La publicación de estos apuntes sobre Historia Argentina, no tienen otra pretensión que prestar ayuda, tanto a estudiantes como a profesores de la materia en cuestión.

Muchos de ellos, simplemente son los apuntes confeccionados por el suscripto, para servir como ayuda memoria en las respectivas clases de los distintos temas que expusiera durante mi práctica en el Profesorado. Me daría por muy satisfecho si sirvieran a otras personas para ese objetivo.

Al finalizar cada apunte, o en el transcurso del mismo texto se puede encontrar la bibliografía correspondiente a los diferentes aspectos mencionados.

Al margen de ello invitaremos a personas que compartan esta metodología, a sumarse con nuevos apuntes de Historia Argentina.




Profesor Roberto Antonio Lizarazu

roberto.lizarazu@hotmail.com



lunes, 25 de enero de 2016

Cerrar la grieta demandará mucho esmero.

 

Por: Alberto Medina Méndez

La crispación no es un fenómeno nuevo, pero es evidente que en los últimos años se ha exacerbado. Mucho se podría decir acerca de como se gestó, se desarrolló y escaló este perverso proceso, pero vale la pena poner todas las energías, más bien, en debatir como superar esta situación de coyuntura.

La "grieta" existe y es indisimulable. Esa división entre "ellos y nosotros" está presente en la sociedad y tiene poco sentido negarla o minimizarla. Tampoco parece razonable detenerse para asignar culpas y cargar las tintas sobre unos u otros. Es hora de asumir con hidalguía y humildad que, como bien se dice en el boxeo, "cuando uno no quiere, dos no pelean".

Es el momento de dar vuelta la página o, al menos, intentarlo. La meta no es que desaparezcan los desacuerdos, ni que las miradas sean todas idénticas, ni parecidas. El disenso no solo es deseable sino que también es necesario para luego hurgar sobre los diferentes senderos posibles, esos que conducen a mejores soluciones como resultado de un profundo análisis.  

 

Los encargados de construir la armonía social no son los gobernantes, ni los políticos. No es bueno que la sociedad se haga la distraída quitándose cualquier tipo de responsabilidad cívica. Claro que la política es protagonista y debe aportar ejemplaridad. Cuando la dirigencia apuesta a la confrontación multiplica la gravedad del problema. Por eso son bienvenidos los buenos gestos y los estilos que contribuyen a generar ese clima adecuado. Es el mínimo aporte que la política puede hacer a este loable fin.

Por difícil que parezca este objetivo no hay que resignarse ni bajar los brazos. La historia de la humanidad muestra innumerables ejemplos de sociedades que estuvieron divididas por hechos más graves que los actuales, con odio, resentimiento y muertes como ingredientes centrales. Pese a ello, lograron sobreponerse, con tropiezos, escollos, idas y vueltas, pero con una contundencia absolutamente verificable.

Los intelectuales y comunicadores deben también cumplir con la parte que les toca en suerte. Desde el periodismo, la academia y cualquier tribuna disponible se puede hacer mucho en favor de esta dinámica, ayudando a pensar con inteligencia y sin inútiles sobreactuaciones.

Pero indudablemente la responsabilidad mayor recae sobre la gente, sobre cada uno de los ciudadanos en su actividad diaria. Allí empieza el trabajo y es donde realmente se harán notar los eventuales progresos concretos. Es en la rutina más mundana donde florecerá la verdadera convivencia.

Si la sociedad no logra entender su rol vital en esta difícil reconstrucción, es improbable modificar la tendencia. Es imperioso recorrer ese camino de aprendizaje y autocrítica. Ha sido demasiado tiempo el vivido bajo estas hostiles reglas de juego. Abandonar esos malos hábitos requerirá de una adaptación que no todos lograrán. Es posible que la mayoría de la sociedad lo consiga y que los violentos, solo terminen siendo una insignificante minoría que no logre impregnar a los demás con sus patéticas costumbres.

Importa mucho aquí la escala de valores que hay que decodificar y luego intentar  alinear. El respeto por el otro, por su vida e integridad, debe incluir la tolerancia por sus ideas, aunque ellas puedan considerarse equivocadas. Un epíteto despreciativo, una agresión sin sentido, no solo no consigue cambiar posiciones, sino que evita el camino de la sensata reflexión e invita a ratificar posturas encerrándose en lo conocido. Así solo se empeora todo.

Las modernas herramientas de comunicación, no siempre ayudan en este devenir. Cierta despersonalización, hace que sea más fácil decir lo indebido por esos medios que en persona. El "cara a cara", disminuye los niveles de belicosidad en casi todas las circunstancias. Es necesario, entonces, no alejarse de las personas con las que se discrepa. Por el contrario, se debe tomar contacto real con ellas, justamente, para acortar las distancias.

Es indispensable hacer el esfuerzo y desarrollar ese talento que permite separar a las personas de sus ideas. Las visiones son siempre opinables. No existen dos individuos que piensen igual. A Jorge Luis Borges se le atribuye aquella ironía que dice que "ni siquiera uno mismo comparte su propia opinión, si solo espera unos instantes". Lo que no es admisible es renegar de ciertas personas solo por discrepar con sus convicciones. Todas merecen ser toleradas, mucho más aún cuando no se comparten sus opiniones, porque se debe respetar a las personas, más allá de sus concepciones.

Es esencial comprender que no todo tiene que ver con las formas. El reto no pasa por simular adoptando actitudes impostadas, sino que se trata de internalizar que se vive en comunidad, con interdependencia del resto, que todos los días se hacen transacciones de bienes y servicios con personas con las que no se coincide en muchos aspectos, y que para cooperar no es imprescindible estar de acuerdo en todo, sino solo en aquello que, específicamente, es el objeto de ese saludable intercambio pacífico.

El problema es complejo, existe y es bueno que pueda ser abordado cuanto antes, con perseverancia. No es solo tarea de la política, aunque ella debe contribuir con esa misión. Es la gente la que tendrá que tomar la decisión de dejar atrás esta calamidad cotidiana que destruye todo a su paso, y deberá trabajar de un modo muy personal para conseguirlo. Es trascendental entender que cerrar la grieta demandará de mucho esmero.

 

 

 

 

 

 




viernes, 15 de enero de 2016

EL ALMIRANTE BROWN Y JOSE GARIBALDI

Por: Roberto Antonio Lizarazu

La Historia nos ofrece permanentemente  hechos producidos en circunstancias extrañas y contradictorias. En la nuestra, uno de esos hechos inusuales, fue la participación de José Garibaldi al servicio de la Banda Oriental, enfrentándose con la Confederación Argentina y puntualmente, en la batalla  que comentaremos en esta nota, con nuestro máximo héroe naval el Almirante Guillermo Brown. Esta batalla terrestre y naval es la de Costa Brava que ocurre entre los días  15 y 16 de agosto  de 1842, en el paraje de ese nombre, Costa Brava, en el río Paraná, cercano al límite entre las provincias de Corrientes y Entre Ríos.

Giuseppe Garibaldi, quien termina siendo unas décadas más tarde, una de las  figuras más destacadas del proceso de la  unificación italiana, nace en Niza, en ese momento Reino de Piamonte el 4 de julio de 1807 y fallece en Caprera, Reino de Italia, el 2 de junio de 1882. Pero entre los años 1840/50, Garibaldi andaba por estas alejadas pampas contribuyendo a la fragmentación de estas incipientes naciones.

Cuadro de situación en la Confederación Argentina.   Como consecuencia del Tratado de paz con Francia, y firmado en octubre de 1840 el Tratado Arana-Mackau, una de las consecuencias fue la pérdida del dominio del Río de la Plata, el Paraná y el Uruguay inferior por parte de la Banda Oriental.

Para 1841,  en la Confederación Argentina  se había intensificado la guerra interna y los triunfos y fracasos de unitarios y federales eran fluctuantes y alternados. El 28 de noviembre de 1840 Lavalle es derrotado en Quebracho Herrado por Manuel Oribe. El 19 de septiembre de 1841 Lavalle sufre otra derrota en Famaillá a manos del mismo Oribe. Luego muere en Jujuy el 8 de octubre de ese año.

Rosas llama a Oribe que cruce al litoral porqué Paz había triunfado sobre Echagüe en Caa-Guazú el 28 de noviembre de 1841 y amenazaba con un avance desde Corrientes sobre Entre Ríos. Justo José de Urquiza evacua al gobierno de Entre Ríos de La Bajada del Paraná y se refugia en la Isla del Tonelero, en jurisdicción de la Provincia de Buenos Aires.

Dadas estas novedades, Rosas requiere los servicios de varios marinos de gran experiencia para formar una Escuadra de la Confederación. Son convocados y dados de alta: Guillermo Brown, Juan Bautista Thorne, el mítico sordo de la Vuelta de Obligado, Francisco Erézcano y Azcuénaga, Francisco José Segui,  Juan King y José María Pinedo. Varios de ellos, como Segui y Pinedo por ejemplo, habían sido dados de baja por un recordado decreto de Rosas del 16 de abril de 1835, que fue fundamentado por razones de política partidista. Pero ahora no era momento de hacer política. 

Por su parte Rivera, (colorado, unitario) quien había reemplazado a Oribe (blanco, federal) que andaba de campaña por nuestro interior, prepara su propia escuadra con la pretensión de llegar hasta Corrientes, donde se encontraban  Ferré y Paz, para colaborar con  las intenciones de pretender avanzar sobre Entre Ríos y eventualmente llegar hasta Buenos Aires y desplazar a Rosas del gobierno.

Pero previamente  debemos explicar el proceso de como  Garibaldi aparece involucrado en la Batalla de Costa Brava del 15 y 16 de agosto de 1842, dirigiendo una escuadrilla contra otra de la Confederación que comanda Guillermo Brown.

Desde 1835 el Estado de Río Grande del Sur, mantiene un enfrentamiento con Río de Janeiro porqué mantiene ideas independentistas y varios dirigentes libertarios y carbonarios pretenden segregar ese Estado del Estado central, en ese momento, con pretensiones imperiales. El jefe de este movimiento era el libertario Coronel Bentos Goncalvez da Silva. Este proceso revolucionario se denomina como  “Revolución de los farrapos” (harapientos).  Garibaldi, de ideas libertarias y prófugo de Italia y Francia, aparece en Río Grande para apoyar la segregación y logra  que se le otorgue patente de corso para lograr financiamiento para la revolución, radicándose en Porto Alegre. Arma la nave “La Mazzini” con la cual hace algunas incursiones de rapiña por el sur del Brasil, en nombre de la revolución de los farrapos. Finalmente los separatistas son derrotados gradualmente por los imperiales  y Garibaldi termina refugiado en Montevideo   al servicio de Fructuoso Rivera. Para 1841 Garibaldi ya con su mujer Anita Ribeiro y su primer hijo Menotti, presta servicios de variada índole a Rivera. 

El combate fluvial y terrestre de Costa Brava ( 15 y16 de agosto de 1842). Rivera solamente pudo disponer de limitados recursos, sobre todo de calidad de personal, para competir el dominio fluvial en disputa,  precisamente con Guillermo Brown. Rivera designa a Giussepe Garibaldi como nuevo jefe de la escuadra oriental en reemplazo de Coe. La flotilla se componía de la corbeta “Constitución” de dieciocho cañones, el bergantín “Pereyra” de dos cañones, la goleta “Libertad”, cuatro faluchos y cuatro transportes de tropas y materiales.  


La escuadra de la Confederación quedó integrada por los  bergantines  “Echagüe”, “Americano”, “Republicano”, y las goletas “9 de Julio y “Chacabuco”. Aumentando sus efectivos por gestiones e iniciativa de Brown a siete buques y un total de setenta cañones, mas transportes de marinería (hoy infantería de marina) y diversos materiales bélicos y de aprovisionamiento.

La misión encomendada a Garibaldi era una misión imposible de concretarse. Había que remontar el Paraná, burlar el bloqueo de la Confederación, llegar a Corrientes y tomar contacto con Ferré. No se podía desconocer que para tales fines, tenía que superar, además de los buques de Brown, el obstáculo de la isla Martín García, que se encontraba artillada y algunos buques menores en la Bajada del Paraná que estaban al mando del experimentado Segui.

El 26 de junio de 1842, Garibaldi cuando pasa por la Isla Martín García, enarbola bandera argentina para engañar a las baterías. No engaña a nadie, pasa pero bajo fuego a discreción  que produjeron algunos daños. Mientras tanto Brown levó anclas desde Buenos Aires al tomar conocimiento de la presencia de la escuadrilla oriental en el Río de la Plata.

Recién el 19 de julio Garibaldi puede forzar el paso frente a la Bajada con acciones de combate con Segui. Detrás venía navegando Brown que al llegar a la Bajada incorpora a Segui con cuatro buques más: dos goletas y dos transportes de infantería.

El 15  de agosto, Brown da alcance a Garibaldi en el paraje llamado “Costa Brava”, cerca del límite de Corrientes y Entre Ríos, donde existe una estrechura del río y se produce el combate definitivo. El mismo se extiende desde el 15 al 16 de agosto. El combate se efectúa desde los buques y también en tierra. El “Echagüe” se apoyó en la orilla izquierda y Brown ordena el  desembarcado de infantería y cuatro piezas de artillería al mando de los hermanos Mariano  y Bartolomé Leónidas  Cordero. Ambos tenientes, que desde tierra hacen estragos al enemigo y mostraron en la acción heroico comportamiento.

En la noche del 15,  Garibaldi aprovecha la oscuridad para lanzar dos brulotes, que son interceptados por dos falúas, una dirigida por Bartolomé Leónidas Cordero y el otro interceptada por la falúa que dirige el Teniente José María Mayorga. Desde tierra Mariano Cordero y sus tiradores apoyan ambas acciones.

Para la tarde del 16 la escuadrilla garibaldina había consumido todas sus municiones y esa noche se produce el desbande de sus tropas. Garibaldi acodó los barcos “Constitución” y “Pereyra”, los roció con pólvora y aguardiente y llevó a los tripulantes a la goleta “Libertad”. La explosión y el incendio fueron tremendos. Aprovechando ese momento Garibaldi y algunas tropas desembarcan y regresan a Montevideo caminando. Brown ordenó, expresamente, que en esa huída pedestre no se le disparara a nadie.

