DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA
Por: Profesora Helga Nilda
Goicoechea
EI 24 de agosto de
1535 partía de Bonanza en la barra del puerto de San Lúcar de Barrameda, una
expedición que según el cronista López de Gomara «fue el mayor número de gentes y mayores naves que pasó capitán a Indias». Comandaba la empresa don
Pedro de Mendoza, granadino, gentilhombre de cámara del Rey Don Carlos, y
militar destacado en las guerras de Italia. Se había ofrecido para «conquistar
y poblar las tierras que hay en el Río de Solís que llaman de la Plata... y por allí calar
y pasar la tierra hasta llegar a la
Mar del Sur».
En tan ambiciosa
empresa Mendoza empeñaba su vida y la totalidad de su fortuna. Una vez
formalizadas las capitulaciones que lo nombraban Adelantado, asoció a familiares
como su hermano don Diego y sus sobrinos y herederos de apellido Benavídez, y a
hidalgos y caballeros que habían participado en las guerras de Italia. Se
agregaron extranjeros súbditos del Emperador como flamencos y alemanes.
Más de mil
quinientas personas embarcadas en trece navíos participaron de una aventura
fundadora que desde el vamos estuvo signada por la tragedia: la grave
enfermedad del Adelantado, celos y riñas entre los capitanes, la inicua ejecución del capitán Juan de Osorio
en las costas de Río de Janeiro «por
traidor y amotinador», presagiaban el desventurado futuro de la expedición
al punto que se oyó decir a don Diego de Mendoza :«plegué a Dios que la muerte
de este hombre no sea la causa de la perdición de todos».
En el mes de febrero
las naves llegaron al Río de la
Plata y Don Pedro ordenó el desembarco en la orilla derecha,
en una ensenada a media legua arriba de un riachuelo al que llamaron «de los navíos».
La
gente, agotada por la larga navegación y con escasos víveres se asentó en la
tierra y comenzó a levantar chozas apenas habitables, sin orden y todas muy
próximas como buscando amparo ante un escenario desconocido y hostil.
La
precariedad de los elementos, la escasez de alimentos que distintas salidas por
río y por tierra no pudieron resolver, el combate de junio a orillas del Río
Lujan donde perecieron el hermano de don Pedro y sus sobrinos, el sitio
posterior del poblado por parte de los indios y el hambre que llevó, como dice
Luis de Miranda en su conocido
Romance, «a comer la propia asadura de su hermano», fueron parte del
drama que acabó con las ilusiones de la gran epopeya pobladora. Enfermo y sin
posibilidades de recuperación Don
Pedro de Mendoza decidió volver a España. Antes de partir tomó algunas
previsiones: designó como teniente de gobernador y su heredero al único capitán
en el que confiaba: Juan de Ayolas quien en ese momento navegaba Paraná arriba
en busca de víveres; y de las sierras de plata. Mendoza, que había jugado al
todo o nada, ordenaba a su teniente que tratara de vender la gobernación a
Pizarro o a Almagro y al final suplicaba: «Y si Dios os diese alguna joya o alguna
piedra preciosa no dejéis de enviármela porque tenga algún remedio a mis
trabajos y a mis llagas... que ya sabéis que no tengo que comer en España».
En realidad, ya no
necesitaría nada más. Al mes de partir murió a bordo de la Magdalena y el océano le
sirvió de tumba. Triste destino terreno del hombre que soñaba con la gloria,
sin imaginar que la posteridad se la reservaba en la ciudad esquiva que no
logró fundar. En el Río de la
Plata apenas sobrevivía un puñado de hombres de la diezmada
expedición. Desaparecidos los notables, la empresa quedaba a cargo de una
segunda línea de oficiales: Juan
de Ayolas, Francisco Ruiz Galán, Juan de Salazar y Domingo Martínez de Irala.
Pero
¿quién era este Domingo Martínez de Irala, que a la postre resultaría el jefe
indiscutido de la conquista del Río de la Plata , y al que la historia le tenía reservado un
lugar de preferencia en el Paraguay del siglo XVI?
Era
un vasco, nacido en la Villa
de Vergara hacia el 1509. Hijo menor de una familia de seis hermanos, cuatro
mujeres y dos varones. Su padre Martín Pérez de Irala y su madre Marina de
Albisús Toledo pertenecían a ilustres familias de viejo arraigo. Dice su biógrafo
Lafuente Machain: «Es probable que
Domingo estuviera destinado a continuar con el cargo de su padre... lo hace
suponer su manera de escribir puesta en evidencia en sus cartas y memoriales y
su hermosa y clara caligrafía».
