MONSEÑOR FRANCISCO DE VITORIA. UN OBISPO QUE NOS AVERGÜENZA A LOS CATOLICOS
Por: Roberto Antonio Lizarazu
Es verdad que por estas lejanas pampas y alejados de la mano de Dios tuvimos de todo, hasta monseñores que fueron precursores de nuestra actividad comercial más redituable: el contrabando o como se dice ahora “intercambio no oficial”. El Obispo del Tucumán Fray Francisco de Vitoria fue el precursor de estas actividades non sanctas, prácticamente desde el comienzo de nuestra historia y a las que se les daba, como justificativo, un baño bautismal de “libre comercio”. Y lo más grave que fue además el iniciador del infamante tráfico de esclavos negros. Resultó toda una verdadera vergüenza para la Iglesia Catolica , contar en sus filas jerárquicas con semejante personaje.
Reconozco que soy católico practicante, pero este comentario no trata de fe religiosa ni de la Iglesia Católica. Intento presentar para el conocimiento de los lectores, hechos sucedidos que forman parte de nuestra historia y a mí personalmente como católico me indignan y honestamente preferiría que no fuesen verdad.
Se supone que el comercio de las colonias debía hacerse de manera exclusiva con la metrópoli, y que el puerto de Buenos Aires se encontraba cerrado desde y para otros destinos, pero siempre había alguna palabra dudosa en los reglamentos y alguna coma que viajaba de un lugar a otro de un párrafo y modificaba sustancialmente el alcance de las disposiciones, dejando lugar a nuestra vieja conocida: la excepción.
Experto en excepciones resultó este monseñor Francisco de Vitoria al que no debe confundirse con su homónimo, que vivió un siglo antes y fue un destacado fraile, también dominico, autor de importantes obras de diversas materias tanto teologales como comerciales.
Hay que reconocer que el camino del comercio monopólico, el legal en ese momento, lo llevan a cabo los pobladores de Asunción, quienes en 1572 comenzaron la construcción del navío “San Cristóbal Buenaventura” y que en junio de 1580 partió hacia España llevando cueros, azúcar, dulces, crines y otros productos paraguayos. Llega a Sanlúcar de Barrameda en septiembre de 1580, como adelantado de esas actividades.
Vitoria, quien ya había tenido dificultades con las autoridades de Lima, por sus desmedidos afanes en la obtención y acumulación de bienes materiales de cualquier origen, en 1582 toma posesión de su nueva diócesis (Obispado de Tucumán) y se establece en Santiago del Estero, donde construye la primera catedral, y organiza paralelamente varias empresas comerciales e industriales con variada suerte.
Para 1580 compra y repara en Santa Fe una fragata construida en Asunción con la que organiza su primera expedición comercial. Estaba capitaneada por el mercader portugués López Vásquez Pestaña, asociado a la empresa y figuraba entre sus tripulantes el padre Francisco Salcedo, también portugués en carácter de “Representante Espiritual”. Era un viaje hasta Brasil y regreso. Por supuesto no podían llegar hasta Cádiz ni a ningún puerto con influencia española porqué hubiesen terminado todos presos y con su carga confiscada.
La embarcación fue cargada con frutos del país y salió del puerto de Buenos Aires el 20 de octubre de 1585 con sus bodegas bien repletas a efectos de que el padre Francisco Salcedo pudiese cumplir con la obra espiritual que le fuera encomendada: evangelizar a los nativos.
Esta fragata toca los puertos de San Vicente, Río de Janeiro y Bahía. Donde “hicieron mucha carga de cosas de la tierra, campanas de hierro, calderos de cobre, bacías, peroles para hacer azúcar y algunos negros para el servicio del señor Obispo” (1). Cuando se observa la cantidad de negros comprados en Brasil, que fueron sesenta, se deduce cual era el verdadero motivo de este viaje, camuflado como empresa espiritual.
Es notable la aceptación que recibe Vitoria y sus acompañantes por parte de las autoridades brasileñas, pues le cayó en gracia al Gobernador Manuel Téllez de Barreto y a los funcionarios de su gobierno. Tanta es la aceptación y tan bien le fue en sus negocios que es necesario comprar otra embarcación para poder traer todo lo que compraron. Además hay que tener en cuenta los sesenta esclavos, que para que valieran había que venderlos vivos.
Pero la suerte siempre tiene contra. Ya de regreso, frente a Buenos Aires, y teniendo a la vista la ciudad, los sorprendió la noche inmovilizándolos una niebla hasta las primeras horas de la mañana siguiente. Al despejarse la neblina se encontraron con que estaban cercadas por tres poderosas y bien artilladas naves piratas inglesas. Piratas, ingleses y además luteranos, no tenían un solo punto de coincidencia con Vitoria y su grupo.
Después de robarles absolutamente todo, los piratas ingleses los remolcaron prisioneros hasta el estrecho de Magallanes donde los abandonaron con unos barriles de agua y unas bolsas de arroz, desmantelando una de las naves y llevándose la otra. Toda la tripulación, unas sesenta personas más los sesenta esclavos tuvieron que caminar 3000 kilómetros de regreso hasta Buenos Aires. Este es el resultado de la primera empresa de intercambio comercial ilegal en el Río de la Plata emprendida por el obispo Vitoria.
Segunda intentona
Pero el obispo de los tucumanos no era de amilanarse por algunos pocos kilómetros. Finalmente se pudieron vender los esclavos sobrevivientes en Potosí, distante otros 3000 kilómetros de Buenos Aires, donde obtuvo una diferencia importante como para comenzar su segundo intento de apostolado al que se abocó de inmediato. Puso a los indios de su diócesis a trabajar de inmediato. Dando vuelta las pesadas piedras de las tahonas para moler el trigo, cuya harina era solicitada desde brasil. Los telares se aceleraron fabricando ponchos, frazadas y telas varias. Se incentivó la recolección de miel y cera silvestres en los montes. Y se decomisaron varios almacenes y depósitos de las principales tribus de la inmensa diócesis que abarcaba desde Jujuy hasta Córdoba y desde la punta de San Luís hasta Santiago del Estero y Santa Fe.
El 2 de septiembre de 1587 en la fragata “San Antonio” se hace a la vela por segunda vez rumbo a Brasil, con las bodegas del San Antonio llenas de mercaderías mal habidas a los creyentes indígenas y pretendiendo, al regresar, llenarlas de esclavos africanos. Pero esta vez la fortuna jugó en su contra desde el inicio. Al tercer día de navegación un furioso temporal frente a la costa este de la banda oriental los obligó a atracar de apuro y quedaron encallados a metros de la costa. Un grupo de charrúas que conocían lo peligroso del lugar por los continuos naufragios, y por eso vivían en las cercanías de ese sitio, salvaron el mes. Saquearon el navío, y robaron toda la mercadería y el oro y la plata que llevaba Vitoria.
Ahora viene una parte de la historia que no tiene desperdicio y que nos ilustra sobre la clase de personalidades que gobernaban estos alejados sitios. “El Gobernador de Buenos Aires era el famoso Juan Torres de Navarrete, arbitrario a rajatabla y con enfermiza predisposición a quedarse con el dinero ajeno. Los náufragos fueron salvados y rescatados con vida. A los indios se los obligó a devolver el oro y la plata y recibieron una descomunal paliza y sufrieron algunas bajas. Pero ni un mísero maravedí volvió a las arcas del obispo Vitoria. Todo quedó en manos del Gobernador.” (2)
Tercera intentona
Finalmente, y como la materia prima y la mano de obra era totalmente gratis, el Obispo Vitoria pudo concretar su exportación de frutos del país e ingresar, de regreso, el segundo contingente de esclavos de origen africano proveniente de Brasil. Este tercer y último viaje se realizó entre 1589 y 1590. Y le reditúa una cifra entre 6000 y 7000 pesos plata por la venta de los esclavos, que se realiza en Buenos Aires y en Córdoba. La puerta ya estaba abierta y duró más de dos siglos en cerrarse.
Antes de terminar este comentario deseo aclarar a los señores lectores, que este Obispo goza en la historiografía argentina de muy buen concepto entre la mayoría de los autores; y que a pesar de haber sido el iniciador del comercio clandestino de plata, oro y sobre todos del infamante tráfico de esclavos en el Río de la Plata , todo eso se minimiza en nombre del libre comercio y hasta merece el reconocimiento del día 2 de septiembre, día de la industria argentina, fecha del segundo de sus viajes como homenaje a su benemérita obra apostólica en bien de las almas de los paganos esclavos.
Fuente: (1) (2) José Torre Revello, La Sociedad Colonial , Buenos Aires, 1970.
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