Con el desastre sufrido por la escuadra riverista, Ferré y Paz solamente podían recibir ayuda oriental por el lado del río Uruguay. Pero estamos en vísperas de Arroyo Grande, que demorará por algunos años con las aspiraciones de los liberales unitarios de derrotar a Rosas. Cosa que sucederá recién diez años más tarde a manos de los federales urquicistas.

Llama la atención lo poco realista de esta acción bélica emprendida por los orientales y la subestimación que demuestran por los hombres de la Confederación.  Rivera y Garibaldi eran personas de extensa experiencia militar pero el plan nace muerto desde el principio. Habría que darle la razón a San Martín cuando afirmaba que “Hay algunos trasnochados que suponen que somos como las empanadas, que se pueden comer de un solo bocado”.







jueves, 14 de enero de 2016


Encarnación Ezcurra (1795-1838)


Por el Doctor Julio R. Otaño.

María de la Encarnación Ezcurra y Arguibel nació en Buenos Aires el 25 de marzo de 1795, siendo sus padres Juan Ignacio Ezcurra, español, y doña Teodora Arguibel, que era argentina hija de franceses. El bisabuelo paterno de Encarnación, Domingo de Ezcurra, había nacido en el valle de Larraun,
Pamplona Navarra, España.              

Se había criado en un hogar de ocho hermanos y hermanastros. Ella era la quinta hija mujer del matrimonio de Teodora de Argibel y Don Juan de Ezcurra. Después de ella tres varones.    Pertenecían a una típica familia ganadera de ese tiempo. La madre de Encarnación Teodora,  provenía de una familia castiza. Su casamiento había sido arreglado desde los Argibel para conservar por esta vía cierto confort económico que corría peligro. Don Juan de Ezcurra hijo de criollos de una generación de menor alcurnia que los Argibel, pero de fortuna, había visto en este casamiento la posibilidad de ser reconocido socialmente.                        

En los primeros años de su vida, Juan Manuel de Rosas vivía en la campaña y cada tanto solía frecuentar Buenos Aires, allí conocerá a Encarnación Ezcurra.  Pero Agustina López de Osornio, la madre de Rosas, se opuso de entrada a este noviazgo de su hijo.    Cuando Juan Manuel y Encarnación ya habían decidido contraer nupcias, Agustina López de Osornio, pretextando la poca edad de ambos, rehusó consentir el casamiento, sin embargo poco pudo hacer contra la astucia de los jóvenes novios.            

Encarnación Ezcurra,   por instigación de Juan Manuel, le escribe una carta a éste, donde le manda decir que estaba embarazada y que por tal motivo debían casarse. La carta engañosa fue dejada por Rosas en un lugar visible de la casa de su madre, a la espera de que ésta la leyera. Cuando Agustina López de Osornio encuentra y lee la carta, se dirige con desesperación a la casa de Teodora Arguibel, la madre de Encarnación Ezcurra, para darle la novedad. Las dos señoras resolvieron allí mismo que, ante el bochorno que una situación semejante pudiera ocasionar en los círculos sociales, apuraran el casamiento entre Encarnación Ezcurra y Juan Manuel de Rosas. 

Contrajeron matrimonio el martes 16 de marzo de 1813, en una ceremonia dirigida por el presbítero José María Terrero. Estaban como testigos don León Ortiz de Rozas (padre de Rosas) y doña Teodora Arguibel.   Los primeros tiempos de la pareja no fueron de prosperidad económica. Rosas entregó a sus padres la estancia “El Rincón de López”, la cual administraba en el partido de Magdalena.   Quería trabajar por su cuenta como hacendado, sin tener que pedir favores a nadie.

En una correspondencia mandada desde el exilio inglés a su amiga Josefa Gómez, Rosas dirá que “sin más capital que mi crédito e industria; Encarnación estaba en el mismo caso; nada tenía, ni de sus padres, ni recibió jamás herencia  alguna”.   Encarnación y Juan Manuel tuvieron 3 hijos: María de la Encarnación, nacida el 26 de marzo de 1816, y que apenas sobrevivió un día; Manuela Robustiana, que nació el 24 de mayo de 1817, y Juan Bautista Pedro, nacido el 30 de junio de 1814.         

Ella acompañará a su esposo en todos los emprendimientos que tuvo, sea como administrador de Los Cerrillos o como de la estancia San Martín. Y, desde luego, también en las vicisitudes de la política.   Las idas y venidas de la ciudad al campo, robustecieron en ella su adaptación a las condiciones de vida semisalvaje de la campaña.  Encarnación era de carácter severo cuando las circunstancias así lo imponían, aunque no pocos la retrataron como una mujer que carecía de ternura.            

En el seno de la familia Rosas, la parte dulce correspondía a Manuelita Robustiana, la hija predilecta del Restaurador de las Leyes, la misma que con el tiempo será proclamada  “Princesa de la Federación”.  

Fue la más fervorosa colaboradora de su marido, por quien sentía una verdadera devoción. Actuó en forma brillante en las circunstancias políticas más delicadas y difíciles. Gozaba de una enorme popularidad entre los humildes, débiles y desposeídos, a los que protegía y halagaba, recibiéndolos en su casa.  Llegó a ser el brazo derecho de Juan Manuel, tenía  una lealtad y fanatismo inclaudicables, sin embargo ella sólo inducía, sugería.  Tras los primeros años de la Revolución de Mayo, y por más de dos décadas, la anarquía era la que estaba al mando del vasto y deshabitado territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el país en formación era un hervidero y la violencia cerril proyectaba su sombra.  Será Rosas el que creará los fundamentos y el principio de una autoridad nacional en la Argentina, y quien la aplique exitosamente por primera vez en el ejercicio del poder por veintipico de años.            

El 1º de diciembre de 1828 el general Juan Lavalle –la “espada sin cabeza” como lo llamara San Martín, un militar brillante pero manipulado por los “doctores” había depuesto y luego fusilado al gobernador de Buenos Aires, el coronel Manuel Dorrego, héroe de cien combates en todas las guerras de la independencia y caudillo federal indiscutible de los barrios bajos. Rosas unió sus fuerzas con las del santafecino Estanislao López y ambos vencieron a Lavalle en Puente de Márquez el 26 de abril de 1829.               

Ya para entonces todos ponían los ojos en ese ganadero, el más importante de Buenos Aires, administrador de las estancias más organizadas, disciplinadas y productivas del país, el creador de la industria del saladero  y Comandante de campaña y jefe de un ejército de gauchos victorioso en la guerra contra el indio –los Colorados del Monte-, base verdadera del ejército popular y nacional.  En diciembre de 1829 Rosas fue nombrado gobernador de Buenos Aires con poderes extraordinarios.

Designó un gabinete de lujo, incluyendo a Tomás Guido como ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores, Manuel J. García como ministro de Hacienda y Juan Ramón González Balcarce como ministro de Guerra y Marina.                