El
30 de mayo de 1529 sus padres otorgaron testamento conjunto: instituyeron
mayorazgo contodos los bienes raíces a favor
de su hijo Domingo de Irala «porque la
memoria de su casa quedase entera y sin disminución alguna”.
Fallecidos
sus padres y dueño de una fortuna que le aseguraba su independencia era de
esperar que, como dice Lafuente Machain «su
espíritu aventurero propio de la edad y de la raza» se viera tentado a
emprender la aventura en alguna de las expediciones que los castellanos
enviaban a las Indias.”
Dispuesto
a partir, el joven Irala otorgó, el 19 de agosto de 1534, una escritura de
venta a favor de un cuñado que se comprometía a cumplir con el testamento
paterno.
Libre ya de ataduras
marchó de Vergara a Sevilla donde Don Pedro de Mendoza reclutaba gente para su
empresa. En la lista de personas que integraban la expedición figura; «28 de junio de 1535 - Domingo de Irala,
hijo de Martín Pérez de Irala y de doña María de Toledo, natural de Vergara,
pasó a la dicha armada.» No pasó inadvertido el joven Irala, ya que el
mayordomo de Mendoza, Juan de Ayolas, le otorgó poder para llevar a cabo en
Sevilla, gestiones «relacionadas con la
atarazana para la armada que se preparaba».
Como
hemos visto, Irala partió sin
ocupar cargos de importancia ni fue tenido en cuenta por el Adelantado. Su
capacidad de mando, su sentido de la realidad y su tozudez propia de los
vascos, le fueron abriendo camino entre los capitanes. Desaparecido primero Mendoza y
luego Ayolas, Domingo Martínez de Irala ejerció un liderazgo indiscutido en el
Paraguay durante veinte años (1536-1556).
En
la primera etapa de su vida en Indias se destaca como capitán, conquistador y
aventurero. Y esta etapa comienza
cuando Juan de Ayolas lo integra a su expedición en busca de las sierras de
plata y le encomienda la conducción de uno de los bergantines que debía
remontar el Paraná. En este viaje, el «Capitán
Vergara» como lo llamaban sus compañeros empieza a conocer y a convivir con
un paisaje y una realidad que durante veinte años le serían familiarmente
propios.
La
expedición se detuvo en Candelaria, al norte del Río Paraguay, donde ancló la
flota. Después de sellar una alianza con los payaguás, Ayolas decidió iniciar
por tierra la travesía hacia el oeste. Antes de partir traspasó a Irala el
poder de lugarteniente y capitán general que había recibido de Mendoza y le
pidió que lo esperara en el lugar cuatro meses.
«El guipuzcoano de Vergara
comienza a desempeñar su gran papel en la historia» diría Enrique de Gandía.
Se desconoce el
itinerario y el destino de Ayolas; se cree que llegó a la región de los Charcas
y emprendió el regreso con un rico botín de oro y plata, que llegó a la Candelaria trece meses
después de su partida y no encontró a nadie, y que fue atacado y muerto por los
indios. Efectivamente, después de cuatro meses de espera, Irala, con las naves
en mal estado, atacado por los payaguás, y enterado que desde Buenos Aires
venían Salazar y Ruiz Galán a dirimir poderes, bajó hacia Asunción.
Dos
expediciones mas hizo Irala para buscar la sierra de plata, una en 1542 y la ultima, su «gran entrada» en 1547.
La
expedición de 1542 fue preparada cuidadosamente. Dos años antes levantó un
astillero en Asunción para construir embarcaciones, concretó alianzas con
parcialidades aborígenes, almacenó todo tipo de provisiones. El conocimiento de
la tierra y de las tribus indígenas adquirido en seis años de convivencia,
avalaban las condiciones para llegar a buen término.
Cuando
tenía la fecha de la partida se encontró con la desagradable presencia del segundo Adelantado
nombrado por el Rey: Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Acató al gobernador real
que venía a reemplazarlo pero su decepción fue grande: «Ansí, con su venida,
nos estorbó el viaje que estábamos por hacer», escribió mas tarde. Enterado
Alvar Núñez del proyecto decidió apoyarlo y unirse a él.
