La publicación de estos apuntes sobre Historia Argentina, no tienen otra pretensión que prestar ayuda, tanto a estudiantes como a profesores de la materia en cuestión.
Muchos de ellos, simplemente son los apuntes confeccionados por el suscripto, para servir como ayuda memoria en las respectivas clases de los distintos temas que expusiera durante mi práctica en el Profesorado. Me daría por muy satisfecho si sirvieran a otras personas para ese objetivo.
Al finalizar cada apunte, o en el transcurso del mismo texto se puede encontrar la bibliografía correspondiente a los diferentes aspectos mencionados.
Al margen de ello invitaremos a personas que compartan esta metodología, a sumarse con nuevos apuntes de Historia Argentina.
Profesor Roberto Antonio Lizarazu
roberto.lizarazu@hotmail.com
lunes, 25 de enero de 2016
Cerrar la grieta demandará mucho esmero.
Por:
La crispación no es un fenómeno nuevo, pero es evidente que
en los últimos años se ha exacerbado. Mucho se podría decir acerca de como se
gestó, se desarrolló y escaló este perverso proceso, pero vale la pena poner
todas las energías, más bien, en debatir como superar esta situación de
coyuntura.
Los encargados de construir la armonía social no son los
gobernantes, ni los políticos. No es bueno que la sociedad se haga la distraída
quitándose cualquier tipo de responsabilidad cívica. Claro que la política es
protagonista y debe aportar ejemplaridad. Cuando la dirigencia apuesta a la
confrontación multiplica la gravedad del problema. Por eso son bienvenidos los
buenos gestos y los estilos que contribuyen a generar ese clima adecuado. Es el
mínimo aporte que la política puede hacer a este loable fin.
Por difícil que parezca este objetivo no hay que resignarse
ni bajar los brazos. La historia de la humanidad muestra innumerables ejemplos
de sociedades que estuvieron divididas por hechos más graves que los actuales,
con odio, resentimiento y muertes como ingredientes centrales. Pese a ello,
lograron sobreponerse, con tropiezos, escollos, idas y vueltas, pero con una
contundencia absolutamente verificable.
Pero indudablemente la responsabilidad mayor recae sobre la
gente, sobre cada uno de los ciudadanos en su actividad diaria. Allí empieza el
trabajo y es donde realmente se harán notar los eventuales progresos concretos.
Es en la rutina más mundana donde florecerá la verdadera convivencia.
Importa mucho aquí la escala de valores que hay que
decodificar y luego intentar alinear. El respeto por el otro, por su vida
e integridad, debe incluir la tolerancia por sus ideas, aunque ellas puedan
considerarse equivocadas. Un epíteto despreciativo, una agresión sin sentido,
no solo no consigue cambiar posiciones, sino que evita el camino de la sensata
reflexión e invita a ratificar posturas encerrándose en lo conocido. Así solo
se empeora todo.
Es indispensable hacer el esfuerzo y desarrollar ese
talento que permite separar a las personas de sus ideas. Las visiones son
siempre opinables. No existen dos individuos que piensen igual. A Jorge Luis
Borges se le atribuye aquella ironía que dice que "ni siquiera uno mismo
comparte su propia opinión, si solo espera unos instantes". Lo que no es admisible
es renegar de ciertas personas solo por discrepar con sus convicciones. Todas
merecen ser toleradas, mucho más aún cuando no se comparten sus opiniones,
porque se debe respetar a las personas, más allá de sus concepciones.
Es esencial comprender que no todo tiene que ver con las
formas. El reto no pasa por simular adoptando actitudes impostadas, sino que se
trata de internalizar que se vive en comunidad, con interdependencia del resto,
que todos los días se hacen transacciones de bienes y servicios con personas
con las que no se coincide en muchos aspectos, y que para cooperar no es
imprescindible estar de acuerdo en todo, sino solo en aquello que,
específicamente, es el objeto de ese saludable intercambio pacífico.
viernes, 15 de enero de 2016
EL ALMIRANTE BROWN Y JOSE GARIBALDI
Por:
Roberto Antonio Lizarazu
La
Historia nos ofrece permanentemente
hechos producidos en circunstancias extrañas y contradictorias. En la
nuestra, uno de esos hechos inusuales, fue la participación de José Garibaldi al
servicio de la Banda Oriental ,
enfrentándose con la Confederación
Argentina y puntualmente, en la batalla que comentaremos en esta nota, con nuestro
máximo héroe naval el Almirante Guillermo Brown. Esta batalla terrestre y naval
es la de Costa Brava que ocurre entre los días
15 y 16 de agosto de 1842, en el
paraje de ese nombre, Costa Brava, en el río Paraná, cercano al límite entre
las provincias de Corrientes y Entre Ríos.
Giuseppe
Garibaldi, quien termina siendo unas décadas más tarde, una de las figuras más destacadas del proceso de la unificación italiana, nace en Niza, en ese
momento Reino de Piamonte el 4 de julio de 1807 y fallece en Caprera, Reino de
Italia, el 2 de junio de 1882. Pero entre los años 1840/50, Garibaldi andaba
por estas alejadas pampas contribuyendo a la fragmentación de estas incipientes
naciones.
Cuadro de situación en la Confederación Argentina.
Como
consecuencia del Tratado de paz con Francia, y firmado en octubre de 1840 el
Tratado Arana-Mackau, una de las consecuencias fue la pérdida del dominio del
Río de la Plata ,
el Paraná y el Uruguay inferior por parte de la Banda Oriental.
Para
1841, en la Confederación
Argentina se había
intensificado la guerra interna y los triunfos y fracasos de unitarios y
federales eran fluctuantes y alternados. El 28 de noviembre de 1840 Lavalle es
derrotado en Quebracho Herrado por Manuel Oribe. El 19 de septiembre de 1841
Lavalle sufre otra derrota en Famaillá a manos del mismo Oribe. Luego muere en
Jujuy el 8 de octubre de ese año.
Rosas
llama a Oribe que cruce al litoral porqué Paz había triunfado sobre Echagüe en
Caa-Guazú el 28 de noviembre de 1841 y amenazaba con un avance desde Corrientes
sobre Entre Ríos. Justo José de Urquiza evacua al gobierno de Entre Ríos de La Bajada del Paraná y se
refugia en la Isla
del Tonelero, en jurisdicción de la Provincia de Buenos Aires.
Dadas
estas novedades, Rosas requiere los servicios de varios marinos de gran
experiencia para formar una Escuadra de la Confederación. Son
convocados y dados de alta: Guillermo Brown, Juan Bautista Thorne, el mítico
sordo de la Vuelta
de Obligado, Francisco Erézcano y Azcuénaga, Francisco José Segui, Juan King y José María Pinedo. Varios de
ellos, como Segui y Pinedo por ejemplo, habían sido dados de baja por un
recordado decreto de Rosas del 16 de abril de 1835, que fue fundamentado por
razones de política partidista. Pero ahora no era momento de hacer
política.
Por
su parte Rivera, (colorado, unitario) quien había reemplazado a Oribe (blanco,
federal) que andaba de campaña por nuestro interior, prepara su propia escuadra
con la pretensión de llegar hasta Corrientes, donde se encontraban Ferré y Paz, para colaborar con las intenciones de pretender avanzar sobre
Entre Ríos y eventualmente llegar hasta Buenos Aires y desplazar a Rosas del
gobierno.
Pero
previamente debemos explicar el proceso
de como Garibaldi aparece involucrado en
la Batalla de
Costa Brava del 15 y 16 de agosto de 1842, dirigiendo una escuadrilla contra
otra de la Confederación
que comanda Guillermo Brown.
Desde
1835 el Estado de Río Grande del Sur, mantiene un enfrentamiento con Río de
Janeiro porqué mantiene ideas independentistas y varios dirigentes libertarios
y carbonarios pretenden segregar ese Estado del Estado central, en ese momento,
con pretensiones imperiales. El jefe de este movimiento era el libertario
Coronel Bentos Goncalvez da Silva. Este proceso revolucionario se denomina
como “Revolución de los farrapos”
(harapientos). Garibaldi, de ideas
libertarias y prófugo de Italia y Francia, aparece en Río Grande para apoyar la
segregación y logra que se le otorgue
patente de corso para lograr financiamiento para la revolución, radicándose en
Porto Alegre. Arma la nave “La
Mazzini ” con la cual hace algunas incursiones de rapiña por
el sur del Brasil, en nombre de la revolución de los farrapos. Finalmente los
separatistas son derrotados gradualmente por los imperiales y Garibaldi termina refugiado en
Montevideo al servicio de Fructuoso
Rivera. Para 1841 Garibaldi ya con su mujer Anita Ribeiro y su primer hijo
Menotti, presta servicios de variada índole a Rivera.
El combate fluvial y terrestre de Costa Brava
( 15 y16 de agosto de
1842). Rivera solamente pudo disponer de limitados recursos, sobre todo
de calidad de personal, para competir el dominio fluvial en disputa, precisamente con Guillermo Brown. Rivera
designa a Giussepe Garibaldi como nuevo jefe de la escuadra oriental en
reemplazo de Coe. La flotilla se componía de la corbeta “Constitución” de
dieciocho cañones, el bergantín “Pereyra” de dos cañones, la goleta “Libertad”,
cuatro faluchos y cuatro transportes de tropas y materiales.
La
escuadra de la
Confederación quedó integrada por los bergantines
“Echagüe”, “Americano”, “Republicano”, y las goletas “9 de Julio y “Chacabuco”.
Aumentando sus efectivos por gestiones e iniciativa de Brown a siete buques y
un total de setenta cañones, mas transportes de marinería (hoy infantería de
marina) y diversos materiales bélicos y de aprovisionamiento.
La
misión encomendada a Garibaldi era una misión imposible de concretarse. Había
que remontar el Paraná, burlar el bloqueo de la Confederación , llegar
a Corrientes y tomar contacto con Ferré. No se podía desconocer que para tales
fines, tenía que superar, además de los buques de Brown, el obstáculo de la
isla Martín García, que se encontraba artillada y algunos buques menores en la Bajada del Paraná que
estaban al mando del experimentado Segui.
El
26 de junio de 1842, Garibaldi cuando pasa por la
Isla Martín García, enarbola bandera
argentina para engañar a las baterías. No engaña a nadie, pasa pero bajo fuego
a discreción que produjeron algunos
daños. Mientras tanto Brown levó anclas desde Buenos Aires al tomar
conocimiento de la presencia de la escuadrilla oriental en el Río de la Plata.
Recién
el 19 de julio Garibaldi puede forzar el paso frente a la Bajada con acciones de
combate con Segui. Detrás venía navegando Brown que al llegar a la Bajada incorpora a Segui
con cuatro buques más: dos goletas y dos transportes de infantería.
El
15 de agosto, Brown da alcance a
Garibaldi en el paraje llamado “Costa Brava”, cerca del límite de Corrientes y
Entre Ríos, donde existe una estrechura del río y se produce el combate
definitivo. El mismo se extiende desde el 15 al 16 de agosto. El combate se
efectúa desde los buques y también en tierra. El “Echagüe” se apoyó en la
orilla izquierda y Brown ordena el
desembarcado de infantería y cuatro piezas de artillería al mando de los
hermanos Mariano y Bartolomé Leónidas Cordero. Ambos tenientes, que desde tierra
hacen estragos al enemigo y mostraron en la acción heroico comportamiento.
En
la noche del 15, Garibaldi aprovecha la oscuridad
para lanzar dos brulotes, que son interceptados por dos falúas, una dirigida
por Bartolomé Leónidas Cordero y el otro interceptada por la falúa que dirige
el Teniente José María Mayorga. Desde tierra Mariano Cordero y sus tiradores
apoyan ambas acciones.
Para
la tarde del 16 la escuadrilla garibaldina había consumido todas sus municiones
y esa noche se produce el desbande de sus tropas. Garibaldi acodó los barcos
“Constitución” y “Pereyra”, los roció con pólvora y aguardiente y llevó a los
tripulantes a la goleta “Libertad”. La explosión y el incendio fueron
tremendos. Aprovechando ese momento Garibaldi y algunas tropas desembarcan y
regresan a Montevideo caminando. Brown ordenó, expresamente, que en esa huída pedestre
no se le disparara a nadie.
Con
el desastre sufrido por la escuadra riverista, Ferré y Paz solamente podían
recibir ayuda oriental por el lado del río Uruguay. Pero estamos en vísperas de
Arroyo Grande, que demorará por algunos años con las aspiraciones de los
liberales unitarios de derrotar a Rosas. Cosa que sucederá recién diez años más
tarde a manos de los federales urquicistas.
Llama
la atención lo poco realista de esta acción bélica emprendida por los
orientales y la subestimación que demuestran por los hombres de la Confederación. Rivera y Garibaldi eran
personas de extensa experiencia militar pero el plan nace muerto desde el
principio. Habría que darle la razón a San Martín cuando afirmaba que “Hay algunos trasnochados que suponen que somos como las empanadas, que se
pueden comer de un solo bocado”.
jueves, 14 de enero de 2016
Encarnación Ezcurra (1795-1838)
Por el Doctor Julio R. Otaño.
María de la
Encarnación Ezcurra y Arguibel nació en Buenos Aires el 25 de
marzo de 1795, siendo sus padres Juan Ignacio Ezcurra, español, y doña Teodora
Arguibel, que era argentina hija de franceses. El bisabuelo paterno de
Encarnación, Domingo de Ezcurra, había nacido en el valle de Larraun,
Pamplona Navarra, España.
Se había criado en un hogar de ocho hermanos y hermanastros.