En diciembre de 1832 Rosas fue reelecto gobernador pero no aceptó el cargo, rechazándolo por tres veces, a pesar de las súplicas del pueblo y de la Legislatura. Para entonces el partido Federal estaba ferozmente dividido entre los “doctrinarios”, “cismáticos” o “lomos negros” y los leales al Restaurador, los “ortodoxos” o “apostólicos”. Rosas no acepta presiones y organiza un Ejército Expedicionario de dos mil hombres, se aleja de la ciudad y de la provincia, y se interna en el desierto por más de mil kilómetros hasta el Paralelo 42, alternativamente combatiendo y negociando con los caciques indios.    

jueves, 7 de enero de 2016


JUAN DE GARAY



Por: Profesor J.Bismarck

Juan de Garay, vizcaíno nacido en la aldea de Villalba de Losa, arribó al Perú,  muy joven, en 1545, traído por su tío el licenciado Pedro de Zárate, quien se ocupó de su educación y carrera militar. En estas tierras participó en la conquista y población de Tucumán y en la fundación de Santa Cruz de la Sierra, permaneciendo allí hasta 1568, fecha en la que marchó a Asunción donde desempeñaría importantes cargos. Viendo los inconvenientes y dificultades en las comunicaciones dentro del Virreinato del Perú consiguió que el Gobernador Martín Suárez de Toledo le otorgara el poder para llevar adelante su idea de “Abrir puertas a la tierra”:  (expresión usada por Juan de Garay que hace referencia a su propósito de fundar ciudades para romper con el aislamiento de Asunción, ciudad desde donde parte con su expedición, conectándola no sólo con la salida al mar para ir a España, sino también con el Alto Perú, centro político y económico.) 

No es sólo una expresión exclusiva de Garay sino que forma parte de la estrategia promovida por los funcionarios españoles para la conquista y colonización de esta parte del continente.

El domingo 23 de noviembre del año 1572 se anunció por un bando en la Plaza de Asunción que aguas abajo del Paraná, se fundaría un pueblo de hasta ochenta capitanes (con sus respectivas armas y los pertrechos necesarios para su subsistencia), y que marcharía con ellos como capitán Juan de Garay; se daba plazo de cuarenta días para proveerse de lo necesario a los que se anotaran en la lista que confeccionaba un escribano.  Setenta y cinco “mancebos de la tierra” y cinco españoles acompañaron a Garay en esta empresa, así lo expresa Zapata Gollán “los que salieron para fundar Santa Fe no tenían ante sus ojos los espejismos de grandezas y tesoros que alucinaban a otros. Santa Fe iba a ser sólo una ciudad del camino: una posta en la ruta a Buenos Aires y en la ruta al Perú. Santa Fe iba a ser una encrucijada”.
El objetivo fue señalar y asegurar el camino que uniera a las poblaciones dispersas en los dilatados territorios de América, desde el Paraguay hasta el Perú a través de la búsqueda de dos vías de comunicación: una marítima y otra terrestre.   Juan de Garay salió de Asunción el 14 de abril de 1573 en un bergantín construido en esa ciudad, con la escolta que llevaba preso a España a Felipe de Cáceres. La expedición fundadora estaba dividida en dos contingentes: uno marchaba  por tierra siguiendo la margen izquierda del Paraná para evitar, de este modo, los bosques del Chaco; este grupo estaba a cargo de Francisco de Sierra. Viajaban con carretas,  ganado vacuno y cincuenta y cinco caballos arreados por un grupo de indígenas. 
Esta tropa que marchaba  penosamente por tierra, abriendo camino y vadeando arroyos y ríos, no pudo andar más de dos o tres leguas diarias. El resto de la expedición, encabezada por Garay, venía por el río: lo hacen en un bergantín grande, cinco barcas y unas balsas construidas con canoas unidas por medio de un entarimado, ellos llevaban las municiones y los bastimentos necesarios para fundar una población .

Según el poder y comisión dado por el Gobernador Martín Suárez de Toledo a Garay , “llevan muchas armas y municiones e mucho número de caballos, bastimentos, ganados, plantas, semillas, gente de servicio, fragua e todos los demás pertrechos necesarios”, venían con sus mujeres y sus hijos y hasta hubo algún nacimiento en el camino.

Ambos grupos se encuentran y hacen campamento provisorio en la actual Colonia Cayastá en el mes de julio, tomando posesión real y efectiva de la llamada “Provincia de los Timbúes”; Garay continúa su viaje más al sur buscando un lugar propicio para la fundación de la ciudad y se encuentra con Jerónimo Luis de Cabrera, fundador de Córdoba, quien se dirigía al norte después de haber fundado el puerto de San Luis, sobre el Paraná, como salida fluvial de la ciudad de Córdoba. Este hecho provocó problemas jurisdiccionales entre ambas ciudades; por ello, Garay, obligado por las circunstancias, regresa el 30 de septiembre al sitio de Cayastá, donde le esperaba el resto de la expedición y  funda,  el domingo 15 de noviembre del año 1573, la ciudad a orillas del río de los Quiloazas.
En 1580, Garay funda Buenos Aires: así la conquista y colonización del Río de la Plata, se hizo, como expresa Zapata Gollán “desde el corazón de la selva del Paraguay, hacia el Atlántico, realizando en sentido inverso, con un puñado de criollos, lo que no pudo realizar desde el Atlántico don Pedro de Mendoza. Paraguay, convertido en un centro de expansión se proyecta aguas abajo del Paraná, y con la fundación de Santa Fe primero y luego la de Buenos Aires, traza una zona marginal que estabiliza y consolida el dominio de España en una vasta región codiciada por la corona de Portugal”.

Es importante destacar que Juan de Garay traía consigo en su expedición el Estandarte o Pendón Real, adornado con las armas reales escudo de Felipe II a fecha de 1573-  y guardado celosamente en la casa del Alférez Real.  

En el mes de enero de 1582 Juan de Garay se encontraba en Buenos Aires de regreso de una expedición que había realizado hacia el sur de esa provincia. En diciembre de ese año se embarcó para Santa Fe “pasando un tiempo con los suyos a quienes ya no volvería a ver”, dice Leoncio Gianello en su “Historia de Santa Fe”.

El 9 de marzo de 1583 Garay se embarcó en Buenos Aires con algunos de los hombres del nuevo gobernador de Chile, don Alonso de Sotomayor. Venía hacia Santa Fe, narra Gianello, en un bergantín con unos cincuenta hombres. A poca distancia del lugar en que estuvo emplazado el fuerte Sancti Spíritu fundado por Gaboto, Garay bajó a tierra con parte de la tripulación y al menos dos mujeres, a fin de no dormir incómodamente a bordo de la pequeña embarcación.