Para
aquietar a los viejos compañeros de Irala y convencido de su capacidad de mando
le encomendó una comisión de reconocimiento previo. Irala realizo una
exploración a fondo: en tres meses recorrió, con varios bergantines 200 leguas
del Río Paraguay. En el Puerto de los Reyes se internó a pie hacia el oeste,
buscando una ruta viable y consiguió información fidedigna sobre la existencia
de la sierra de la plata y de ciudades fabulosas y concretó acuerdos con los
indios. Después de tres meses volvió a Asunción donde escribió una
pormenorizada relación de la exploración.
El
8 de septiembre de 1543 partió la expedición comandada por Alvar Núñez con
cuatrocientos españoles y mil indios amigos.
En
el Puerto de los Reyes nombró a Irala maestre de campo y justicia mayor del
ejército en reconocimiento de sus méritos y para pacificar a los soldados.
La
expedición estuvo plagada de inconvenientes; inseguridad de los guías,
desentendimiento de los jefes, enfrentamiento de Alvar Núñez con los oficiales
reales, enfermedad del Adelantado y creciente del Río Paraguay, contribuyeron
al fracaso de la empresa y a la posterior destitución del Adelantado.
Pero
la gran aventura fue emprendida por Irala en 1547; esta fue en realidad «su
empresa», ya que la primera había sido la de Ayolas y la segunda la de Alvar
Núñez, aunque en ambas nuestro capitán jugó papeles importantes.
Vencido
Alvar Núñez, Irala reconocido como gobernador, ostentaba todo el poder. Eran
tiempos de bonanza en Asunción. Sin embargo la ilusión de la sierra de la plata
era todavía muy fuerte para los pobres conquistadores asunceños. Sobre este
momento opinaba Enrique de Gandía: «unos
se inclinaban por la aventura, otros por la política. Solo un hombre Domingo
Martínez de Irala, unía las dos ambiciones
y sobresalía en ambas. Tenía el poder y al mismo tiempo quería sondear el misterio.» En noviembre de 1547, con 280
españoles y 3 mil indios amigos partió de Asunción hacia las nacientes del Río
Paraguay... «Después, el misterio que se
extendía hacia el oeste». El
cruce del Chaco fue una odisea, pero a medida que avanzaban sobre las tierras
del oeste, las parcialidades indígenas anunciaban «noticias de prosperidad y
muchas minas de plata en las sierras de Carcajasa en la provincia de los
Charcas», apunta el cronista
Dejemos que el final
de la travesía nos relate en su dura lengua tudesca, Ulrico Schmidel que
participaba de la expedición y lo
dejó por escrito: «Después nos acercamos
a los Macasís hasta una legua de camino... ellos salieron a nuestro encuentro y
nos recibieron muy bien y empezaron a hablar en español con nosotros. Cuando
notamos que sabían hablar español, nos sobresaltamos muy rudamente por ello;
averiguamos a quien estaban sometidos y que señor tenían; ellos contestaron a
nuestro capitán que pertenecían a un noble de España que se llamaba Pedro
Ansures.»
La
ilusión se había desvanecido. La tierra prometida estaba ocupada y ya no había
lugar para ellos en las sierras altoperuanas. Como no podía avanzar en
territorios ajenos a su jurisdicción, Irala optó por enviar una embajada al
Perú y volverse al Paraguay. El fracaso hizo aflorar quejas de oficiales y
soldados, Irala renunció a su cargo de jefe y de gobernador.
Cuando
se acercaban a Asunción, informados de la anarquía reinante en la ciudad, los
mismos oficiales le restituyeron el mando. Irala, más realista y más viejo, se
dedicará a gobernar su ínsula paraguaya.
Irala
fue, sin duda, el caudillo del Paraguay durante 20 años.
La
aventura templó su espíritu y le permitió el conocimiento de la realidad
geográfica y humana en la que estaba inmerso, pero su lugar ganado en la
historia se debe a sus innegables aptitudes políticas. Si la estrategia es el
arte de dirigir los asuntos y resolver los conflictos, Irala fue un consumado
estratega: basta considerar como manejó sus conflictos con el poder, primero
con Ruiz Galán y luego con Alvar Núnez; como estabilizó la conquista en
Asunción sin graves enfrentamientos
indígenas; como manejó los tiempos de la conquista y los tiempos de paz para
consolidar lo adquirido.
