El Padre Furlong en la biblioteca del Colegio del Salvador |
EL PADRE GUILLERMO FURLONG S.J.
Por: Roberto Antonio Lizarazu
Segunda Parte
Continúa
escribiendo el Padre Guillermo Furlong S.J. su comentario referido a la obra
“Una Historia de los Argentinos, con Luces y Sombras” de los doctores Carlos
Alberto Floria y César A. García Belsunce.
Apartado 2. De muchísima menor trascendencia
es la segunda nota que atribuyen los señores Floria y García Belsunce a la vida
misionera, pero vamos a referirnos a la misma, por cuanto algunos autores la
han llevado hasta lo coprófilo, (1) y es el aserto de que el régimen de vida de estos pueblos era muy
peculiar y organizado hasta el detalle dentro de un concepto comunitario,
siendo así que, en toda verdad, era un régimen tan libre como el que puede
hallarse hoy día en cualquier comunidad bien ordenada. Ni por asomo tenía
parentesco con la vida monacal ni con la militar. Para Lugones y para los
lugonistas, en alas de ficciones poéticas, unas veces y de manifestaciones nada
limpias, otras veces, todo estaba reglamentado, de suerte que todo se hacía a
toque de campana, aun los actos más íntimos de la vida privada. Por eso, según
ellos, la vida misionera era sin comparación más reglamentada que la vida
monástica. Cada reducción era un gran convento o monasterio, pero con una
disciplina sin comparación más detallada que en un noviciado franciscano.
Sería difícil hallar en los novelones más
fantasiosos un cuentito más disparatado.
Con la aurora, es verdad, se tocaba para
Misa, y aunque era, en los días que no eran de precepto, absolutamente libre
para las personas mayores el asistir o no a ella, era el aviso para que todos
se dispusieran para emprender el nuevo día, y, pasada una hora, u hora y media,
, sólo los niños iban a Misa y después a las aulas, mientras los artesanos
marchaban a sus talleres y los que debían ocuparse en la agricultura a sus
propios campos o a los de la comunidad, según los días y según las faenas del
año, y todo se hacía con la cachaza característica de los indios, y en las
horas de trabajo nada había de apuros, antes les placía el conversar los unos
con los otros, “a la manera de las mujeres”, en frase de Cardiel. A las tres o cuatro horas, sonaba la campana
para almorzar y descansar, y recién a las tres o cuatro de la tarde, según las
épocas, regresaban al trabajo hasta ponerse el sol. Cenaban y pasaban largo
rato en conversación o en tocar la guitarra u otros instrumentos, a que eran
muy aficionados, y sabiendo que al día siguiente habían de levantarse temprano,
se acostaban también temprano.
La libertad de acción personal y colectiva
para las personas mayores era tan absoluta como puede ser y es, hoy día, en todos los países civilizados y
cultos de Europa y de América. Lo que no había era lo opuesto a la libertad y
que es la ruina de la misma: el libertinaje. Cuando éste asomaba, y asomó en
más de una ocasión, era inmediatamente estrangulado. Así se explica la
felicidad personal y colectiva que predominó siempre en aquellos pueblos y que
fue la nota más sobresaliente de los mismos. Sabían esos indígenas, enseñados
por sus maestros, lo que hoy tantos ignoran: que la libertad no precede al
deber, sino que es consecuencia del deber (2) o,
en otras palabras, la libertad no está en hacer lo que uno quiere, sino en
hacer lo que uno debe.
(1)
Es una burla de las exageraciones que Lugones escribiera utilizando como
ejemplo a las misiones, en su panfleto de propaganda del socialismo titulado El Imperio Jesuítico, por supuesto en la
época socialista de Lugones. Lo de coprófilo se refiere a la regulación, de
algunas de las acciones fisiológicas de los que vivían en las reducciones,
según la interpretación de Lugones.
(2)
Este criterioso argumento del Padre Furlong es de una actualidad notable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario