La publicación de estos apuntes sobre Historia Argentina, no tienen otra pretensión que prestar ayuda, tanto a estudiantes como a profesores de la materia en cuestión.

Muchos de ellos, simplemente son los apuntes confeccionados por el suscripto, para servir como ayuda memoria en las respectivas clases de los distintos temas que expusiera durante mi práctica en el Profesorado. Me daría por muy satisfecho si sirvieran a otras personas para ese objetivo.

Al finalizar cada apunte, o en el transcurso del mismo texto se puede encontrar la bibliografía correspondiente a los diferentes aspectos mencionados.

Al margen de ello invitaremos a personas que compartan esta metodología, a sumarse con nuevos apuntes de Historia Argentina.




Profesor Roberto Antonio Lizarazu

roberto.lizarazu@hotmail.com



jueves, 14 de enero de 2016


Encarnación Ezcurra (1795-1838)


Por el Doctor Julio R. Otaño.

María de la Encarnación Ezcurra y Arguibel nació en Buenos Aires el 25 de marzo de 1795, siendo sus padres Juan Ignacio Ezcurra, español, y doña Teodora Arguibel, que era argentina hija de franceses. El bisabuelo paterno de Encarnación, Domingo de Ezcurra, había nacido en el valle de Larraun,
Pamplona Navarra, España.              

Se había criado en un hogar de ocho hermanos y hermanastros. Ella era la quinta hija mujer del matrimonio de Teodora de Argibel y Don Juan de Ezcurra. Después de ella tres varones.    Pertenecían a una típica familia ganadera de ese tiempo. La madre de Encarnación Teodora,  provenía de una familia castiza. Su casamiento había sido arreglado desde los Argibel para conservar por esta vía cierto confort económico que corría peligro. Don Juan de Ezcurra hijo de criollos de una generación de menor alcurnia que los Argibel, pero de fortuna, había visto en este casamiento la posibilidad de ser reconocido socialmente.                        

En los primeros años de su vida, Juan Manuel de Rosas vivía en la campaña y cada tanto solía frecuentar Buenos Aires, allí conocerá a Encarnación Ezcurra.  Pero Agustina López de Osornio, la madre de Rosas, se opuso de entrada a este noviazgo de su hijo.    Cuando Juan Manuel y Encarnación ya habían decidido contraer nupcias, Agustina López de Osornio, pretextando la poca edad de ambos, rehusó consentir el casamiento, sin embargo poco pudo hacer contra la astucia de los jóvenes novios.            

Encarnación Ezcurra,   por instigación de Juan Manuel, le escribe una carta a éste, donde le manda decir que estaba embarazada y que por tal motivo debían casarse. La carta engañosa fue dejada por Rosas en un lugar visible de la casa de su madre, a la espera de que ésta la leyera. Cuando Agustina López de Osornio encuentra y lee la carta, se dirige con desesperación a la casa de Teodora Arguibel, la madre de Encarnación Ezcurra, para darle la novedad. Las dos señoras resolvieron allí mismo que, ante el bochorno que una situación semejante pudiera ocasionar en los círculos sociales, apuraran el casamiento entre Encarnación Ezcurra y Juan Manuel de Rosas. 

Contrajeron matrimonio el martes 16 de marzo de 1813, en una ceremonia dirigida por el presbítero José María Terrero. Estaban como testigos don León Ortiz de Rozas (padre de Rosas) y doña Teodora Arguibel.   Los primeros tiempos de la pareja no fueron de prosperidad económica. Rosas entregó a sus padres la estancia “El Rincón de López”, la cual administraba en el partido de Magdalena.   Quería trabajar por su cuenta como hacendado, sin tener que pedir favores a nadie.

En una correspondencia mandada desde el exilio inglés a su amiga Josefa Gómez, Rosas dirá que “sin más capital que mi crédito e industria; Encarnación estaba en el mismo caso; nada tenía, ni de sus padres, ni recibió jamás herencia  alguna”.   Encarnación y Juan Manuel tuvieron 3 hijos: María de la Encarnación, nacida el 26 de marzo de 1816, y que apenas sobrevivió un día; Manuela Robustiana, que nació el 24 de mayo de 1817, y Juan Bautista Pedro, nacido el 30 de junio de 1814.         

Ella acompañará a su esposo en todos los emprendimientos que tuvo, sea como administrador de Los Cerrillos o como de la estancia San Martín. Y, desde luego, también en las vicisitudes de la política.   Las idas y venidas de la ciudad al campo, robustecieron en ella su adaptación a las condiciones de vida semisalvaje de la campaña.  Encarnación era de carácter severo cuando las circunstancias así lo imponían, aunque no pocos la retrataron como una mujer que carecía de ternura.            

En el seno de la familia Rosas, la parte dulce correspondía a Manuelita Robustiana, la hija predilecta del Restaurador de las Leyes, la misma que con el tiempo será proclamada  “Princesa de la Federación”.  

Fue la más fervorosa colaboradora de su marido, por quien sentía una verdadera devoción. Actuó en forma brillante en las circunstancias políticas más delicadas y difíciles. Gozaba de una enorme popularidad entre los humildes, débiles y desposeídos, a los que protegía y halagaba, recibiéndolos en su casa.  Llegó a ser el brazo derecho de Juan Manuel, tenía  una lealtad y fanatismo inclaudicables, sin embargo ella sólo inducía, sugería.  Tras los primeros años de la Revolución de Mayo, y por más de dos décadas, la anarquía era la que estaba al mando del vasto y deshabitado territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el país en formación era un hervidero y la violencia cerril proyectaba su sombra.  Será Rosas el que creará los fundamentos y el principio de una autoridad nacional en la Argentina, y quien la aplique exitosamente por primera vez en el ejercicio del poder por veintipico de años.            

El 1º de diciembre de 1828 el general Juan Lavalle –la “espada sin cabeza” como lo llamara San Martín, un militar brillante pero manipulado por los “doctores” había depuesto y luego fusilado al gobernador de Buenos Aires, el coronel Manuel Dorrego, héroe de cien combates en todas las guerras de la independencia y caudillo federal indiscutible de los barrios bajos. Rosas unió sus fuerzas con las del santafecino Estanislao López y ambos vencieron a Lavalle en Puente de Márquez el 26 de abril de 1829.               

Ya para entonces todos ponían los ojos en ese ganadero, el más importante de Buenos Aires, administrador de las estancias más organizadas, disciplinadas y productivas del país, el creador de la industria del saladero  y Comandante de campaña y jefe de un ejército de gauchos victorioso en la guerra contra el indio –los Colorados del Monte-, base verdadera del ejército popular y nacional.  En diciembre de 1829 Rosas fue nombrado gobernador de Buenos Aires con poderes extraordinarios.

Designó un gabinete de lujo, incluyendo a Tomás Guido como ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores, Manuel J. García como ministro de Hacienda y Juan Ramón González Balcarce como ministro de Guerra y Marina.                


En diciembre de 1832 Rosas fue reelecto gobernador pero no aceptó el cargo, rechazándolo por tres veces, a pesar de las súplicas del pueblo y de la Legislatura. Para entonces el partido Federal estaba ferozmente dividido entre los “doctrinarios”, “cismáticos” o “lomos negros” y los leales al Restaurador, los “ortodoxos” o “apostólicos”. Rosas no acepta presiones y organiza un Ejército Expedicionario de dos mil hombres, se aleja de la ciudad y de la provincia, y se interna en el desierto por más de mil kilómetros hasta el Paralelo 42, alternativamente combatiendo y negociando con los caciques indios.    

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