Ella era la quinta hija mujer del matrimonio de Teodora de Argibel y Don Juan
de Ezcurra. Después de ella tres varones. Pertenecían a una
típica familia ganadera de ese tiempo. La madre de Encarnación Teodora,
provenía de una familia castiza. Su casamiento había sido arreglado desde los
Argibel para conservar por esta vía cierto confort económico que corría
peligro. Don Juan de Ezcurra hijo de criollos de una generación de menor
alcurnia que los Argibel, pero de fortuna, había visto en este casamiento la
posibilidad de ser reconocido socialmente.
En los primeros años de su vida, Juan Manuel de Rosas vivía
en la campaña y cada tanto solía frecuentar Buenos Aires, allí conocerá a
Encarnación Ezcurra. Pero Agustina
López de Osornio, la madre de Rosas, se opuso de entrada a este noviazgo de su
hijo. Cuando
Juan Manuel y Encarnación ya habían decidido contraer nupcias, Agustina López
de Osornio, pretextando la poca edad de ambos, rehusó consentir el
casamiento, sin embargo
poco pudo hacer contra la astucia de los jóvenes novios.
Encarnación Ezcurra, por instigación de Juan Manuel, le escribe una
carta a éste, donde le manda decir que estaba embarazada y que por tal motivo
debían casarse. La carta
engañosa fue dejada por Rosas en un lugar visible de la casa de su madre, a la
espera de que ésta la leyera. Cuando Agustina López de Osornio encuentra y lee
la carta, se dirige con desesperación a la casa de Teodora Arguibel, la madre
de Encarnación Ezcurra, para darle la novedad. Las dos señoras resolvieron allí
mismo que, ante el bochorno que una situación semejante pudiera ocasionar en
los círculos sociales, apuraran el casamiento entre Encarnación Ezcurra y Juan
Manuel de Rosas.
Contrajeron matrimonio el martes 16 de marzo de 1813, en una
ceremonia dirigida por el presbítero José María Terrero. Estaban como testigos
don León Ortiz de Rozas (padre de Rosas) y doña Teodora Arguibel.
Los primeros tiempos de la pareja no fueron de prosperidad
económica. Rosas entregó a sus
padres la estancia “El Rincón de López”, la cual administraba en el partido de
Magdalena. Quería
trabajar por su cuenta como hacendado, sin tener que pedir favores a nadie.
En una correspondencia mandada desde el exilio inglés a su
amiga Josefa Gómez, Rosas dirá que
“sin más capital que mi crédito e industria;
Encarnación estaba en el mismo caso; nada tenía, ni de sus padres, ni recibió
jamás herencia alguna”. Encarnación y Juan Manuel tuvieron
3 hijos: María de la Encarnación , nacida el
26 de marzo de 1816, y que apenas sobrevivió un día; Manuela Robustiana, que
nació el 24 de mayo de 1817, y Juan Bautista Pedro, nacido el 30 de junio de
1814.
Ella acompañará a su esposo en todos los emprendimientos que
tuvo, sea como administrador de Los Cerrillos o como de la estancia San Martín.
Y, desde luego, también en las vicisitudes de la política. Las idas
y venidas de la ciudad al campo, robustecieron en ella su adaptación a las
condiciones de vida semisalvaje de la campaña. Encarnación era de
carácter severo cuando las circunstancias así lo imponían, aunque no pocos la
retrataron como una mujer que carecía de ternura.
En el seno de la familia Rosas, la parte dulce correspondía a
Manuelita Robustiana, la hija predilecta del Restaurador de las Leyes, la misma
que con el tiempo será proclamada “Princesa de la Federación ”.
Fue la más fervorosa colaboradora de su marido, por quien
sentía una verdadera devoción. Actuó en forma brillante en las circunstancias
políticas más delicadas y difíciles. Gozaba de una enorme popularidad entre los
humildes, débiles y desposeídos, a los que protegía y halagaba, recibiéndolos
en su casa. Llegó a
ser el brazo derecho de Juan Manuel, tenía una lealtad y fanatismo
inclaudicables, sin embargo ella sólo inducía, sugería. Tras los primeros
años de la Revolución
de Mayo, y por más de dos décadas, la anarquía era la que estaba al mando del
vasto y deshabitado territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata , el país en formación
era un hervidero y la violencia cerril proyectaba su sombra. Será Rosas el que creará los
fundamentos y el principio de una autoridad nacional en la Argentina , y quien la
aplique exitosamente por primera vez en el ejercicio del poder por veintipico
de años.
El 1º de diciembre de 1828 el general Juan Lavalle –la “espada sin cabeza” como lo llamara San Martín, un militar brillante pero
manipulado por los “doctores” había
depuesto y luego fusilado al gobernador de Buenos Aires, el coronel Manuel
Dorrego, héroe de cien combates en todas las guerras de la independencia y
caudillo federal indiscutible de los barrios bajos. Rosas unió sus fuerzas con
las del santafecino Estanislao López y ambos vencieron a Lavalle en Puente de
Márquez el 26 de abril de 1829.
Ya para entonces todos ponían los ojos en ese ganadero, el
más importante de Buenos Aires, administrador de las estancias más organizadas,
disciplinadas y productivas del país, el creador de la industria del saladero
y Comandante de campaña y jefe de un ejército de gauchos victorioso en la
guerra contra el indio –los Colorados del Monte-, base verdadera del ejército
popular y nacional. En diciembre de 1829 Rosas fue nombrado gobernador de
Buenos Aires con poderes extraordinarios.
Designó un gabinete de lujo, incluyendo a Tomás Guido como
ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores, Manuel J. García como ministro
de Hacienda y Juan Ramón González Balcarce como ministro de Guerra y Marina.
En diciembre de 1832 Rosas fue reelecto gobernador pero no
aceptó el cargo, rechazándolo por tres veces, a pesar de las súplicas del
pueblo y de la
Legislatura. Para entonces el partido Federal estaba
ferozmente dividido entre los “doctrinarios”,
“cismáticos” o “lomos negros” y los leales al Restaurador, los “ortodoxos” o “apostólicos”. Rosas no acepta presiones y organiza un Ejército
Expedicionario de dos mil hombres, se aleja de la ciudad y de la provincia, y
se interna en el desierto por más de mil kilómetros hasta el Paralelo 42,
alternativamente combatiendo y negociando con los caciques indios.
jueves, 7 de enero de 2016
JUAN DE GARAY
Por: Profesor J.Bismarck
Juan de Garay, vizcaíno nacido en
la aldea de Villalba de Losa, arribó al Perú, muy joven, en 1545, traído por su tío
el licenciado Pedro de Zárate, quien se ocupó de su educación y carrera
militar. En estas tierras participó en la conquista y población de Tucumán y en
la fundación de Santa Cruz de la
Sierra , permaneciendo allí hasta 1568, fecha en la que marchó
a Asunción donde desempeñaría importantes cargos. Viendo los inconvenientes y
dificultades en las comunicaciones dentro del Virreinato del Perú consiguió que
el Gobernador Martín Suárez de Toledo le otorgara el poder para llevar adelante
su idea de “Abrir puertas a la tierra”: (expresión usada por Juan de Garay que
hace referencia a su propósito de fundar ciudades para romper con el
aislamiento de Asunción, ciudad desde donde parte con su expedición,
conectándola no sólo con la salida al mar para ir a España, sino también con el
Alto Perú, centro político y económico.)
No es sólo una expresión
exclusiva de Garay sino que forma parte de la estrategia promovida por los
funcionarios españoles para la conquista y colonización de esta parte del
continente.
El domingo 23 de noviembre del
año 1572 se anunció por un bando en la
Plaza de Asunción que aguas abajo del Paraná, se fundaría un
pueblo de hasta ochenta capitanes (con sus respectivas armas y los pertrechos
necesarios para su subsistencia), y que marcharía con ellos como capitán Juan
de Garay; se daba plazo de cuarenta días para proveerse de lo necesario a los
que se anotaran en la lista que confeccionaba un escribano. Setenta y cinco “mancebos de la tierra” y cinco
españoles acompañaron a Garay en esta empresa, así lo expresa Zapata Gollán “los que salieron para fundar Santa Fe no
tenían ante sus ojos los espejismos de grandezas y tesoros que alucinaban a
otros. Santa Fe iba a ser sólo una ciudad del camino: una posta en la ruta a
Buenos Aires y en la ruta al Perú. Santa Fe iba a ser una encrucijada”.
El objetivo fue señalar y
asegurar el camino que uniera a las poblaciones dispersas en los dilatados
territorios de América, desde el Paraguay hasta el Perú a través de la búsqueda
de dos vías de comunicación: una marítima y otra terrestre. Juan de
Garay salió de Asunción el 14 de abril de 1573 en un bergantín construido en
esa ciudad, con la escolta que llevaba preso a España a Felipe de Cáceres. La
expedición fundadora estaba dividida en dos contingentes: uno marchaba por tierra siguiendo la margen
izquierda del Paraná para evitar, de este modo, los bosques del Chaco; este
grupo estaba a cargo de Francisco de Sierra. Viajaban con carretas, ganado vacuno y cincuenta y cinco
caballos arreados por un grupo de indígenas.
Esta tropa que marchaba penosamente por tierra, abriendo
camino y vadeando arroyos y ríos, no pudo andar más de dos o tres leguas
diarias. El resto de la expedición, encabezada por Garay, venía por el río: lo
hacen en un bergantín grande, cinco barcas y unas balsas construidas con canoas
unidas por medio de un entarimado, ellos llevaban las municiones y los
bastimentos necesarios para fundar una población .
Según el poder y comisión dado
por el Gobernador Martín Suárez de Toledo a Garay , “llevan
muchas armas y municiones e mucho número de caballos, bastimentos, ganados,
plantas, semillas, gente de servicio, fragua e todos los demás pertrechos necesarios”, venían con sus mujeres y
sus hijos y hasta hubo algún nacimiento en el camino.
Ambos grupos se encuentran y
hacen campamento provisorio en la actual Colonia Cayastá en el mes de julio, tomando
posesión real y efectiva de la llamada “Provincia
de los Timbúes”; Garay continúa
su viaje más al sur buscando un lugar propicio para la fundación de la ciudad y se encuentra con Jerónimo
Luis de Cabrera, fundador de Córdoba, quien se dirigía al norte después de
haber fundado el puerto de San Luis, sobre el Paraná, como salida fluvial de la
ciudad de Córdoba. Este hecho provocó problemas jurisdiccionales entre
ambas ciudades; por ello, Garay, obligado por las circunstancias, regresa el 30
de septiembre al sitio de Cayastá, donde le esperaba el resto de la expedición
y funda, el domingo 15 de noviembre del
año 1573, la ciudad a orillas del río de los Quiloazas.
En 1580, Garay funda Buenos
Aires: así la conquista y colonización del Río de la Plata , se hizo, como expresa
Zapata Gollán “desde el corazón de la
selva del Paraguay, hacia el Atlántico, realizando en sentido inverso, con un
puñado de criollos, lo que no pudo realizar desde el Atlántico don Pedro de
Mendoza. Paraguay, convertido en un centro de expansión se proyecta aguas abajo
del Paraná, y con la fundación de Santa Fe primero y luego la de Buenos Aires,
traza una zona marginal que estabiliza y consolida el dominio de España en una
vasta región codiciada por la corona de Portugal”.
Es importante destacar que Juan
de Garay traía consigo en su expedición el Estandarte o Pendón Real, adornado
con las armas reales escudo de Felipe II a fecha de 1573- y guardado celosamente en la casa del
Alférez Real.
En el mes de enero de 1582 Juan
de Garay se encontraba en Buenos Aires de regreso de una expedición que había
realizado hacia el sur de esa provincia. En diciembre de ese año se embarcó
para Santa Fe “pasando un tiempo con los
suyos a quienes ya no volvería a
ver”, dice Leoncio Gianello en su “Historia de Santa Fe”.
El 9 de marzo de 1583 Garay se
embarcó en Buenos Aires con algunos de los hombres del nuevo gobernador de
Chile, don Alonso de Sotomayor. Venía hacia Santa Fe, narra Gianello, en un
bergantín con unos cincuenta hombres. A poca distancia del lugar en que estuvo
emplazado el fuerte Sancti Spíritu fundado por Gaboto, Garay bajó a tierra con
parte de la tripulación y al menos dos mujeres, a fin de no dormir
incómodamente a bordo de la pequeña embarcación.
Seguro del respeto que le tenían
los indios no dejó guardia ni centinela. Esa improvisación le fue fatal: los “indios del lugar” atacaron a los
dormidos españoles y dieron muerte a Garay y a doce de sus acompañantes
(cuarenta dice Del Barco Centenera). Otros tantos, entre ellos un sacerdote franciscano,
fueron tomados prisioneros. El resto de la tripulación, varios de ellos
heridos, lograron llegar al bergantín y partir para Santa Fe trayendo a sus
pobladores y a sus familias la triste noticia.
Tijeras y otros historiadores,
como Cervera y De Gandía, discrepan en lo que respecta a la fecha, el lugar y
la parcialidad o tribu a la que pertenecían los aborígenes que llevaron a cabo
el sangriento ataque. No obstante, puede afirmarse que éste ocurrió entre los
días 20 y 22 de marzo de 1583, en horas de la noche, y que los atacantes
agredieron a los dormidos españoles con las denominadas macanas o porras, cuyos
golpes, generalmente en la cabeza de las víctimas, provocaban la muerte de modo
inmediato.
Los hechos ocurrieron en la
margen izquierda del río Paraná, a la altura del actual Puerto de Baradero,
según algunos autores. O en las cercanías de la ciudad de Coronda, según otros.
