INGLESES ACRIOLLADOS Y MÁS CATÓLICOS QUE EL
PAPA
Por: Roberto Antonio
Lizarazu
Sabemos que con motivo de las
Invasiones Inglesas en 1806 y 1807, numerosos súbditos ingleses, por diversos
motivos, terminaron radicándose en
Buenos Aires y formaron familias en estas pampas, que perduran hasta nuestros
días. Pero es un error suponer que fue la única circunstancia en que ocurre la
migración inglesa a estos sitios, llenos de oportunidades beneficiosas para sus
habitantes. Por otras causas sucede lo
mismo en otras ocasiones; y en este breve apunte comentaremos al
respecto.
Debido a las numerosas
deserciones que se producían en la flota inglesa de la Compañía Real del Asiento de
Negros, que se ocupaba del infamante tráfico de esclavos negros, en todo el mundo
y en nuestra gobernación, las
autoridades inglesas reclamaron a las españolas por sus súbditos que se
distraían en regresar a los beneficios de la civilización y se mimetizaban en
estas bárbaras y alejadas provincias del fin del mundo.
El 28 de septiembre de 1733, el
rey de España Felipe V (el Animoso) expide una Real Orden dirigida al
gobernador de Buenos Aires, en ese momento don Bruno Mauricio de Zabala
(1717-1734) por la cual le indicaba lo siguiente:
Habiendo
representado la Compañía Real
del Asiento de Negros el perjuicio que ocasiona a sus intereses la quedada en
ese puerto y Ciudad de Buenos Aires de varios individuos que en distintos
tiempos han destinado para aquella factoría y de los que han desertado del
equipaje de los bajeles en que se han introducido los negros, dando para su
remedio minuta de sus nombres: Y teniendo S.M. presente los perjudiciales
efectos de esta novedad, ha resuelto que V.S. solicite el paradero de los
sesenta y cuatro individuos ingleses que comprende la memoria adjunta y de las
providencias que fuesen necesarias para que, a excepción de los que se les
permite por el artículo 11º para el manejo de los intereses de esa factoría, se
restituyan a Inglaterra, en los bajeles de Asiento. Y en el caso de que algunos
resistan su embarque por esta vía con motivo de haber abjurado su religión y
abrazado la nuestra, se dispondrá su embarque de estos para Cádiz en los navíos
del registro de D. Francisco de Alzaybar. (1)
Con su bonhomía que lo
caracterizaba, nos explica el doctor Vicente D. Sierra como puede ser
posible que a los ingleses se les
perdieran sesenta y cuatro de sus súbditos y no los puedan encontrar. En su
obra Historia de la Argentina. Fin
de Régimen de Gobernadores y Creación
del Virreinato del Río de la Plata (1700-1800). Tomo lll, página 114,
argumenta lo siguiente: Es un hecho cierto que algunos de los desertores
habían abjurado de su religión para entrar en la Iglesia Católica.
Es posible que la horrible visión de los barcos negreros les abriera la
conciencia a la luz de la verdad. Entre los conversos de Buenos Aires, entre
1713 y 1741, se identifica a Juan Stephens, los hermanos Ricardo Dios y Juan
Mecheron, ambos londinenses, a quienes recibió en el seno de la Iglesia fray Gabriel
Arregui (entre 1713 y 1720) a José
Thompson, José Baset, Andrés Levenian, Juan Bornen, Felipe Pruden y Ricardo
Bullen, a quienes bautizó, entre 1720 y 1727, el jesuíta P. José Guinet. Con
posterioridad a 1727 fueron bautizados Roberto Young, Juan Elliot y José
Nicholson.
El
famoso jesuíta P. Tomás Falkner, gran
explorador de la Patagonia
arribó a Buenos Aires como médico de un navío del asiento (barco negrero). Era
miembro de la Real Sociedad
de Medicina de Londres, y con su conversión y entrada en la Compañía de Jesús, la Iglesia Católica ganó a un
hombre que llegó a ser una de sus grandes personalidades. También ingresó a la Orden ignaciana el escocés
Juan Elliot, convertido del calvinismo,
quien, como Falkner, era médico y cirujano del asiento.
