EL
PADRE GUILLERMO FURLONG S. J.
Por: Roberto Antonio
Lizarazu
Parte Primera (A)
Es
muy probable que este trabajo histórico -que transcribiremos- redactado por el Reverendo
Padre Guillermo Furlong Cardiff S. J.; haya sido el último que realizara. Está confirmado que fue el último que
publicara en vida en la Fundación Nuestra
Historia, a la que él perteneciera. Publicado en el Número 13, Año VII, Buenos
Aires, mayo de 1974, en Nuestra Historia, Revista de Historia de Occidente, que
en ese momento dirigiera el Profesor Jorge María Ramallo.
El
Padre Furlong nace el 21 de junio de 1889 en Arroyo Seco, provincia de Santa Fe
y fallece en Buenos Aires el 20 de mayo de 1974, pocos días después que
presentara esta colaboración a la Fundación
Nuestra Historia.
No
es el objeto de este comentario biografiar al Padre Furlong ni enumerar sus
numerosas obras ni trabajos publicados. Simplemente dar a conocer esta
colaboración, que si efectivamente no fuese la última, como oportunamente se
mencionaba en la Fundación
que nombramos, constituye uno de sus últimos aportes historiográficos, dado el
orden cronológico de su impresión.
Este
trabajo el Padre Furlong lo divide en tres ítem. Aprovechando esa circunstancia
y por razones de diagramación en su publicación, nosotros también lo
presentaremos en tres partes. A la primera de esas partes la trascribiremos en dos
presentaciones, en (A) y (B). Pero la división no es nuestra, así lo redacta el propio
autor.
Para
simplificar su reproducción no usaremos comillas. A partir de ahora todo el
texto corresponde al Padre Furlong:
Una Historia de los Argentinos, con luces y
sombras.
Tenemos felizmente muchos libros de historia
argentina que se dejan leer, y son en efecto muchísimas las personas que
placenteramente leen los tales libros. Tal la Historia de la República Argentina
de Vicente Fidel López, aun que ya bastante anticuada; tal la Historia de la Nación Argentina de Vicente D.
Sierra, tan al día como que está en curso de publicación. Pero nos atrevemos a
decir que son pocos, son poquísimos los libros de historia patria que sin
degenerar en lo novelesco, se hacen leer. Estando como están en las antípodas
de la novela, tienen no obstante el atractivo de la novela. Es lo que hace
siglos escribió Horacio: “Mostróse genial quien supo unir lo dulce a lo útil”
¿Será tan difícil la conjunción del auténtico historiador con el auténtico
literato?
Es a la verdad una empresa difícil componer
un libro de historia que, a la vez sea seria y alegre, sea científica y sea
amena, sea tal que contente al historiador y tal que contente al literato, y
sobre todo que sea de tal índole que toda persona culta, con un mínimun de
cultura, se vea obligada a leerlo. Dificilísima labor, pero no imposible, y los
profesores universitarios Carlos Alberto Floria y César A. García Belsunce se
han animado a componer una “Historia de los Argentinos” de esa naturaleza y
aunque parezca paradójico, diríamos que se han atrevido a ello porque
“profesionalmente”, ni son literatos ni son historiadores. Catedráticos de una
gran cultura general, contaban con lo más necesario: esa gran cultura.
Con arte eximio y con habilidad
extraordinaria han sabido reducir a mil páginas de letra mediana, los hechos
todos de cuatro y medio siglos, ya que el panorama abarca desde la hazañosa
época de Pedro de Mendoza hasta la cómica y trágica que estamos viviendo. (1)
“Sea
breve” parecería la consigna que en todo momento acompañó a los autores, y la
síntesis predomina, sin detrimento de la plenitud del hecho, con sus causas y
sus consecuencias. El epíteto y la frase gráfica hacen un gran papel: Rousseau
era un “genio confuso”; San Martín era una “personalidad atrayente, pero
compleja”; la impopularidad de Rivadavia era “irredimible”, cuando Alvear fue
depuesto, la revolución estaba en “estado agónico”. Otras veces nos ofrecen una
información plena en pocas palabras, como cuando se refieren a la legislación
de Indias y nos dicen que el Monarca español estaba “autolimitado” ya que había
leyes que los americanos debían obedecer pero no cumplir, si aquí o allí las
circunstancias no eran favorables, puesto que toda ley española era para el
bien común; y como cuando con respecto a la cultura colonial de los siglos 16 y
17, se contentan con decirnos que los americanos “vivían las mismas inquietudes
de la Península ,
aunque no se llegó al plano creativo”.