O en Arroyo Seco, frente a la laguna Montiel, como expresa Cervera. Luego
rectificará esta afirmación estimando que Garay fue muerto en las inmediaciones
del conocido Fuerte Gaboto. Incluso hay quienes, como el historiador
entrerriano Miguel Ángel Mernes, sostienen que tales hechos sucedieron en la
actual provincia de Entre Ríos, en la desembocadura del río Victoria, a la altura
de la ciudad de Diamante, muy cerca del paraje conocido como Punta Gorda.
miércoles, 6 de enero de 2016
DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA
Por: Profesora Helga Nilda
Goicoechea
EI 24 de agosto de
1535 partía de Bonanza en la barra del puerto de San Lúcar de Barrameda, una
expedición que según el cronista López de Gomara «fue el mayor número de gentes y mayores naves que pasó capitán a Indias». Comandaba la empresa don
Pedro de Mendoza, granadino, gentilhombre de cámara del Rey Don Carlos, y
militar destacado en las guerras de Italia. Se había ofrecido para «conquistar
y poblar las tierras que hay en el Río de Solís que llaman de la Plata... y por allí calar
y pasar la tierra hasta llegar a la
Mar del Sur».
En tan ambiciosa
empresa Mendoza empeñaba su vida y la totalidad de su fortuna. Una vez
formalizadas las capitulaciones que lo nombraban Adelantado, asoció a familiares
como su hermano don Diego y sus sobrinos y herederos de apellido Benavídez, y a
hidalgos y caballeros que habían participado en las guerras de Italia. Se
agregaron extranjeros súbditos del Emperador como flamencos y alemanes.
Más de mil
quinientas personas embarcadas en trece navíos participaron de una aventura
fundadora que desde el vamos estuvo signada por la tragedia: la grave
enfermedad del Adelantado, celos y riñas entre los capitanes, la inicua ejecución del capitán Juan de Osorio
en las costas de Río de Janeiro «por
traidor y amotinador», presagiaban el desventurado futuro de la expedición
al punto que se oyó decir a don Diego de Mendoza :«plegué a Dios que la muerte
de este hombre no sea la causa de la perdición de todos».
En el mes de febrero
las naves llegaron al Río de la
Plata y Don Pedro ordenó el desembarco en la orilla derecha,
en una ensenada a media legua arriba de un riachuelo al que llamaron «de los navíos».
La
gente, agotada por la larga navegación y con escasos víveres se asentó en la
tierra y comenzó a levantar chozas apenas habitables, sin orden y todas muy
próximas como buscando amparo ante un escenario desconocido y hostil.
La
precariedad de los elementos, la escasez de alimentos que distintas salidas por
río y por tierra no pudieron resolver, el combate de junio a orillas del Río
Lujan donde perecieron el hermano de don Pedro y sus sobrinos, el sitio
posterior del poblado por parte de los indios y el hambre que llevó, como dice
Luis de Miranda en su conocido
Romance, «a comer la propia asadura de su hermano», fueron parte del
drama que acabó con las ilusiones de la gran epopeya pobladora. Enfermo y sin
posibilidades de recuperación Don
Pedro de Mendoza decidió volver a España. Antes de partir tomó algunas
previsiones: designó como teniente de gobernador y su heredero al único capitán
en el que confiaba: Juan de Ayolas quien en ese momento navegaba Paraná arriba
en busca de víveres; y de las sierras de plata. Mendoza, que había jugado al
todo o nada, ordenaba a su teniente que tratara de vender la gobernación a
Pizarro o a Almagro y al final suplicaba: «Y si Dios os diese alguna joya o alguna
piedra preciosa no dejéis de enviármela porque tenga algún remedio a mis
trabajos y a mis llagas... que ya sabéis que no tengo que comer en España».
En realidad, ya no
necesitaría nada más. Al mes de partir murió a bordo de la Magdalena y el océano le
sirvió de tumba. Triste destino terreno del hombre que soñaba con la gloria,
sin imaginar que la posteridad se la reservaba en la ciudad esquiva que no
logró fundar. En el Río de la
Plata apenas sobrevivía un puñado de hombres de la diezmada
expedición. Desaparecidos los notables, la empresa quedaba a cargo de una
segunda línea de oficiales: Juan
de Ayolas, Francisco Ruiz Galán, Juan de Salazar y Domingo Martínez de Irala.
Pero
¿quién era este Domingo Martínez de Irala, que a la postre resultaría el jefe
indiscutido de la conquista del Río de la Plata , y al que la historia le tenía reservado un
lugar de preferencia en el Paraguay del siglo XVI?
Era
un vasco, nacido en la Villa
de Vergara hacia el 1509. Hijo menor de una familia de seis hermanos, cuatro
mujeres y dos varones. Su padre Martín Pérez de Irala y su madre Marina de
Albisús Toledo pertenecían a ilustres familias de viejo arraigo. Dice su biógrafo
Lafuente Machain: «Es probable que
Domingo estuviera destinado a continuar con el cargo de su padre... lo hace
suponer su manera de escribir puesta en evidencia en sus cartas y memoriales y
su hermosa y clara caligrafía».
El
30 de mayo de 1529 sus padres otorgaron testamento conjunto: instituyeron
mayorazgo contodos los bienes raíces a favor
de su hijo Domingo de Irala «porque la
memoria de su casa quedase entera y sin disminución alguna”.
Fallecidos
sus padres y dueño de una fortuna que le aseguraba su independencia era de
esperar que, como dice Lafuente Machain «su
espíritu aventurero propio de la edad y de la raza» se viera tentado a
emprender la aventura en alguna de las expediciones que los castellanos
enviaban a las Indias.”
Dispuesto
a partir, el joven Irala otorgó, el 19 de agosto de 1534, una escritura de
venta a favor de un cuñado que se comprometía a cumplir con el testamento
paterno.
Libre ya de ataduras
marchó de Vergara a Sevilla donde Don Pedro de Mendoza reclutaba gente para su
empresa. En la lista de personas que integraban la expedición figura; «28 de junio de 1535 - Domingo de Irala,
hijo de Martín Pérez de Irala y de doña María de Toledo, natural de Vergara,
pasó a la dicha armada.» No pasó inadvertido el joven Irala, ya que el
mayordomo de Mendoza, Juan de Ayolas, le otorgó poder para llevar a cabo en
Sevilla, gestiones «relacionadas con la
atarazana para la armada que se preparaba».
Como
hemos visto, Irala partió sin
ocupar cargos de importancia ni fue tenido en cuenta por el Adelantado. Su
capacidad de mando, su sentido de la realidad y su tozudez propia de los
vascos, le fueron abriendo camino entre los capitanes. Desaparecido primero Mendoza y
luego Ayolas, Domingo Martínez de Irala ejerció un liderazgo indiscutido en el
Paraguay durante veinte años (1536-1556).
En
la primera etapa de su vida en Indias se destaca como capitán, conquistador y
aventurero. Y esta etapa comienza
cuando Juan de Ayolas lo integra a su expedición en busca de las sierras de
plata y le encomienda la conducción de uno de los bergantines que debía
remontar el Paraná. En este viaje, el «Capitán
Vergara» como lo llamaban sus compañeros empieza a conocer y a convivir con
un paisaje y una realidad que durante veinte años le serían familiarmente
propios.
