PADRE GUILLERMO FURLONG
Por:
Roberto Antonio Lizarazu
Primera
Parte (B)
Continúa
escribiendo el Padre Guillermo Furlong: Para
el abambaé, escribe acertadamente Popescu, (1) valiéndose de lo que escribió el
padre José Cardiel, que tantos años vivió entre los guaranies, “a cada jefe de
familia se le asignaba un lote de magnitud suficiente para segurar el sustento
de su familia”. La distribución de los lotes se efectuaban por cacicazgos.
“Para esto cada cacique tiene un terruño señalado, del cual toma cada vasallo
cuanto ha menester”. Dado que eran imprevisores y solían cultivar, cuando eran
dejados a su libre iniciativa, sólo un pequeño pedazo de tierra, algunos curas
hacían medir con un cordel lo que les parecía suficiente para el sustento anual
de su casa. Trabajar el lote asignado, y recoger sus frutos no era empero una
cosa que el indio hiciese de buena gana. Aún peor era acostumbrarse a guardar
su cosecha y consumirla progresivamente. “Si Dios les dio buena cosecha, no
saben guardarla en su casa. La desperdician sin mirar a lo futuro. Por eso
agrega Cardiel, dejando en casa lo necesario para dos o tres meses, se los
obliga a que traigan lo demás en sus sacos, a los graneros comunes; y cuando se
les va acabando lo de sus casas, se les va dando lo de los graneros”.
“La dirección en el abambaé tendía a ofrecer
al indio un mínimum de actividad –hasta cubrir su sustento- un minumum de
previsibilidad asegurando el consumo hasta la otra cosecha-, y un minimum de
racionalidad, hasta aprender a valorar, a la usanza española, los productos de
sus campos. Pero una vez alcanzado el mínimum establecido, la dirección era
sustituido por la libertad.
Nadie prohibía al indio trabajar más que el
minimum establecido, ni cultivar mayor pedazo de tierra, mayor número de variedades
agrícolas o industriales, que las recomendadas por el Cura, tampoco se le
impedía vender el sobrante de su cosecha, cuando y a quien deseaba. En tal
caso, la libertad de elegir su lugar de trabajo, de decidir independientemente
sobre sus planes de producción, de elegir su consumo o intercambiar sus bienes,
no era ni abolida, ni prohibida, ni frenada, no controlada; por el contrario
era fomentada”. Son asertos de Popescu.
Lugones y otros, igualmente en ayunas de las
realidades misioneras, no han dudado en considerar el sistema económico de las
reducciones como un anticipo comunista, pero no han tenido en cuenta que una
economía dirigida es perfectamente compatible con un régimen de propiedad
individual y privada, y en las reducciones de guaranies hubo la primera , desde
sus mismos orígenes, y también, desde el principio hubo la segunda. Jamás, en forma alguna, el “común” monopolizó a las
propiedades individuales, familiares y cacicales, pues las hubo de estas tres
categorías, y jamás monopolizó las fuentes y medios de producción, ni los
frutos de ésta.
No han faltado quienes han aseverado que fue
sólo en los últimos tiempos, ya que se estaba en el “siglo de las luces”, que
los Jesuítas mitigaron ese su comunismo, siendo así que ya entre 1615 y 1622, mientras
fue provincial el padre Pedro de Oñate, ordenó éste que se pagara a los indios
todo servicio o trabajo realizado por ellos, como se hacía con los españoles,
conchavados para alguna faena, y advertía que eso era de justicia. Años más
adelante, en 1647, escribía el general de los jesuitas, Vicente Caraffa, al
entonces provincial del Paraguay, Francisco Lupercio de Zurbano, con fecha 3 de
noviembre de ese año, y le manifestaba que le habían escrito que, “cuando están
los indios en peligro de muerte, algunos (¿padres o indios?) les aconsejan que
dejen su hacienda a la
Cofradía , y que dirán las Misas, y luego andan solicitando de
los padres que uno diga cuatro, otro seis, etc. No permito esto por ningún
cabo”.
Como en tiempo de Felipe V (1700-1724) llegara
a oídos de este monarca la acusación de que existía una especie de comunismo en
las reducciones, dispuso Su Majestad una investigación y para ella debían
examinarse todos los autos y demás documentos que, desde un siglo atrás, se
habían cursado, pertenecientes al estado y progreso de esas misiones y manejo
de los pueblos, que en ellas existían. Tras ocho años de indagaciones,
consultas y debates, ese Rey dictó una Real Célula, que Azara, sin duda
conoció, pero que, como no favorecía sus ideas preconcebidas, prescindió de
ella. Véanse algunas cláusulas de este documento.
“El cuarto punto se reduce a si los indios,
en sus bienes, tienen particular dominio, o si éste, o la administración de
ellos, corre a cargo de los Padres.”
“Sobre cuyo asunto consta por los informes,
conferencias y demás documentos de este expediente, que, por la incapacidad o
desidia de estos indios, para la administración y manejo de las haciendas, se
señala a cada uno una porción de tierra para labrar, a fin de que con la
cosecha pueda mantener su familia, y que el resto de la sementera de comunidad,
de granos, raíces, comestibles y algodón, se administra y maneja por los
indios, dirigidos por los Curas de cada pueblo: como también la yerba y el
ganado: y que de todo este importe se hacen tres partes, la una para pagar el
tributo a mi Real Erario, de que sale el sínodo de los Curas; la otra para el
adorno y manutención de las iglesias; y la tercera para el sustento y vestido
de las viudas, huérfanos, enfermos e impedidos; y finalmente para socorrer a todo
necesitado; pues de la porción de tierra aplicada a cada uno para su sementera,
apenas hay quien tenga bastante para el año.”
(1)
Se trata de Oreste Popescu. Economista e historiador de la economía. Católico Rumano
que vivió en nuestro país siendo catedrático de la Universidad Católica
Argentina y Director de “Revista Económica”, durante varios años.
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