Con
gran acierto sostienen estos autores que la revolución argentina nada tuvo que
ver con la francesa y lejos de ser hija de aquella, ni fue parienta de la
misma, sino que fue hija de la doctrina jurídica española, basada, no en el
Contrato Social, sino en el Pacto Político del españolísimo Suárez. No niegan
que Miranda fue un precursor, pero señalan dos que le precedieron: el argentino
Godoy (2) y el peruano Vizcardo. Si novedosos son los
autores en estos y en otros muchos puntos, lamentamos se refieran aún a la
“presidencia nacional” de Rivadavia, siendo así que no hubo tal presidencia, ya
es inconcebible una presidencia sin Constitución, como es ininteligible una
silla sin patas, y tan nada era lo nacional de esa presidencia que la autoridad
de la misma no pasó del Arroyo del Medio, si es que llegó hasta ese punto.
Extraño es que dos catedráticos de derecho y tal vez de Derecho Constitucional,
repitan esa conseja, con todo lo que entraña de circense.
Pero
una publicación tan fuera de lo común y que está llamada a tener una grande
aceptación, tiene sus sombras, y con todo respeto a los distinguidos autores,
vamos a señalar algunas, para que las eliminen en la próxima edición. Es que
estar bien informados en todos y cada uno de tantos temas, como comprende la
historia argentina, supera ya la fuerza de un hombre y de varios hombres, por
más que tengan carismas envidiables. Del Manual de Historia Argentina del Dr.
Levene dijo, con alguna verdad, Diego Luis Molinari, que lo escribió su autor
en los días de su juventud y pasó lo restante de su vida enmendando lo que
entonces escribió.
Con
relación a las reducciones o pueblos guaraníes, los doctores Floria y García
Belsunce rechazan de entrada el erradísimo título que puso Leopoldo Lugones a
su libro, sobre ese tema: “El Imperio Jesuítico”, pero desgraciadamente aceptan
no pocas afirmaciones de Lugones, con ser ellas sin comparación más
disparatadas que dicho título. Así nos informan que:
1.-
A cada familia se le asignaba además de la casa, una porción de tierras para
cultivar, pero la producción no le pertenecía al trabajador, sino a la
comunidad. También era de propiedad común el ganado, las maderas de los bosques
y los instrumentos de trabajo.
Muy
de lamentar es que profesores universitarios de tanta prestancia hayan dejado
de anotar lo que por lo general consignan hasta los textos escolares: lo que
fue el abambaé y el tupambaé, esto es, el campo que era de propiedad de cada
indio, y que tenía que cultivar para sí y para los suyos, y el campo cultivado
por turnos, por todos los indios, y cuyos productos eran para la comunidad. En
manera alguna estaba privado el indio de tener su campo, el de su propiedad, al
que cultivaba a su gusto, y cosechaba para sí, y para los suyos los frutos de
sus afanes, pero en previsión de lo que pudiera acaecer, dada la falta de
previsión por parte del indio, y, a fin de contar con recursos para los gastos
generales, instituyeron los misioneros el tupambaé, esto es, “la propiedad de
Dios” o “hacienda de Dios”, que era destinada a sostener el culto, el cotiguazú
o casa de las viudas, el hospital, las escuelas, los talleres, etc. etc.
El
indio, a lo menos en los primeros tiempos, odiaba el trabajo y despreciaba al
que trabajaba, y el primer triunfo de los misioneros estuvo en hacerles
comprender lo noble del trabajo, lo que obtuvieron sin dificultad, y el segundo
el hacerles trabajar, lo que no fue igualmente fácil. Sin embargo, el hecho de
que el trabajo, en uno u otro grado, pero siempre llevadero y nada odioso,
llegó a ser general, ya que sólo los ancianos y los niños, los enfermos e
impedidos por justas causas, estaban exceptuados.
(1)
Esto data de 1974. Cualquier similitud con la tragicómica actualidad, es
simplemente una constante coincidencia.
(2)
Se trata de Fray Juan José Godoy. Nacido el 13 de julio de 1728 en Mendoza y
fallecido en 1787 en Cádiz, España. Fraile jesuita y activo precursor de la
independencia Americana. Debido a la Pragmática Sanción
de 1767, Fray Godoy, comienza una serie de novelescas vicisitudes por América y
por Europa dignas de ser narradas por Alejandro Dumas. Su biografía y su obra,
merecen la atención de varios cronistas e historiadores chilenos, siendo en
nuestro medio absolutamente ignorado. En la Historia de La Nación Argentina , de la Academia Nacional
de la Historia ,
en veintitrés tomos, no se lo menciona,
no existe. Indudablemente no es políticamente correcto para la historiografía
liberal.
Por
otra parte, y agravando su condición de incorrecto, se debe mencionar que Fray
Juan José Godoy fue tío del gobernador mendocino Tomás Godoy Cruz, amigo y
colaborador de San Martín en su empresa libertadora.
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