La publicación de estos apuntes sobre Historia Argentina, no tienen otra pretensión que prestar ayuda, tanto a estudiantes como a profesores de la materia en cuestión.
Muchos de ellos, simplemente son los apuntes confeccionados por el suscripto, para servir como ayuda memoria en las respectivas clases de los distintos temas que expusiera durante mi práctica en el Profesorado. Me daría por muy satisfecho si sirvieran a otras personas para ese objetivo.
Al finalizar cada apunte, o en el transcurso del mismo texto se puede encontrar la bibliografía correspondiente a los diferentes aspectos mencionados.
Al margen de ello invitaremos a personas que compartan esta metodología, a sumarse con nuevos apuntes de Historia Argentina.
Profesor Roberto Antonio Lizarazu
roberto.lizarazu@hotmail.com
jueves, 19 de septiembre de 2013
EL REGRESO DEL REGIMIENTO DE GRANADEROS A BUENOS AIRES
EL
REGRESO DEL REGIMIENTO DE GRANADEROS A BUENOS AIRES
Por: Rogelio Alaniz
El 19 de febrero de 1826 los vecinos
de la ciudad de Buenos Aires contemplaron con algo de asombro y un cierto toque
de indiferencia a una caravana de carretas precedida por hombres de a caballo,
que ingresaba a la ciudad de Buenos Aires. No era una tropa de reseros, no eran
gauchos venidos desde alguna estancia, no eran comerciantes o proveedores de la
pulpería. Había en ellos, a pesar de las ropas gastadas y polvorientas, a pesar
de las barbas crecidas y el visible deterioro físico de algunos, una gallardía,
una dignidad íntima, una cierta altivez en la mirada que provocaba inquietud y
desconcierto.
Pronto un rumor empezó a circular entre los vendedores
ambulantes, los troperos de la plaza, algunos parroquianos de los bares de la
zona, las chinas que marchaban con los atados de ropa para lavar en la costa.
Esos hombres de mirada hosca, mal entrazados, eran, nada más y nada menos, los
granaderos de San Martín que regresaban a su ciudad luego de catorce años de
ausencia.
En efecto eran los restos de mil
hombres del flamante cuerpo de granaderos que marcharon en su momento a Mendoza
para incorporarse al Ejército de los Andes. Desde ese momento el regimiento
estuvo en todas y no faltó a ninguna. Peleó en Chile, Perú, Ecuador, Colombia y
Bolivia. Ganaron y perdieron batallas, pelearon bajo los rayos del sol y en
medio de tormentas y borrascas; no dieron ni pidieron cuartel. Mataron y
murieron sin otra causa que la de la patria. De sus filas salieron generales,
oficiales y soldados valientes. Bolívar, Sucre y Santander ponderaron su
disciplina, su coraje, ese orgullo íntimo que exhibían por ser granaderos. San
Martín, tan ajeno a los elogios fáciles, dijo de ellos: “De lo que mis
granaderos son capaces de hacer, sólo yo lo sé; habrá quien los iguale, quien
los supere, no”. Don José sabía de lo que hablaba.
Pero regresemos al lunes 19 de febrero
de 1826. Hacía calor en Buenos Aires, y cerca del mediodía no era mucha la gente
que se paseaba por la zona de
No, no eran buenos aires los que soplaban
en el Río de
La caravana llegó hasta
Repuestos del viaje, el “trompa”
Miguel Chepoya hace sonar su trompeta -la misma que vibró en San Lorenzo-
frente a
La mayoría de ellos no conoce los
entremeses de la política criolla. Seguramente no sabe quién es Rivadavia o
Rosas; les basta con saber que conocieron a San Martín y que fueron sus
soldados. Motivos tenían para estar orgullosos. Su destino militar en los
últimos años estuvo unido a las guerras de la independencia. No faltaron a
ninguna cita. Combatieron en Vilcapugio, Ayohuma, Sipe Sipe; desfilaron
orgullosos por las calles de Montevideo; estuvieron en San Lorenzo, Chacabuco,
Maipú y Cancha Rayada. Después se lucieron en Río Bamba. Pichincha, Junín y
Ayacucho. El balance es elocuente: ciento diez batallas en las costillas.
Luego iniciaron el regreso a Buenos
Aires. El 10 de julio de 1825 llegaron a Valparaíso bajo las órdenes del
coronel Félix Bogado. Nada les resultó fácil. Ni en Valparaíso ni en Santiago
los esperaban. Les habían prometido pagarles los sueldos atrasados y no lo
hicieron; les habían prometido trasladarlos con las comodidades del caso, y
tampoco lo hicieron. El coronel Bogado discutió con políticos chilenos y
diplomáticos argentinos. El reclamo era más que modesto: caballos y carretas
para regresar a Buenos Aires. Recién en Mendoza, un señor llamado Toribio
Barrionuevo, sacó de sus bolsillos unos pesos para financiar el regreso.
El 13 de enero de 1826 salieron de
Mendoza en una caravana de veintitrés carretas. Antes de partir, Bogado ordenó
un recuento de armas y pertenencias: 86 sables, 55 lanzas, 84 morriones y 102
monturas. Setenta y ocho hombres son los que llegaron a Buenos Aires. De ellos,
siete estuvieron desde el principio. Importa recordar los nombres de estos
muchachos: Félix Bogado, Paulino Rojas,
Francisco Olmos, Segundo Patricio Gómez, Dámaso Rosales, Francisco Vargas y
Miguel Chepoya.
Dos meses después, Rivadavia se
acuerda de ellos y los designa escolta presidencial. Pero las desconfianzas y
recelos persisten. Finalmente se corta por lo sano y los disuelven.
El “trompa” Miguel Chepoya, iniciado en San Lorenzo, se dio el lujo de hacer
sonar su trompeta en Ituzaingó. Es la última vez que lo hizo. Murió en su ley.
Peleando contra un enemigo extranjero.
José Paulino Rojas
era cordobés. También estuvo en todas y en todas fue respetado por su coraje.
Ninguna de esas virtudes alcanzaron para salvarle la vida. Rojas, enredado en
las guerras civiles, murió fusilado en 1835.
De los otros, es decir de Vargas, Rosales, Olmos y Gómez no
dispongo de datos. Es probable que mucho no haya. Por lo general, las grandes
biografías no se escriben con las peripecias de estos hombres, cuyo exclusivo
patrimonio son las cicatrices ganadas en los campos de batalla. Después, mucho
después, llegarán los reconocimientos y los honores.
Bartolomé Mitre dirá del Regimiento de
Granaderos: “Concurrió a todas las grandes batallas de la independencia. Dio a
América diecinueve generales y más de doscientos jefes y oficiales en el
transcurso de
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