La
expedición se detuvo en Candelaria, al norte del Río Paraguay, donde ancló la
flota. Después de sellar una alianza con los payaguás, Ayolas decidió iniciar
por tierra la travesía hacia el oeste. Antes de partir traspasó a Irala el
poder de lugarteniente y capitán general que había recibido de Mendoza y le
pidió que lo esperara en el lugar cuatro meses.
«El guipuzcoano de Vergara
comienza a desempeñar su gran papel en la historia» diría Enrique de Gandía.
Se desconoce el
itinerario y el destino de Ayolas; se cree que llegó a la región de los Charcas
y emprendió el regreso con un rico botín de oro y plata, que llegó a la Candelaria trece meses
después de su partida y no encontró a nadie, y que fue atacado y muerto por los
indios. Efectivamente, después de cuatro meses de espera, Irala, con las naves
en mal estado, atacado por los payaguás, y enterado que desde Buenos Aires
venían Salazar y Ruiz Galán a dirimir poderes, bajó hacia Asunción.
Dos
expediciones mas hizo Irala para buscar la sierra de plata, una en 1542 y la ultima, su «gran entrada» en 1547.
La
expedición de 1542 fue preparada cuidadosamente. Dos años antes levantó un
astillero en Asunción para construir embarcaciones, concretó alianzas con
parcialidades aborígenes, almacenó todo tipo de provisiones. El conocimiento de
la tierra y de las tribus indígenas adquirido en seis años de convivencia,
avalaban las condiciones para llegar a buen término.
Cuando
tenía la fecha de la partida se encontró con la desagradable presencia del segundo Adelantado
nombrado por el Rey: Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Acató al gobernador real
que venía a reemplazarlo pero su decepción fue grande: «Ansí, con su venida,
nos estorbó el viaje que estábamos por hacer», escribió mas tarde. Enterado
Alvar Núñez del proyecto decidió apoyarlo y unirse a él.
Para
aquietar a los viejos compañeros de Irala y convencido de su capacidad de mando
le encomendó una comisión de reconocimiento previo. Irala realizo una
exploración a fondo: en tres meses recorrió, con varios bergantines 200 leguas
del Río Paraguay. En el Puerto de los Reyes se internó a pie hacia el oeste,
buscando una ruta viable y consiguió información fidedigna sobre la existencia
de la sierra de la plata y de ciudades fabulosas y concretó acuerdos con los
indios. Después de tres meses volvió a Asunción donde escribió una
pormenorizada relación de la exploración.
El
8 de septiembre de 1543 partió la expedición comandada por Alvar Núñez con
cuatrocientos españoles y mil indios amigos.
En
el Puerto de los Reyes nombró a Irala maestre de campo y justicia mayor del
ejército en reconocimiento de sus méritos y para pacificar a los soldados.
La
expedición estuvo plagada de inconvenientes; inseguridad de los guías,
desentendimiento de los jefes, enfrentamiento de Alvar Núñez con los oficiales
reales, enfermedad del Adelantado y creciente del Río Paraguay, contribuyeron
al fracaso de la empresa y a la posterior destitución del Adelantado.
Pero
la gran aventura fue emprendida por Irala en 1547; esta fue en realidad «su
empresa», ya que la primera había sido la de Ayolas y la segunda la de Alvar
Núñez, aunque en ambas nuestro capitán jugó papeles importantes.
Vencido
Alvar Núñez, Irala reconocido como gobernador, ostentaba todo el poder. Eran
tiempos de bonanza en Asunción. Sin embargo la ilusión de la sierra de la plata
era todavía muy fuerte para los pobres conquistadores asunceños. Sobre este
momento opinaba Enrique de Gandía: «unos
se inclinaban por la aventura, otros por la política. Solo un hombre Domingo
Martínez de Irala, unía las dos ambiciones
y sobresalía en ambas. Tenía el poder y al mismo tiempo quería sondear el misterio.» En noviembre de 1547, con 280
españoles y 3 mil indios amigos partió de Asunción hacia las nacientes del Río
Paraguay... «Después, el misterio que se
extendía hacia el oeste». El
cruce del Chaco fue una odisea, pero a medida que avanzaban sobre las tierras
del oeste, las parcialidades indígenas anunciaban «noticias de prosperidad y
muchas minas de plata en las sierras de Carcajasa en la provincia de los
Charcas», apunta el cronista
Dejemos que el final
de la travesía nos relate en su dura lengua tudesca, Ulrico Schmidel que
participaba de la expedición y lo
dejó por escrito: «Después nos acercamos
a los Macasís hasta una legua de camino... ellos salieron a nuestro encuentro y
nos recibieron muy bien y empezaron a hablar en español con nosotros. Cuando
notamos que sabían hablar español, nos sobresaltamos muy rudamente por ello;
averiguamos a quien estaban sometidos y que señor tenían; ellos contestaron a
nuestro capitán que pertenecían a un noble de España que se llamaba Pedro
Ansures.»
La
ilusión se había desvanecido. La tierra prometida estaba ocupada y ya no había
lugar para ellos en las sierras altoperuanas. Como no podía avanzar en
territorios ajenos a su jurisdicción, Irala optó por enviar una embajada al
Perú y volverse al Paraguay. El fracaso hizo aflorar quejas de oficiales y
soldados, Irala renunció a su cargo de jefe y de gobernador.
Cuando
se acercaban a Asunción, informados de la anarquía reinante en la ciudad, los
mismos oficiales le restituyeron el mando. Irala, más realista y más viejo, se
dedicará a gobernar su ínsula paraguaya.
Irala
fue, sin duda, el caudillo del Paraguay durante 20 años.
La
aventura templó su espíritu y le permitió el conocimiento de la realidad
geográfica y humana en la que estaba inmerso, pero su lugar ganado en la
historia se debe a sus innegables aptitudes políticas. Si la estrategia es el
arte de dirigir los asuntos y resolver los conflictos, Irala fue un consumado
estratega: basta considerar como manejó sus conflictos con el poder, primero
con Ruiz Galán y luego con Alvar Núnez; como estabilizó la conquista en
Asunción sin graves enfrentamientos
indígenas; como manejó los tiempos de la conquista y los tiempos de paz para
consolidar lo adquirido.
Sus condiciones
de hombre de gobierno se pueden aquilatar en su actuación como gobernante desde
la ciudad que fundó y organizó. Porque su primer gran acto político fue la
fundación de la ciudad de Nuestra Señora de la Asunción , a orillas del
Río Paraguay. El documento fundamental que le permitió legitimar este acto fue la Real Cédula del 12 de
septiembre de 1537, por la cual el Rey pretendía resolver el problema de la
sucesión de Mendoza.