Seguro del respeto que le tenían los indios no dejó guardia ni centinela. Esa improvisación le fue fatal: los “indios del lugar” atacaron a los dormidos españoles y dieron muerte a Garay y a doce de sus acompañantes (cuarenta dice Del Barco Centenera). Otros tantos, entre ellos un sacerdote franciscano, fueron tomados prisioneros. El resto de la tripulación, varios de ellos heridos, lograron llegar al bergantín y partir para Santa Fe trayendo a sus pobladores y a sus familias la triste noticia.
Tijeras y otros historiadores, como Cervera y De Gandía, discrepan en lo que respecta a la fecha, el lugar y la parcialidad o tribu a la que pertenecían los aborígenes que llevaron a cabo el sangriento ataque. No obstante, puede afirmarse que éste ocurrió entre los días 20 y 22 de marzo de 1583, en horas de la noche, y que los atacantes agredieron a los dormidos españoles con las denominadas macanas o porras, cuyos golpes, generalmente en la cabeza de las víctimas, provocaban la muerte de modo inmediato.
Los hechos ocurrieron en la margen izquierda del río Paraná, a la altura del actual Puerto de Baradero, según algunos autores. O en las cercanías de la ciudad de Coronda, según otros. O en Arroyo Seco, frente a la laguna Montiel, como expresa Cervera. Luego rectificará esta afirmación estimando que Garay fue muerto en las inmediaciones del conocido Fuerte Gaboto. Incluso hay quienes, como el historiador entrerriano Miguel Ángel Mernes, sostienen que tales hechos sucedieron en la actual provincia de Entre Ríos, en la desembocadura del río Victoria, a la altura de la ciudad de Diamante, muy cerca del paraje conocido como Punta Gorda.


miércoles, 6 de enero de 2016


DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA



Por: Profesora Helga Nilda Goicoechea

EI 24 de agosto de 1535 partía de Bonanza en la barra del puerto de San Lúcar de Barrameda, una expedición que según el cronista López de Gomara «fue el mayor número de gentes y mayores naves que pasó capitán a Indias». Comandaba la empresa don Pedro de Mendoza, granadino, gentilhombre de cámara del Rey Don Carlos, y militar destacado en las guerras de Italia. Se había ofrecido para «conquistar y poblar las tierras que hay en el Río de Solís que llaman de la Plata... y por allí calar y pasar la tierra hasta llegar a la Mar del Sur».

En tan ambiciosa empresa Mendoza empeñaba su vida y la totalidad de su fortuna. Una vez formalizadas las capitulaciones que lo nombraban Adelantado, asoció a familiares como su hermano don Diego y sus sobrinos y herederos de apellido Benavídez, y a hidalgos y caballeros que habían participado en las guerras de Italia. Se agregaron extranjeros súbditos del Emperador como flamencos y alemanes.

Más de mil quinientas personas embarcadas en trece navíos participaron de una aventura fundadora que desde el vamos estuvo signada por la tragedia: la grave enfermedad del Adelantado, celos y riñas entre los capitanes, la inicua ejecución del capitán Juan de Osorio en las costas de Río de Janeiro «por traidor y amotinador», presagiaban el desventurado futuro de la expedición al punto que se oyó decir a don Diego de Mendoza :«plegué a Dios que la muerte de este hombre no sea la causa de la perdición de todos».

En el mes de febrero las naves llegaron al Río de la Plata y Don Pedro ordenó el desembarco en la orilla derecha, en una ensenada a media legua arriba de un riachuelo al que llamaron «de los navíos».

La gente, agotada por la larga navegación y con escasos víveres se asentó en la tierra y comenzó a levantar chozas apenas habitables, sin orden y todas muy próximas como buscando amparo ante un escenario desconocido y hostil.

La precariedad de los elementos, la escasez de alimentos que distintas salidas por río y por tierra no pudieron resolver, el combate de junio a orillas del Río Lujan donde perecieron el hermano de don Pedro y sus sobrinos, el sitio posterior del poblado por parte de los indios y el hambre que llevó, como dice Luis de Miranda en su conocido Romance, «a comer la propia asadura de su hermano», fueron parte del drama que acabó con las ilusiones de la gran epopeya pobladora. Enfermo y sin posibilidades de recuperación Don Pedro de Mendoza decidió volver a España. Antes de partir tomó algunas previsiones: designó como teniente de gobernador y su heredero al único capitán en el que confiaba: Juan de Ayolas quien en ese momento navegaba Paraná arriba en busca de víveres; y de las sierras de plata. Mendoza, que había jugado al todo o nada, ordenaba a su teniente que tratara de vender la gobernación a Pizarro o a Almagro y al final suplicaba: «Y si Dios os diese alguna joya o alguna piedra preciosa no dejéis de enviármela porque tenga algún remedio a mis trabajos y a mis llagas... que ya sabéis que no tengo que comer en España».

En realidad, ya no necesitaría nada más. Al mes de partir murió a bordo de la Magdalena y el océano le sirvió de tumba. Triste destino terreno del hombre que soñaba con la gloria, sin imaginar que la posteridad se la reservaba en la ciudad esquiva que no logró fundar.  En el Río de la Plata apenas sobrevivía un puñado de hombres de la diezmada expedición. Desaparecidos los notables, la empresa quedaba a cargo de una segunda línea de oficiales: Juan de Ayolas, Francisco Ruiz Galán, Juan de Salazar y Domingo Martínez de Irala.

Pero ¿quién era este Domingo Martínez de Irala, que a la postre resultaría el jefe indiscutido de la conquista del Río de la Plata, y al que la historia le tenía reservado un lugar de preferencia en el Paraguay del siglo XVI?

Era un vasco, nacido en la Villa de Vergara hacia el 1509. Hijo menor de una familia de seis hermanos, cuatro mujeres y dos varones. Su padre Martín Pérez de Irala y su madre Marina de Albisús Toledo pertenecían a ilustres familias de viejo arraigo. Dice su biógrafo Lafuente Machain: «Es probable que Domingo estuviera destinado a continuar con el cargo de su padre... lo hace suponer su manera de escribir puesta en evidencia en sus cartas y memoriales y su hermosa y clara caligrafía».

El 30 de mayo de 1529 sus padres otorgaron testamento conjunto: instituyeron mayorazgo contodos los bienes raíces a favor de su hijo Domingo de Irala «porque la memoria de su casa quedase entera y sin disminución alguna”.
Fallecidos sus padres y dueño de una fortuna que le aseguraba su independencia era de esperar que, como dice Lafuente Machain «su espíritu aventurero propio de la edad y de la raza» se viera tentado a emprender la aventura en alguna de las expediciones que los castellanos enviaban a las Indias.”

Dispuesto a partir, el joven Irala otorgó, el 19 de agosto de 1534, una escritura de venta a favor de un cuñado que se comprometía a cumplir con el testamento paterno.
Libre ya de ataduras marchó de Vergara a Sevilla donde Don Pedro de Mendoza reclutaba gente para su empresa. En la lista de personas que integraban la expedición figura; «28 de junio de 1535 - Domingo de Irala, hijo de Martín Pérez de Irala y de doña María de Toledo, natural de Vergara, pasó a la dicha armada.» No pasó inadvertido el joven Irala, ya que el mayordomo de Mendoza, Juan de Ayolas, le otorgó poder para llevar a cabo en Sevilla, gestiones «relacionadas con la atarazana para la armada que se preparaba».