Sus condiciones
de hombre de gobierno se pueden aquilatar en su actuación como gobernante desde
la ciudad que fundó y organizó. Porque su primer gran acto político fue la
fundación de la ciudad de Nuestra Señora de la Asunción , a orillas del
Río Paraguay. El documento fundamental que le permitió legitimar este acto fue la Real Cédula del 12 de
septiembre de 1537, por la cual el Rey pretendía resolver el problema de la
sucesión de Mendoza.
En
Buenos Aires, Ruiz Galán pretendió alzarse con el cargo, pero Cabrera emprendió
viaje al norte para buscar a Ayolas. En la casa-fuerte de la Asunción encontró a Irala
quien le participó la sospecha de la muerte de Ayolas y le mostró los poderes e
instrucciones que había recibido de aquel. Reconocidas las firmas, Irala fue
investido del mando y reclamó el acatamiento de Ruiz Galán, Salazar y todos los
oficiales presentes. Afirma José Luis Busaniche que «con esto asentaba Irala su autoridad indiscutida en todo el territorio
explorado y conquistado, desde
Buenos Aires a la
Candelaria »
El
primer problema que debió afrontar el gobernador fue el de la dispersión de la
gente en la enorme extensión entre el estuario del Río de la Plata y Asunción. Las costas
inhóspitas y pobres de Buenos Aires muy poco podían ofrecer y estaban demasiado
lejos de las sierras de la plata; el
mismo Don Pedro había aconsejado marchar al norte. Irala decidió concentrar la
gente en Asunción. Con anuencia de Cabrera, ordenó el traslado de los
pobladores de Buenos Aires. Antes de partir, Irala dejó una relación y guía
para los navegantes que llegasen.
El
lugar para asentar la población era una amplia bahía en el Río Paraguay que
servía de refugio a los navíos, rodeada de indios amigos, agricultores que
podían proveer de víveres en abundancia a los nuevos pobladores.
El
16 de septiembre de 1541 el gobernador Irala hizo los trámites de rigor para
convertir la casa-fuerte en ciudad: reunió a los oficiales reales y a los
vecinos, demarcó el ejido del ayuntamiento, designó alcaldes y regidores para
el primer cabildo y levantó el acta que marcaba la ley. Al día siguiente hizo derribar la
empalizada que cercaba el fuerte y marcó el lugar para la plaza, la Iglesia , el Cabildo y
repartió solares para los vecinos. Efraín
Cardozo, el gran historiador paraguayo, observa que aunque Irala no tuviera
mandato para fundar, «la creación de
una ciudad significaba la creación de la libertad comunal, el gobierno propio,
la liberación del régimen militar»... «Era trasplantar al Río de la
Plata la raíz de su tierra lejana.»
Con
gran sentido práctico comenzó a organizar la economía de la ciudad con reglas
claras para evitar las discordias. La falta de oro y plata lo llevó a fijar un
orden monetario para permitir el trueque equitativo; le fijó valor a los pocos
elementos de hierro que había como cuñas, anzuelos y cuchillos. «Que de aquí en
adelante valga un anzuelo de malla, un maravedí» rezaba el bando y con esta
unidad monetaria se fijaba el valor de las cosas.
Otro
problema fue la relación humana. La mayoría de los españoles eran hombres
solos, dedicados a la guerra. El laboreo de la tierra que permitió la
supervivencia de la ciudad era realizado por las indias, que tan generosamente
habían ofrecido los carios en prenda de alianza y de paz. Las relaciones de españoles e
indias determinó una fuerte mestización y produjo, en poco tiempo una cantidad
de mestizos o «mancebos de la tierra» con la consiguiente existencia
de una sociedad hispano-guaraní sólidamente asentada en parentesco o «cuñadazgo» como lo llama Cardozo.
El
Factor Dorante, enviado para analizar la situación, explicaba al Consejo de
Indias: «es costumbre de los indios
vender a sus mujeres, hijas y parientes... y la de los cristianos comprarlas,
lo que es necesario para sustentarse.»
Esta
sociedad, basada en la poligamia fue fuertemente cuestionada por religiosos y
funcionarios que venían de España y que llamaron a Asunción «el paraíso de
Mahoma»; provocó el enfrentamiento con Alvar Núñez que ordenó la devolución de
las indias y movió a la corona a enviar con Doña Mencia de Calderón, un
contingente de mujeres solteras a fin de casarlas con los conquistadores.