En
Buenos Aires, Ruiz Galán pretendió alzarse con el cargo, pero Cabrera emprendió
viaje al norte para buscar a Ayolas. En la casa-fuerte de la Asunción encontró a Irala
quien le participó la sospecha de la muerte de Ayolas y le mostró los poderes e
instrucciones que había recibido de aquel. Reconocidas las firmas, Irala fue
investido del mando y reclamó el acatamiento de Ruiz Galán, Salazar y todos los
oficiales presentes. Afirma José Luis Busaniche que «con esto asentaba Irala su autoridad indiscutida en todo el territorio
explorado y conquistado, desde
Buenos Aires a la
Candelaria »
El
primer problema que debió afrontar el gobernador fue el de la dispersión de la
gente en la enorme extensión entre el estuario del Río de la Plata y Asunción. Las costas
inhóspitas y pobres de Buenos Aires muy poco podían ofrecer y estaban demasiado
lejos de las sierras de la plata; el
mismo Don Pedro había aconsejado marchar al norte. Irala decidió concentrar la
gente en Asunción. Con anuencia de Cabrera, ordenó el traslado de los
pobladores de Buenos Aires. Antes de partir, Irala dejó una relación y guía
para los navegantes que llegasen.
El
lugar para asentar la población era una amplia bahía en el Río Paraguay que
servía de refugio a los navíos, rodeada de indios amigos, agricultores que
podían proveer de víveres en abundancia a los nuevos pobladores.
El
16 de septiembre de 1541 el gobernador Irala hizo los trámites de rigor para
convertir la casa-fuerte en ciudad: reunió a los oficiales reales y a los
vecinos, demarcó el ejido del ayuntamiento, designó alcaldes y regidores para
el primer cabildo y levantó el acta que marcaba la ley. Al día siguiente hizo derribar la
empalizada que cercaba el fuerte y marcó el lugar para la plaza, la Iglesia , el Cabildo y
repartió solares para los vecinos. Efraín
Cardozo, el gran historiador paraguayo, observa que aunque Irala no tuviera
mandato para fundar, «la creación de
una ciudad significaba la creación de la libertad comunal, el gobierno propio,
la liberación del régimen militar»... «Era trasplantar al Río de la
Plata la raíz de su tierra lejana.»
Con
gran sentido práctico comenzó a organizar la economía de la ciudad con reglas
claras para evitar las discordias. La falta de oro y plata lo llevó a fijar un
orden monetario para permitir el trueque equitativo; le fijó valor a los pocos
elementos de hierro que había como cuñas, anzuelos y cuchillos. «Que de aquí en
adelante valga un anzuelo de malla, un maravedí» rezaba el bando y con esta
unidad monetaria se fijaba el valor de las cosas.
Otro
problema fue la relación humana. La mayoría de los españoles eran hombres
solos, dedicados a la guerra. El laboreo de la tierra que permitió la
supervivencia de la ciudad era realizado por las indias, que tan generosamente
habían ofrecido los carios en prenda de alianza y de paz. Las relaciones de españoles e
indias determinó una fuerte mestización y produjo, en poco tiempo una cantidad
de mestizos o «mancebos de la tierra» con la consiguiente existencia
de una sociedad hispano-guaraní sólidamente asentada en parentesco o «cuñadazgo» como lo llama Cardozo.
El
Factor Dorante, enviado para analizar la situación, explicaba al Consejo de
Indias: «es costumbre de los indios
vender a sus mujeres, hijas y parientes... y la de los cristianos comprarlas,
lo que es necesario para sustentarse.»
Esta
sociedad, basada en la poligamia fue fuertemente cuestionada por religiosos y
funcionarios que venían de España y que llamaron a Asunción «el paraíso de
Mahoma»; provocó el enfrentamiento con Alvar Núñez que ordenó la devolución de
las indias y movió a la corona a enviar con Doña Mencia de Calderón, un
contingente de mujeres solteras a fin de casarlas con los conquistadores.
El
primer gobierno de Irala se vio interrumpido con la llegada del segundo
Adelantado, Alvar Núñez Cabeza de Vaca. El gobernador acató la voluntad real y
entregó a su sucesor la vara de la justicia. Pero enseguida entraron en pugna
los nuevos con los viejos conquistadores que veían avasallados sus derechos. El
Adelantado, noble y arrogante, venía dispuesto a hacer cumplir la ley.
Rencillas y fracasos, vuelta sin gloria de una expedición, terminaron con un
motín y la destitución y prisión del Adelantado.
Los
amotinados, reunidos frente a la casa de Irala lo proclamaron gobernador. Pero
quedaba un grupo numeroso de capitanes alvaristas. Con prudencia y habilidad
política el gobernador negoció con sus adversarios: a algunos los alejó
enviándolos a fundar ciudades. En el Guayrá en un intento de encontrar salida al
mar por la costa del Brasil, dos capitanes salvaron la vida a cambio del
matrimonio con Ursula y Marina, dos hijas mestizas de Irala.
Después
del fracaso de Juan y Diego de Sanabria que capitularon pero no embarcaron, la
corona reconoció los méritos y como premio a sus servicios nombró gobernador
real a Irala por Real Cédula del 14 de octubre de 1552. El caudillo veía
consolidada su obra. La llegada del Obispo Fernández de la Torre contribuiría a ordenar
la vida asunceña y el arribo de los sobrevivientes de la expedición de Diego de
Sanabria agregó un grupo de familias calificadas que pondrían la cuota de
«decencia» necesaria. Llegaba la hora del reposo. El 13 de marzo de 1550, como
previendo su fin, redactó y firmó ante escribano publico su testamento.
Después
de hacer profesión de fe católica y encomendar su alma a la misericordia de
Dios, pedía que su cuerpo fuera sepultado en la Iglesia Mayor previa
misa de réquiem; ordenaba la distribución de limosnas y luego de un
pormenorizado relato de su vida y un balance de sus bienes, lo que tiene, lo
que debe y lo que le adeudan, cumple con un deber de conciencia, reconoce
como propios 9 hijos, 3 varones y 6 mujeres con la mención de sus madres, todas
indias, y afirma «a los cuales he dado dotes conforme a lo que he podido.»
Seis meses después salió al campo
con peones para cortar madera para el altar de la nueva catedral. Lo trajeron
enfermo y murió a los pocos días el 3 de octubre de 1556 a los 46 años de edad
de los cuales más de la mitad había vivido en América.
De sus exequias participó todo el
pueblo. Todo Paraguay lloró su muerte. Todavía, en 1602 manifestaba el Cabildo
de Asunción:«Hasta hoy se llora en esta tierra a Don Domingo Martínez de Irala,
gobernador que fue por el Emperador de gloriosa memoria».
En 1793, Juan Francisco de
Aguirre escribía en su Diario: «El nombre
de Irala es conocido con aprecio, cuando de los otros apenas se oyen».
Y terminemos con el juicio
ponderado de Paúl Groussac, poco dado al elogio fácil: «Puestos en fiel balanza los errores y
merecimientos del que, manejando hombres y cosas con rudeza ejecutiva y
violencia casi siempre eficaz, logró impedir que esta naciente colonia
degenerase en un reñidero anárquico, la historia debe juzgar favorablemente a
Irala, amnistiándolo de sus faltas privadas en gracia de sus servicios
públicos”.
Bibliografía
Efraim Cardozo. Asunción del
Paraguay. En: Historia de la Nación Argentina , Buenos Aires, vol. III, 1937.