Como hemos visto, Irala partió sin ocupar cargos de importancia ni fue tenido en cuenta por el Adelantado. Su capacidad de mando, su sentido de la realidad y su tozudez propia de los vascos, le fueron abriendo camino entre los capitanes. Desaparecido primero Mendoza y luego Ayolas, Domingo Martínez de Irala ejerció un liderazgo indiscutido en el Paraguay durante veinte años (1536-1556).

En la primera etapa de su vida en Indias se destaca como capitán, conquistador y aventurero. Y esta etapa comienza cuando Juan de Ayolas lo integra a su expedición en busca de las sierras de plata y le encomienda la conducción de uno de los bergantines que debía remontar el Paraná. En este viaje, el «Capitán Vergara» como lo llamaban sus compañeros empieza a conocer y a convivir con un paisaje y una realidad que durante veinte años le serían familiarmente propios.

La expedición se detuvo en Candelaria, al norte del Río Paraguay, donde ancló la flota. Después de sellar una alianza con los payaguás, Ayolas decidió iniciar por tierra la travesía hacia el oeste. Antes de partir traspasó a Irala el poder de lugarteniente y capitán general que había recibido de Mendoza y le pidió que lo esperara en el lugar cuatro meses.

«El guipuzcoano de Vergara comienza a desempeñar su gran papel en la historia» diría Enrique de Gandía.
Se desconoce el itinerario y el destino de Ayolas; se cree que llegó a la región de los Charcas y emprendió el regreso con un rico botín de oro y plata, que llegó a la Candelaria trece meses después de su partida y no encontró a nadie, y que fue atacado y muerto por los indios. Efectivamente, después de cuatro meses de espera, Irala, con las naves en mal estado, atacado por los payaguás, y enterado que desde Buenos Aires venían Salazar y Ruiz Galán a dirimir poderes, bajó hacia Asunción.

Dos expediciones mas hizo Irala para buscar la sierra de plata, una en 1542 y la ultima, su «gran entrada» en 1547.

La expedición de 1542 fue preparada cuidadosamente. Dos años antes levantó un astillero en Asunción para construir embarcaciones, concretó alianzas con parcialidades aborígenes, almacenó todo tipo de provisiones. El conocimiento de la tierra y de las tribus indígenas adquirido en seis años de convivencia, avalaban las condiciones para llegar a buen término.

Cuando tenía la fecha de la partida se encontró con la desagradable presencia del segundo Adelantado nombrado por el Rey: Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Acató al gobernador real que venía a reemplazarlo pero su decepción fue grande: «Ansí, con su venida, nos estorbó el viaje que estábamos por hacer», escribió mas tarde. Enterado Alvar Núñez del proyecto decidió apoyarlo y unirse a él.
Para aquietar a los viejos compañeros de Irala y convencido de su capacidad de mando le encomendó una comisión de reconocimiento previo. Irala realizo una exploración a fondo: en tres meses recorrió, con varios bergantines 200 leguas del Río Paraguay. En el Puerto de los Reyes se internó a pie hacia el oeste, buscando una ruta viable y consiguió información fidedigna sobre la existencia de la sierra de la plata y de ciudades fabulosas y concretó acuerdos con los indios. Después de tres meses volvió a Asunción donde escribió una pormenorizada relación de la exploración.

El 8 de septiembre de 1543 partió la expedición comandada por Alvar Núñez con cuatrocientos españoles y mil indios amigos.

En el Puerto de los Reyes nombró a Irala maestre de campo y justicia mayor del ejército en reconocimiento de sus méritos y para pacificar a los soldados.

La expedición estuvo plagada de inconvenientes; inseguridad de los guías, desentendimiento de los jefes, enfrentamiento de Alvar Núñez con los oficiales reales, enfermedad del Adelantado y creciente del Río Paraguay, contribuyeron al fracaso de la empresa y a la posterior destitución del Adelantado.

Pero la gran aventura fue emprendida por Irala en 1547; esta fue en realidad «su empresa», ya que la primera había sido la de Ayolas y la segunda la de Alvar Núñez, aunque en ambas nuestro capitán jugó papeles importantes.

Vencido Alvar Núñez, Irala reconocido como gobernador, ostentaba todo el poder. Eran tiempos de bonanza en Asunción. Sin embargo la ilusión de la sierra de la plata era todavía muy fuerte para los pobres conquistadores asunceños. Sobre este momento opinaba Enrique de Gandía: «unos se inclinaban por la aventura, otros por la política. Solo un hombre Domingo Martínez de Irala, unía las dos ambiciones y sobresalía en ambas. Tenía el poder y al mismo tiempo quería sondear el misterio.» En noviembre de 1547, con 280 españoles y 3 mil indios amigos partió de Asunción hacia las nacientes del Río Paraguay... «Después, el misterio que se extendía hacia el oeste». El cruce del Chaco fue una odisea, pero a medida que avanzaban sobre las tierras del oeste, las parcialidades indígenas anunciaban «noticias de prosperidad y muchas minas de plata en las sierras de Carcajasa en la provincia de los Charcas», apunta el cronista

Dejemos que el final de la travesía nos relate en su dura lengua tudesca, Ulrico Schmidel que participaba de la expedición y lo dejó por escrito: «Después nos acercamos a los Macasís hasta una legua de camino... ellos salieron a nuestro encuentro y nos recibieron muy bien y empezaron a hablar en español con nosotros. Cuando notamos que sabían hablar español, nos sobresaltamos muy rudamente por ello; averiguamos a quien estaban sometidos y que señor tenían; ellos contestaron a nuestro capitán que pertenecían a un noble de España que se llamaba Pedro Ansures.»

La ilusión se había desvanecido. La tierra prometida estaba ocupada y ya no había lugar para ellos en las sierras altoperuanas. Como no podía avanzar en territorios ajenos a su jurisdicción, Irala optó por enviar una embajada al Perú y volverse al Paraguay. El fracaso hizo aflorar quejas de oficiales y soldados, Irala renunció a su cargo de jefe y de gobernador.

Cuando se acercaban a Asunción, informados de la anarquía reinante en la ciudad, los mismos oficiales le restituyeron el mando. Irala, más realista y más viejo, se dedicará a gobernar su ínsula paraguaya.

Irala fue, sin duda, el caudillo del Paraguay durante 20 años.

La aventura templó su espíritu y le permitió el conocimiento de la realidad geográfica y humana en la que estaba inmerso, pero su lugar ganado en la historia se debe a sus innegables aptitudes políticas. Si la estrategia es el arte de dirigir los asuntos y resolver los conflictos, Irala fue un consumado estratega: basta considerar como manejó sus conflictos con el poder, primero con Ruiz Galán y luego con Alvar Núnez; como estabilizó la conquista en Asunción sin graves enfrentamientos indígenas; como manejó los tiempos de la conquista y los tiempos de paz para consolidar lo adquirido.
Sus condiciones de hombre de gobierno se pueden aquilatar en su actuación como gobernante desde la ciudad que fundó y organizó. Porque su primer gran acto político fue la fundación de la ciudad de Nuestra Señora de la Asunción, a orillas del Río Paraguay. El documento fundamental que le permitió legitimar este acto fue la Real Cédula del 12 de septiembre de 1537, por la cual el Rey pretendía resolver el problema de la sucesión de Mendoza.

