627-1632)       
Juan de Carabajal y Sande (mayo de 1632-1635)
Juan de Lizarazu (marzo de 1635-1642)
Dionisio Pérez Manrique de Lara, marqués de Santiago (1642-1647)
Francisco de Nestares Marín (1647-1656)
Bartolomé de Salazar (1661-1663) 
Pedro Vázquez de Velasco (1663-1670)


Bibliografía General

Roberto Payró. El Falso Inca (Crónicón de la Conquista). Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1905.

Es preciso aclarar que Roberto Jorge Payró no era un historiador. Era un destacado escritor y periodista que escribía novelas históricas o crónicas históricas, pero sin el rigor científico que deberían tener los historiadores. El tema de Pedro Chamijo, fue para Payró un tema recurrente. El Falso Inca, es de 1905,  Chamijo  es de 1930; y aparece el personaje nuevamente en Los Tesoros del Rey Blanco y Porque no fue descubierta la Ciudad de los Césares, de 1935.     

Debemos coincidir que es un personaje de novela. Para mejor comprender las aventuras de Bohorquez, si siguiéramos solamente lo escrito por Payró, los sucesos cronológicamente siguen este orden. Primero se debería leer Los Tesoros del rey Blanco y Porque no fue descubierta la Ciudad de los Césares, que es la última publicada. Luego continuar con El falso Inca, y finalmente leer Chamijo. En ese orden.

La Ciudad de los Césares, cuyo nombre proviene del capitán Francisco César, denominada indistintamente como El Gran Paitití, El Enim, El Dorado, La Ciudad Encantada de la Patagonia, Ciudad Errante, Trapalanda, Trapananda, Lin, Elelín, un pais imaginario repleto de riquezas en oro y plata, que los exploradores situaban en diferentes lugares, desde el Orinoco hasta la Patagonia. Probablemente el primer autor que describe la existencia de ese sitio imaginario sea Martín del Barco Centenera (1535-1605) en su poema La Argentina. (lugar de plata)

Teresa Piossek Prebisch. La Rebelión de Pedro Bohorquez. El Inca del Tucumán (1656-1659). Relato histórico documental.  Juarez Editor, Buenos aires, 1976.

Manuel Lizondo Borda. Historia del Tucumán. (Siglos XVII y XVIII). Universidad Nacional de Tucumán, Departamento de Historia, Lingüística y Folklore, Tucumán, Argentina, 1941.

Hernando de Torreblanca. Relación histórica de Calchaquí. 1696. Ediciones Culturales Argentinas, Ministerio de educación y Justicia, Secretaría de Cultura.  Edición ECA. Buenos Aires, 1984.              
Torreblanca que era sacerdote jesuita, fue uno más de los que creyeron y apoyaron a Chamijo en sus delirios de riquezas y lo consideraba como auténtico nieto de Atahualpa. Esta Relación Histórica, escrita en 1696 se conoce entre nosotros gracias a investigaciones  en el Archivo general de Indias por la profesora Teresa Piossek Prebisch.



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