Como era de esperarse, las autoridades
de Buenos Aires, defendieron la presencia de estos desertores en su medio,
dadas las notorias capacidades que mostraban los mismos, muchos de los cuales
ya se encontraban en familia y con hijos.
Para 1738 Miguel de Salcedo ya
había reemplazado como gobernador a Bruno Mauricio de Zabala, y fue quien se
encargó de terminar de cumplimentar la Real
Orden de 1733. Salcedo le pasó al Cabildo la responsabilidad
de establecer quienes serían los vecinos que serían devueltos. Pero también el
Cabildo fue quien recibió varios
requerimientos de calificados vecinos que solicitaban lo contrario. Todas las
familias, las órdenes religiosas y la sociedad misma que se veía afectada con
la medida, requerían el definitivo afincamiento de los antiguos desertores.
Los cabildantes con más sentido
práctico -como ocurrió sistemáticamente- que las autoridades de la metrópolis,
dispuso que la expulsión de estos extranjeros desertores, no incluyera: a los que servían oficios
mecánicos útiles a la ciudad, porque la principal prohibición comprendía a los
tratantes y mercaderes.
De hecho se excluyeron: A los casados con y sin hijos, a los que
ejercían oficios mecánicos, herreros, carpinteros, sastres, zapateros, calafates,
albañiles, barberos, sangradores, a los bautizados en nuestra Fe Católica; y
especialmente a los médicos y cirujanos,
los que tan esenciales son a esta ciudad.
Indudablemente esta última
referencia justificaba amparar a Falkner
y a Elliot, quienes por supuesto no fueron deportados, a pesar que para esa
época la Orden
se encontraba expulsada de los dominios de los Borbones, pero ya habían
tratativas y negociaciones con la Santa Sede
que a los pocos años se normalizaría.
Afirman los cronistas que
estudiaron este tema, que de los sesenta y cuatro extraviados por los ingleses,
solamente se devolvieron seis. De ninguno de ellos el Cabildo registró sus
nombres, pero si los motivos: Dos
pendencieros recalcitrantes con varias detenciones en nuestros calabozos, dos
ebrios y dos cuatreros que se encontraban presos. Como vemos ninguno de
ellos servía ni para marido.
Observaciones
(1) Francisco de Alzaybar
(algunos autores lo denominan Alzaibar). Rico
empresario naviero y armador vasco. Se puede consultar una interesante
biografía de Juan Carlos Alzaybar, descendiente de don Francisco, titulada Don Francisco de Alzaybar en la Población y Fundación de
la Ciudad de San Felipe Real de Montevideo,
impresa por El Siglo Ilustrado, 1926.
Los que estudiamos o leemos historia, tenemos la
peregrina idea de que los sucesos históricos ocurren por generación espontánea,
realizada por alguna persona o grupo
mítico llenos de cualidades heroicas,
ideas revolucionarias y/o virtudes guerreras, sin considerar, que siempre
detrás del hecho está la financiación del mismo. Siempre hay alguien que
previamente puso el dinero para hacer algo y que es tan importante como el
primero. Francisco de Alzaybar fue uno
de ellos.
Un ejemplo documentado al respecto. Se lee en la
infaltable Colección de Obras y
Documentos Relativos a la Historia Antigua
y Moderna de las Provincias del Río de la Plata , por Pedro De Ángelis, en su Tomo VI, Editorial
Plus Ultra, Fundación de Montevideo, con prólogo de Andrés M. Carretero, que:
El 3 de julio de 1725, se firma la Cédula Real por la que
se otorga a don Francisco de Alzaybar, para que poblara Montevideo, llamada San
Felipe de Montevideo por Zabala, con familias de las Islas Canarias y a su
costa. Siempre alguien pone el
dinero, y por supuesto luego pretenderá su interés.
Bibliografía General
Historia
de la Ciudad
de Buenos Aires. Enrique de Gandia y
Rómulo Zabala. Ediciones Imprenta Mercatali, Buenos Aires, 1936.
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