La Real disposición instruía a Alonso de Cabrera, enviado como portador y veedor para que buscara al lugarteniente de Pedro de Mendoza y en el caso de no hallarlo, juntara «a los pobladores y a los nuevos que fueren con vos... para que elijan por Gobernador y Capitán General a la persona que según Dios y sus conciencias pareciere mas suficiente para el cargo».

En Buenos Aires, Ruiz Galán pretendió alzarse con el cargo, pero Cabrera emprendió viaje al norte para buscar a Ayolas. En la casa-fuerte de la Asunción encontró a Irala quien le participó la sospecha de la muerte de Ayolas y le mostró los poderes e instrucciones que había recibido de aquel. Reconocidas las firmas, Irala fue investido del mando y reclamó el acatamiento de Ruiz Galán, Salazar y todos los oficiales presentes. Afirma José Luis Busaniche que «con esto asentaba Irala su autoridad indiscutida en todo el territorio explorado y conquistado, desde
Buenos Aires a la Candelaria»

El primer problema que debió afrontar el gobernador fue el de la dispersión de la gente en la enorme extensión entre el estuario del Río de la Plata y Asunción. Las costas inhóspitas y pobres de Buenos Aires muy poco podían ofrecer y estaban demasiado lejos de las sierras de la plata; el mismo Don Pedro había aconsejado marchar al norte. Irala decidió concentrar la gente en Asunción. Con anuencia de Cabrera, ordenó el traslado de los pobladores de Buenos Aires. Antes de partir, Irala dejó una relación y guía para los navegantes que llegasen.

El lugar para asentar la población era una amplia bahía en el Río Paraguay que servía de refugio a los navíos, rodeada de indios amigos, agricultores que podían proveer de víveres en abundancia a los nuevos pobladores.
El 16 de septiembre de 1541 el gobernador Irala hizo los trámites de rigor para convertir la casa-fuerte en ciudad: reunió a los oficiales reales y a los vecinos, demarcó el ejido del ayuntamiento, designó alcaldes y regidores para el primer cabildo y levantó el acta que marcaba la ley. Al día siguiente hizo derribar la empalizada que cercaba el fuerte y marcó el lugar para la plaza, la Iglesia, el Cabildo y repartió solares para los vecinos. Efraín Cardozo, el gran historiador paraguayo, observa que aunque Irala no tuviera mandato para fundar, «la creación de una ciudad significaba la creación de la libertad comunal, el gobierno propio, la liberación del régimen militar»... «Era trasplantar al Río de la Plata la raíz de su tierra lejana.»

Con gran sentido práctico comenzó a organizar la economía de la ciudad con reglas claras para evitar las discordias. La falta de oro y plata lo llevó a fijar un orden monetario para permitir el trueque equitativo; le fijó valor a los pocos elementos de hierro que había como cuñas, anzuelos y cuchillos. «Que de aquí en adelante valga un anzuelo de malla, un maravedí» rezaba el bando y con esta unidad monetaria se fijaba el valor de las cosas.

Otro problema fue la relación humana. La mayoría de los españoles eran hombres solos, dedicados a la guerra. El laboreo de la tierra que permitió la supervivencia de la ciudad era realizado por las indias, que tan generosamente habían ofrecido los carios en prenda de alianza y de paz. Las relaciones de españoles e indias determinó una fuerte mestización y produjo, en poco tiempo una cantidad de mestizos o «mancebos de la tierra» con la consiguiente existencia de una sociedad hispano-guaraní sólidamente asentada en parentesco o «cuñadazgo» como lo llama Cardozo.

El Factor Dorante, enviado para analizar la situación, explicaba al Consejo de Indias: «es costumbre de los indios vender a sus mujeres, hijas y parientes... y la de los cristianos comprarlas, lo que es necesario para sustentarse.»

Esta sociedad, basada en la poligamia fue fuertemente cuestionada por religiosos y funcionarios que venían de España y que llamaron a Asunción «el paraíso de Mahoma»; provocó el enfrentamiento con Alvar Núñez que ordenó la devolución de las indias y movió a la corona a enviar con Doña Mencia de Calderón, un contingente de mujeres solteras a fin de casarlas con los conquistadores.

El primer gobierno de Irala se vio interrumpido con la llegada del segundo Adelantado, Alvar Núñez Cabeza de Vaca. El gobernador acató la voluntad real y entregó a su sucesor la vara de la justicia. Pero enseguida entraron en pugna los nuevos con los viejos conquistadores que veían avasallados sus derechos. El Adelantado, noble y arrogante, venía dispuesto a hacer cumplir la ley. Rencillas y fracasos, vuelta sin gloria de una expedición, terminaron con un motín y la destitución y prisión del Adelantado.

Los amotinados, reunidos frente a la casa de Irala lo proclamaron gobernador. Pero quedaba un grupo numeroso de capitanes alvaristas. Con prudencia y habilidad política el gobernador negoció con sus adversarios: a algunos los alejó enviándolos a fundar ciudades. En el Guayrá en un intento de encontrar salida al mar por la costa del Brasil, dos capitanes salvaron la vida a cambio del matrimonio con Ursula y Marina, dos hijas mestizas de Irala.

Después del fracaso de Juan y Diego de Sanabria que capitularon pero no embarcaron, la corona reconoció los méritos y como premio a sus servicios nombró gobernador real a Irala por Real Cédula del 14 de octubre de 1552. El caudillo veía consolidada su obra. La llegada del Obispo Fernández de la Torre contribuiría a ordenar la vida asunceña y el arribo de los sobrevivientes de la expedición de Diego de Sanabria agregó un grupo de familias calificadas que pondrían la cuota de «decencia» necesaria. Llegaba la hora del reposo. El 13 de marzo de 1550, como previendo su fin, redactó y firmó ante escribano publico su testamento.

Después de hacer profesión de fe católica y encomendar su alma a la misericordia de Dios, pedía que su cuerpo fuera sepultado en la Iglesia Mayor previa misa de réquiem; ordenaba la distribución de limosnas y luego de un pormenorizado relato de su vida y un balance de sus bienes, lo que tiene, lo que debe y lo que le adeudan, cumple con un deber de conciencia, reconoce como propios 9 hijos, 3 varones y 6 mujeres con la mención de sus madres, todas indias, y afirma «a los cuales he dado dotes conforme a lo que he podido.»

Seis meses después salió al campo con peones para cortar madera para el altar de la nueva catedral. Lo trajeron enfermo y murió a los pocos días el 3 de octubre de 1556 a los 46 años de edad de los cuales más de la mitad había vivido en América.

De sus exequias participó todo el pueblo. Todo Paraguay lloró su muerte. Todavía, en 1602 manifestaba el Cabildo de Asunción:«Hasta hoy se llora en esta tierra a Don Domingo Martínez de Irala, gobernador que fue por el Emperador de gloriosa memoria».

En 1793, Juan Francisco de Aguirre escribía en su Diario: «El nombre de Irala es conocido con aprecio, cuando de los otros apenas se oyen».