El
primer gobierno de Irala se vio interrumpido con la llegada del segundo
Adelantado, Alvar Núñez Cabeza de Vaca. El gobernador acató la voluntad real y
entregó a su sucesor la vara de la justicia. Pero enseguida entraron en pugna
los nuevos con los viejos conquistadores que veían avasallados sus derechos. El
Adelantado, noble y arrogante, venía dispuesto a hacer cumplir la ley.
Rencillas y fracasos, vuelta sin gloria de una expedición, terminaron con un
motín y la destitución y prisión del Adelantado.
Los
amotinados, reunidos frente a la casa de Irala lo proclamaron gobernador. Pero
quedaba un grupo numeroso de capitanes alvaristas. Con prudencia y habilidad
política el gobernador negoció con sus adversarios: a algunos los alejó
enviándolos a fundar ciudades. En el Guayrá en un intento de encontrar salida al
mar por la costa del Brasil, dos capitanes salvaron la vida a cambio del
matrimonio con Ursula y Marina, dos hijas mestizas de Irala.
Después
del fracaso de Juan y Diego de Sanabria que capitularon pero no embarcaron, la
corona reconoció los méritos y como premio a sus servicios nombró gobernador
real a Irala por Real Cédula del 14 de octubre de 1552. El caudillo veía
consolidada su obra. La llegada del Obispo Fernández de la Torre contribuiría a ordenar
la vida asunceña y el arribo de los sobrevivientes de la expedición de Diego de
Sanabria agregó un grupo de familias calificadas que pondrían la cuota de
«decencia» necesaria. Llegaba la hora del reposo. El 13 de marzo de 1550, como
previendo su fin, redactó y firmó ante escribano publico su testamento.
Después
de hacer profesión de fe católica y encomendar su alma a la misericordia de
Dios, pedía que su cuerpo fuera sepultado en la Iglesia Mayor previa
misa de réquiem; ordenaba la distribución de limosnas y luego de un
pormenorizado relato de su vida y un balance de sus bienes, lo que tiene, lo
que debe y lo que le adeudan, cumple con un deber de conciencia, reconoce
como propios 9 hijos, 3 varones y 6 mujeres con la mención de sus madres, todas
indias, y afirma «a los cuales he dado dotes conforme a lo que he podido.»
Seis meses después salió al campo
con peones para cortar madera para el altar de la nueva catedral. Lo trajeron
enfermo y murió a los pocos días el 3 de octubre de 1556 a los 46 años de edad
de los cuales más de la mitad había vivido en América.
De sus exequias participó todo el
pueblo. Todo Paraguay lloró su muerte. Todavía, en 1602 manifestaba el Cabildo
de Asunción:«Hasta hoy se llora en esta tierra a Don Domingo Martínez de Irala,
gobernador que fue por el Emperador de gloriosa memoria».
En 1793, Juan Francisco de
Aguirre escribía en su Diario: «El nombre
de Irala es conocido con aprecio, cuando de los otros apenas se oyen».
Y terminemos con el juicio
ponderado de Paúl Groussac, poco dado al elogio fácil: «Puestos en fiel balanza los errores y
merecimientos del que, manejando hombres y cosas con rudeza ejecutiva y
violencia casi siempre eficaz, logró impedir que esta naciente colonia
degenerase en un reñidero anárquico, la historia debe juzgar favorablemente a
Irala, amnistiándolo de sus faltas privadas en gracia de sus servicios
públicos”.
Bibliografía
Efraim Cardozo. Asunción del
Paraguay. En: Historia de la Nación Argentina , Buenos Aires, vol. III, 1937.
Efraim Cardozo. El Paraguay
colonial. Asunción, 1948.
Enrique de Gandía. Historia de la conquista del Río de la Plata y Paraguay, Buenos Aires, 1931.
Paúl Groussac. Mendoza y Garay.
Las dos fundaciones de Buenos Aires. Buenos Aires, Academia Argentina de
Letras, 1950, t.I.
Ricardo Lafuente Machain. El
gobernador Domingo Martínez de Irala. Bs. As.,1939
Ulrico Schmidl. Derrotero y viaje
de España a Indias. Bs.As. Austral, 1947.
José Torre Revello. La fundación
y despoblación de Buenos Aires. Bs.As., 1937
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