Efraim Cardozo. El Paraguay
colonial. Asunción, 1948.
Enrique de Gandía. Historia de la conquista del Río de la Plata y Paraguay, Buenos Aires, 1931.
Paúl Groussac. Mendoza y Garay.
Las dos fundaciones de Buenos Aires. Buenos Aires, Academia Argentina de
Letras, 1950, t.I.
Ricardo Lafuente Machain. El
gobernador Domingo Martínez de Irala. Bs. As.,1939
Ulrico Schmidl. Derrotero y viaje
de España a Indias. Bs.As. Austral, 1947.
José Torre Revello. La fundación
y despoblación de Buenos Aires. Bs.As., 1937
martes, 5 de enero de 2016
ULRICO SCHMIDl
Por: Profesor: J.
Bismarck
Observación:
Este comentario previamente fue publicado por el Profesor Bismarck en el
prestigioso portal Revisionistas del General San Martín, en fecha 30 de
noviembre 2015.
Nació en Straubing (Baviera, Alemania) en 1509. Murió en Regensburg (Baviera, Alemania) en 1581.
El alemán Ulrico Schmidl fue uno de los tantos
extranjeros que vino al Río de la
Plata atraído por las leyendas de riqueza de este nuevo mundo
que vaticinaban anteriores expedicionarios. Viajó con la expedición de don Pedro de Mendoza y permaneció en las Indias desde 1534
hasta 1554 cuando volvió a Alemania instado por su hermano a repatriarse de la Asunción.
En 1567 Ulrico Schmidl publica en Baviera el texto
que relata sus vivencias, el cual lleva como título: Verídica descripción de varias
navegaciones como también de muchas partes desconocidas, islas, reinos y
ciudades... también de muchos peligros, peleas y escaramuzas entre ellos y los
nuestros, tanto por tierra como por mar, ocurridos de una manera
extraordinaria, así como de la naturaleza y costumbres horriblemente singulares
de los antropófagos, que nunca han sido descriptas en otras historias o
crónicas, bien registradas o anotadas para utilidad pública.
El título cifra el relato y permite leer las
operaciones y los conflictos que lo recorren. La clave de abordaje parece
resonar en las primeras palabras: la descripción se ofrece como operador de
legibilidad del texto y como garante de la veracidad del mismo.
El texto se funda, por lo tanto, en lo exhaustivo, y
el detalle son delineadores de la descripción, la extensión apunta a dejar en
claro la dificultad de describirlo todo: el recorte salta a la vista en los
puntos suspensivos, la selección en la enumeración elegida. E inmediatamente el
conflicto pronominal, la confusión que pudo significar para el lector de esta
primera edición la referida lucha “entre ellos y los nuestros”. Asistimos desde el comienzo a la
dificultad que supone para Ulrico Schmidl su extranjería.
Ulrico debe demostrar simultáneamente la dilación de su carácter de
extranjero entre los españoles, la reafirmación de su españolidad entre los
indios, así como la perduración de su carácter alemán, el cual se patenta en la
lengua y en ciertas referencias, entre sus conciudadanos y futuros lectores
inmediatos de su texto.
Schmidl
se esfuerza por demostrar su vasallaje al monarca español a través de su
fidelidad al capitán que, según él, actúa para el bien de España, Domingo de
Irala.
Si el accionar de los
soldados españoles (dentro de los que se incluye) para con los indios y para
con Alvar Nuñez Cabeza de Vaca se halla validado en defensa de los intereses de
España. Este alemán,
integró en calidad de landsknecht (mercenario) la expedición del adelantado don
Pedro de Mendoza al Río de la
Plata. Fue la más aventura grande que salió de España con
fines de colonización luego del descubrimiento del Río de la Plata , estaba compuesta por
16 naves y 2500 hombres y partió del puerto de Sanlúcar de Barrameda (España)
el 24 de agosto de 1534.
Llegada la
expedición a estas geografías, Ulrico (a quien llamaban Utz) asistió a la
fundación de Buenos Aires. Entre 1536 y 1537 participó de la expedición de
Ayolas, con quien remontó los ríos Paraná y Paraguay, y que culminó con la
fundación de Asunción. Más tarde, bajo el mando de Martínez de Irala, exploró
el Chaco y llegó hasta el Alto Perú.
Schmidl pasó
casi 20 años en las nuevas posesiones españolas, hasta que logró el permiso
oficial para regresar a su país. Llevaba la comisión del gobernador Martínez de
Irala de poner en manos del Rey un detallado informe de los principales
acontecimientos de su administración.
Cumplida la
orden, Ulrico marchó a Sevilla, y de allí a Amberes. En esta ciudad, redactó la
crónica de sus aventuras en América, en una obra que apareció en 1567 y que se
llamó Derrotero y viaje a España y las Indias (El manuscrito original se conserva en
Sttugart, y fue hallado en 1893).
El escrito,
por el que algunos estudiosos lo llamaron "el
primer historiador del Río de la Plata " (aunque en
realidad su obra fue posterior a una de igual tenor, escrita por Pedro
Hernández y publicada doce años antes que la de Schmidl), contiene numerosas
referencias a la vida de los conquistadores en nuestro país.
Así, por ejemplo, Ulrico
recuerda que: "la gente no tenía qué comer y se moría de hambre y padecía
gran escasez. También se llegó al extremo de que los caballos no daban
servicio. Fue tal la pena y el desastre del hambre que no bastaron ni ratas, ni
ratones, víboras y otras sabandijas; también los zapatos y cueros, todo tuvo
que ser comido.
(...) “Sucedió
que tres españoles habían hurtado un caballo y se lo comieron a escondidas; y
eso se supo; así se los prendió y se les dio tormento para que confesaran tal
hecho; así fue pronunciada la sentencia que a los tres susodichos españoles se
los condenara y ajusticiara y se los colgara en una horca. Así se cumplió esto
y se los colgó en una horca. Ni bien se los había ajusticiado y cada cual se
fue a su casa y se hizo noche, aconteció la misma noche por parte de otros
españoles que ellos han cortado los muslos y unos pedazos de carne del cuerpo y
los han llevado a su alojamiento y comido. También ha ocurrido que un español
se ha comido su propio hermano que estaba muerto."
Estos y otros
relatos de la obra de Schmidl, que, si bien contiene errores, es una evocación
magnífica de los sucesos acaecidos a su vista, permitieron a decenas de
historiadores posteriores componer un cuadro de situación más o menos
aproximado de lo que fueron los primeros años de Buenos Aires (o "Wonass
Eiress", según la transcripción que hizo de la fonética española) y de su
sociedad, de la guerra contra los indígenas y del esfuerzo que supuso la
conquista para los españoles.
Posteriormente,
Schmidl regresó a Straubing, donde fue consejero municipal, antes de tener que
huir perseguido por los reformistas luteranos. Marchó a Regensburg, una ciudad
vecina, donde residió hasta su muerte, acaecida en 1581.
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