Y terminemos con el juicio ponderado de Paúl Groussac, poco dado al elogio fácil: «Puestos en fiel balanza los errores y merecimientos del que, manejando hombres y cosas con rudeza ejecutiva y violencia casi siempre eficaz, logró impedir que esta naciente colonia degenerase en un reñidero anárquico, la historia debe juzgar favorablemente a Irala, amnistiándolo de sus faltas privadas en gracia de sus servicios públicos”.

Bibliografía

Efraim Cardozo. Asunción del Paraguay. En: Historia de la Nación Argentina, Buenos Aires, vol. III, 1937.

Efraim Cardozo. El Paraguay colonial. Asunción, 1948.

Enrique de Gandía. Historia de la conquista del Río de la Plata y Paraguay, Buenos Aires, 1931.

Paúl Groussac. Mendoza y Garay. Las dos fundaciones de Buenos Aires. Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1950, t.I.
Ricardo Lafuente Machain. El gobernador Domingo Martínez de Irala. Bs. As.,1939

Ulrico Schmidl. Derrotero y viaje de España a Indias. Bs.As. Austral, 1947.

José Torre Revello. La fundación y despoblación de Buenos Aires. Bs.As., 1937
  

 





martes, 5 de enero de 2016



ULRICO SCHMIDl

Por: Profesor: J. Bismarck

Observación: Este comentario previamente fue publicado por el Profesor Bismarck en el prestigioso portal Revisionistas del General San Martín, en fecha 30 de noviembre 2015.


         Nació en Straubing (Baviera, Alemania) en 1509. Murió en Regensburg (Baviera, Alemania) en 1581.

El alemán Ulrico Schmidl fue uno de los tantos extranjeros que vino al Río de la Plata atraído por las leyendas de riqueza de este nuevo mundo que vaticinaban anteriores expedicionarios. Viajó con la expedición de don Pedro de Mendoza y permaneció en las Indias desde 1534 hasta 1554 cuando volvió a Alemania instado por su hermano a repatriarse de la Asunción.

En 1567 Ulrico Schmidl publica en Baviera el texto que relata sus vivencias, el cual lleva como título: Verídica descripción de varias navegaciones como también de muchas partes desconocidas, islas, reinos y ciudades... también de muchos peligros, peleas y escaramuzas entre ellos y los nuestros, tanto por tierra como por mar, ocurridos de una manera extraordinaria, así como de la naturaleza y costumbres horriblemente singulares de los antropófagos, que nunca han sido descriptas en otras historias o crónicas, bien registradas o anotadas para utilidad pública.

El título cifra el relato y permite leer las operaciones y los conflictos que lo recorren. La clave de abordaje parece resonar en las primeras palabras: la descripción se ofrece como operador de legibilidad del texto y como garante de la veracidad del mismo.

El texto se funda, por lo tanto, en lo exhaustivo, y el detalle son delineadores de la descripción, la extensión apunta a dejar en claro la dificultad de describirlo todo: el recorte salta a la vista en los puntos suspensivos, la selección en la enumeración elegida. E inmediatamente el conflicto pronominal, la confusión que pudo significar para el lector de esta primera edición la referida lucha “entre ellos y los nuestros”. Asistimos desde el comienzo a la dificultad que supone para Ulrico Schmidl su extranjería.

Ulrico debe demostrar simultáneamente la dilación de su carácter de extranjero entre los españoles, la reafirmación de su españolidad entre los indios, así como la perduración de su carácter alemán, el cual se patenta en la lengua y en ciertas referencias, entre sus conciudadanos y futuros lectores inmediatos de su texto.

Schmidl se esfuerza por demostrar su vasallaje al monarca español a través de su fidelidad al capitán que, según él, actúa para el bien de España, Domingo de Irala.
Si el accionar de los soldados españoles (dentro de los que se incluye) para con los indios y para con Alvar Nuñez Cabeza de Vaca se halla validado en defensa de los intereses de España.  Este alemán, integró en calidad de landsknecht (mercenario) la expedición del adelantado don Pedro de Mendoza al Río de la Plata. Fue la más aventura grande que salió de España con fines de colonización luego del descubrimiento del Río de la Plata, estaba compuesta por 16 naves y 2500 hombres y partió del puerto de Sanlúcar de Barrameda (España) el 24 de agosto de 1534.
        
          Llegada la expedición a estas geografías, Ulrico (a quien llamaban Utz) asistió a la fundación de Buenos Aires. Entre 1536 y 1537 participó de la expedición de Ayolas, con quien remontó los ríos Paraná y Paraguay, y que culminó con la fundación de Asunción. Más tarde, bajo el mando de Martínez de Irala, exploró el Chaco y llegó hasta el Alto Perú.
     
        Schmidl pasó casi 20 años en las nuevas posesiones españolas, hasta que logró el permiso oficial para regresar a su país. Llevaba la comisión del gobernador Martínez de Irala de poner en manos del Rey un detallado informe de los principales acontecimientos de su administración.
     
        Cumplida la orden, Ulrico marchó a Sevilla, y de allí a Amberes. En esta ciudad, redactó la crónica de sus aventuras en América, en una obra que apareció en 1567 y que se llamó Derrotero y viaje a España y las Indias  (El manuscrito original se conserva en Sttugart, y fue hallado en 1893).
          
          El escrito, por el que algunos estudiosos lo llamaron "el primer historiador del Río de la Plata" (aunque en realidad su obra fue posterior a una de igual tenor, escrita por Pedro Hernández y publicada doce años antes que la de Schmidl), contiene numerosas referencias a la vida de los conquistadores en nuestro país. Así, por ejemplo, Ulrico recuerda que: "la gente no tenía qué comer y se moría de hambre y padecía gran escasez. También se llegó al extremo de que los caballos no daban servicio. Fue tal la pena y el desastre del hambre que no bastaron ni ratas, ni ratones, víboras y otras sabandijas; también los zapatos y cueros, todo tuvo que ser comido. 

         (...) “Sucedió que tres españoles habían hurtado un caballo y se lo comieron a escondidas; y eso se supo; así se los prendió y se les dio tormento para que confesaran tal hecho; así fue pronunciada la sentencia que a los tres susodichos españoles se los condenara y ajusticiara y se los colgara en una horca. Así se cumplió esto y se los colgó en una horca. Ni bien se los había ajusticiado y cada cual se fue a su casa y se hizo noche, aconteció la misma noche por parte de otros españoles que ellos han cortado los muslos y unos pedazos de carne del cuerpo y los han llevado a su alojamiento y comido. También ha ocurrido que un español se ha comido su propio hermano que estaba muerto."

          Estos y otros relatos de la obra de Schmidl, que, si bien contiene errores, es una evocación magnífica de los sucesos acaecidos a su vista, permitieron a decenas de historiadores posteriores componer un cuadro de situación más o menos aproximado de lo que fueron los primeros años de Buenos Aires (o "Wonass Eiress", según la transcripción que hizo de la fonética española) y de su sociedad, de la guerra contra los indígenas y del esfuerzo que supuso la conquista para los españoles.


          Posteriormente, Schmidl regresó a Straubing, donde fue consejero municipal, antes de tener que huir perseguido por los reformistas luteranos. Marchó a Regensburg, una ciudad vecina, donde residió hasta su muerte, acaecida en 1581.